
El P. Longenecker es autor de varios libros excelentes. Hace años me gustó mucho y me resultó muy provechoso su libro sobre San Benito y Santa Teresita del Niño Jesús, y el estudio que publicó hace poco sobre la veracidad histórica de los Reyes Magos es muy interesante.
Pero parece que en lo que se refiere a liturgia no da la talla. Cada una de las afirmaciones que expresa en su artículo Twelve Things I Like About the Novus Ordo Mass (doce cosas que me gustan de la Misa Novus Ordo) puede refutarse y ha sido refutada en los abundantes trabajos publicados sobre el tema, de los que no parece tener ni idea. En realidad, el artículo denota un conocimiento mínimo de la historia, proceso y contenido de la reforma litúrgica (que, por ejemplo, está bien documentado en esta biografía de Anibale Bugnini) y de la riqueza que, en contraste, posee la liturgia tradicional.
Examinemos una por una las doce afirmaciones del P. Longenecker, que hemos destacado en negrita:
1. Es accesible. Cuando la liturgia está en la lengua vernácula la entiende mejor el pueblo. ¿Qué puede haber de malo en ello?
Es característico del racionalismo que informa el movimiento litúrgico (basado en sus precursores de la Ilustración) dar prioridad a que se entiendan las palabras por encima de un entendimiento más sintético y cabal del misterio de la Fe, que convoca a todos los sentidos y apela tanto al corazón como al intelecto. El empleo del latín, además de ser ni más ni menos lo que ha tenido la Iglesia durante más de 1500 años, genera un ambiente sobrenatural y sagrado que invita a la meditación y la adoración.
No sólo eso. Aspirar a que se entendiera más fácilmente llevó a los reformadores a bajar el nivel y simplificar buena parte del contenido de la Misa para que no fuera tan difícil. ¿Cuál es el elevado precio que hemos tenido que pagar por la perogrullesca accesibilidad del Novus Ordo? La superficialidad y el aburrimiento. Está tan alcance que no se puede agarrar, como diría P.G. Wodehouse. Por eso hay un nuevo género de libros de autoayuda para no aburrirse en Misa y existen movimientos juveniles para animar el Novus Ordo. Esto contrasta con la Misa Tradicional en latín, que es elevada y sublime, y proporciona al feligrés desafíos a la altura de su dignidad racional y destino sobrenatural, y le descubran todo un panorama de descubrimientos en las oraciones y gestos de siempre.
Por último, nadie que sepa leer es incapaz de usar un misal diario en el que puede encontrar la traducción de todas las antífonas, oraciones y lecturas; eso sí, sin ningún intento oficial de traducir los intraducibles textos latinos antiguos, evitando así las interminables polémicas sobre qué estilo y registro de la lengua vernácula conviene emplear en la liturgia. Las oraciones principales de la Misa son fijas y se repiten semana tras semana, por lo que no es difícil seguirlas, como se puede observar en los niños de ambos sexos que asisten a la Misa tradicional en latín.
2. Es flexible. Debemos honrar el latín como lengua de la Iglesia, y es bastante fácil integrar un poco de latín, o mucho, en la Misa Novus Ordo. Es igualmente flexible en lo musical. No hace falta que cualquiera salga y se ponga a cantar, ni tocar rock ligero. Aprendan canto gregoriano y polifonía. Se adapta bien.
La idea de que la liturgia es cuestión de gustos y se puede escoger entre diversas opciones es ajena al desarrollo histórico de la liturgia cristiana en Oriente y en Occidente, el cual ha tendido siempre a un carácter más definido, coherente y estable de los textos, cantos y ceremonias litúrgicos. La liturgia es una representación ritual en el que los actores pierden su individualidad y se convierten en personajes aptos para los misterios representados. No se debe ver al sacerdote como alguien que preside y da color a la escena, sino como el guardián de un tesoro que ha recibido y presenta humildemente a los fieles. A éstos, a su vez, les resulta más fácil rezar cuando la liturgia es fija y pueden participar siempre de la misma rutina sagrada. Esta cualidad intrínseca de la buena liturgia brilla intencionalmente por su ausencia en el Novus Ordo.
