El asunto McCarrick: el Papa lo sabía. He aquí porqué debe dimitir

Por Aldo Maria Valli

26 de agosto 2018

[Nota de Rorate Caeli: el periodista Aldo Maria Valli es probablemente el vaticanista más conocido de Italia, dado que durante muchos años fue comentarista sobre el Papado en RAI 1, la principal cadena de televisión italiana, y también en RAI 3.]

“Obispos y sacerdotes, abusando de su autoridad, han cometido crímenes horrendos en detrimento de sus víctimas, menores de edad y fieles inocentes, y jóvenes deseosos de ofrecer sus vidas a la Iglesia, o bien por medio de su silencio no han evitado que esos crímenes continuaran perpetrándose.”

El que escribe estas palabras es un arzobispo, antiguo Nuncio Apostólico en los Estados Unidos de 2011 a 2016. Ahora retirado, ha decidido abrir su corazón y contar todo lo que llegó a saber sobre la secuencia de los hechos en relación con los abusos sexuales en la Iglesia. Un testimonio que concluye con una dura y perentoria “invitación”: el Papa Francisco debe ceder su puesto. Porque él también lo sabía pero lo encubrió.

El autor de esta declaración, como informa La Verità hoy, es Moseñor Carlo Maria Viganò, de 77 años, que, antes de ser enviado como Nuncio a los Estados Unidos, era el encargado de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, y anteriormente Nuncio en Nigeria, Delegado de los Representantes Pontificios de la Secretaría de Estado de la Santa Sede y miembro de la Comisión Disciplinar de la Curia Romana.

“Restaurar la belleza de la santidad del rostro de la Esposa de Cristo, que ha sido terriblemente desfigurado por tantos crímenes abominables”. Este es el motivo de la decisión de hablar de monseñor. “Si de verdad queremos liberar a la Iglesia de la ciénaga fétida en que ha caído, debemos tener el valor de rasgar la cultura del secreto y confesar públicamente las verdades que hemos guardado escondidas. Debemos rasgar la conspiración de silencio con la que obispos y sacerdotes se han protegido a expensas de sus fieles, una conspiración de silencio que, a los ojos del mundo, amenaza hacer a la Iglesia parecer una secta, una conspiración de silencio no tan diferente de la que impera en la mafia”.

Y a las palabras siguen los hechos, esa es la noticia. Documentados, descritos en detalle. El tono está cargado de dolor, pero el estilo es seco.

La gota que colmó el vaso fue el caso del Cardenal McCarrick. Cuando vio que la jerarquía entera de la Iglesia fue pillada por sorpresa cuando hubo de enfrentarse a las malvadas andanzas del “tío Ted”, que han emergido en clara evidencia en los últimos meses, y tanto así que hubo una inundación de “Yo no lo sabía”, Monseñor Viganò empezó a escribir. Una acusación que empieza muy atrás, antes del pontificado de Francisco, y que llega al momento presente.

“Pero ahora que la corrupción ha alcanzado la misma cumbre de la jerarquía de la Iglesia, mi conciencia me dicta que revele esas verdades sobre el descorazonador caso del Arzobispo Emérito de Washington D.C, Theodore McCarrick, a quien llegué a conocer en el desarrollo de los deberes que me confió San Juan Pablo II, como Delegado de las Representaciones Pontificias, de 1998 a 2009, y por el Papa Benedicto XVI, como Nuncio Apostólico en los Estados  Unidos de América, del 19 de octubre de 2011 hasta finales de mayo de 2016.”

Viganò informa de que dos antiguos Nuncios en los Estados Unidos, ambos muertos prematuramente, Gabriel Montalvo (de servicio de 1998 a 2005) y Pietro Sambi (que estuvo en el oficio de 2005 a 2011), “no dejaron de informar inmediatamente a la Santa Sede, tan pronto como supieron del comportamiento gravemente inmoral del arzobispo McCarrick con seminaristas y sacerdotes.” Pero nadie hizo nada.

