Había un hombre muy rico que poseía muchos bienes, una gran estancia, mucho ganado, varios empleados, y un único hijo, su heredero.
Un día, el viejo padre, ya avanzado en edad, dijo a sus empleados que le construyeran un pequeño establo.
Dentro de él, el propio padre preparó una horca y, junto a ella, una placa con algo escrito: “Para que nunca desprecies las palabras de tu padre”.
Más tarde, llamó a su hijo, lo llevó hasta el establo y le dijo:
—¡Esta horca es para ti! Te conozco muy bien y sé que cuando yo falte dilapidarás toda la herencia viviendo malamente. Quiero que me prometas que, si sucede lo que yo te he dicho, no te suicidarás con veneno o disparándote un tiro sino que te ahorcarás en ella.
El joven se rio, pensó que era un absurdo, pero para no contradecir a su padre le prometió que así lo haría, pensando que eso jamás sucedería.
El tiempo pasó, el padre murió, y su hijo se encargó de todo, y así como su padre había previsto, el joven gastó todo, vendió los bienes, perdió sus amigos y hasta la propia dignidad.
Desesperado y afligido, comenzó a reflexionar sobre su vida y vio que había sido un tonto. Se acordó de las palabras de su padre y comenzó a decir:
—¡Ah, padre mío…! ¡Si yo hubiese escuchado tus consejos…! Pero ahora es demasiado tarde. Yo nunca seguí las palabras de mi padre, no pude alegrarle cuando estabas vivo, pero al menos esta vez haré su voluntad. Voy a cumplir mi promesa. No me queda nada más…
Entonces, él subió los escalones y se colocó la cuerda en el cuello, y pensó:
—¡Ah, si yo tuviese una nueva oportunidad…!
Entonces, se tiró desde lo alto de los escalones y, por un instante, sintió que la cuerda apretaba su garganta… Era el fin. Sin embargo, el brazo de la horca estaba hueco y se quebró fácilmente, cayendo el joven al piso. Sobre él cayeron joyas, esmeraldas, rubíes, zafiros y brillantes. La horca estaba llena de piedras preciosas. Entre lo que cayó encontró una nota. En ella estaba escrito:
—Esta es tu nueva oportunidad. ¡Te quiero mucho! Con amor, Tu padre.
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La vida no es tan fácil como la presenta este cuento; pero sí es verdad que Dios nos da con bastante frecuencia una nueva oportunidad para cambiar. ¡En cuántas ocasiones le hemos pedido ayuda y le hemos prometido cambiar y no hemos cumplido! Pero Dios, Padre al fin y al cabo, tiene esperanzas de nuestro cambio hasta el último momento de nuestra vida. ¡Cuántas personas se verán reflejadas en este cuento! Puede que la solución final no sea tan fácil como el cuento la presenta, pero podemos estar seguros que nos ayudará a salir de nuestra mediocridad y de nuestro pecado. ¡Ánimo! Dios nos espera con los brazos abiertos como el padre del hijo pródigo. Y recordemos siempre ese adagio popular: Dios aprieta, pero no ahoga.