El caso Alfie y la dictadura de las palabras vacías

En un mundo en el cual las personas quieren desentenderse de Dios, cuya consecuencia es un significativo olvido de la racionalidad humana, la verdad ha sido usurpada por el poder. Esto no es necesariamente político o económico, pero – así parece – es el poder de la palabra.

Es la habilidad de saberse expresar en orden a enviar un mensaje que crea la verdad y haga así que los otros lo crean verdadero. Más allá de esta capacidad de hacer aceptar como verdad lo que uno dice, parece que no hay otro modo de convencer a nadie que la verdad, en cambio, existe por sí misma. Se trata ciertamente de un modo subjetivo de decir la verdad o más bien de convencer a la persona a aceptar mi verdad. Hoy estamos enfrentados con este poder de maniobrar la palabra en una dirección que va según el mejor interés de quien habla y que entonces intenta afirmar su verdad.

Existen muchos ejemplos de este género, es decir de palabras que parecen grandes discursos, pero que de hecho esconden un preconcepto o incluso una ideología. En realidad, o la verdad existe por sí misma o no existe en absoluto. Nadie la puede crear sino que solo puede descubrirla como fruto de una investigación seria y diligente. Para tener idea de lo que estamos diciendo, piénsese particularmente en la palabra “tolerancia”. La misma significa una actitud permisiva con relación a quienes tienen opiniones diversas a las nuestras. Las opiniones, sobre todo hoy en día, son variadas con respecto a las mismas creencias religiosas, al deporte, a la filosofía de vida, etc. Habitualmente somos muy tolerantes.

La tolerancia parece una carta de identidad para la vida social. Si uno es intolerante es considerado un enemigo de la comunidad. Pero, extrañamente, las más de las veces, la tolerancia tiene el poder de significar un permisivismo -casi espontáneo- hacia el relativismo. (la idea de que no hay verdad y que cada uno puede tener la suya) más que el ser respetuoso con relación a aquellos que la rechazan y piensan que la verdad existe por sí misma como un dato y no como una imposición.

¿Por qué, por ejemplo, hay tan poca tolerancia con relación a quien sostiene que la vida se inicia con la concepción y que un niño debe ser siempre respetado, garantizándole el derecho natural de vivir? Por otra parte, sin embargo, la tolerancia es entendida normalmente como el ser respetuosos con relación a las personas “pro-derecho a decidir”, es decir aquellos que no reconocen que un niño recién concebido es aquella persona que nosotros fuimos y que ahora no podríamos reclamar ningún derecho si hubiéramos sido sacrificados con el aborto.

¿Por qué tal discriminación en el ser tolerantes? ¿Ello significa que la palabra tolerancia tiene doble significado? Absolutamente no. Ello solo significa que las palabras pueden ser entendidas según el significado que la mayoría desea, aunque no sea necesariamente la verdad. La verdad, de hecho, no es una opinión. Lo que está siendo impuesto a través del poder de la palabra no es la verdad de la que tenemos necesidad sino más bien el poder de una ideología transmitida por el “savoir-fare” de palabras significativas.

Hemos aprendido acerca de este poder de las palabras vacías con la dramática historia del niño Alfie Evans, el cual literalmente ha sido condenado a muerte a pesar de estar vivo y tener capacidad de respirar. El Juez Hayden, que trató su caso, dijo durante la audiencia conclusiva del martes 24 de abril de 2018: esto «representa… el capítulo conclusivo del caso de este niño extraordinario». Lo que significaba: ninguna posibilidad de llevarlo a Italia para ulteriores tratamientos médicos, ni tampoco de tener el apoyo de elementos fundamentales, no obstante el hecho de que haya sobrevivido al apagado del ventilador comenzando a respirar por sí mismo. Era necesario aplicarle el “protocolo” (otro juego de palabras para describir eufemísticamente la muerte). Veáse la perfidia de estas palabras: «capítulo conclusivo» (es decir, la muerte y no otra cosa) de un «niño extraordinario» (por su fuerza de vivir y de resistir a la muerte).

El mismo juez Hayden esperaba que el niño pudiera ser restituido a sus progenitores, los cuales podrían dedicarle un poco de tiempo antes de su fin, antes que invertir más tiempo en una batalla jurídica. Estaba seguro de su muerte. «El cerebro no podía regenerarse por sí mismo y prácticamente no ha quedado nada de su cerebro», agregó el juez en la misma circunstancia. De ningún modo se podía dejar que Alfie permaneciera con vida. Debía morir, pero ¡alegremente porque era un niño extraordinario! En verdad, la vida no depende del cerebro. La vida es mucho más que el cerebro y la dignidad de Alfie, como la de cualquier otro ser humano, pertenece a la persona como tal y no depende de la funcionalidad de los componentes de nuestro cuerpo. Como una cereza sobre la torta, pues, hubo otra expresión que sorprende por su hipocresía: «mejores intereses».

Repetidas veces se dijo que, según el Hospital pediátrico Alder Hey, la continuidad del tratamiento «no era lo mejor para Alfie». Incluso cuando Alfie resistía a la muerte y continuaba vivo respirando con autonomía durante mucho tiempo, morir aún estaba de acuerdo con su mejor interés. ¿Cuando en realidad, la muerte es el mejor interés de un hombre? En este caso, porque se trataba de promover la eutanasia de Estado -conocida como “dulce muerte”, pero mucho peor porque era decidida por un juez y no por la misma persona o sus progenitores- la muerte estaba de acuerdo al mejor interés (de la ideología de turno).

Se puede ver fácilmente el vacío de estas palabras que promueven una auténtica batalla de la ideología contra la realidad. Parecía que la ideología había vencido porque Alfie no logró respirar más tiempo y murió. Pero no es así. Con la muerte de un pequeño ángel quedó plenamente revelado el vacío maligno de una sociedad opulenta que descarta a los débiles creyendo así que es fuerte. Quien mata a los débiles, porque aparentemente son tales, se condena a sí mismo al vacío y al fracaso de una debilidad no redimida y quizás no redimible.

Esperamos que esta ideología de la fuerza aparente, con la muerte de un pequeño guerrero pueda ser enterrada en la tumba de la propia arrogancia. Debemos sin embargo abrir los ojos y darnos cuenta que estamos en guerra. Que todos somos Alfie y que esos millones de niños son asesinados no en un tribunal sino en el seno de la propia madre, en nombre de la piedad y de palabras falsas. No podemos permanecer callados frente a tal monstruosidad cultural. Cuando la razón no funciona más y Dios está lejos de nuestro horizonte humano, nuestro conocimiento produce absurdos monstruosos. Absurdos mortales si nos quedamos aún ojos cerrados lejos de la realidad de la verdad. La verdad no es una opinión, no es un chirrido de los medios, sino la objetividad de la realidad. (P. Serafino M. Lanzetta)

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