En concreto, ¿cuál es la consecuencia de esta flexibilidad? Podemos escoger el Canon Romano, que es lo que distingue al Rito Romano, o una oración eucarística basada en una falsa anáfora escrita por el pseudo Hipólito y acabada en una servilleta en el Trastévere. Podemos elegir entre una forma de canto que se desarrolló durante mil años junto con el rito, y la melodía con acompañamiento de piano que se le ocurrió a un jesuita que colgó los hábitos. Podemos elegir entre la Misa cad Orienem conforme a la tradición apostólica (de lo cual dan fe San Basilio y otras fuentes), o probar suerte con el novedoso método de decir la Misa formando un círculo versus populum. Podemos optar entre que los fieles se pongan en fila para comulgar en la mano como quienes hacen cola para tomar el autobús, desparramando partículas del Cuerpo de Cristo, yo que se coloque al Señor sobre la lengua de files postrados en postura de adorar. ¡Cuánta flexibilidad! Al Diablo le encanta, porque suele redundar en favor de él.
Semejante flexibilidad ha eliminado, a todos los efectos, la distinción entre Misa rezada, Misa cantata y Misa solemne. En la práctica, uno suele encontrarse con una extraña mezcla de elementos propios de la Misa rezada y la solemne sin un orden o jerarquía discernible.
He hablado de los peligros espirituales de esta flexibilidad en una charla titulada Liturgical Obedience, the Imitation of Christ, and the Seductions of Autonomy (aquí encontrarán la grabación completa, y una parte de la cual pueden encontrar aquí.)
3. Puede celebrarse en cualquier sitio. Por mucho que nos guste la belleza de la arquitectura, la música, las vestiduras y los órganos de tubos, hay ocasiones en que la Misa se celebra en un campamento, una cárcel, un campo de batalla, una choza, un país de misión, una montaña o la playa. La sencillez del Novus Ordo facilita su celebración en esos casos.
Probablemente sea éste el más endeble de los doce argumentos, si tenemos en cuenta que millares de los más grandes misioneros que ha tenido la Iglesia, así como los capellanes de numerosas guerras (incluidas las dos grandes contiendas mundiales, lo cual atestiguan innumerables fotos), celebraron exclusivamente la Misa Tradicional llevando en la mochila cuanto necesitaban para ello.
Es más, entre las objeciones planteadas por los obispos misioneros en el Concilio Vaticano II estaba que la reforma litúrgica propuesta multiplicaría enormemente la cantidad de libros necesarios para la liturgia. Para que un sacerdote celebre íntegramente la Misa tradicional en latín le basta con tener un sólo misal en el altar. En cambio, si se quiere celebrar la nueva liturgia de una manera aceptablemente completa, hacen falta el misal, el leccionario y el gradual o antifonario. Una Misa cantada exige toda una biblioteca, como sé por mi experiencia de muchos años dirigiendo un coro en el Novus Ordo.
En este enlace podemos ver una galería de fotos de sacerdotes celebrando la Misa Tradicional en latín al aire libre. En ellas se ve lo bien que se puede hacer, incluso es excursiones con mochila que duran bastantes semanas. Además, como dice Martin Mosebach, en realidad la diferencia no está en la arquitectura sino en la Misa. La gran Misa católica de la Tradición toma posesión del lugar donde se celebra, se adueña de él, mientras que el Novus Ordo reduce una magnífica catedral a su paupérrimo simplismo. Por eso se ve tan fuera de lugar en los grandes templos de otros tiempos.
Algo que debería hacernos reflexionar es que los presos acojan de forma tan positiva la Misa en latín. He recibido una carta de un preso de Luisiana que reza el breviario tradicional y ha solicitado oír semanalmente la Misa en latín. ¿Acaso los presidiarios no merecen también algo que es hermoso, rico y profundo, y no responden positivamente? En el mundo moderno sobran compendios, atajos, bebidas dietéticas y comida al paso; nos sería de más provecho la versión original, la ruta panorámica, el alimento más nutritivo.