En particular, Viganó revela que “el Nuncio Sambi transmitió al Cardenal Secretario de Estado, Tarsicio Bertone, un Memorando de acusación contra McCarrick del sacerdote Gregory Littleton, de la diócesis de Charlotte, que fue reducido al estado laico por violación de menores, junto con dos documentos del mismo Littleton, en el que contaba su trágica historia de abusos sexuales cometidos por el entonces arzobispo de Newark y varios otros sacerdotes y seminaristas. El Nuncio añadió que Littleton ya había enviado su Memorando a unas veinte personas, incluidas autoridades judiciales civiles y eclesiásticas, policías y abogados, en junio de 2006, y que era por tanto muy probable que se hiciera pronto pública la noticia. Por ello reclamó una pronta intervención de la Santa Sede.”

Como Delegado de las Representaciones Pontificias, en 2006, Viganò escribe un memorando sobre el caso Littleton y se lo envía al Cardenal Tarsicio Bertone y al sustituto Leonardo Sandri. Afirma que el comportamiento atribuido a McCarrick es de tal gravedad y maldad como para provocar desconcierto, pero que las acusaciones son precisas y hay mención también de celebraciones de la Eucaristía sacrílegas con los mismos sacerdotes envueltos en las depravaciones.

En consecuencia, Viganò pide en su memorando vigorosamente, por una vez, que las autoridades eclesiásticas intervengan antes que las autoridades civiles y antes de que el caso llegue a la prensa. Sería saludable. Pero no hay reacción de sus superiores. Y el memorando nunca le fue devuelto.

Viganò no se rinde y vuelve al cargo en 2008. Richard Sipe, psicoterapeuta y experto en el comportamiento sexual de sacerdotes y sus superiores, escribe una carta ese mismo año a Benedicto XVI cuyo título lo dice todo: “Su Santidad, tengo la prueba. El Cardenal McCarrick es un homosexual. Por favor, actúe.” El Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Cardenal William Levada, y el Cardenal Secretario de Estado, Tarsicio Bertone, son informados inmediatamente. Es más. Viganò entrega un memorando en este sentido al nuevo sustituto Fernando Filoni. Y, ya puestos, adjunta el memorando de dos años antes, subrayando otra vez la gravedad de la situación. Pero la reacción de la jerarquía es siempre la misma: no hay respuesta.

Gracias al Cardenal Giovanni Battista Re, entonces Prefecto de la Congragación de los Obispos, Viganò llegó a saber que el Papa Benedicto XVI, al conocer la denuncia de Sipe, había ordenado a McCarrick que abandonara el seminario en el que residía y le había prohibido celebrar misa en público, su participación en reuniones, dar conferencias y viajar, con la obligación de dedicarse a una vida de oración y penitencia.

Es el Nuncio Sambi quien comunica estas medidas a McCarrick durante una tormentosa reunión. Después, cuando Viganò se convierte en el Nuncio en los Estados Unidos, es precisamente él quien recuerda a McCarrick las órdenes del Papa, y aquél masculla una respuesta confusa, intentando torpemente minimizarlo [todo].

¿Pero cómo se las apañó McCarrick para llegar a ser lo que llegó a ser (Arzobispo de Washington, y cardenal, después de ser Arzobispo de Newark), visto que su comportamiento fue el que fue?

Si le preguntamos a Monseñor Viganò, él coloca la responsabilidad de la carrera de McCarrick en el Cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado de 1991 a 2006 y en el Cardenal Tarsicio Bertone, su sucesor. Pero Viganò implica también al actual Secretario de Estado, Pietro Parolin. Cuando de hecho es claro para todo el mundo que McCarrick no obedece las órdenes de Benedicto XVI y, al contrario, viaja por todo el mundo, Viganò también escribe a Parolin preguntando si las sanciones son todavía válidas, pero su pregunta se queda -como de costumbre- sin respuesta.

Otros que sin duda sabían pero guardaron silencio eran, escribe Viganò, el Cardenal Levada, el Cardenal Sandri, Monseñor Becciu (ahora cardenal) y los Cardenales Lejolo y Mamberti. En otras palabras: todos los de la cumbre.

No menos devastadora, según las revelaciones de Viganò, es la foto de los Estados Unidos. También ahí todo el mundo lo sabía, empezando por el Cardenal Wuerl, sucesor de McCarrick en Washington, pero nadie hizo lo más mínimo. Y hoy las declaraciones de Wuerl, en las que no dice nada, “son absolutamente risibles.”

