Enmarco cuanto diré debajo en las siguientes palabras del Mártir Cristero, Anacleto González Flores, del cual una excelente señora que quiero mucho, hace algún tiempo me regaló una reliquia: “Reducir el Catolicismo a plegaria secreta, a queja medrosa, a temblor y espanto ante los poderes públicos «cuando éstos matan el alma nacional y atasajan en plena vía la Patria, no es solamente cobardía y desorientación disculpable, es un crimen histórico religioso, público y social, que merece todas las execraciones» (…). Las almas sufren de empequeñecimiento y de anemia espiritual. Nos hemos convertido en mendigos, renunciando a ser dueños de nuestros destinos. Se nos ha desalojado de todas partes, y todo lo hemos abandonado. Hasta ahora casi todos los católicos no hemos hecho otra cosa que pedirle a Dios que Él haga, que Él obre, que Él realice, que haga algo o todo por la suerte de la Iglesia en nuestra Patria. Y por eso nos hemos limitado a rezar, esperando que Dios obre. Y todo ello bajo la máscara de una presunta «prudencia». Necesitamos la imprudencia de la osadía cristiana. Los católicos de México, han vivido aislados, sin solidaridad, sin cohesión firme y estable. Ello alienta al enemigo al punto de que hasta el más infeliz policía se cree autorizado para abofetear a un católico, sabiendo que los demás se encogerán de hombros. Más aún, no son pocos los católicos que se atreven a llamar imprudente al que sabe afirmar sus derechos en presencia de sus perseguidores.” Y pensar que lo decía respecto de los enemigos externos. ¿Qué nos diría hoy cuando el principal enemigo está metido en la misma Iglesia Católica, y desde allí manda y ejecuta?
Prosigamos.
Toda esta historia que estamos atravesando y de la que seguidamente expondremos un resiente ejemplo, se traduce en la guerra que libra el modernismo contra la Tradición Católica y viceversa. Denunciar tal guerra, señalarla, te hace perder muchas cosas como amistades, simpatías e incluso amores profundos. En todo sea besada la amorosa mano de Dios.
Los hecho. Monseñor Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata, aparta de una parroquia importante de Villa Elisa, La Plata, a algunos religiosos y religiosas. Un nuevo sacerdote se hará cargo de la iglesia, eso sí, bajo nuevas directivas. Se trata de directivas que vienen recargadas con el plus de la sinodalidad, esto es, de un modernismo aún más expansivo.
Palabras de Mons. Fernández:
“Cuando Jesús dijo ‘que sean uno para que el mundo crea’, expresaba que la comunión eclesial tiene un efecto misterioso: nos sostiene a nosotros y brilla a los ojos del pueblo de Dios. Desgajarse de la comunión eclesial es autoexcluirse de la Iglesia fundada por Jesucristo que se remonta a los Apóstoles por sucesión apostólica. Y al desgajarse de la Iglesia para tener normas propias, doctrina propia, autoridad propia, tarde o temprano se emprende el camino de desaparecer”. Hasta aquí la ya cansadora maniobra del modernismo de hacerse el tradicional, de lanzar la especie de amenaza encubierta de “si no cumplen con lo que proponemos no son de la Iglesia, se desgajan, emprenden el derrotero de la desaparición”. Camelos. Los que han emprendido ese camino de separación de la bimilenaria Iglesia son ellos mismos con sus innovaciones. Ellos son los que ya tienen doctrinas propias nunca jamás vistas en la historia de la Iglesia, como por caso esa esquizofrénica manía de juntarse en actos interreligiosos y de oración con otras confesiones. Búsquenlo, por favor, y si alguien me da una sola prueba de que antes de Concilio Vaticano II algún Papa promovió el falso ecumenismo, o si algún documento del magisterio ordinario universal (MOU) o del magisterio extraordinario lo aprobó, me quedo rendido a sus pies. Pero sencillamente no lo encontrarán, porque no solo no es algo católico, sino que incluso fue condenado. Ahora, ¿a título de que qué siempre anteponen esas adevertencias? Por si aparecen algunos “loquitos” amantes de la Tradición, y de tal forma los atajan: “Oigan… nada de rebeliones, nada de desobedecernos, pues sino están fuera de la Iglesia”. Y les ha funcionado esa moderna táctica, que al tiempo que subvierten el verdadero concepto de virtud de la obediencia, paralizan la acción de futuros opositores.
