Ocurrerunt ei decem viri leprosi… Dum irent, mundati sunt. Le salieron al encuentro diez leprosos, y cuando iban quedaron curados. (Luc. XVII, 12 et 14)
Refiere el Evangelio de hoy, que estando Jesucristo para entrar en una población, le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se pararon a lo lejos y le suplicaron que les curase la lepra. El Señor les dijo que se mostrasen a los sacerdotes; y cuando iban, quedaron curados. Se pregunta: ¿porque pudiendo Nuestro Salvador haberlos curado al instante, quiso que se mostrasen primeramente a los sacerdotes, y después los curó en el camino antes de llegar al Templo? Un autor dice, que previó Jesucristo, que si los curaba desde un principio, permaneciendo en aquel lugar, y conversando con los otros leprosos que les habían pegado la lepra, no tardarían a recaer en la misma enfermedad; por esto quiso, primeramente, que partiesen de aquel lugar, y luego los sanó. Pero valga esta opinión lo que valiere, tratemos del sentido moral que podemos deducir del Evangelio. La lepra es figura del pecado; y así como ella es una mal contagioso, así las malas costumbres de los perversos inficionan a los que se juntan con ellos. Por esto, aquellos leprosos que quieran curarse de la lepra, no curarán jamás de ella si no se separan de las malas compañías, según el salmo que dice: Cum sancto sanctus eris, et cum perverso perverteris (Psal. XVII, 27) que quiere decir: si tratas con el santo, serás santo; si con el perverso, te pervertirás. Oid, pues el asunto del presente discurso: Para vivir santamente, es necesario evitar las malas compañías.
1. Dice el Espíritu Santo, que el amigo de los necios se semejará a ellos: Amicus stultorum similis efficietur. (Prov. XIII, 20). Los cristianos que viven en desgracia de Dios son todos necios y locos, dignos, -como decía el padre Maestro de Ávila-, de ser encerrados en la casa de locos. ¿Y que mayor locura puede darse, que creer que existe el Infierno y vivir en pecado mortal? Pero quien contrae amistad con los necios, se vuelve en breve tiempo semejante a ellos. Por más que oiga todos los sermones de los oradores sagrados, siempre será vicioso, según aquel adagio que dice: “Que muevan más los ejemplos que las palabras”: Majis movent exampla, quam verba. Por esto dijo el real Profeta: Cum sancto sanctus eris, et cum perverso perverteris:Con el santo te ostentarás santo, y con el perverso te pervertirás (Psal. XVII, 27), como hemos dicho antes. Escribe San Agustín que, la familiaridad con los hombres viciosos nos comunica los vicios de que ellos adolecen; por lo cual decía el Santo: Ne a consortio ad vitti communionem trahamur: Huyamos de los malos amigos, no sea que su amistad nos comunique el vicio. Y Santo Tomás añade: que es un medio muy útil para salvarnos el saber a quién debemos evitar: Firma tutela salusti est, scire quem fugiamus.
2. El real Profeta dice: Fiat via illorum tenebræ et lubricum: et angelus Domini persequens eos: Sea su camino tenebroso y resbaladizo, y el ángel del Señor vaya persiguiéndolos. (Psal. XXXIV, 6). Con efecto; el hombre, mientras vive, camina entre tinieblas y por un camino lleno de tropiezos. Si a esto se junta un ángel malo, es decir un mal compañero, que es peor que todos los demonios, que le persiga y empuje hacia los precipicios, ¿cómo podrá evitar la muerte y la eterna condenación? Decía el filósofo Platón: Talis eris, qualis quelis conversatio quam sequeris: El hombre será tal, cuales sean los amigos que tuviere. Y San Juan Crisóstomo nos advirtió, que si queremos conocer las costumbres del hombres, observemos con que amigos trata, porque la amistad, o busca por amigos a los semejantes, o los vuelve tales poco a poco. Esto suele suceder por dos razones: primera: porque el amigo, por complacer a su amigo, procura imitarle. Segunda, porque, como dice Séneca, la naturaleza nos inclina a hacer lo que vemos hacer a otros. Y mucho antes que otro alguno dijo la Escritura: Commisti sunt inter gentes, et didicerunt opr eorum(Psal. CV, 35). Escribe San Basilio, que así como inficiona el aire, que sale de lugares pestilentes, así se contraen los vicios, sin que lo advirtamos, en la conversación con los demás compañeros.San Bernardo observa que, San Pedro negó a Jesucristo mientras estaba hablando con los enemigos del mismo Cristo: Existens cum passionis dominicæ ministris, Dominum negavit.