En cuanto al Cardenal Kevin Farrell, actual Prefecto del Ministerio Vaticano para los Laicos, la Familia y la Vida, que a su vez dijo que nunca había oído nada sobre los abusos del Cardenal Mc Carrick, Viganò escribe: “Dadas sus residencias en Washington, Dallas y ahora Roma, creo que nadie puede creerle sinceramente.”

En último lugar, del Cardenal Sean O’Malley, Arzobispo de Boston y Cabeza de la Comisión Vaticana para la Protección de Menores, Viganò afirma: “Diría simplemente que sus últimas declaraciones sobre el caso McCarrick son desconcertantes y han oscurecido totalmente su transparencia y credibilidad.”

En este punto, sin embargo, el drama de la declaración de Monseñor Viganò sube de tono al implicar al Papa Francisco directamente.

Es en 2013, en el mes de junio. Hay una reunión en Roma de los nuncios de todo el mundo y también está presente Monseñor Viganò. Inquieto por la perspectiva de su primer encuentro con el nuevo pontífice, el arzobispo va a la Casa Santa Marta, la residencia elegida por Bergoglio en lugar del Palacio Apostólico, ¿y a quién se encuentra allí? A nada menos que a un relajado y sonriente Cardenal McCarrick, que lleva la sotana ribeteada de rojo y recibe a Viganò haciéndole saber en un tono burlón: “El Papa me recibió ayer, mañana me voy a China.”

Viganò anota: “En ese momento yo no sabía nada de su larga amistad con el Cardenal Bergoglio y de la parte importante que había tenido en su reciente elección, como revelaría el mismo McCarrick en una conferencia en la Universidad de Villanova y en una entrevista con el National Catholic Reporter. Ni había pensado yo nunca en el hecho de que había participado en las reuniones preliminares del reciente cónclave, ni en el papel que había podido tener como cardenal elector en el cónclave de 2005. Por lo tanto no me di cuenta inmediatamente del significado del críptico mensaje que McCarrick me había comunicado, pero que se me haría claro en los días que inmediatamente siguieron.”

La primera y ansiada reunión de Viganò con el Papa tiene algo de surrealista y deja al pobre nuncio sin palabras. Pero lo peor está aún por venir.

Es domingo, 23 de junio de 2013. El Papa recibe a Viganò antes del Angelus. Hace algunas afirmaciones que suenan algo enigmáticas al arzobispo; luego, a bocajarro le pregunta: “¿Cómo es el Cardenal McCarrick?” A lo que el nuncio responde: “Santo Padre, no sé si conoce al Cardenal McCarrick, pero si pregunta a la Congregación de Obispos, hay un informe así de gordo sobre él. Ha corrompido a generaciones de seminaristas y sacerdotes y el Papa Benedicto le ordenó que se retirara a una vida de oración y penitencia.” ¿La reacción del Papa? Ninguna en absoluto. De hecho Bergoglio cambia de tema inmediatamente. Bueno, se pregunta entonces un confuso Viganò, ¿por qué me hizo esa pregunta?

Lo entendió a su regreso a Washington. Se entera de que entre el Papa y McCarrick hay una estrecha relación. La pregunta que el Papa hizo al nuncio era por lo tanto una trampa. El hecho es que, según el informe de Monseñor Viganò, desde el 23 de junio de 2013 por lo menos, el Papa Francisco ha sabido del caso de McCarrick.

En este punto Viganò comenta: “El Papa Francisco ha pedido repetidamente una total transparencia en la Iglesia y que los obispos y los fieles actúen con parresia. Los fieles de todo el mundo también lo exigen de él de un modo ejemplar. Debe sinceramente declarar cuándo supo por primera vez de los crímenes cometidos por McCarrick, que abusó de su autoridad con seminaristas y sacerdotes.

En cualquier caso, el Papa se enteró por mí el 23 de junio de 2013 y siguió encubriéndole. No tuvo en cuenta las sanciones que el Papa Benedicto le había impuesto y le hizo su consejero de confianza junto al Cardenal Maradiaga. El último [Maradiaga] está tan seguro de la protección del Papa que puede descartar como “cotilleos” las sentidas apelaciones de docenas de sus seminaristas, que encontraron el valor de escribirle después de que uno de ellos intentara suicidarse por los abusos homosexuales en el seminario.”

