Soy el primer papa que no tomó parte en el Concilio y el primero que estudió teología después del Concilio…»
Así dijo Francisco en julio de 2014.
Menos de dos años después, los frutos podridos de su formación conciliar se harían notar con la publicación de “Amoris laetitia”; la «clave de interpretación» que, según su autor, fue proporcionada por el cardenal Schönborn, quien dijo:
«Para mí “Amoris laetitia” es, ante todo, un evento lingüístico…»
¿Un evento lingüístico?
A primera vista, esta frase inusual me pareció una extraña manera de describir un documento que ha sacudido a la Iglesia en su verdadera esencia.
Tras una investigación más profunda, sin embargo, descubrí que no es una frase de la propia creación del cardenal Schönborn; sino que ha sido utilizada por otros para describir tanto el Concilio vaticano II y la Revolución Francesa.
¡Revolución de verdad!
Como escribí en diciembre, “Amoris laetitia”- al igual que la Revolución Francesa y el Concilio Vaticano II antes de este – es verdaderamente nada menos que una revolución contra el Logos.
Que “Amoris laetitia” sea revolucionaria es bastante obvio, lo que no puede ser tan obvio, sin embargo, es la forma en que algunas de las proposiciones puestas a partir de ella sin duda tienen su origen en una teología conciliar.
Por ejemplo, en “Amoris laetitia” Francisco afirma audazmente que aquellos que persisten en relaciones que se caracterizan por la fornicación y el adulterio pueden a veces «llegar a ver con cierta seguridad moral que es lo que Dios mismo está pidiendo en medio de la complejidad concreta de los propios límites». (AL 303)
Las semillas teológicas para esta noción blasfema (la más despreciable de todo el texto, en mi opinión) se pueden encontrar en lo que es quizás el lugar más inesperado; la Declaración del Concilio Vaticano II sobre la libertad religiosa.
A considerar: la doctrina tradicional de la Iglesia es que el Estado está obligado a dar “cuidado a la religión».
El Papa Pío X escribió:
«Que el Estado debe ser separado de la Iglesia es una tesis absolutamente falsa, un error de lo más pernicioso. Basado en el principio de que el Estado no debe reconocer ningún culto religioso, en primer lugar, es culpable de una gran injusticia a Dios; ya que el creador del hombre es también el fundador de las sociedades humanas, y preserva su existencia como Él conserva la nuestra. Le debemos a Él, por lo tanto, no sólo un culto privado, sino un culto público y social en Su honor. Además, esta tesis es una negación evidente del orden sobrenatural”. (Papa Pio X, Vehementer Nos)
En otras palabras, como una cuestión de justicia, a Dios se le debe un culto público y social, y es el deber del Estado ordenar sus asuntos en consecuencia.
El culto público y social que se debe a Dios no es simplemente el de cualquier religión, sino más bien el de la única verdadera religión de la cual el Papa Leo XIII escribió:
«Ahora bien, no puede ser difícil averiguar cuál es la verdadera religión, si sólo se indaga con una mente seria e imparcial; pues las pruebas son abundantes y notables… De todo esto, es evidente que la única religión verdadera es la establecida por el mismo Jesucristo, y que Él encomendó a su Iglesia para proteger y propagar». (Papa Leon XIII, Inmortale Dei)
El Santo Padre continúo expresando el deber del Estado con respecto a su tratamiento de las falsas religiones de la siguiente manera:
«La Iglesia, en efecto, considera que es ilegal colocar las diversas formas de culto divino en el mismo plano que la verdadera religión, pero no condena por ese motivo a aquellos gobernantes que, en aras de conseguir un bien mayor o de obstaculizar un gran mal, permiten pacientemente que el uso o la costumbre sea un tipo de autorización para cada tipo de religión que tenga lugar en el Estado. «(ibíd.)
En resumen, el Estado puede por el bien tolerar la práctica de ciertas religiones falsas, pero no les puede conceder los mismos derechos que los que pertenecen exclusivamente a la única religión verdadera.
La razón es simple: es objetivamente pecaminoso rechazar la religión que Dios ha revelado en favor de una religión falsa, que es objetivamente mala, y el Estado, cuya autoridad viene de Dios, tiene el deber de actuar en consecuencia.