3. Y en efecto; San Ambrosio dice: ¿cómo podrán inspirar algún amor a la castidad los malos compañeros que sólo respiran impureza? ¿Cómo le inspirarán la devoción a las cosas santas, cuando siempre huyen de ellas? ¿Cómo podrán comunicarle la vergüenza de ofender a Dios, cuando le están ofendiendo sin cesar? San Agustín dice de sí mismo, que cuando trataba con hombres viciosos que hacían alarde de sus mismos vicios se sentía impelido a pecar sin vergüenza, y después se gloriaba de lo mal que obraba, por que no pareciese que era menor que ellos. Por nos advierte Isaías que no toquemos cosa inmunda, al hombre vicioso, porque nos volveremos como él. El que tocare la pez dice el Eclesiástico, se ensuciará con ella, y el que trata con el soberbio, se le pegará la soberbia. Y lo mismo sucede respecto de los demás vicios. (Eccl. XII, 1).
4. ¿Que debemos, pues, practicar para perseverar en la santidad y no abandonar los caminos que nos trazó el Señor? El sabio responde: que no sólo debemos evitar los vicios de los hombres corrompidos, sino también guardarnos de seguir sus pasos y de andar por sus sendas. Es decir, que debemos evitar su conversación, y sus reuniones, sus convites, y todas sus conversaciones, y hasta rehusar sus dones, con los cuales procurarán atraernos para prendernos en las redes en que se hallan envueltos, como nos advierte Salomón en el mismo lugar. Hijo mío -dice- por más que te halaguen los pecadores, no condesciendas con ellos. (Prov. I, 10) ¿Caerá por ventura el pájaro en el lazo tendido sobre la tierra, si no hay quien le arme, dice el profeta Amós? El demonio, pues, se vale de los malos amigos, como de un cebo para prender a tantas almas en el lazo del pecado, como lo advierte Jeremías: Venatione ceperunt me quasi avem inimici mei gratis. Como de ave en el cazadero se apoderaron de mí mis enemigos. (Thren. III, 52) Y añade, que se apoderaron de él sin motivo, como sucede en efecto. Y si no, preguntad uno de esos malos compañeros: ¿Porqué has hecho caer en el pecado a aquél pobre joven con quién solías acompañarte? Por nada, os responderá: quería verle hacer lo mismo que hago yo. Del mismo ardid que se vale el demonio, según San Efrén; luego que ha cogido en su red alguna alma, dice, las convierte en red, cebo o reclamo para engañar a otras: Cum primum captafuerit anima, ad alias dcipiendas fit quasi laqueus.
5. Conviene, oyentes míos, huir como la peste de la amistad de estos escorpiones del Infierno. es, pues, necesario abandonar la familiaridad con hombres viciosos, y no comer ni conversar con ellos a menudo, ya que, como dice el Apóstol, no podamos dejar de tratarlos alguna vez. Pero bien podemos dejar de tener familiaridad con ellos. Los he llamado escorpiones porque así los llama el profeta Ezequiel. ¿Os atreveríais vosotros a habitar entre escorpiones? Pues con el mismo cuidado debéis huir de los amigos escandalosos, que envenenan vuestras almas con sus malos ejemplos y palabras. Los malos amigos, cuando viven con demasiada familiaridad, son los enemigos perniciosos del alma. Por esto dice el Eclesiástico: ¿Quién será el que tenga compasión del encantador mordido de la serpiente que maneja, ni de todos aquellos que se acercan a las fieras? Pues lo mismo digo yo, del que se junta con el malo. Si por el escándalo que nos da quedamos contaminados y perdidos, ni Dios ni los hombres se compadecerán de nosotros, puesto que ya nos avisaron que nos guardésemos de él.
6. Un sólo compañero escandaloso basta para corromper a toda una sociedad de amigos. Por esto asegura San Pablo, que un poco de levadura aceda toda la masa. Y Santo Tomás, explicando estas palabras, afirma que: un pecado de escándalo pervierte a toda la sociedad: Uno peccato scandali tota societas inquinatur. Con efecto; una máxima perversa de un hombre escandaloso es suficiente para inficionar a cuantos la oyen. Los escandalosos son aquellos falsos profetas de que Jesucristo nos amonesta que nos guardemos por estas palabras: Attendite a falsis prophetis.(Matth. VII, 15) Los falsos profetas, solamente engañan con las falsas profecías , sino también con las máximas y falsas doctrinas que causan todavía más daño, porque, como dice Séneca, dejan en el alma ciertas malas semillas que inducen al mal. Es evidente, como demuestra la experiencia, y afirma San Pablo, que las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres de quienes las escuchan: Corrumupunt mores bonos colloqui prava (I, Cor. XV, 33). Jóvenes hay, que rehúsan cometer un pecado porque temen a Dios; pero se acerca a ellos un mal compañero, y les dice lo que le dijo la serpiente a Eva: Nequaquam moriemini. (Gen. III, 4). No morirás; esto es: no temas hacer eso, porque lo hacen muchos; tu eres joven, y Dios se apiada de la juventud: haz lo que nosotros hacemos, y vivamos alegremente. Los que le oyen hablar de este modo, se avergüenzan de no imitarle, y de no ser desvergonzados como él.
