Para domingo quince después de Pentecostés
De la doctrina del Evangelio. (Luc. 7.)
Refiere el Evangelio cómo Cristo resucitó al hijo de una viuda, que le llevaban a enterrar en la ciudad de Naim, con igual consuelo suyo y admiración de la ciudad, que prorrumpió en alabanzas y loores del Salvador.
Punto primero. Contempla la imagen que te pone el Evangelio delante de los ojos en este difunto, mozo, rico, bien emparentado, único de su madre amado como tal, heredero de su casa y amortajado en unas andas, que le sacan a enterrar y dejarle con los demás muertos en una triste sepultura. Contempla en todo lo que para el pobre y el rico, el grande y el chico, el noble y el plebeyo, el viejo y el mozo, sin que le valgan las fuerzas, ni las riquezas, ni los parientes, ni los pocos años; porque la muerte a nadie respeta, ni hay hora segura, y tan presto echa mano del mozo en la flor de su edad, como del viejo que está blanco con los años, como la mies madura para la hoz. Esta verdad publicó Dios desde el principio del mundo, en el cual de las cuatro primeras personas que hubo en él, murió primero Abel, que era el menor, para enseñar que el morir no va por antigüedad, y que ni el mozo por mozo, ni el viejo por viejo podían tener seguridad ; lo cual supuesto mírate en este espejo, y vuelve los ojos a ti mismo, y mira que será de tí, y que es infalible morir, y no sabes cuándo ni en qué parte o lugar, y por esto te conviene estar apercibido en todo tiempo y lugar.
PUNTO II. Medita lo que dice san Lucas de este mozo que llevaban a enterrar; mírale, helado, yerto, amortajado, sin vida, en unas andas, en hombros de cuatro que le lloran y llevan a sepultar, dejando acá cuanto tenia, sin sacar de todas sus riquezas más que una pobre mortaja; y considera que lo mismo ha de pasar por ti dentro de muy breve tiempo; que has de morir, y te han de amortajar y llevar en unas andas, clamoreando las campanas, llorando tus amigos, cantando los clérigos haciendo el oficio de difuntos, y te han de sepultar en un hoyo hediondo, y cubrirte de tierra como a los demás difuntos, dejando en este mundo todo cuanto poseyeres y hubieres adquirido.
Mírate despacio allí enterrado, y que todos se vuelven a sus casas a repartir tu hacienda y lucirse con ella; y reconoce la vanidad del mundo y el engaño de los mortales en la estima de sí mismos, y en lo que para todo; y desprécialo todo por amor de Cristo y el bien de tu alma.
PUNTO III. Mira cómo le acompañaba su madre, y mucha gente de la ciudad hasta la Sepultura, porque no les daban licencia para más, y el alma iba sola acampanada de sus obras al tribunal de Dios. Contempla lo que pasa, y cómo las honras de este mundo y todas sus amistades no pasan de la sepultura, y que cuando tú mueras los más amigos tratarán con más veras de sepultarte y sacarte de casa brevemente, y llevarte en compañía de los otros muertos, y dejarte allí a que te pudras, y tu alma ha de ir sola por aquellas regiones no conocidas acompañada de sus obras; las buenas para salvarte, y las malas para condenarte.
Mira pecador lo que quisieras haber hecho entonces; y pues Dios te da tiempo, prevente para lo porvenir y no esperes a entonces, cuando será imposible, y solo te valdrá lo que hubieres hecho ahora. Saca esta conclusión, y haz lo que quisieras haber hecho cuando mueras.
PUNTO IV. Considera cómo viendo Cristo las lágrimas de la madre, le dijo que no llorase, porque le había de resucitar y se había de trocar en breve tiempo su llanto en gozo y alegría: toma esta lección y no te desconsueles por las pérdidas temporales que tan presto se pueden restaurar: ven a Cristo y él te consolará: guarda las lágrimas para llorar tus pecados y los del pueblo, y pídele a Dios con ellas que ponga remedio a tantos males, y resucite los difuntos en el alma con la virtud de su voz y la fuerza de su gracia, y él te consolará.
Padre Alonso de Andrade, S.J