Domingo infraoctava de Navidad

I. Situado entre el 25 de diciembre y el 1 de enero, en el Domingo dentro de la Octava de Navidad la Liturgia de la Iglesia no propone a nuestra consideración ningún misterio en particular como ocurre con las otras fiestas de este Tiempo sino una mirada de conjunto en la que se nos presenta la relación que hay entre el Nacimiento de Jesús y su Pascua: «Dios envió a su Hijo, nacido mujer, para que nos redimiese y para que nosotros nos convirtiéramos en hijos por adopción»[1]. Podemos, por tanto, subrayar dos acentos presentes en los textos de este día:

1. El Verbo de Dios eterno hecho carne que viene a salvar a la humanidad: «Cuando un silencio apacible lo envolvía todo | y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente se lanzó desde el cielo, desde el trono real». (Introito: Sab 18, 14-15; cfr. Gradual: Sal 44, 3 y 2 y Ofertorio: Sal 92, 1-2).

2. La presencia de la Virgen María en los misterios de la Encarnación y la Navidad. En la Epístola (Gal 4, 1-7) leemos: «cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (v. 4). La “plenitud de los tiempos” significa que había llegado la fecha fijada por el Padre para inaugurar el reino mesiánico.  Con razón este versículo fue de los más citados por los santos Padres en las controversias cristológicas de los primeros siglos por su afirmación explícita de la preexistencia de Jesucristo y su encarnación en el seno de una mujer[2].

En el Evangelio (Lc 2, 33-40), escuchamos las palabras de Simeón que anuncian a María la suerte futura del Niño que tenía en sus brazos (v. 28): «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (vv. 34-35).

Por la profecía de Simeón se despierta en el alma de María el presentimiento de un misterio infinitamente doloroso en la vida de Jesús. Hasta entonces Ella no había escuchado sino las palabras de Gabriel que le anunciaba para Jesús el cumplimiento de las promesas mesiánicas y el trono de su padre David. Simeón las confirma («Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones | y gloria de tu pueblo Israel»: vv. 30-32), pero introduce una espada –el rechazo del Mesías por Israel (v. 34)– cuya inmensa tragedia conocerá María al pie de la Cruz. Es el gran misterio de todo el Evangelio[3].

 II. «Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre» (vv. 33-34). Las palabras de Simeón se dirigen solamente a la Virgen Santísima manifestando así su divina Maternidad pero también revelando la misión que a Ella le corresponde como asociada en manera del todo peculiar al misterio de la redención realizado por Cristo en el Calvario, por cuya cooperación se le aplica el título de “Corredentora de la humanidad”. El magisterio de la Iglesia en torno a la corredención mariana se apoya en el testimonio implícito de la Sagrada Escritura y en el del todo claro y explícito de la tradición cristiana[4].

María fue real y verdaderamente Corredentora de la humanidad por dos razones fundamentales:

a) Por ser la Madre de Cristo Redentor, lo que lleva consigo la maternidad espiritual sobre todos los redimidos.

b) Por su compasión dolorosísima al pie de la cruz, íntimamente asociada, por libre disposición de Dios, al sacrificio de Cristo Redentor.

Por tanto, a Virgen se perfila netamente como cooperadora inmediata a la obra de la Redención tanto al principio, en la Anunciación y Encarnación del Verbo, como en su cumplimiento: en la Pasión y muerte del Redentor.

La obra de nuestra Redención se desarrolla entre dos fiat, hágase, sí… de María; uno pronunciado en la Encarnación; otro pronunciado sin palabras junto a la Cruz de Jesús. El fiat de Nazaret hizo descender a Dios a su seno purísimo; el del Calvario le vuelve a poner en su regazo, pero ya muerto, inmolado por la salvación del mundo… Esta activa participación de la Virgen en el sacrificio de la Cruz, en la inmolación de la Víctima redentora, la subraya el Evangelista: «Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena» (Jn 19, 25). Está erguida, en pie, en una actitud similar a la de Cristo en la cruz y a la del sacerdote al ofrecer el Santo Sacrificio del Altar.

