De Washington a Buenos Aires (Mons. Aguer)

La Corte Suprema de los Estados Unidos ha dado un paso de importancia mundial en la lucha contra el “crimen abominable” del aborto. Esta calificación tan dura procede del Concilio Vaticano II (1962-1965), que definió así a la liquidación de los niños por nacer. Esta última expresión, designación “niño” al fruto de la concepción, desde el embrión inicial y en cualquier grado del desarrollo intrauterino, responde a las perspectivas abiertas por las ciencias; pienso en primer lugar en los estudios de embrión del profesor Jerôme Lejeune. Según la doctrina teológica, es el alma espiritual la que preside e impulsa el crecimiento de esa criatura, que ya Platón estimaba que se mueve “desde dentro”. El máximo Tribunal norteamericano, en su actual composición debida al presidente republicano Donald Trump, revocó el histórico fallo Roe vs. Wade, de 1973, que establecía el derecho constitucional de eliminar al fruto de la concepción. Millones de niños perdieron la vida antes de nacer durante ese período de medio siglo, y el influjo de esa política asesina se extendió a todo el mundo. Por eso, la decisión de revocar aquel fallo tiene una dimensión histórica; ya varios Estados del país del Norte han promulgado disposiciones antiabortistas, entendiendo que el caso Roe vs. Wade estaba atrozmente equivocado desde el principio. Efectivamente, no tenía base en el texto constitucional, que fue manipulado, pues para interpretarlo se debía tomar en cuenta la conciencia que reinaba en la sociedad y no solo lo que los constituyentes quisieron decir. Ahora bien, en 1973 la sociedad pensaba mayoritariamente que el aborto estaba mal. Además, aquella decisión que establecía la interrupción del embarazo como un derecho federal, atropellaba las facultades de las legislaturas de los Estados. Ahora, a partir de la revocación, en Oklahoma se prohíbe el aborto después de la sexta semana. Asimismo, la gobernadora de Dakota del Sur planea convocar una sesión legislativa especial “para salvar vidas”. Después de casi 40 años, Michigan propone restaurar la prohibición casi total. En realidad, tratándose de un país confederado, los Estados se encuentran fuertemente divididos ante la cuestión. Una encuesta reciente de ABC News-Washington encontró que poco más de la mitad de los estadounidenses apoyan el viejo fallo permisivo de 1973. Este hecho estadístico muestra el efecto perdurable de una campaña abortista bien urdida y de la legislación favorable; pasará un tiempo todavía para que las nuevas medidas y el trabajo de los grupos “pro-life” modelen diversamente el alma de la sociedad norteamericana.

El Presidente Joe Biden lanzó durísimos ataques contra la Corte Suprema y la acusó de ejercer un poder político que “quita las libertades y la autonomía personal”. El mandatario demócrata es un conocido abortista, aunque sea católico practicante; esa actividad suya lo convierte en un pecador público al que debería prohibírsele la comunión eucarística. Nancy Pelosi, Presidente de la Cámara de Representantes, también abortista, tiene prohibido comulgar en su diócesis, pero lo hace en otra. Este hecho muestra la ambigüedad de la posición eclesial. El presidente Biden no se limitó a criticar a la Corte, sino que ordenó al Fiscal General que reúna una fuerza de abogados voluntarios que defiendan a pacientes, médicos y clínicas en todo el país, y que busquen cómo ofrecer abortos legalmente. Es evidente que interpreta y asume la posición predominante de sectores del Partido Demócrata.

Se ha pretendido afirmar que la juventud quiere la libertad de abortar, y se utiliza la influencia de ciertas figuras públicas, en particular actrices y cantantes –mujeres sobre todo- con llegada a la actual generación, para impulsar a los jóvenes a reclamar la aprobación de la libertad de abortar. En nuestro país, durante la discusión previa a la promulgación de la Ley Nacional 27.610, fue impresionante la ola de pañuelos verdes (símbolo adoptado por el sector abortista). Daba pena ver a las alumnas de colegios católicos identificadas con esa señal. El populismo gobernante, claramente amoral, quiso satisfacer a quienes se plegaron a la moda, mejor aún, ha utilizado a esa parte minoritaria de la población.

