EL FALSO PROFETISMO DEL CLERO TERRENAL
Editorial: Radicati nella fede, Noviembre 2013
Vocogno, Diócesis de Novara, Italia
Una guerra estalla en alguna parte del mundo y el clero de todos los niveles expresa su solidaridad con las víctimas y la población golpeada por ésta. Hay una inundación o un terremoto y la cercanía en la oración es comunicada junto con un discurso a las autoridades que fueron incapaces de repeler el desastre o escatimaron en su ayuda después del hecho.
Estamos en una crisis económica y el clero terrenal trata de enseñar a los economistas lo que necesitan hacer, imponiendo su propia “receta” al Estado y las empresas, recordándoles los derechos de los trabajadores.
Hoy por hoy, estamos acostumbrados a estos inevitables y rutinarios boletines eclesiásticos engendrados por las, de igual manera, inevitables reuniones de las conferencias episcopales.
Sin embargo, ¿toda esta actualidad es tarea del sacerdote católico? Y si lo es en alguna medida ¿es todo lo que corresponde a su misión?
A pesar de toda la prédica de una Iglesia profética, la verdadera profecía está ausente: la verdadera clase de profecía católica de acuerdo a Dios. Lo que se encuentra ausente es el llamado a regresar a Dios.
¡De parte del clero de este mundo no se escucha el llamado a regresar a Dios! Ya no se escuchan estas palabras que resonaban fielmente en todo tiempo y periodos de la vida cristiana y particularmente en momentos de aflicción y adversidad: “Queridos hermanos y hermanas, este sufrimiento, esta calamidad, esta crisis es un llamado para regresar a Dios, para que nada peor nos suceda”.
Desde los púlpitos hoy en día no existe una voz que se alce claramente; el que Dios nos habla a través del dolor, no sólo de su ternura, sino también de nuestra conversión: “Hermanos y hermanas, es porque hemos abandonado al Señor que esto nos ha acontecido; hagamos penitencia y retornemos una vez más a sus mandamientos”.
Algunos dirán que esto es terrorismo espiritual, que también el justo sufre y la cruz no siempre es consecuencia del pecado personal. Es verdad.
Sí, es verdad, pero el hombre justo llamado a cargar una pesada cruz lo hace en reparación de los pecados de todos, lo cual no resta a la verdad de que las calamidades están conectadas con el pecado, más aún, lo confirma.
Un texto del P. Calmel (1914-1975), gran dominico, es muy elocuente al respecto. Escrito en 1968 (“el sacerdote y la revolución, 1914-1968”, Itineraire n. 127, Noviembre 1968, pag. 37), expone desde un punto de vista cristiano de la historia humana, los cambios realizados por el clero mundano. Un clero mundano que ya en la primera mitad del siglo 20 había tornado hacia un falso profetismo y una falsa lectura de la realidad:
“El clero secular hizo cambios concernientes mayoritariamente a la paz perpetua, el desarme y el progreso social”, alabando a los soldados que habían muerto en el frente de batalla (al final de la Primera Guerra Mundial) por la “emancipación humana de acuerdo a la declaración de los derechos humanos”. En lugar de hablar de Dios a un mundo sufriente como resultado de la guerra, el clero trabajó como los socialistas, de modo que los muertos de la Gran Guerra fueran útiles al progreso humano; en lugar de a la salvación eterna, ¡este clero se preocupó por los derechos humanos!
Volvamos al P. Calmel: “….los sacerdotes con un gusto por las cosas terrenales terminaron gradualmente fusionando el mesianismo sobrenatural del Reino, que no es de este mundo, con el mesianismo revolucionario de la masonería y el comunismo. Estos sacerdotes entraron al ‘juego del César’, el cual, después de la Revolución de 1789, aspiró más que nunca a sustituir a Dios, eliminando por lo tanto el pecado original y sus consecuencias…..”. Lo anterior es terrible ya que implica la desaparición de la vida sobrenatural, vgr., el Reino que no de este mundo y la vida eterna. Estos sacerdotes con un amor por el mundo se volvieron sacerdotes del naturalismo, la religión que nunca menciona el pecado ni la gracia. Se preocuparon por los derechos del hombre; no así que los hombres fueran salvados del infierno y, después de vivir una vida cristiana, pudieran alcanzar el cielo. El Reino de Dios desapareció para hacer espacio al reino de las Naciones Unidas. Calmel nuevamente: “Los sacerdotes con un gusto por la revolución han estado enseñando insistentemente por más de 20 años que la paz de Cristo está mezclada con las políticas de las Naciones Unidas y está representada en ella”.
“El sacerdote con un gusto por el mundo, el sacerdote ‘terrenal’ […] se ha transformado así mismo y convertido en el hombre del mesianismo terrenal [..] se hace él mismo un cómplice del César moderno”.
Algunos dirán que en la actualidad la Iglesia es menos propensa a las tentaciones de una lectura marxista de la historia; que esto fue un peligro para los sacerdotes de los 70s, tentados a dialogar con los marxistas. En cierto sentido, es verdad; el comunismo ha colapsado y todos se han hecho un poco más “burgueses”. Pero la revolución de los 70s, por ejemplo, la solidaridad con los trabajadores, ha sido sustituida por la revolución burguesa de la solidaridad con la lucha por los derechos individuales: los derechos de las parejas de hecho, los homosexuales, los divorciados vueltos a casar que quieren la Sagrada Comunión; la libre contracepción, la libre adopción…. y así sucesivamente. Es siempre la misma revolución dictada por el secularismo masónico; que sea de derecha o de izquierda tiene poca relevancia. Siempre es bajo el estandarte de los derechos del hombre. Con relación al problema de Dios y a la vida eterna no existe siquiera un indicio.
“Más de un millón de jóvenes cristianos franceses dieron su vida entre 1914 y 1918. Y los sacerdotes según el pensamiento del mundo – los torpes testigos de esta masacre sin precedentes – no son capaces de entender la importancia de que, si no volvemos a Dios, nos esperan incluso peores olas.”
“Si no regresamos a Dios”……. los sacerdotes terrenales nunca dirán esto. Ellos nunca lo dirán porque se han casado con las viejas revoluciones socialistas o las nuevas liberales-burguesas.
Muchos sacerdotes, discípulos de estos “torpes testigos”, han alcanzado la cima de los niveles más altos en la jerarquía. Se les oye decir estas cosas sobre el sufrimiento, las calamidades, guerras y homicidios, pero nunca mencionan la necesidad de regresar a Dios.
Expresan su solidaridad, sombría e inanemente, mientras el mundo pretende escuchar estos llamados que se conforman al usual guion prefabricado.
La Verdad es lo único que podría sorprender.
Si un sacerdote, incluso proveniente del pueblo más humilde del mundo, se levantara y dijera: “Hermanos, si no volvemos a Dios, algo peor nos sucederá”, entonces el mundo podría verdaderamente callar y pensar sobre ello.
[Traducido por: Ramses Gaona. Artículo original]