Así que Francisco lo sabía. Lo ha sabido por un tiempo, al menos cinco años. “Ha sabido desde el 23 de junio de 2013 que McCarrick era un depredador en serie. Pero “a pesar de saber que era un hombre corrupto, le encubrió hasta el extremo más amargo; en efecto, hizo suyo el consejo de McCarrick, que ciertamente no estaba inspirado por sanas intenciones ni amor a la Iglesia. Fue sólo cuando fue forzado por el informe del abuso a un menor, otra vez basado en la atención de los medios de comunicación, que tomó medidas [en cuanto a McCarrick] para salvar su imagen en los medios.”

“Ahora -continúa Viganò- en los Estados Unidos se levanta un coro de voces, especialmente de entre los fieles laicos, y recientemente se le han unido varios obispos y sacerdotes pidiendo que dimitan todos los que, por su silencio encubrieron el comportamiento criminal de McCarrick, o le utilizaron para avanzar en sus carreras o promover sus intenciones, ambiciones y poder en la Iglesia.

Pero esto no será bastante para curar la situación de comportamiento extrema y gravemente inmoral del clero, obispos y sacerdotes. Debe proclamarse un tiempo de conversión y penitencia. El clero y los seminarios deben recuperar la virtud de la castidad. Debe lucharse contra la corrupción del uso indebido de los recursos de la Iglesia y de las ofrendas de los fieles. Debe denunciarse la seriedad de los comportamientos homosexuales.”

“Imploro a cada uno, especialmente a los obispos, que hablen alto con el fin de derrotar esta conspiración de silencio que está tan extendida, y para que denuncien los casos de abuso de los que sepan a los medios de comunicación y a las autoridades civiles.

Prestemos atención al mensaje más poderoso que San Juan Pablo II nos dejó como herencia: “¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo!”

En el Angelus del 12 de agosto Francisco dijo que “Todo el mundo es culpable del bien que pudo hacer y no hizo… si no nos oponemos al mal, lo alimentamos tácitamente. Es necesario intervenir allá donde el mal se está extendiendo; porque el mal se extiende donde los cristianos audaces dejan de oponérsele con el bien.”

Si esto es verdad, y lo es, ¡cuánto más grave es la responsabilidad del Papa, el Pastor Supremo! Sin embargo, sostiene Viganò, en el caso de McCarrick, el Pastor Supremo “no sólo no se opuso al mal sino que se asoció él mismo en hacer el mal con alguien que sabía era profundamente corrupto. Siguió el consejo de alguien de quien sabía bien que era un pervertido, multiplicando así exponencialmente con su suprema autoridad el mal hecho por McCarrick. ¡Y a cuántos otros muchos malos pastores sigue Francisco apoyando en la destrucción activa que hacen de la Iglesia!

Francisco está abdicando del mandato que Cristo dio a Pedro de confirmar a sus hermanos. En efecto, por su acción los ha dividido, los ha guiado al error y ha animado a los lobos a seguir desgarrando las ovejas del rebaño de Cristo.”

El Papa Francisco debe por lo tanto “reconocer sus errores y, siguiendo el principio de tolerancia cero, el Papa Francisco debe ser el primero en dar un buen ejemplo a los cardenales y obispos que encubrieron los abusos de McCarrick y dimitir con todos ellos,”

Esta es la estipulación, perentoria, en términos nada inciertos: dimisión. La única acción que puede ayudar a la recuperación.

La situación es dramática pero Monseños Viganò nos invita a no perder la esperanza.

Incluso “en la desorientación y la tristeza”, dice, pensemos en los muchos obispos y sacerdotes que cumplen con su deber y no debemos perder la fe en el Señor. Más bien es precisamente en estos momentos cuando “la gracia del Señor se revela abundantemente y hace su infinita misericordia asequible a todos; pero se les concede sólo a los que de verdad se arrepienten y se proponen sinceramente enmendar sus modos. Este es el tiempo más adecuado para que la Iglesia confiese sus pecados, se convierta y haga penitencia. Recemos todos por la Iglesia y por el Papa, recordando cuántas veces nos ha pedido que recemos por él.”

Citas de Monseñor Viganò tomadas de la versión original en inglés aquí: https://assets.documentcloud.org/documents/4784141/TESTIMONYXCMVX-XENGLISH-CORRECTED-FINAL-VERSION.pdf

(Traducido al español por Natalia Martín. Artículo original)

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