4. Se leen más las Escrituras, y en un idioma que el pueblo entiende. ¿Qué puede haber de malo en que se le hagan llegar más textos de la Sagrada Escritura?
En circunstancias normales, es mejor que el pueblo cristiano esté mejor familiarizado con las Escrituras. Pero no siempre es así.
Para empezar, el nuevo leccionario está tan atiborrado de textos escriturísticos que impide familiarizarse con ellos, mientras que el antiguo (antiquísimo en realidad) presenta una cantidad más limitada de lecturas de una duración óptima y litúrgicamente adecuadas, lo cual contribuye a que los fieles se familiaricen con ellos. Dado que la Misa no es un estudio de la Biblia, y que tampoco se le puede exigir a ningún católico que adquiera un conocimiento integral de las Sagradas Escrituras a partir de la liturgia (incluso el leccionario nuevo sólo tiene un 13,5% del Antiguo Testamento y un 54,9% del Nuevo sin contar los Evangelios), afirmar que es mejor leer más las Escrituras es una pura petición de principio.
En segundo lugar, a pesar de lo intencionalmente limitado que está, presenta innegablemente más de las duras doctrinas de la Biblia. No vacila en hablar de la ira de Dios, de la maldad del pecado ni del peligro de las comuniones sacrílegas en pasajes que suelen estar excluidos del nuevo leccionario a pesar de su extensión considerablemente mayor. Dicho de otro modo: el nuevo leccionario suprime porciones de las Escrituras que resultan indigestas al hombre moderno. Por eso, en realidad presenta menos del mensaje total de las Escrituras, así como la Liturgia de las Horas ofrece un Salterio reducido, expurgado de todo lo políticamente incorrecto.
En este enlace podemos encontrar seis argumentos importantes sobre lo deficiente que es el nuevo leccionario. Aquí, una explicación sobre la naturaleza de las omisiones y distorsiones. Y aquí un caso concreto de lo que ha significado la supresión de 1ª a los Corintios 11, 27-29.
5. Se ha restablecido la procesión del Evangelio. Trasladar el libro de un extremo a otro del altar no es en realidad una procesión. En el rito de Sarum –rito antiguo inglés– se hacían varias procesiones, y una de ellas era la del Evangelio. Me alegra que se haya restablecido esa antigua costumbre.
En su forma normada, la Misa Solemne, el rito antiguo posee una magnífica procesión del Evangelio que se inicia en el altar mayor y llega hasta la parte delantera del presbiterio, donde el diácono canta el Evangelio mirando hacia el norte para simbolizar la evangelización del mundo de la incredulidad. Incluso en una Misa cantata, la transición del lado de la Epístola al del Evangelio va acompañada de velas, incienso y una alteración evidente de la tonalidad del canto, marcando con ello un momento importante de la liturgia. En comparación, el rito del Novus Ordo es raquítico.
El P. Longenecker da a entender que la Misa rezada diaria es el epítome o la medida de antiguo Rito Romano, cuando en realidad no es más que una versión devocional monástica del mismo. Con todo, aun en la Misa rezada la transición de la Epístola al Evangelio mediante el gradual y el aleluya, la profunda inclinación en el centro y la invocación del profeta Isaías –todo ello realizado en el altar del sacrificio, donde el Verbo se eleva como grata fragancia para el Padre, manifestando de forma patente la unidad intrínseca entre la liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística, así como la subordinación del uno al otro. Sigue siendo mucho más impresionante que ver a un sacerdote que se dirige al atril para leer el Evangelio en un lenguaje aguado.
6. Las oraciones de los fieles. Son frecuentes los abusos, pero cuando están bien redactadas y son apropiadas ayudan mucho a dirigir las oraciones.
Este punto nos brinda la oportunidad de indicar la debilidad de Longenecker, debilidad que comparte con todos los que manipularon la liturgia a mediados del siglo XX: que si a alguien se le ocurre una buena idea hay que incorporarla a la liturgia. Da igual cómo se haya venido haciendo desde tiempos inmemoriales; nuestras buenas ideas merecen una oportunidad, ¡y mediante decreto pontificio, nada menos! La Oración de los fieles se añadió a la Misa basándose en teorías eruditas que sostenían que en los primeros tiempos del cristianismo siempre se hacían esas intercesiones, que se encuentran en todo su esplendor en la liturgia del Viernes Santo. Sin embargo, estudios más concienzudos sostienen que, como dicta el sentido común, la Misa del Viernes Santo no es un modelo para las demás.