Y bien… Una vez que Monseñor Fernández dirige palabras para los presuntos tradicionales, veamos qué apertura se da para los modernos, para los amigos de la innovación:
“Entre las orientaciones que da el actual Papa a toda la Iglesia, cada comunidad debe tener las puertas bien abiertas para que entren todos. Y todos significa todos: gays, transexuales, personas llenas de dudas de fe, parejas en segunda unión, personas que no están convencidas de todo lo que la Iglesia dice, incluso ex presidiarios que quizás hayan matado a alguien, adictos. La Iglesia no quiere ser una secta y por lo tanto tiene que tener un lugar para todos. Si alguien está en contra de algunas orientaciones o normas diocesanas o de una parte de la enseñanza de la Iglesia no será catequista o dirigente, pero eso no significa que se le cierren las puertas. A todos en este barrio debe llegar ese rostro amable de una Iglesia en salida que acoge, no juzga, no condena, no excluye. No podemos olvidar algo que repiten varias veces los Hechos de los Apóstoles: que si bien los apóstoles eran perseguidos por algunas autoridades, por otra parte “gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Hch 2, 47; 4, 21.33; 5, 13). Cuando hablamos de una Iglesia sinodal estamos diciendo eso: una Iglesia donde todos pueden ser parte, e incluso colaborar a su manera e incluso opinar. Esa riqueza multiforme que incluya a todo este barrio”.
Lo ven… ¡Wow! Para toda clase de ‘transformación’, de ‘orientación´, apertura total. Ahí todos tienen cabida, nadie estará desgajado, o fuera o siguiendo un camino pronto a desaparecer. Para ellos sí se permite estar “contra alguna enseñanza de la Iglesia”, y solo se le dice que en todo caso “no será catequista o dirigente, pero eso no significa que se le cierren las puertas”. El único apaleado será el amante de la Tradición Católica, él es, según el modernista, el único que irá por un camino de perdición. Para todo lo moderno aparece el discurso acaramelado de “ese rostro amable de una Iglesia en salida que acoge, no juzga, no condena, no excluye”, y para la Tradición sí está el rostro duro de unos modernistas que no acogen, juzgan y excluyen usando su letal arma de la falsa obediencia. Estos modernistas, populistas e incluso filo tercer mundistas, malinterpretando a San Pablo buscan el quedar como “simpáticos con todo el pueblo”. No aman la verdad, aman las simpatías populares. Lo que no dicen es que los Apóstoles, verdaderos católicos, recibían la simpatía del pueblo católico. No rifaban la fe en pos de simpatías baratas. No repartían choripanes ni hacían elogios de alguna Lali Esposito de turno. Toda el moderno desequilibrio social tiene acogida e incluso, según Fernández, pueden “opinar”, y a todo eso se lo llama, ¡fíjense ustedes!, “riqueza multiforme”. Mamita mía. Nótese que no hay un solo renglón destinado al pedido de perdón de aquellos que optan por la contranatura. Nótese que directamente no se habla de contranatura. Nótese, sencillamente, que en pos de ir por sus simpatías populares, le dan una y otra vez la espalda a la verdad.
De estos tales también nos previno Cristo cuando nos dijo que le cierran el camino de la salvación al que logran alcanzar. Este moderno fariseísmo con barniz modernista es el que cierra la puerta a la verdad a quienes desean buscar la Tradición Católica, y eso lo hacen asustándolos y amenazándolos con medidas como la falsa obediencia, y también cierran la puerta a sus hordas de modernos adeptos, porque primará para ellos la mutua simpatía y no la verdad.
Cuando uno ve las direcciones que toman una inmensa mayoría de los hombres de iglesia de estos tiempos, solo levantando un muro de extraordinarias injusticias se puede seguir sosteniendo que Monseñor Marcel Lefebvre y su Fraternidad estaban errados. Debe admitirse que fue un valiente defensor de la fe, un hombre íntegramente católico, que denunció tiempo atrás todo este desmadre que hoy vivimos, y así le fue, le dieron -y aún le dan- con garrote pesado, con la artillería más dolorosa. A los amigos de la Verdad así les va, porque no es el discípulo mayor que su Maestro.