III. Durante todo este tiempo de Navidad, recordemos que el Evangelio nos dice que María «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2. 19. 51). Es decir, observaba, admirada, el modo como Dios iba preparando y realizando la obra de su Hijo, el Mesías[5], a la que Ella estaba asociada.

Con la profecía de Simeón, supo que le aguardaba un gran dolor, y que ese dolor se relacionaba con la redención del mundo. «Desde aquel momento comenzó María a ser verdaderamente la Virgen de los Dolores»[6]. Si Jesucristo sufrió a causa de nuestros pecados, también son los pecados de cada uno de nosotros los que han forjado la espada de dolor de santa María. En consecuencia, tenemos el deber de desagravio también con la Virgen asociada a la obra de su Hijo[7].

Le pedimos su intercesión para que nos alcance de su Hijo la gracia de ser capaces de penetrar un poco más en la hondura y en la belleza de estos misterios del nacimiento y la infancia de Jesús. Y como como cooperadora de su Hijo en la obra de nuestra redención y santificación, no olvidemos que Ella es el camino más corto para llegar a su Hijo: «a Jesús por María».

«Omnipotente y sempiterno Dios, dirige nuestros actos según tu beneplácito, para que, en el nombre de tu amado Hijo, merezcamos abundar en buenas obras. Él, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén»[8].


[1] Cfr. Pius PARSCH, El Año Litúrgico, Barcelona: Herder, 1964, 96.

[2] Cfr. Lorenzo TURRADO, Biblia comentada, vol. 6, Hechos de los Apóstoles y Epístolas paulinas, Madrid: BAC, 1965, 543.

[3] Juan STRAUBINGER, La Santa Biblia, in Lc, 2, 34-35.

[4] Cfr. Gabriel M. ROSCHINI, Diccionario mariano, Barcelona: Editorial Litúrgica Española, 1964, 404-441; Antonio ROYO MARÍN, La Virgen María. Teología y espiritualidad marianas, Madrid: BAC, 1997, 140-180. La controversia teológica en relación con el término, en: Pietro PARENTE; Antonio PIOLANTI; Salvatore GAROFALO, Diccionario de Teología Dogmática,  Barcelona: Editorial Litúrgica Española, 1955, 90-91.

[5] Cfr. Manuel de TUYA, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios, Madrid: BAC, 1964, 776.

[6] Antonio ROYO MARÍN, ob. cit., 18.

[7] José María CASCIARO, Jesús de Nazaret, Murcia: Alga Editores, 1994, 48.

[8] Domingo infraoctava de Navidad, oración: Eloíno NÁCAR FUSTER; Alberto COLUNGA, Misal ritual latino-español y devocionario, Barcelona: Editorial Vallés, 1959, 105-106.

Padre Ángel David Martín Rubio
Padre Ángel David Martín Rubiohttp://desdemicampanario.es/
Nacido en Castuera (1969). Ordenado sacerdote en Cáceres (1997). Además de los Estudios Eclesiásticos, es licenciado en Geografía e Historia, en Historia de la Iglesia y en Derecho Canónico y Doctor por la Universidad San Pablo-CEU. Ha sido profesor en la Universidad San Pablo-CEU y en la Universidad Pontificia de Salamanca. Actualmente es deán presidente del Cabildo Catedral de la Diócesis de Coria-Cáceres, vicario judicial, capellán y profesor en el Seminario Diocesano y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas Virgen de Guadalupe. Autor de varios libros y numerosos artículos, buena parte de ellos dedicados a la pérdida de vidas humanas como consecuencia de la Guerra Civil española y de la persecución religiosa. Interviene en jornadas de estudio y medios de comunicación. Coordina las actividades del "Foro Historia en Libertad" y el portal "Desde mi campanario"

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