En todo caso, no hay pruebas de que en la liturgia romana hubiese extensas letanías o intercesiones por el estilo de las del rito bizantino. Casi todas las cosas por las que pedimos ya están incluidas en el Canon Romano y en varias otras partes de la Misa. La Oración de los fieles no es más que otra novedad insertada en la misa porque a los expertos les pareció una buena idea. Como señaló más de una vez Joseph Ratzinger, es peligroso hacer depender la liturgia de teorías académicas que cada cuarto de siglo más o menos son sustituidas por otras.
7. Se ha restablecido la procesión del Ofertorio, que es una parte antigua de la liturgia en la que el pueblo de Dios llevaba las ofrendas al altar. Es hermoso que se reinstauren tradiciones ancestrales.
Tal como la ideó el Consilium, la procesión del Ofertorio guarda poca semejanza con ningún precedente histórico en Occidente. Es una creación fantasiosa libremente basada en la costumbre de que el pueblo aportara pan y vino antes de que comenzase la celebración (Véase el artículo de Paul Bradshaw Gregory Dix and the Offertory Procession). En su forma actual parece más bien otra forma de asignar tareas a laicos desocupados.
Por otra parte, Pío XII advirtió en su encíclica Mediator Dei (1947) a los liturgistas contra el «excesivo e insano arqueologismo» de quien «en materia litúrgica (…) deseara volver a los antiguos ritos y usos, repudiando las nuevas normas introducidas por disposición de la divina Providencia y por la modificación de las circunstancias». Es decir, que el solo hecho de que algo se hiciera hace mil años o más no es un motivo de peso para reinstaurarlo en la actualidad, pues sin duda adoptaría un significado diferente en razón del contexto en que se realizaría. El mismo pontífice explicó:
«Una costumbre antigua no es ya solamente por su antigüedad lo mejor, tanto en sí misma como en relación con los tiempos sucesivos y las situaciones nuevas. (…) No es prudente y loable reducirlo todo, y de todas las maneras, a lo antiguo. Así, por ejemplo, se sale del recto camino quien desea devolver al altar su forma antigua de mesa; quien desea excluir de los ornamentos litúrgicos el color negro; quien quiere eliminar de los templos las imágenes y estatuas sagradas; quien quiere hacer desaparecer en las imágenes del Redentor Crucificado los dolores acerbísimos que El ha sufrido; quien repudia y reprueba el canto polifónico, aunque esté conforme con las normas promulgadas por la Santa Sede.»
Es curioso que todos los ejemplos aportados por Pío XII de apartarse del buen camino resultaron ser característicos de la reforma litúrgica mientras se ponía por obra en todas partes sustituyendo el altar que miraba ad orientem por la mesa cara al pueblo, eliminando el color negro para las misas de difuntos, suprimiendo imágenes, instalando cruces extrañas y repudiando la polifonía.
El P. Longenecker lamenta que se hayan perdido tan significativas costumbres, ya que es partidario de la reforma de la reforma. Pero muchos de los argumentos que aduce parten precisamente del supuesto de que el falso arqueologismo ha acarreado la pérdida de muchos rasgos distintivos del catolicismo en favor de prácticas supuestamente más antiguas. Sustituir lo que ganamos en la Edad Media y el Barroco por reconstrucciones dudosas y siempre selectivas de la antigüedad es propio del intelectualismo litúrgico. Siempre queda mejor en el papel que en la realidad.
8. Las oraciones del Ofertorio nos remiten a las oraciones judías que debió de rezar Jesús en la Última Cena. ¿Es malo eso?
Me deja perplejo. El falso ofertorio judío del Novus Ordo es un invento que no guarda la menor relación con los ofertorios de los ritos oriental y occidental de antes de 1969. Tampoco debería sorprendernos que en su desarrollo a lo largo del tiempo los ritos cristianos no se remonten a textos judíos íntegros en busca de inspiración, no digamos a textos concretos.
