Cuando busco en Google la frase “no es la misma religión” – entre comillas – el primer resultado que aparece es un tweet de Hilary White sobre el arzobispo Gómez de Los Ángeles dando la comunión a un alcalde pro-aborto.
Cuando busco “el novus ordo no es catolicismo” – entre comillas – obtengo toda una categoría de publicaciones de Hilary dentro de su blog “What’s Up With Francis-Church” archivadas bajo el mismo título. La más significativa de estas – una publicación titulada “To touch the sky: ‘Novusordoist’ New Paradigm isn’t the same religion” (Tocar el cielo: el nuevo paradigma del Novus Ordo no es la misma religión) – comienza con una excelente descripción de este fenómeno que Hilary y otros (entre lo que me incluyo) intentan explicar desde hace tiempo:
“El hecho de que aún no tenemos un nombre oficial para el Nuevo Paradigma (y tal vez no lo tengamos durante siglos) ha tornado difícil aclarar a qué me refiero cuando digo que, de hecho, la mayoría de los asistentes regulares a la misa novus ordo no creen las mismas cosas religiosas que las generaciones de católicos anteriores. Lo dije muchas veces, y no soy la única, que “el novus ordo no es catolicismo.” Se ha vuelto un eslogan. También utilicé con frecuencia el término “Nuevo Paradigma” para referirme a la creación de lo que en esencia, aunque todavía no en nombre, es lo nuevo creado después del Vaticano II. Me complace ver que los mismos colaboradores cercanos al Papa comienzan a utilizar este término para describirlo. Lo torna más fácil.
¿Cómo lo definimos? Hemos hablado de las “bases falsas” del paradigma del novus ordo y la vasta “ciudad perdida,” llena de tesoros, de la fe católica que ha sido reprimida y enterrada desde el Vaticano II y que muy pocos católicos conocen que existe. Hemos hablado de lo difícil que es explicarlo, por el gran éxito de los promotores del novus ordo que reprimen hasta el lenguaje que utilizamos (no, no el latín), para describir los conceptos.
Para quienes relanzaron la Iglesia en 1965, Orwell fue tomado como manual a seguir en lugar de advertencia. Una gran parte del contenido de la fe ha sido arrojado al agujero de la memoria, y una nueva estructura ha sido creada en su lugar.
Crearon una especie de burbuja o “Matrix” – un nuevo mundo falso cuya existencia es desconocida para quienes viven en él.”
Y cuando el viejo mundo – el que nuestros abuelos y tatarabuelos católicos reconocerían de inmediato en la manera exactamente opuesta a lo que sentirían si entraran en una parroquia promedio de los suburbios en 2018 – se hace presente, los guardianes del falso nuevo mundo enseguida buscan aplastarlo, triturarlo, asegurarse de que todos los que están escuchando sepan que “ya no somos eso”.
Un ejemplo reciente es el del cardenal Wilfrid Napier de Sudáfrica, quien recibió gran reconocimiento de parte de los “conservadores” después de haber retrocedido en algunas de las maquinaciones durante los sínodos de la familia. Sin embargo, en Twitter, donde es uno de los cardenales más activos y comprometidos, hace tiempo que sepultó la idea de que no es un hombre del Régimen de Francisco. Se vio esto hace poco, cuando criticó la misa tradicional ofrecida por el arzobispo de Miami, Thomas Wenski.
El arzobispo Wenski se mostraba contento al tweetear “una misa tradicional cantada en la catedral de Santa María, en la fiesta de San Miguel Arcángel, como cierre a la reunión de la Sociedad de Liturgia Católica. Asistieron alrededor 500 personas.”
Las fotos que Wenski incluyó en su tweet muestran un evento similar al del catolicismo que perduró durante siglos, no a la moderna imitación barata y de plástico a la que la mayoría de nosotros estamos acostumbrados:
La réplica de Napier a este feliz evento apareció como golpe táctico sobre la evidente esperanza en los rostros de los jóvenes que acompañaban al obispo en la última foto. “Mirar estas fotos [sic],” tweeteó, “me recuerda a mi niñez hace unos 70 años atrás. ¡En aquel tiempo había un abismo entre el clero, especialmente los obispos, y los fieles! Algunos podrían llamarlo la era del clericalismo supremo. ¡Para mí es un recordatorio de algo que no debiera volver a suceder!”