Se lucha por lo que se ama. De alguna manera el luchar o no luchar es indicativo de lo que se ama y de lo que en definitiva no se ama realmente. Tengo algunas diferencias con sacerdotes diocesanos o miembros de órdenes religiosas que dicen amar la Tradición. Sé de muchos sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos muy bien intencionados, los que, más allá de las miserias personales que todos tenemos, buscan vivir cristianamente. Pero considero –y cada vez más la realidad cotidiana lo prueba con claridad- que ninguna lucha es realmente posible bajo la dirección del modernismo. Es un sinsentido del cual hablaré más extensamente en mi próximo escrito.
Hasta el hartazgo lo he repetido y lo seguiré repitiendo: dos errores se han inoculado hasta lo más profundo de las mentes de quienes se tienen por católicos, y son el dejarse arrastrar por un falsa obediencia y el acomodarse en un silencio inútil impropio de un defensor de aquello que dice amar. Ambas cosas las resumo de esta manera: estamos repletos de mercenarios llamados modernistas (principalmente obispos) que golpean a una hermosísima Esposa exigiendo de los súbditos que se unan -¡en nombre de la obediencia- a la golpiza, y muchos de esos súbditos se acomodan en un silencio dañino, y viendo y conociendo de la golpiza no hacen la debida defensa de lo que supuestamente vive su espíritu.
¿Qué enseña San Agustín y Santo Tomás de Aquino sobre lo que algunos hombres de iglesia en la actualidad quieren oír “opiniones” en camino sinodal para seguir acumulando su “multiforme riqueza” (¿?)? Y citando a San Agustín enseñó el Doctor Angélico: “confiesa abiertamente que entre todos los pecados de lujuria ‘el más grave es el vicio contra la naturaleza” (2-2 q. 154 a. 12). Y continua Santo Tomás: “como en el vicio contra la naturaleza el hombre traspasa las leyes naturales del uso de los actos venéreos, en esa materia dicho pecado es gravísimo” (2-2 q. 154 a. 12). Y esto otro: “El orden de la recta razón procede del hombre, más el orden de la naturaleza procede del mismo Dios. Por consiguiente, en los pecados de la naturaleza que violan el orden natural, se comete injuria contra Dios ordenador de la naturaleza. Los delitos cometidos contra la naturaleza –escribe San Agustín- siempre y en todas partes son detestables (…). Aunque todos los hombres obrasen ese mal seguiría pesando el mismo reato impuesto por la ley divina, que no hizo a los hombres para que así obrasen desordenadamente. Con tal pecado se viola la familiaridad que debemos poseer con Dios, ya que se mancha la naturaleza por Él creada” (2-2 q. 154 a. 12). Cuando comparas lo dicho por tales santos y doctores con lo que hoy te enseña el modernismo, surge de manera sencilla e inevitable para todo aquél que no ponga voluntariamente obstáculos en su espíritu en orden a VER LA VERDAD, dónde realmente está lo católico, quiénes están en unidad con la Iglesia bimilineria y quienes se van apartando de ella.
No confundas ni que no te confundan. No creas que ciertos cierres y destierros de órdenes o religiosos son como otros que se dieron en el pasado. En aquellos se trató siempre de cuestiones de política interna, de malas informaciones, de erradas estrategias o lo que fuere. Hoy la persecución es desde dentro y hacia la fe de siempre, en nombre de una seudofe tan demoledora como diabólica.
Acompáñame brevemente en un ejercicio mental que entiendo ayudará a dilucidar bastante de qué hablamos. Mirá. Pongamos dos hombres de Iglesia a dirigir sus palabras a una feligresía. Mirá. Uno se llama Víctor Manuel Fernández, y es obispo de La Plata. El otro se llama Pablo de Tarso, y es obispo de Roma.