En realidad, la intención del Consilium era derogar todas las oraciones del Ofertorio y que éste se limitase a un gesto simbólico de alzar el pan y el vino. Pablo VI puso reparos a la falta de texto y pidió que se hiciera un borrador (ya que al parecer entre los artífices del nuevo rito había consenso en que lo que la Iglesia había rezado durante unos mil años estaba claramente mal). Resultó oportuno echar mano de la mesa judía de las bendiciones. ¡Shabat shalom!
¿Cómo es posible que alguien tan talentoso como el P. Longenecker no caiga en la cuenta de que construir la liturgia de ese modo origina graves problemas, cuando la liturgia siempre ha sido la oración conjunta de la Iglesia transmitida de generación a generación, y enriquecida por la devoción de cada una de ellas? Era inconcebible eliminar una parte importante del rito para sustituirla por algo que nunca tuvo vigencia entre los cristianos, y tiene que seguir siendo así.
9. Es flexible. Ha sido inevitable que se introdujeran abusos, pero eso también quiere decir que se pueden mantener todas las costumbres y tradiciones. El papa Benedicto quería que el Rito Extraordinario informara la celebración del Ordinario. De modo que éste se puede celebrar ad orientem,con comulgatorios, con los fieles recibiendo la comunión en la boca y de rodillas, con acólitos bien preparados y con música, vestiduras, arquitectura e imágenes de calidad. Puede ser insípida y sosa, pero también puede celebrarse con grandeza y esplendor.
En cierta forma equivale a decir: «Nuestra democracia permite la Marcha por la Vida mientras financia organizaciones aborteras». No; lo que eso demuestra que la organización política de nuestro país ha fracasado estrepitosamente en lo que se refiere a observar la Ley Natural y promover el bien común.
Del mismo modo, que el Novus Ordo ofrezca un cúmulo de posibilidades que cada comunidad eclesial puede poner en práctica según entienda lo que es bueno y conveniente no constituye un perfeccionamiento; es síntoma de incoherencia interna, anarquía y relativismo. Los ritos tradicionales de la Iglesia obedecen a unas normas de larga tradición que exigen (aunque no siempre sean garantía de ello) un culto serio, reverente, ordenado y teocéntrico. Gracias a ello, puedo ir a cualquier parte del mundo y asistir a una Misa tradicional en latín sabiendo qué voy a ver y oír. Los mismos textos, los mismos gestos, el mismo comportamiento, la misma religión católica. En tanto que el celebrante se atenga a las rúbricas, la Misa estará centrada, será edificante y habrá un ambiente de oración. Lo trágico es que no se puede decir lo mismo del Novus Ordo.
10. Himnos. Ya sé que son una innovación protestante moderna… es discutible. Pero en sí, son unos cantos excelentes que ayudan a los fieles a levantar el corazón a Dios manifestando su fe, y contribuyen a la catequesis. Como complemento de la liturgia pueden ser muy útiles.
Esto es un eufemismo. Los himnos no son patrimonio exclusivo del Novus Ordo. En las comunidades eclesiales que celebran la Misa Tradicional en latín se cantan en muchos casos himnos procesionales los domingos, antes del Asperges, y otro himno después del Último Evangelio. Lo de los cuatro himnos entre medio procede de una frase de mal gusto del Movimiento Litúrgico en el que lo ideal para algunos sacerdotes (sobre todo en EE.UU.) era decir una Misa rezada con un himno de entrada, otro al Ofertorio, otro en la Comunión y otro para concluir, que se habían insertado para que participasen los fieles. ¿Le suena?
La realidad es que los himnos se iniciaron en el Oficio Divino, que es lo más apropiado para ellos. Cada hora de Maitines a Laudes, pasando por Prima, Tercia, Sexta y Nona, hasta Vísperas y Completas, tiene su himno. Este corpus de poesía y música es de los más ricos que poseemos los católicos, y casi nadie lo encuentra de forma habitual. Por lo visto los pastores de almas no se han tomado en serio la recomendación del Concilio de que se enseñase a los fieles la celebración pública cantada de la Liturgia de las Horas.
