El cambio: sí, ¿pero cuál? (Mons. Aguer

A partir del Concilio Vaticano II y su propósito de aggiornamento de la Iglesia, el cambio se convirtió en un mito. Pablo VI hizo su contribución describiendo como una evolución imparable la marcha del mundo contemporáneo; así lo atestigua en la encíclica Populorum progressio. En las ciencias sociales se impone la idea de desarrollo y el progreso adquiere una dimensión ideológica. Son los años de la descolonización y las naciones que nacen a la independencia se incorporan al ámbito internacional, aportando el movimiento revolucionario coronado de optimismo. En la Iglesia se difunde ampliamente y se impone el progresismo, cuyos rasgos evocan el antecedente del modernismo de comienzos del siglo XX, condenado por San Pío X en la encíclica Pascendi y el decreto Lamentabili. Las primeras palabras de estos dos textos muestran la extensión del movimiento modernista a toda la Iglesia y el juicio reprobatorio de Roma. Pascendi dominici gregis expresa la autoridad del Sucesor de Pedro y Lamentabili sane exitu el dolor ante el daño que el modernismo causa en todos los ámbitos de la vida eclesial.

La realidad del cambio, no el mito, es un elemento que integra la realidad del Cristianismo. Pero no cualquier cambio. Esta distinción está en claro desde la antigüedad. En el siglo V el monje galo – romano San Vicente de Lerins lo expresó en su Commonitorium: en el Cristianismo existe una ley de la evolución, que procede in eodem scilicet dogmate, eodem sensu, eademque sententia . Eodem, eodem, eadem : el mismo, el mismo, la misma, es decir, la mismidad de lo homogéneo; en la heterogeneidad está el desvío, el error, la herejía. La expresión ha sido asumida repetidas veces por el magisterio de los Concilios. Una evolución es la ley del Cristianismo, pero no cualquiera, no el cambio mitificado; existe una evolución homogénea del dogma católico, de los ritos litúrgicos, de las instituciones eclesiales.

Un modelo moderno de esta evolución se encuentra en el pontificado de Pío XII (1939 – 1958). En el orden doctrinal tenemos la definición dogmática de la Asunción corporal de la Virgen María al cielo, el 1° de noviembre de 1950. En cuanto a la interpretación de la Sagrada Escritura, según la encíclica Divino afflante Spiritu , es admisible el uso de los métodos histórico – críticos y la teoría de los géneros literarios para profundizar la comprensión del texto bíblico. Pío XII encargó al Pontificio Instituto Bíblico una nueva traducción de los Salmos a partir del original hebreo. Esa nueva versión fue incorporada al Breviario Romano, pero este operativo no prosperó, porque los sacerdotes estaban acostumbrados a la vieja versión de la Vulgata jeronimiana y se disgustaron con el cambio. En el campo de la Liturgia las iniciativas pontificias causaron admiración; se restauró la Vigilia Pascual a la medianoche (desde la Edad Media la Resurrección del Señor se celebraba el Sábado Santo por la mañana); se estableció la Misa vespertina; se morigeró la ley del ayuno eucarístico; el Rito Romano brilló con especial solemnidad. La Doctrina Social de la Iglesia fue expuesta como alternativa verdaderamente humana ante la difusión mundial del comunismo. El Papa apoyó la revolución húngara de 1956 contra el totalitarismo comunista, y expresó esa actitud en encíclicas como la Luctuosissimi eventus. En esta cuestión del comunismo se continúa la actuación de Pío XI, que en la encíclica Divini Remptoris calificó al comunismo como “intrínsecamente perverso”. Merece una especial mención el magisterio del Papa a través de sermones y discursos variadísimos. Fue resonante el influjo del Radiomensaje de Navidad de 1944 sobre la democracia, en el cual aparece una fuerte distinción entre “pueblo” y “masa”. Asimismo, hay que recordar la palabra de Pío XII sobre el laicado y la familia, y los discursos dirigidos repetidamente a los nuevos esposos. Un elemento también digno de especial referencia es la devoción de Pío XII a la Madonna. Ya he citado la definición dogmática de la Asunción. Notemos que en este caso el Pontífice ha hecho uso del carisma de la infalibilidad, que Pío IX en 1854 había ejercido al definir la Inmaculada Concepción de la Madre del Señor. Los católicos creemos firmemente, como una verdad de fe, que María Santísima, al término de su vida temporal fue asumida en cuerpo y alma en el cielo. La definición calla la cuestión de una eventual muerte de la Virgen. Los fieles de Oriente hablan de la Dormición. El Papa Pacelli, sin declararlo dogmáticamente, enseña la Realeza de Nuestra Señora. Otros temas mariológicos han rodado en Roma por aquellos años, como la Mediación universal y la Corredención; Pío XII se decidió por la Asunción.