7. Sobre todo, debemos estar atentos cuando se enciende en nosotros alguna pasión, y reflexionar a quien debemos pedir consejo. En tales casos, la misma pasión nos inclina a pedírselo a aquel que creemos nos le dará más favorable al fomento de aquella pasión que nos domina. Más de estos consejeros que nos hablan según el espíritu de Dios, debemos guardarnos con mayor motivo que de un enemigo encarnizado; porque la pasión, unida al mal consejo, pueden precipitarnos en excesos horribles. Después que se hubiere calmado la pasión, conoceremos el error en que hemos incurrido, y que el falso enemigo nos ha engañado; más ya no podremos remediar el daño que su consejo nos causara. Al contrario, el buen consejo de un amigo, que nos habla según su conciencia y el temor de Dios le dictan, nos hace evitar todo desorden, y deja nuestra alma en una calma inalterable.
8. Por esto nos advierte el Señor diciendo: Discede ab iniquo et deficent mala abs te: Apártate del hombre perverso, y estarás lejos de obrar el mal. Y en los Proverbios nos dice: No te agrade la senda de los malvados; húyela, no pongas el pie en ella. Dios es el mayor y más antiguo amigo que tenemos, porque nos amó siempre, como nos dice el Profeta Jeremías: Los hombres son amigos nuevos, o por decirlo mejor, de cuatro días, y no debemos dejar al amigo antiguo por seguir los consejos del amigo nuevo, como nos lo advierte la Escritura por esta palabras: No dejes el amigo antiguo, porque no será como el nuevo. Los amigos nuevos no nos aman, sino que nos aborrecen más que los nuevos enemigos; porque no buscan nuestro bien como le busca Dios, sino sus gustos y el placer de buscar compañeros en el mal, especialmente cuando nos ven perdidos, como lo están ellos. Pero, dirá alguno: Yo no puedo separarme de mi amigo, que me ha querido siempre bien, y seré un ingrato si le abandonase. Más, ¡Que bien y que ingratitud! Dios sólo es el que nos quiere bien, puesto que quiere nuestra eterna felicidad. Aquel otro amigo quiere nuestra eterna eterna perdición; quiere que sigamos sus malos ejemplos, y nada le importa que nos condenemos. Por tanto, no es ingratitud abandonar al amigo que nos conduce a la perdición. La verdadera ingratitud es abandonar a Dios, que nos crió; volver l espalda a Jesucristo; que murió por nosotros en la cruz, y quiere nuestra salvación.
9. Por esto debéis huir de esos malos amigos: Sepi aurem tum spinis, it linguam nequam noli audire. (Eccl. XXVIII, 28); y no prestarles oídos jamás, porque sus palabras solas son capaces de causar nuestra ruina, Y así, cuando hablen malamente, armaos de aspereza y reprendedlos, para que no solamente se vean rebatidos en su modo de pensar, sino que enmienden también su mala vida. San Agustín, ¡Cuantos males causan los malos amigos a sus compañeros inocentes! Cuenta el padre Sabatino en su Luz Evangélica, que hallándose juntos un día dos amigos, uno de ellos cometió un pecado por complacer al otro; pero luego se separó de él murió repentinamente. El otro amigo, que nada sabía de su muerte, vió en sueños a su amigo en traje acostumbrado, e iba a abrazarle. Más el amigo se le dejó ver cercado de llamas, y comenzó a maldecir de él, echándole en cara, que se había condenado por su causa. Con esta visión volvió en sí; y escarmentando con la desgracia de su amigo, enmendó su vid; pero entretanto el otro el infeliz se condenó, y no hay remedio por él, ni le habrá por toda la eternidad.
Oyentes míos; ¿queréis salvaros? dejad a los malos amigos que os sirven de tropiezo en el camino de la salvación: buscad al amigo verdadero y antiguo que es Dios; observad sus preceptos, si queréis ser felices y disfrutar para siempre de la gloria eterna.
Amén
San Alfonso María de Ligorio
Sermón para el domingo decimo tércero después de Pentecostés
[Fuente: Ecce Christianus]