Por otro lado, la idea de parafrasear la Escrituras o escribir poesía de devoción para que la cante una congregación durante la Cena del Señor es indudablemente un invento protestante que tienden a comunicar cierto aire protestante a la liturgia eucarística, que es lo que querían los ecumenistas que lo proponían. Disculpe, padre Longenecker; da igual lo bonitos que sean los himnos. La Misa católica tiene sus propios himnos, el Gloria y el Sanctus, así como su música autóctona: las antífonas gregorianas y partes de la Misa, o bien las adaptaciones polifónicas que se han hecho a lo largo de los siglos.
El objeto de la Misa no es catequizar ni fomentar la alabanza (en el sentido que dan los carismáticos a esta palabra), sino dar culto al Dios Trino mediante el sacrificio de Jesucristo. Nadie lo ha explicado mejor que el P. Christopher Smith en este artículo y en su continuación. La liturgia no necesita nada que la complemente; lo que hay que hacer es celebrarla con integridad y pureza, porque así tendrá más efecto. Es indudable que hay otras ocasiones en que se pueden cantar himnos para realzar.
11. Al ser tan accesible es más eficaz para evangelizar. Ya sé que la finalidad principal de la Misa no es evangelizar, pero cuando los conversos en potencia empiezan a asistir a Misa, si entienden los textos y los gestos se les facilita la entrada en la Iglesia y el proceso se vuelve más acogedor.
Me decepciona que el P. Longenecker repita como un loro los típicos argumentos de los liturgistas, que siempre dan por sentado que los futuros conversos buscan contenidos racionales expresados de palabra. Ya hemos hablado de esto más arriba. Nos limitaremos a señalar que el tradicionalismo es ante todo un movimiento juvenil (para empezar, véase aquí, aquí y aquí). Cualquiera que visite dichos enlaces observará que las congregaciones que ofrecen la Misa tradicional atraen una cantidad exagerada de jóvenes y familias jóvenes. Abundan los casos de conversiones y de gente que vuelve a la Iglesia, lo cual llama la atención teniendo en cuenta la marginalización y discriminación de que siguen siendo objeto las congregaciones tradicionalistas en aquellas diócesis cuyos obispos han optado por hacer caso omiso de Summorum Pontificum.
Todo esto indica que puede ser que lo busca el hombre moderno no sea ese desfasado concepto de accesibilidad o de encontrar buena acogida, sino el encuentro con el misterio, con lo divino, el contacto con lo inefable, la inmersión en lo sagrado. El Novus Ordo está paupérrimamente dotado para lograr todo eso, y tampoco lo fomentan las iglesias de diseño moderno como el estilo Bauhaus. En 2019 la nueva liturgia se percibe como caducado; muchos lo siguen por la fuerza de la costumbre o porque no saben que hay otra opción. La liturgia tradicional posee una perpetua lozanía que atrae al peregrino cansado de la vida que casualmente da con el puerto de refugio de la Iglesia.
12. Es sencillo. Las palabras y gestos del Novus Ordo son claros y permiten celebrar con una digna sencillez. Hay una dignidad natural al seguir las rúbricas, sin excesos ornamentales ni concesiones a la trivialidad y la vulgaridad.
¿Tiene que ser sencilla la representación mística del supremo sacrificio de Cristo, que desintegra los dos mil años que nos separan del Calvario y nos lleva directamente a la Cruz, a las llagas del Señor, su preciosa Sangre, su Corazón traspasado; lo sobrecogedor de superar el abismo que separa al hombre de Dios y la Tierra del Cielo; reactualizar entre nosotros los misterios de la vida, muerte, resurrección y ascensión del Señor; conjuntar sus actos de amor, adoración, dolor, súplica y acción de gracias con los nuestros para que los miembros de su Cuerpo Místico podamos glorificar a Dios en unión con el Señor que nos manda? ¿Cómo va a ser algo sencillo? Sólo al precio de falsificarlo totalmente. La liturgia, ya sea griega o latina, oriental u occidental, se fue desarrollando guiada por la Providencia hacia una plenitud cada vez mayor en la expresión de estas gloriosas realidades, adquiriendo amplitud, exuberancia y detalle. El movimiento en sentido contrario se conoce en la historia como iconoclasia; consiste en el deseo de destruir la inagotable belleza de Dios que ha hallado expresión en objetos materiales.