“Clericalismo supremo.” Algo “que no debiera volver a suceder.” Así es como un miembro elector del Colegio de Cardenales, considerado por muchos como un “conservador”, describe las hermosas vestimentas, gestos, y acciones litúrgicas del ritual de la misa de todos los tiempos – una belleza diseñada para dar gloria a Dios, no para elevar a los hombres que ofrecen el sacrificio. Una liturgia donde Dios, y no el que preside, es el centro de la atención.
Napier no es el único prelado que en las últimas semanas hizo un ataque abierto a la tradición católica. El obispo Felix Genn de Münster – quien ha sido acusado de facilitar el adoctrinamiento homosexual a niños y de no permitir que sus sacerdotes prediquen la moral sexual católica desde sus púlpitos – parece haber dicho el mes pasado en una conferencia de prensa, “Puedo decirles firmemente: yo no quiero hombres del clero pre-conciliares y no los ordenaré.”
Genn, también considerado en algunos círculos como “conservador”, asistirá esta semana al sínodo sobre los jóvenes. Los lectores tal vez recuerden con algo de ironía que una de las primeras controversias sobre el sínodo tuvo lugar durante su fase preparatoria, en la que muchos jóvenes que participaron en la creación del documento preparatorio para el sínodo sentían que sus voces no eran oídas cuando pedían enfocarse en una liturgia más reverente – específicamente la misa tradicional. En mi reporte de aquel momento:
“Estoy seguro que ya deben haberse dado cuenta,” decía la imagen de un comentario en Facebook redactado con su identificación, “que el documento pre-sinodal de 2018 es una basura.” “Afortunadamente, la VASTA mayoría de las respuestas en el grupo solicitaban mayor acceso a la misa tradicional, recapturar la tradición, y mayor reverencia en la misa (ya sea EF u OF)”. Sin embargo, el comentarista escribió: “muchos de nosotros quedamos estupefactos al encontrar que no hay mención de aquello en el documento final” y que “muchos jóvenes no están contentos con la dirección que están tomando las cosas, a pesar de que el documento pre-sinodal hace creer lo contrario.”
¿Por qué con frecuencia suele parecer que los mismos obispos que permiten tanta laxitud sexual son los mismos que descubren al autoritario que llevan dentro cuando se trata de las expresiones tradicionales de adoración y piedad en la Iglesia? Estos hombres no son populistas, según la creciente demanda por la venerable liturgia de la Iglesia. No están expresando la voluntad de los fieles.
Les están dando a los fieles lo que ellos quieren que tengan, y se lo están imponiendo.
Otra indicación reciente del intento desesperado por aumentar la división entre la Iglesia pre-conciliar y la post-conciliar fue la presión del cardenal Schönborn – arzobispo de Viena, famoso editor del Catecismo de la Iglesia Católica y elegido representante de la interpretación del Papa de Amoris Laetitia – por permitir la ordenación de mujeres al diaconado. En un tweet que fue publicado, y luego eliminado rápidamente, el cardenal fue citado diciendo, “Solo recientemente pude consagrar diáconos nuevamente. Una gran alegría. Tal vez algún día podamos ordenar mujeres diaconisas… Queridos sacerdotes, ¡tengan coraje para el trabajo en equipo!”
A pesar de la desaparición, el tweet no tardó en ser confirmado por una publicación de la Agencia Católica de Noticias (CNA). “El cardenal Christoph Schönborn,” escribió Anian Christoph Wimmer para CNA, “ha dicho que, en su opinión, la ordenación de mujeres diaconisas en la Iglesia sigue siendo una ‘cuestión abierta’.”
“El 29 de septiembre, en la Catedral de San Esteban, el arzobispo de Viena habló ante 1700 delegados de consejos parroquiales y otras entidades. Según el medio de noticias local Kathpress, al reflexionar sobre su reciente ordenación de 14 hombres al diaconado permanente, agregó: “tal vez algún día también podamos ordenar mujeres diaconisas.”
Schönborn dijo que en el pasado ha habido mujeres diaconisas, y que “básicamente, la [cuestión] sigue abierta.”
