Desde hace 150 años, el evolucionismo es la raíz de innumerables errores en todos los campos, incluido el religioso. Que el papa Francisco llame retrógrados a los defensores de la Tradición católica supone, entre otras cosas, tener un concepto evolucionista de la vida de la Iglesia basándose en un principio según el cual lo nuevo es siempre mejor que lo anterior y el futuro siempre será más perfecto que el pasado, con la consiguiente inversión del principio metafísico según el cual lo más no puede venir de lo menos ni el efecto puede ser superior a la causa que lo ha producido.
Es más, antes de convertirse en una teoría pseudocientífica, el evolucionismo era una opción filosófica antitética a la primacía del ser sobre el devenir. Así se explica que Carlos Marx, al observar la concordancia entre el evolucionismo y el materialismo dialéctico, escribiera a Federico Lasalle el 16 de enero de 1861: «El libro de Darwin es de gran importancia, y me sirve para cimentar en argumentos tomados de las ciencias naturales la lucha de clases que se ha librado a lo largo de la historia» (Marx-Engels Opere complete, Editori Riuniti, vol. 41, p. 630). Por eso el evolucionismo es incompatible con la filosofía perenne, antes incluso que con la fe católica y la verdadera ciencia.
De ahí que resulte más que oportuna la decisión de Edizioni Piane de publicar el libro de Dominique Tassot L’evoluzione in 100 domande e risposte, que constituye un excelente manual para demoler las falaces pruebas sobre las que pretende apoyarse la teoría evolucionista. El francés Tassot es filósofo e ingeniero y director del CEP (Centro de Estudios y Perspectivas para la Ciencia) y de la revista Le cep. Tassot pasa revista a las falsas pruebas tomadas de campos tan diversos como la paleontología, la biología, la genética y la religión y va derribando uno por uno los lugares comunes del evolucionismo. Entre las páginas más interesantes de su estudio destacamos las dedicadas al concepto católico de la Creación, incompatible con toda forma de evolucionismo. Muy acertada es también su crítica del concordismo, postura que se jactaba de poder reconciliar el relato de la Creación con los periodos de la evolución. «Se trataba de un error epistemológico -escribe Tassot-: atribuir a la geología y la astrofísica la capacidad -que no pueden tener- de retroceder en el tiempo hasta el origen de todas las cosas.»
Otro error, por desgracia demasiado extendido entre los católicos, que Tassot refuta a las mil maravillas es negar la inerrancia de la Biblia con el pretexto de que contendría afirmaciones negadas por la ciencia. En su encíclica Providentissimus Deus del 18 de noviembre de 1893, León XIII ya había resuelto el problema, afirmando «muchas acusaciones de todo género se han venido lanzando contra la Escritura durante largo tiempo y con tesón, que hoy están completamente desautorizadas como vanas».
Con sabias palabras expresa, pues, el autor: «Si comparamos la Iglesia con una nave que surca las olas del mundo, la adhesión de tantos científicos al concepto cientifista del universo ha tenido un doble efecto: tapar la luz del faro que indica el rumbo (la divina Revelación), y confiar el timón a quien desea alejarse lo más posible. No es de extrañar que al cabo de un siglo y medio de navegar así la barca de San Pedro se haya desviado del rumbo que le había querido trazar el concilio inconcluso de 1870».
Por su parte, Edizioni Radio Spada ya había publicado de Dominique Tassot en 2022 Il Darwinismo: un mito tenace smentito dalla scienza, transcripción detallada y aumentada de una conferencia dictada por el autor, a la que añade un par de capítulos tomados de otro texto sobre el evolucionismo y del documento de la Pontificia Comisión Bíblica de 1909 sobre el carácter histórico de los tres primeros capítulos del Génesis. Este otro libro de Tassot es también del todo recomendable para todo el que desee conocer, más allá del mito, la verdadera naturaleza del evolucionismo. El estudioso francés explica bien que la teoría darwiniana es la proyección del mito del progreso, e identifica sus precursores intelectuales en el siglo XVIII: el diplomático Benoît de Maillet (1656-1738) y los iluministas de la generación sucesiva, sobre todo el marqués Nicolás de Condorcet (1743-1794), que en su obra póstuma Bosquejos de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano (1795) postula que el universo nunca da marcha atrás y todo se perfecciona cada vez más. La mutaciónen clave científica del mito del progreso es obra del naturalista Jean-Baptiste de Lamarck (1744-1829), célebre por su (jamás demostrada) ley de «la función crea el órgano» y, naturalmente, de Charles Darwin (1809-1882), el título completo de cuya obra, publicada en 1859, es Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. «Es preciso señalar -observa Tassot- que este libro es un modelo de desinformación, ya que el origen de las especies sólo se menciona en el título. No hay un solo párrafo que explique cómo puede aparecer una especie nueva ».
Tanto el libro de Edizione Piane como el de Radio Spada recogen en su integridad el texto de un breve de Pío IX dirigido al doctor Constantin James (1813-1888), médico francés que había publicado un opúsculo titulado Sobre el darwinismo o el hombre-mono (1877). En el mencionado documento, Pío IX elogia al autor del libro por haber sabido refutar «las aberraciones del darwinismo», «sistema que repugna a la historia, la tradición de todos los pueblos, las ciencias exactas, la observación de la realidad, y hasta la razón misma».
Además de los dos libros de Dominique Tassot, aconsejamos la lectura de un librito, profundo pero de fácil lectura, de monseñor Pier Carlo Landucci (1900-1986), La verità sull’evoluzione e l’origine dell’uomo (Edizioni Fiducia 2023), excelente introducción al tema, que somete la teoría evolucionista a un riguroso análisis científico y filosófico, demostrando su inconsistencia. El evolucionismo es un error tan insidioso y extendido que no debe ser tenido en menos; es preciso que todo católico lo estudie para que se dé cuenta de que no se trata de una realidad científica sino que, como bien dice Tassot, es un ejercicio literario, una fábula que sin el respaldo de grupos de presión académicos y mediáticos hace tiempo que habría desembocado en el ridículo.