La nueva posición de la Corte Suprema norteamericana despertó también en la Argentina a muchos jóvenes y les permitió percibir el mecanismo engañoso empleado por el gobierno para cubrir y ocultar las verdaderas necesidades económicas y educativas, y las cada vez más escasas posibilidades de futuro que se ofrece a la juventud. Es muy triste comprobar cuántos, si pueden, emigran. El reclamo a favor del aborto fue una agitación de la burguesía y de mujeres ideologizadas, universitarias especialmente; llama la atención la incomprensión de los partidos de izquierda y es patético verlos apoyando una posición capitalista. Los pobres, las mujeres pobres, que suelen ser víctimas de la presión social y de la propaganda, no fueron consultados.

El actual presidente argentino es un confeso abortista. Estimo que se considera católico, aunque no parece ser practicante. Hace un par de años, con ocasión de una visita al Sumo Pontífice, participó en Roma de una misa celebrada por un arzobispo argentino, y junto con su actual pareja (Primera Dama, como lo anunciaba antes el ceremonial), recibió la Sagrada Eucaristía. Por varias razones habría que aconsejarle que no lo vuelva a intentar, explicándole claramente el por qué. Es de esperar que no se considere obligado por el mito que hace de la Argentina un país católico. El artículo 2º de la Constitución Nacional prescribe al gobierno federal sostener el culto católico. Pero esa sabia decisión de los constituyentes de 1853, que felizmente ha sido mantenida por las sucesivas reformas, no obliga a los presidentes a practicar este culto, menos ahora, que se ha despojado al cargo presidencial de la obligación de la catolicidad personal del mandatario. Estas ambigüedades son las propias de una confusa identidad nacional; así vamos todavía, a los tumbos.

La lucha contra la amenaza de una ley abortista fue llevada adelante por las instituciones y grupos pro-life, que proclamaron la necesidad de que se dé a todos la posibilidad de vivir; el derecho a la vida es el fundamento de los demás derechos humanos. En agosto de 2018 fracasó el intento de imponer la autorización a interrumpir la vida de los niños en gestación, gracias a la intensa campaña a favor de “las dos vidas”, los hijos y sus madres. En la sesión del Senado nacional del 9 de agosto, el proyecto de muerte fue rechazado por 38 votos contra 31. Pero dos años después, el debate sobre lo que debía ser indebatible se impuso y se concretó en la Ley Nacional 27.610, que autoriza lo que eufemísticamente se llama “interrupción legal del embarazo”. En el primer año de vigencia de esta medida se practicaron 64.164 abortos, más del doble de la mítica cifra de 30 mil presuntos “desaparecidos” durante la dictadura militar (1976-1983). Solo que nadie hizo duelo por esos argentinos asesinados antes de nacer. Recuerdo aquella jornada final, mientras se aguardaba la decisión final del Senado, que debía definir sobre la media sanción favorable de la Cámara de Diputados. Fue una noche de fervor esperanzado en la que se destacaba la presencia entusiasta de miles de jóvenes y de familias, identificados con el color celeste, que era el símbolo distintivo de la posición a favor de la vida. Señalo la presencia de un grupo de pastores evangélicos, con los cuales tuve ocasión de departir, que se destacaron con gran lucidez y valentía en la discusión previa para evitar el paso mortal que la politiquería hizo dar a la legislación argentina.

Ahora estamos en condiciones de nuevo. Así como en Estados Unidos se ha enmendado aquel fallo fatal de 1973, ¿por qué no se podrá lograr que el Congreso, o la Justicia en su máxima instancia, revoquen una ley anticonstitucional y contraria a los hallazgos seguros de las ciencias y a los tratados internacionales que establecen las condiciones personal del embrión y su derecho a la vida? Las buenas noticias que proceden de Washington repican como campanas en Buenos Aires, convocando a renovar la militancia a favor del derecho a la vida desde la concepción y contra la legalización de lo que el Concilio Vaticano II llamó, junto con el infanticidio, crimen abominable.