En abril de este año, Schönborn había realizado comentarios indicando que un concilio ecuménico podría cambiar la prohibición contra la ordenación de mujeres establecida por el papa Juan Pablo II en Ordinatio Sacerdotalis. “La cuestión de la ordenación [de mujeres] es una cuestión que claramente solo puede ser resuelta en un concilio,” dijo el cardenal. “Eso no puede decidirlo solo el Papa. Es una cuestión demasiado grande como para que se decida en el escritorio de un Papa.” Cuando le preguntaron a qué se refería con la ordenación de mujeres, Schönborn aclaró que se refería a “diaconisas, mujeres sacerdotes, y mujeres obispos.” Sin embargo, en junio, se retractó – ofreciendo lo que podría haber sido una calculada síntesis Hegeliana – diciendo que en cuanto a las mujeres, solo “el diaconado, el primer grado de ordenación” estaba en discusión. Admitiendo que “jamás ha habido mujeres sacerdotes en la Iglesia Católica” desde “su comienzo,” Schönborn admitió que “hasta el papa Francisco ha dicho que esto no está previsto en la tradición.” Pero evidentemente, mientras no ordenen mujeres como sacerdotes y obispos, la ordenación de mujeres al diaconado está muy bien.
Solo.Sigan.Moviendo.La Aguja.
Lo escuchamos una y otra vez – que la reforma debe avanzar; que lo que surgió a partir del concilio es “irreversible.” Ya sea el Papa hablando de la “reforma” litúrgica o el cardenal secretario de estado hablando del “proceso” del Vaticano II para la transformación de la Iglesia, esta noción de progreso irreversible hacia adelante, alejándose de lo que fue la Iglesia y acercándose hacia lo que han reconstruido se remacha con tanta frecuencia que ya se da por sentado. La Iglesia no es inmutable, firme, y atemporal; está en un estado de cambio constante. “No es posible retroceder,” nos amonesta el Papa, en referencia a la reforma litúrgica, “Debemos avanzar siempre. ¡Siempre hacia adelante! Los que retroceden se equivocan…”
Quieren que creamos que el pasado ha muerto. Que nuestro patrimonio ha sido destruido. Que es mejor lamentarse y continuar hacia adelante, porque lo que tenemos hoy es todo lo que tendremos – hasta que lo vuelvan a cambiar, y nos digan que es mejor que nos guste. El “teólogo” progresista Massimo Faggioli tweeteó no hace mucho que él creía que “no es demasiado optimista suponer que todos los católicos debieran estar de acuerdo con que un estado secular es preferible a uno teocrático.” Luego remarcó, aparentemente anticipando un diluvio de documentos papales que promueven lo contrario, “si usted cita el magisterio, intente con algo publicado antes de 1944.” Ellos no solo mueven los arcos. Los sacan directamente afuera de la cancha.
En un ensayo sobre la liturgia para Commonweal, Faggioli se enfoca una vez más en la división entre la Iglesia pre-conciliar y la post-conciliar. Se lamenta que en su motuproprio Summorum Pontificum, el papa Benedicto XVI creó un “fait accompli” que resulta en un “nuevo ‘bi-ritualismo’” en el Rito Romano – reintroducir la vieja liturgia cuando una nueva imitación tomó su lugar – que sorprendentemente Faggioli ve como una violación a la tradición. También nota la inversión del roles de quienes apoyan la nueva liturgia y la antigua:
“Este nuevo bi-ritualismo no es, mayormente, para confortar a los que crecieron con la misa tradicional; apunta a una nueva generación de tradicionalistas, nacidos después de 1964, que crecieron con el novus ordo. Las disputas entre los promotores de la reforma litúrgica del Vaticano II y los promotores del rito extraordinario son – otra paradoja – disputas entre una generación más vieja promoviendo lo nuevo y una generación más nueva promoviendo lo viejo. Estas disputas han dañado el sentido de comunión entre los católicos. El rencor por este conflicto en los Estados Unidos fue una dolorosa sorpresa para mí cuando me mudé a ese país.”
Están aterrorizados – aterrorizados – de que la revolución resulta poco atractiva para las generaciones futuras. Y por lo tanto deben hacer todo lo posible por subvertir su interés en reavivar los tesoros sagrados tradiciones de la Iglesia, o el verdadero fait accompli será la muerte de todo por lo que han trabajado.
