En esta España que reniega de su historia, sus héroes y sus santos, nuestro santo patrón el señor Santiago no goza de muy buena prensa. Aunque la Iglesia lo sigue celebrando con liturgia propia, hace años que su día dejó de ser festivo, y es que un santo que no gusta a los pobres. La clásica representación pictórica o escultórica del hijo de Zebedeo a caballo pisando la morisma es políticamente incorrectísima, eso de Santiago Matamoros no puede ser; por eso lo han transformado en muchos lugares en esa pusilánime y afeminada cursilada de un Santiago pisaflores.
Todos han oído hablar en España de la batalla de Clavijo, que de hecho no fue la única en que apareció para ayudar a ganar victorias contra los moros, aunque seguramente a los escolares de estas últimas décadas ni se lo nombran en los libros de texto, y sin duda les dirían en todo caso que todos son leyendas, y que ni se sabe que viniera realmente a España. En otra oportunidad ya nos ocupamos de la venida del apóstol a nuestra Patria. Lo que no es tan sabido por estas latitudes es que también ayudó en numerosas ocasiones a los españoles cuando se vieron en situaciones difíciles durante la conquista de América superados por indios hostiles, de lo que nos brindan bastante información los cronistas, así como de que muchas ciudades y pueblos del otro lado del charco llevan su nombre, bien con motivo del auxilio del santo en alguna de esas situaciones, bien porque se fundaran en su día.
Bernal Díaz del Castillo asegura que Santiago ayudó a los españoles en la conquista de la Nueva España. López de Gómara menciona su participación en la matanza del templo mayor de Tenochtitlán y en la batalla de Cetlán, cerca de Querétaro, que contribuyó a que los chichimecas se convirtieran, batalla que tuvo lugar precisamente el 25 de julio de 1531, festividad de Santiago, y en la que cuarenta mil indios se enfrentaron a quinientos españoles. La batalla fue reñida y difícil, pero los chichimecas vieron en la cumbre del cerro Sangremal al Hijo del Trueno a caballo y una cruz luminosa, y no sólo se convirtieron sino que se aliaron a los españoles, como harían también los tlaxcaltecas y los indios de Cempoala, para librarse de los aztecas que los esclavizaban y sacrificaban a sus dioses.
El Inca Garcilaso en su Historia general del Perú, y el cronista también mestizo Guamán Poma de Ayala, relatan que en 1535 doscientos españoles se ven sitiados en Cuzco por millares de indios. Al cabo de cinco horas de combate, cercados por todos lados, salieron de la ciudad invocando al Santo. Entonces apareció el santo patrón de España montado en un corcel blanco y blandiendo una espada reluciente. Los indios creyeron ver en el Hijo del Trueno a su dios Viracocha, señor del rayo y, al ver cómo se les acercaba, huyeron aterrorizados. Garcilaso afirma haber conocido a ancianos incas que habían tomado parte en la batalla, y todos coincidían en que se les había aparecido Viracocha. Cuenta Poma de Ayala «que vino encima de un caballo blanco, que traía el dicho caballo pluma suri y mucho cascabel enjaezado y el santo todo armado con su rodela y su bandera y su manto colorado y su espada desnuda». Al parecer también se apareció la Virgen, y sendas placas conmemoran el hecho, las cuales rezan respectivamente: «En este lugar, galpón antes después iglesia, fue donde puso sus plantas María Madre de Dios. Ostentando su poder bajó del cielo a este sitio, dando victoria en feliz batalla de la conquista, derrotando innumerables indios», y: «De este mismo sitio fue visto salir el patrón de las Españas, Santiago Apóstol, a derribar a los bárbaros en la defensa de la predicación evangélica y atónita la idolatría veneró rayo al Hijo del Trueno, rindiendo homenaje al cetro hispánico».
En 1536, donde hoy se encuentra la preciosa ciudad colombiana de Cartagena de Indias, el capitán Francisco César, que había sido enviado a explorar la provincia, tuvo un enfrentamiento con los naturales en el valle de Goaca. Los españoles se vieron superados en número por los indios, se encomendaron a Dios y vencieron. Posterioremente contaron los soldados que habían visto al Apóstol luchando junto a ellos, y por eso ganaron.
Cuenta Pedro Mariño de Lobera que cuando los indígenas araucanos tenían ya prácticamente derrotados a los españoles abandonaron de pronto la lucha. Se interrogó a algunoa, y dijeron que «vieron venir por el aire a un cristiano en un caballo blanco con la espada en la mano desenvainada, amenazando al bando índico y haciendo tan grande estrago en él, tanto que se quedaron todos pasmados y despavoridos; dejando caer las armas de las manos no fueron señores de sí, ni tuvieron sentido para otra cosa más de dar a huir desatinados sin ver por dónde». Los españoles dieron por hecho que se trataba de Santiago, y bautizaron como Santiago del Nuevo Extremo (hoy Santiago de Chile) la ciudad que fundaron allí en febrero de 1541. Cuéntase por otra parte que en 1640 se vio en aquella fértil provincia, como la llamó Ercilla, una aparición del Apóstol que duró por espacio de tres meses: un capitán sobre un caballo blanco que con una espada en la mano arengaba a los españoles
Podríamos poner muchos ejemplos más. Historiadores como el mexicano Rafael Heliodoro Valle y la italiana Anna Sulai Capponi han llegado a contabilizar hasta catorce apariciones del hijo de Zebedeo en América. De ahí que sean tan numerosas las ciudades y pueblos de Hispanoamérica que llevan su nombre: Santiago de Chile, Santiago de Cali (Colombia), Santiago del Estero (Argentina), Santiago de Cuba, Santiago de los Caballeros (República Dominicana, Guatemala, Nicaragua, Venezuela), Santiago de Querétaro (México), Santiago de Veraguas (Panamá). En Toponimia Española en el Nuevo Mundo de J. A. Calderón Quijano (Ediciones Guadalquivir, Sevilla 1990) se enumeran más de un centenar de localidades, y la lista no es exhaustiva.
Para terminar, en el caluroso mes de julio de 1937 tiene lugar la durísima encarnizada batalla de Brunete, con una sed insoportable y cincuenta mil bajas entre ambos bandos. El día 25 ya parece perdida la batalla para los nacionales. De repente, a eso de las doce del mediodía aparece no se sabe de dónde un soldado que avanza temerariamente a caballo y va destrozando uno a uno con granadas los nidos de ametralladora rojos sin que le alcance el fuego enemigo. De ese modo los nacionales pudieron avanzar y ganar la batalla. El misterioso jinete desapareció sin dejar rastro y no se lo volvió a ver, por lo que no pudieron felicitarlo ni condecorarlo por su osada hazaña. Entonces el general Saliquet cayó en la cuenta de que era precisamente el 25 de julio. Cuatro días antes se había promulgado el decreto por el que se declaraba oficialmente a Santiago (aunque en la práctica siempre lo había sido) patrón de las Españas.
Cerremos filas* por el Señor y por España, con nuestro santo patrón Santiago.
(*A eso se refiere precisamente lo de «cierra, España», que tanta gente interpreta erróneamente como si de cerrar España se tratara, cuando no se trata de replegarse sino de acometer al enemigo.)