Como tal, el Estado nunca debe proteger positivamente por derecho lo que es pecaminoso y malo; en este caso, la práctica de las religiones falsas, como si disfrutaran del mismo derecho de propagación y protección que la única religión verdadera.
En esto, uno puede preguntarse, ¿que es «correcto»?
A lo que el papa Leon XIII proporciona lo siguiente:
«Porque el derecho es un poder moral que – como antes hemos dicho y que repetimos una y otra vez – es absurdo suponer que la naturaleza ha otorgado con indiferencia a la verdad y a la mentira, a la justicia y a la injusticia … Por esta razón, si bien no se concede ningún derecho a nada, hay que guardar lo que es verdadero y honesto, que no prohíbe la autoridad pública a tolerar lo que está en desacuerdo con la verdad y la justicia, en aras de evitar algún mal mayor, o de obtener o conservar un bien mayor. Dios mismo en Su providencia, aunque infinitamente bueno y poderoso, permite que el mal exista en el mundo, en parte, para que el bien mayor no pueda ser impedido, y en parte para que el mal mayor no pueda producirse». (Leon XIII, Libertas)
Esta enseñanza, junto con otras, a menudo se ha parafraseado al decirse «el error no tiene derechos».
Esto es simplemente otra forma de decir que Dios ciertamente no desea nada que no sea cierto y honesto (es decir, el pecado y el mal), por lo tanto, este tipo de cosas no tienen derecho de expresión, sino simplemente pueden ser tolerados, y sólo por el bien común.
El Concilio, en marcado contraste con todo lo que se ha dicho hasta el momento de la doctrina tradicional, audazmente declaró:
«El derecho a la libertad religiosa tiene su fundamento en la dignidad misma de la persona humana tal como se le conoce por la palabra revelada de Dios y por la razón misma. Este derecho de la persona humana a la libertad religiosa ha de ser reconocido en la ley constitucional de la sociedad y por lo tanto, debe convertirse en un derecho civil». (Dignitatis humanae 2)
En otras palabras, la práctica objetiva de pecado de la religión falsa, según el Concilio, debe recibir la protección de la ley; la misma que se debe a la verdadera fe.
Al proponer que el Estado debe otorgar tal derecho a falsas religiones (es decir, aquello que «está en contradicción con la verdad y la justicia» y por lo tanto el mal), el Concilio está enseñando implícitamente que tales cosas son ciertamente deseadas por Dios en lugar de ser simplemente toleradas por él.
Esta, mis amigos, es la teología fatalmente defectuosa en la que se formó Jorge Bergoglio.
En “Amoris laetitia”, Francisco simplemente hace explícito lo que se enseñaba de manera implícita en “Dignitatis Humanae” sobre la voluntad real de Dios con respecto al pecado al aplicarlo a las llamadas «situaciones irregulares»:
Los que persisten en las relaciones que se caracterizan por la fornicación y el adulterio pueden a veces «llegar a ver con cierta seguridad moral que es lo que Dios mismo está pidiendo en medio de la complejidad concreta de los propios límites» (AL 303)
Con todo esto en mente, ¿quién puede sorprenderse de encontrar que el programa de «integración» del «divorciado y vuelto a casar civilmente» en la vida parroquial (por ejemplo, véase AL 299) se está expandiendo rápidamente en lo que es, para todos los intentos y propósitos, un «derecho» a la sagrada comunión?
Como escribí en diciembre en el post vinculado anteriormente, la crisis que aqueja a la Iglesia en nuestros días no comenzó con Francisco, está simplemente floreciendo bajo su mirada como nunca antes.
Librar a la iglesia de Francisco, mientras que es algo deseado, equivaldría sólo a tratar un síntoma especialmente desagradable, mientras que la enfermedad en sí, el Concilio Vaticano II, sigue sin abordarse.
El pútrido estado actual de las cosas sólo empeorará hasta que la Iglesia suficientemente caiga de rodillas para finalmente cumplir con la solicitud de la Virgen de Fátima; momento en el que bien podemos esperar que el cielo responda con la efusión de gracias necesarias para sofocar el levantamiento conciliar de una vez por todas.
Louie Verrecchio
(Traducido por Rocío Salas. Fuente original)
Fuente original: https://akacatholic.com/dignitatis-humanae-theological-seeds-for-amoris-laetitia/
Traducción: Rocío Salas