Mirá. Fernández dice así a una feligresía de La Plata: “Entre las orientaciones que da el actual Papa a toda la Iglesia, cada comunidad debe tener las puertas bien abiertas para que entren todos. Y todos significa todos: gays, transexuales, personas llenas de dudas de fe, parejas en segunda unión, personas que no están convencidas de todo lo que la Iglesia dice, incluso ex presidiarios que quizás hayan matado a alguien, adictos. La Iglesia no quiere ser una secta y por lo tanto tiene que tener un lugar para todos. Si alguien está en contra de algunas orientaciones o normas diocesanas o de una parte de la enseñanza de la Iglesia no será catequista o dirigente, pero eso no significa que se le cierren las puertas. A todos en este barrio debe llegar ese rostro amable de una Iglesia en salida que acoge, no juzga, no condena, no excluye. No podemos olvidar algo que repiten varias veces los Hechos de los Apóstoles: que si bien los apóstoles eran perseguidos por algunas autoridades, por otra parte “gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Hch 2, 47; 4, 21.33; 5, 13). Cuando hablamos de una Iglesia sinodal estamos diciendo eso: una Iglesia donde todos pueden ser parte, e incluso colaborar a su manera e incluso opinar. Esa riqueza multiforme que incluya a todo este barrio”.
Ahora Mirá. Pablo de Tarso, dice así a los Romanos: “… dejándolos abandonados a los deseos de su corazón, Dios los entregó a una impureza que deshonraba sus propios cuerpos, ya que han sustituido la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a las criaturas en lugar del Creador, que es bendito eternamente. Amén. Por eso, Dios los entregó también a pasiones vergonzosas: sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por otras contrarias a la naturaleza. Del mismo modo, los hombres, dejando la relación natural con la mujer, ardieron en deseos los unos por los otros, teniendo relaciones deshonestas entre ellos y recibiendo en sí mismos la retribución merecida por su extravío. Y como no se preocuparon por reconocer a Dios, él los entregó a su mente depravada para que hicieran lo que no se debe. Están llenos de toda clase de injusticia, iniquidad, ambición y maldad; colmados de envidia, crímenes, peleas, engaños, depravación, difamaciones. Son detractores, enemigos de Dios, insolentes, arrogantes, vanidosos, hábiles para el mal, rebeldes con sus padres, insensatos, desleales, insensibles, despiadados. Y a pesar de que conocen el decreto de Dios, que declara dignos de muerte a los que hacen estas cosas, no sólo las practican, sino que también aprueban a los que las hacen” (Romanos 1, 24-32). Y mirá: ¿quién crees que es realmente católico? ¿Quién en verdad se aleja de la Iglesia Católica y quién no? Mirá. ¿Quién crees que ayudará realmente a la conversión del pecador? ¿El que es amigo de la simpatía y de las aperturas de opiniones malinterpretando a San Pablo, o San Pablo que seguramente no resultará muy simpático por lo que se lee pero que verdaderamente quiere que el pecador odie su pecado para que se amigue con Dios? Está fácil.
Dale. Basta de las cuatro paredes. Basta de la “prudencia” imprudente. Basta de esa falsa expresión “lucho desde dentro” (¿dentro de dónde?), cuando, en verdad, todo queda al fin de cuentas en un haber cedido más y más terreno al enemigo. Basta de solo plegaria secreta, de quejas medrosas y de temblores y espantos (diría Anacleto) ante autoridades destructoras de la fe. Dale. Hace “lío”, pero hacelo contra la seudofe y la seudomoral, no contra la fe verdadera y la moral universal.
“Se nos ha desalojado de todas partes” –dijo el mártir cristero Anacleto González Flores-. Y aquí digo: Eso también es lo que el modernismo continúa haciendo con la Tradición Católica, desalojarla de todas partes. Donde olfatea un poquito de Tradición, se dice así mismo, manos a la obra, a demoler. “No son pocos los católicos que se atreven a llamar imprudente al que sabe afirmar sus derechos en presencia de sus perseguidores” –dijo el mártir mexicano. Obremos la prudencia de Dios y que muchas veces es imprudencia para el hombre, y rehuyamos como de una peste la prudencia del hombre que es una imprudencia para Dios.