
El demonio en su astucia sabe muy bien por que flanco atacar a cada alma y/o al conjunto de almas en cada momento histórico. Flaco servicio hacemos a Dios si no tratamos de desmontar la argucia del maligno aunque la tarea nos cueste sudor y, si, lágrimas (ojalá sean de arrepentimiento y no de rabia). Y tenemos la tarea de quitar la careta de aparente tradición al conjunto de tentaciones orquestadas y ordenadas por el padre de la mentira en su afán infinito de perder las almas o, al menos, obstaculizar su crecimiento espiritual y apostolado. En este artículo pongo mi granito de arena en el trabajo mencionado y aporto, desde mi conocimiento y experiencia (propia y ajena) una denuncia de la ideología, llamemos, “tradi-friki”, que en los tiempos de crisis actual ni está apagando el incendio modernista ni haciendo presente en el mundo el rostro verdadero de la tradición católica. Una ideología repleta además de contradicciones con el mismo fondo doctrinal cristiano. Veamos:
1: Se extiende cada vez más una profusión pseudomística de supuestas revelaciones particulares procedentes a su vez de supuestas apariciones de la Virgen María, de los santos y de los ángeles, y hasta de Nuestro Señor. En redes sociales, sobre todo, se lanzan mensajes osados que interpretan la sagrada escritura (sobre todo el apocalipsis) como si fuera la misma Palabra de Dios y sin autoridad ni potestad alguna. El más estrafalario de todos los mensajes lo tenemos en el llamado “libro de la verdad”, escrito por una falsa vidente inglesa para obtener fondos de los ingenuos que la siguen. Y otros muchos. Olvidan estos “tradi-frikis” que la revelación divina se cerró con san Juan (Apocalipsis) y así está sancionado en el concilio de Trento (ese concilio que adoran y ni se han leído sus contenidos). Y olvidan que una revelación particular precisa la aprobación de la autoridad de la Iglesia. Y cuando uno se atreve a profetizar y/o interpretar la Palabra de Dios a su manera está haciendo lo MISMO que los protestantes.
2: Se postulan determinados carismas y dones que son efecto de la voluntad individual y/o de grupo. Conozco laicos y religiosos muy “tradicionales” que afirman tener el don de la “intercesión”. Se olvida que el ÚNICO intercesor es Nuestro Señor Jesucristo y que de ese don participa la Virgen María, ángeles y santos, y también el sacerdote que actúa en persona de Cristo. Desde posturas que loable respeto a la liturgia, a los sacramentos, se cae en una extraña tentación de simonía espiritual en la práctica que proyecta enorme confusión y/o deformación en las conciencias tanto de los seguidores como de los protagonistas.
3: Se mezclan las llamadas de Dios en almas que no responden a la vocación recibida. Vemos a laicos que viven, o “hacen que viven”, como medio curas; a laicas que hacen igual como si fueran medio monjas, y todo por una supuesta misión recibida de “lo alto”. Se olvida que la misión principal del laicado es la FAMILIA (el matrimonio, la vida y educación de los hijos, el hogar) y que es un DESORDEN completo renunciar a esa misión con la excusa simple de la malicia del mundo, de la crisis de la Iglesia…etc.
4: Se obvia en no pocos casos el mandato divino contenido en Génesis 2, 25 (Dios puso al hombre en el mundo para trabajar). Jesucristo fue un trabajador, carpintero, durante casi toda su vida, y colaboró con su padre putativo san José para mantener a la familia. Jesucristo solo llama a su seguimiento a personas trabajadoras (a los pescadores, al mismo inspector de tributos, al mismo Saulo perseguidor de cristianos!!!) y jamás lo hace a los ociosos o vagos. Y percibimos a veces unos personajes muy metidos en el mundillo tradicional sin oficio claro en su vida y, normalmente, con escasísimo nivel intelectual. La santidad del laico, y esto ha de recordarse con firmeza, radica en santificar su trabajo, su ocupación que ayude al progreso de la sociedad y al bien de su familia. Y de nuevo la simple excusa de la maldad del mundo actual que impide mancharse las manos, o la cabeza, en el ejercicio de una actividad.
5: La pseudo-espiritualidad no basada en el doble mandato de amor (a Dios y al prójimo, que incluye el apostolado) sino en una tortuosa búsqueda de un estado de bienestar sensorial rodeado más de creencias variadas que de verdadera FE. Una actitud que lleva consigo llamadas de atención, más o menos provocadas, para distinguirse de los demás como almas muy llenas de tradición. De esa manera se capta en seguida, por los demás, una artificialidad en la voz, en los gestos, en los supuestos enfados o registros de asombro y condena. Este punto supone una tentación muy recurrente sobre todo entre los sacerdotes, y a veces apunta a una exaltación de niveles secundarios de nuestra vocación (uso de sotana, latinismos, posturas de cura antiguo…) por encima de los niveles fundamentales (ejercicio de caridad, humildad…) con lo que olvidamos aquella exhortación de Nuestro Señor “éstas deberías vivir, sin olvidar aquellas” (Mateo 23,23)
Conclusión práctica: en estos tiempos de crisis (quizás los peores de la historia de la salvación) afirmemos la Tradición Católica sin dilaciones ni recortes, y a la vez advirtamos que el enemigo, el diablo, que busca siempre a quien devorar, debe ser resistido desde la FE (1 Pedro, 5, 8) y no desde una caricatura de fe que el mismo enemigo nos ofrece en una audaz manipulación de las conciencias. Al final miremos la actitud de los santos a lo largo de la historia y ellos mismos nos ofrecen con su testimonio vivo cual es el itinerario querido por Dios para hacer frente al mal: empezar por la propia conversión personal antes que volcar la voluntad en la lucha contra los pecados ajenos (de la gente, de la sociedad, los que haya dentro de la Iglesia); en su total descentramiento del ego, en su caridad y sobre todo su humildad los santos supieron ser fieles a la tradición y colaborar en la salvación de las almas. Hagamos nosotros otro tanto sin caer en las trampas de satanás.