La triste situación de la derrota no debe paralizar el compromiso de lucha, que impone la ambición de crear en la sociedad la conciencia de la gravedad de lo que se encuentra en juego. La democracia electoralista y mendaz que se practica en la Argentina y que mantiene casi a la mitad de la población en la pobreza, debería exigir que los candidatos se definan claramente antes de cualquier elección: que se atrevan a decir: “yo soy partidario del aborto”, o bien “yo me comprometo a luchar por la derogación de la ley abortista”. ¡Basta de hipocresía!

En la nueva etapa habrá que aprontar los mejores argumentos al servicio de la verdad. Es preciso exponer en lenguaje sencillo las indiscutibles afirmaciones de las ciencias biológicas, como también la realidad del síndrome post-aborto que conocen muy bien psicólogos y psiquiatras, lo mismo que los consejeros religiosos y los confesores, en relación con la condición femenina y su vocación de apertura a la comunicación de la vida. Tampoco hay que descuidar la problemática social y demográfica. Sobre esta última dimensión existen ejemplos notables. Un país abortista como Francia, busca ahora incrementar los nacimientos, como un medio para aliviar la grave cuestión de todo orden que plantea el envejecimiento de la población. Igualmente China ha abandonado la política del hijo único: el incremento de la población nacional es un problema político: es imprescindible para sostener el crecimiento de la sociedad y la grandeza nacional. Este aspecto de la cuestión debería ser de importancia estratégica en un país despoblado como el nuestro; según el censo reciente la proporción poblacional es de 17 habitantes por kilómetro cuadrado. Aunque parezca mentira, el aborto es contrario al patriotismo.

La situación de la mujer debe ser una preocupación fundamental, especialmente las que viven en condiciones desfavorables o atraviesan un embarazo vulnerable. Existe una Red Nacional de Acompañamiento, que tiende una mano amiga en circunstancias de peligro; los grupos pro-life deben incorporar este aspecto de la cuestión de manera que por ejemplo las jóvenes que cursan un embarazo no deseado reciban la ayuda necesaria para llegar al nacimiento de su bebé. En relación con estas situaciones, es preciso simplificar los trámites para la adopción, de modo que siempre pueda ofrecerse esta solución. El respeto y el amor a la vida son sentimientos que encuentran su lugar en una cultura verdaderamente humana.

El Episcopado Argentino persevera en la posición que yo llamo críticamente “extremismo de centro”. Lamentablemente no se puede esperar de él una reacción ante la oportunidad que se abre a partir del cambio producido en Norteamérica. Es lamentable que los obispos no apoyen a los movimientos que trabajan para salvar “las dos vidas”; desconfían de ellos. Militar conta el aborto es considerado “extremismo de derecha”. Claro, es la visión propia de otro extremismo, el “de centro”. No descarto que puedan darse exageraciones en la posición entusiasta a favor de los niños por nacer. Lo que correspondería en esos casos es comprender y corregir pastoralmente. Finalmente, la actitud reticente y aun contraria del episcopado resulta de una desviación ideológica que menoscaba la doctrina tradicional de la Iglesia; expuesta reiteradamente por San Juan Pablo II. En cambio, considero que los cristianos evangélicos pueden plegarse masivamente a la lucha que propongo. No tenemos nada que perder, al contrario; la peor batalla es la que no se empeña. El problema del aborto es primeramente científico y no religioso; sin embargo a él se aplica el mandato bíblico “no matarás”. Si bien el primer planteo de la cuestión ha de ser científico y sociológico, la dimensión religiosa viene a reforzar los otros argumentos y resulta decisiva para los creyentes y para muchísimas personas de buena voluntad.

+ Héctor Aguer

Arzobispo Emérito de La Plata

Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.

Académico de Número de la Academia de Ciencias y Artes de San Isidro.

Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).

Buenos Aires, lunes 29 de agosto de 2022.

Martirio de San Juan Bautista.-


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