Ocurre en Gran Bretaña. Ella, una joven nigeriana, es sin duda una discapacitada psíquica: de veinte años, tiene la edad mental de una niña de colegio primario. Está encinta, ya en la 22ª semana. No se sabe si voluntariamente o no y la Policía está aún investigando al respecto. En todo caso es católica, no tiene la intención de abortar. Absolutamente no. Y también su madre, asimismo católica, se opone, asegurando que quiere hacerse cargo en persona del nieto. Pero el Juzgado de Protección no está de acuerdo: la jueza, Nathalie Lieven, estableció que el hijo en el seno de la joven debe ser matado. Y ordenó a los médicos a que procedieran y dieran ejecución a la sentencia.
Una sentencia de muerte para una criatura inocente. La misma jueza definió su medida como una «enorme intromisión», aunque se asombró que la joven entendiera lo que significara dar a luz un niño; en todo caso declaró que debía «actuar pensando en los intereses» de la veinteañera, «no sobre la base del punto de vista de la sociedad respecto al aborto». Por lo tanto, matar al hijo contra la voluntad de la madre (y de la abuela) sería «actuar de acuerdo con sus intereses»… ¡Atroz!
En apoyo de la jueza, además, llegó el dictamen de los médicos del Servicio Nacional del Reino Unido, que tuvieron a su cargo la joven. También para ellos, abortar sería para ella menos traumático que dar a luz, especialmente si su criatura fuera destinada a una familia adoptiva. Al coro filo-abortista se unió también una asistente social. Para todo esto hay sin embargo una razón. Una horrible razón. La jueza, Nathalie Lieven, es una notoria abortista radical.
En el año 2011 formaba parte del Servicio Británico de Consultoría sobre la Gravidez, una de las tantas entidades en condiciones de proponer a sus jóvenes clientes únicamente el aborto come escalofriante resolución final. Lieven, ya en aquella época, estaba convencida que las mujeres deberían ser puestas en condiciones de abortar en su propia casa y no en una clínica. Cinco años después lanzó fuego y llamas contra las leyes restrictivas sobre el aborto, en la época en vigencia en Irlanda del Norte: las acusó de violar las normas sobre los derechos humanos del Reino Unido, comparándolas a las de la tortura y a formas de discriminación.
En el 2018, a instancias de la Alta Corte de Justicia, llegó a ocuparse de derecho familiar. Y ahora hela aquí juzgando acerca del futuro de esta joven discapacitada y de su hijo. Con tal curriculum vitae hay que preguntarse si la jueza Lieven es idónea para un caso como este.
Resulta evidente cuán ideológico es el ataque en curso a la vida a nivel mundial. No es menos cierto, sin embargo, que no faltan tampoco las luces. Por ejemplo, va decididamente contracorriente el sorprendente éxito alcanzado por Unplanned la película que narra la conversión de Abby Johnson, de exitosa directora y administradora de una clínica abortista afiliada a Planned Unplanned a activa y convencida militante pro-life. En el box office de los Estados Unidos Usa Unplanned recaudó, en las primeras ochos semanas de programación en las salas cinematográficas, 18,1 millones de dólares y 6,1 en el primer fin de semana.
La película no discute, muestra. Y ha sido esta, tal vez, la razón de su suceso. No hace teorías, propone situaciones concretas, reales, cotidianas, regadas por la sangre de niños inocentes. Enciende los reflectores sobre verdades desconcertantes, quizás no siempre vistas por la opinión pública en su trágica realidad, a partir de los hechos. Más bien del hecho que ha cambiado la vida de Abby Johnson. Era una tarde, estaba en el interior de la clínica que ella dirigía. Es llamada a la sala de operaciones. Pide tener el dispositivo que permite al médico ver la imagen ecográfica del seno materno. Asiste en directo a la matanza del pequeño, indefenso e impotente. Primero lo ve reposar, sintiéndose seguro en el vientre de su madre. Después lo ve reaccionar con todas sus fuerzas al dispositivo de aspiración. Lo que sigue fue un horrible, deshumano, inenarrable calvario. Los restos del niño se habían transformado, en pocos minutos, en una terrorífica y silenciosa masa informe. Abby Johnson no se contuvo. Corrió al baño para vomitar. En aquel momento decidió dejar Planned Parenthood y dedicar su vida a combatir el aborto.
Comenzó a comprender que todo cuanto le habían dicho sus padres y su marido, convicto pro-life, era verdadero. Era absolutamente verdadero. Hoy Abby Johnson nutre un sueño, una esperanza, es decir, que viendo a través de esta filmación aquello que ella misma vio en primera persona, mucha gente pueda reflexionar y llegar a su misma conclusión: nunca más el aborto.
Con las leyes actualmente vigentes en Nueva York, en Delaware y en muchos otros Estados en el mundo, es posible matar a un niño en el vientre materno en cualquier momento de la gravidez. El mensaje, que llega de Unplanned a través de la gran pantalla abre los ojos sobre aspectos de la ideología pro-choice, probablemente no dados todos en su gravedad: si un niño es deseado, se hace fiesta; si no es deseado se lo mata y se lo tira en la basura.
Es decir, estamos frente a auténticos infanticidios sancionados por la ley, protegidos por el Estado. Ver todo esto en la película Unplanned ayudó a muchos a reflexionar y a rever sus propias convicciones respecto al aborto. No obstante el insistente boicot de los medios e instituciones. Más bien precisamente por ello. La gente está harta de los eslóganes. La gente quiere comprender.
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