Las rúbricas no tienen más valor que lo que expresen el texto y los gestos que prescriban. La insuficiencia teológica y la estrechez espiritual de los textos del Novus Ordo han sido objeto de críticas ampliamente documentadas (entre otros lugares, en este libro, en este y en este otro), y por lo que se refiere a las rúbricas, ha sido un chiste clásico desde la primera hasta la última edición del misal. Con razón que, por iniciativa propia, un obispo haya tenido que facilitar por su cuenta toda una serie completa de rúbricas. Por lo que se ve, el Vaticano ha considerado que era mejor para la liturgia católica no preocuparse por tan nimios detalles como la postura o ubicación de los celebrantes o en qué momento tienen que hacer una inclinación de cabeza. Observamos en el Novus Ordo una contradicción: liturgia sin liturgia, ceremonial sin ceremonias, un ritual flojo, un manual estilo hágalo usted mismo para la devoción colectiva.
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El artículo del P. Longenecker contiene todos los tópicos a favor del Novus Ordo, ninguno de los cuales resiste un escrutinio serio. No es sino una reiteración de la postura neoconservadora que afirma: «La Iglesia postconciliar está construida sobre firmes cimientos, así que dejen de fastidiar». Quien quiera defender la descomunal ruptura que ha supuesto el Novus Ordó tendrá que buscarse argumentos mucho mejores que los expuestos por el P. Longenecker.
Afirmar como hace el P. Longenecker al principio de su artículo, que «hay quienes creen que todos los problemas de la Iglesia y del mundo se pueden achacar al temible Novus Ordo» es la típica falacia del hombre de paja. Jamás he leído a ningún autor tradicionalista que diga tal cosa. Por supuesto que todos creemos que el Novus Ordo es una ruptura con la tradición católica y una catástrofe en la vida de la Iglesia, pero somos más que conscientes de que no hay un vacío. Suelen señalarse otros problemas como el modernismo, el consecuencialismo, la papolatría, el feminismo, la casta del clero homosexual, la separación liberal de Iglesia y Estado… la lista sería interminable. Todos esos problemas tienen algo que ver al final unos con otros. La reforma litúrgica es lo que se suele poner como ejemplo paradigmático de la revolución que ha desconectado el catolicismo dominante del de siempre, pero por detrás de lo se muestra al público suelen ocultarse una agencia de propaganda y una ideología.
La liturgia tradicional me ha enseñado que ni mis preferencias ni lo que me desagrade deben influir lo más mínimo en la Misa. Todo lo contrario; es la Misa, que es anterior, con su solidez y densidad, la que tiene que conformar lo que me guste y me desagrade, según lo que me enseñe, lo que me inculque, lo que me lleve a entender tras un largo aprendizaje. A los Apóstoles les pasó lo mismo con Jesús. Él no era como ellos esperaban, pero tampoco se plegaba a las preferencias de los zelotes, los fariseos, los publicanos ni los pescadores. Y con paciencia y a la vez autoridad los fue conformando a Él.
Puedo entender que un sacerdote considere que la liturgia que le ha proporcionado la Iglesia se pueda aceptar sin más tal cual es sin oponer el menor reparo. Pero el Señor nos está prodigando una misericordia extraordinaria en este cataclísmico reinado del papa Francisco; nos está dando la oportunidad de caer en la cuenta de los peligros de un ultramontanismo exacerbado que lleva a los católicos a tragarse todo lo que les quiere imponer un pontífice imprudente aunque se oponga al ministerio petrino de recibir, mantener y defender la Tradición.
Este nuevo año de gracia nos invita a redescubrir, el legado que hemos heredada los católicos, o a renovar el aprecio por él. Una buena forma de empezar sería con una lista diferente de la que acabamos de criticar: Diez razones para elegir la misa tradicional.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada. Artículo original)