Basten los datos incompletos aquí aportados para descalificar la presentación que hace el progresismo y su mito del cambio de Pío XII como un Papa conservador y troglodita de “antes del Concilio”. Hay un elemento que el progresismo no puede perdonarle de ningún modo: la encíclica Humani generis (1950) en la que el Papa Pacelli advierte sobre las peligrosas tendencias de la “nueva teología”, precursora del Concilio.

Me he extendido en este caso para mostrar la continuidad con la Tradición de un período de auténtica renovación de la religión católica.

El mito del cambio ha adquirido plena vigencia con la difusión del progresismo, que rompe la continuidad de la Tradición. En el actual pontificado esta ideología se ha apoderado de Roma. Un episodio reciente muestra la gravedad de esta situación. El Papa Francisco, según informan los periódicos, condenó el presunto atraso de algunos “conservadores” en la Iglesia Católica de Estados Unidos. El calificativo de “conservadores” es un título de carácter político; más razonable es “tradicionalistas”, aun teniendo en cuenta que el “ismo” representa una exageración de lo que expresa “según la tradición” en el sentido de la advertencia de San Vicente de Lerins; es la continuidad homogénea que resulta “actual” en el momento en que se vive. La intervención del Sumo Pontífice implica un reconocimiento de las “desviaciones” que se registran entre los católicos de Norteamérica, y que también se encuentran en toda la extensión de la Katholiké.

El fundamentalismo progresista de Francisco ahonda la grieta en la Iglesia y pone en peligro la paz de ella; es ese fundamentalismo que lo empuja a la actitud que “La Prensa”, de Buenos Aires, formula en este título: “El Papa critica por retrógrados a los conservadores de EE. UU”. Los descalifica, al igual que lo ha hecho con los que llama “indietristas”, los apegados al “indietro” de la Tradición. Los dichos que ahora comento los pronunció el Papa el 5 de agosto en Lisboa, durante su viaje a Portugal, en un encuentro con jesuitas lusitanos. En esa reunión, un jesuita portugués le dijo a Francisco que había sufrido en un reciente año sabático en Estados Unidos al toparse con muchos católicos, incluso algunos obispos, que criticaban al actual pontificado y a los jesuitas de hoy en día. Los comentarios de Francisco son bien reveladores de su pensamiento. Advirtió que hay “una actitud muy fuerte, organizada, reaccionaria”, y que tal actitud lleva a un clima de mentalidad cerrada que es un error; “haciendo eso, pierden la tradición verdadera y recurren a ideologías para tener apoyo. En otras palabras, las ideologías remplazan a la fe”. Más todavía: “La visión de la doctrina de la Iglesia como monolítica es un error; cuando se va hacia atrás se hace que algo se cierre, lo desvincula de las raíces de la Iglesia”, lo que entonces tiene un efecto devastador sobre la moralidad. ¡Esta última observación es increíble!; lo devastador es el moralismo relativista de sabor jesuítico. Sigue un consejo paternal: “Quiero recordarle a esa gente que el atraso es inútil, y deben entender que hay una evolución correcta del entendimiento de las preguntas sobre la fe y la moralidad” que permite a la doctrina progresar y consolidarse con el paso del tiempo. Este planteo explica las confusas afirmaciones del texto de Amoris laetitia, y las vacilaciones sobre la posición católica respecto de la homosexualidad. Copio ahora un párrafo de “La Prensa”: “Muchos conservadores han denunciado el énfasis que Francisco le ha dado a los temas de justicia social, como la defensa del ambiente y de los pobres, y consideran herética su inclinación hacia permitir que personas divorciadas y casadas por lo civil reciban los sacramentos”.

En el encuentro de Lisboa el Papa reconoció las críticas de los norteamericanos, y bromeando declaró que es “un honor” recibir sus denuncias.

No es necesario que me detenga ahora en una crítica a estas nuevas declaraciones del fundamentalismo progresista que tiene su centro en Roma; en numerosos escritos he mostrado en qué medida se aleja de la gran Tradición eclesial, y profesa un cambio cuya heterogeneidad lo aleja de la verdadera evolución homogénea de la doctrina, la liturgia y las instituciones de la Iglesia. La fórmula de San Vicente de Lerins tiene plena vigencia en la actualidad.

+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata.

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