No hace falta mirar solamente a los ideólogos heterodoxos de la Iglesia para notar la tensión entre el catolicismo histórico y el presente. En una discusión sobre una pelea pública entre el obispo Morlino de Madison, Wisconsin, y el temperamental reportero y autor católico, George Neumayr, un amigo que estaba al tanto de la situación diocesana en Wisconsin me contó que el obispo, conocido como uno de los más grandes amigos de la tradición en la jerarquía norteamericana, permite la misa tradicional, pero solo para sacerdotes que también ofician la misa novus ordo. Hasta donde yo sé – y estuve preguntando – no hay en Madison capillas exclusivas para la misa tradicional.
De ser así, no sorprendería en absoluto. Lo mismo sucede con la muy comentada diócesis de Arlington, Virginia, que tiene no menos de media docena de misas tradicionales en domingo (y tal vez más) cada semana en varias parroquias. Muchos ven a esa diócesis como la “mecca” de los católicos tradicionalistas, pero si usted desea una misa diaria en el rito tradicional, tendrá que cambiar de parroquia día tras día – o ir a la FSSPX, o abandonar la diócesis por completo para ir a la vecina West Virginia. Esta es una realidad diaria – y me animo a decir, una naturaleza esquizofrénica – de la Iglesia post-conciliar. Incluso a medida que aumenta la demanda por la tradición, que florece el amor por la tradición, nuestra jerarquía permanece inexplicablemente encadenada a un estilo de catolicismo que es un fracaso manifiesto. No han retenido a los fieles; no han producido vocaciones; no han contenido las fuerzas del secularismo; y como ha quedado dolorosamente claro, no han mantenido con éxito el celibato y la santidad sacerdotal. Y sin embargo, cada obispo y sacerdote fiel se ve forzado a entregar su pizca de incienso al concilio, a la nueva misa, al lema de bajas expectativas sobre lo válido y probablemente no herético de todo esto.
Pero es total y lamentablemente insuficiente para sostener a los fieles. Esto ha continuado, y aún continúa, quedando claro a medida que las personas en los bancos de las capillas no tradicionales siguen disminuyendo, o participan pero por otras razones y sin la intención de honrar lo que la Iglesia enseña.
Pero pregúntele a un sacerdote que haya tenido la oportunidad de aprender la misa antigua tras haber conocido solo la nueva, o que se haya sumergido en la teología antigua, o haya realizado algunos bautismos bajo el rito antiguo, y escuchará mayormente, a través de una sonrisa nerviosa o una mirada seria, que para él la experiencia ha sido transformadora. Que una vez que participó en la increíble riqueza de los tesoros extraordinarios e insondables de la Iglesia, ya no sentía que podía continuar ofreciendo solamente lo que se considera “ordinario” – o al menos que hacerlo lo pone muy incómodo. Tales sacerdotes reconocen que los tesoros que avivan sus vocaciones, alimentan a sus rebaños, y actúan como baluarte contra el mundo hostil están ahí en la punta de sus dedos, por lo tanto ¿cómo pueden continuar tratándolos como si fueran una simple cuestión de gusto o preferencia?
A medida que los fieles comienzan a levantarse de su siesta, despertados escándalo tras escándalo, y miran con ojos nuevos y críticos a qué hemos llegado, sugiero que también miren a lo que comenzó a cambiar en 1965, al derecho de nacimiento que les robaron. Muchos de nuestros lectores aquí ya han recorrido este camino, y saben lo difícil que puede ser descubrir que la “hermenéutica de la ruptura”, como la llamó el papa Benedicto, es de hecho muy real. Muchos de los fieles lo harán por primera vez. Solicito en particular a nuestra comunidad aquí, que no desprecie ni se mofe de los que recién descubrieron esto, sino que los reciban, los acompañen y les enseñen. Sean pacientes y amables. Reconozcan que las personas estarán sorprendidas y enojadas por lo que descubrieron. Si ustedes son como yo, tampoco habrán tenido las respuestas siempre. Si son como yo, se habrán resistido a aceptar la cruda verdad sobre la usurpación de la Iglesia de parte de hombres que tenían intereses muy distintos a los de las almas confiadas a su cuidado.
Tenemos mucho trabajo por delante, pero cada día son más y más las personas que se comprometen con la restauración. Si esto no es un signo de esperanza, ¿cuál es?
Steve Skojec
(Traducido por MarilinaManteiga. Artículo original)