El colapso vergonzozo de Venezuela

Las noticias que llegan de Venezuela no podrían ser más espantosas. Esta rica nación latinoamericana se deshace ante los ojos impávidos del mundo, humillada y esclavizada por una pandilla asesina de marxistas que se apoderó de su gobierno hace dos décadas y que la conduce hacia los más escalofriantes extremos de miseria y de opresión.

 

En medio de su tragedia, los venezolanos acaban de recibir con perplejidad un mensaje del Papa Francisco, en el cual les pide“concordia y fraternidad”. «Que este tiempo de bendición le permita a Venezuela encontrar de nuevo la concordia y que todos los miembros de la sociedad trabajen fraternalmente por el desarrollo del País, ayudando a los sectores más débiles de la población», dijo el Papa en su Mensaje de Navidad, el pasado 25 de diciembre, desde el altar mayor de la Basílica de San Pedro, en Roma. (Cfr. ABC, Madrid, Enero 5 /2019).  

El caso de Venezuela es uno de los más dramáticos que haya conocido la historia de la humanidad, pues nunca antes una organización criminal había perpetrado un desfalco de las  dimensiones colosales que tiene el que se ha cometido contra esta nación. Dueña de las más grandes reservas de petróleo del mundo, cuando Hugo Chávez llegó al poder en 1999, Venezuela producía casi cuatro millones de barriles de petróleo por día, que en promedio se vendían a poco más de us $ 100 dólares el barril. Estos ingresos  suman la prodigiosa cantidad de us $150.000 millones de dólares por año, que alimentaron las arcas del Estado durante 20 años seguidos, generando al País una riqueza incalculable y unas posibilidades de bienestar imposibles de comparar con las de cualquier otra nación latinoamericana.

Cualquiera que sea el cálculo que se haga, la realidad es que esa suma fabulosa de dinero fue robada, despilfarrada y malgastada por la camarilla marxista corrupta que gobierna el País desde hace 20 años, transformando a esta riquísima nación en una de las más pobres del mundo en la actualidad. Tan descomunal cantidad de dinero hubiera hecho de Venezuela una nación más rica que Arabia Saudita, y sin embargo, gracias al latrocinio de sus gobernantes, hoy es más pobre que Haití.  

¿Cómo se pudo llegar a semejante catástrofe? Por la imposición del llamado socialismo del siglo XXI, que no es otra cosa que la implantación del marxismo, que extermina la propiedad privada, niega las libertades más elementales, y convierte a una nación entera en una cárcel opresora donde se mata, se tortura, se niegan todos los derechos humanos, y se conduce a la población hacia la miseria más abyecta. Pero, al mismo tiempo, sus gobernantes se han convertido en magnates millonarios, gracias al saqueo sistemático de los recursos del Estado.

 

Es necesario salvar a Venezuela

Mientras esto sucede, la mayor parte de los gobiernos del mundo han mirado hacia otro lado, con una complicidad inexplicable. Solo en estos primeros días del 2019, cuando el dictador Maduro se prepara para asumir un nuevo e ilegítimo mandato presidencial que debe comenzar el próximo 10 de enero, los presidentes de Colombia y de Brasil, Iván Duque y Javier Bolsonaro, y algunos cancilleres latinoamericanos reunidos en torno al llamado Grupo de Lima, han invocado la solidaridad mundial para impedir semejante despropósito.

A Venezuela hay que reconquistarla con la mayor urgencia, con la ayuda de todas las naciones del mundo libre. Desde hace mucho tiempo debió acabarse la actitud de tolerancia y complicidad con estos sátrapas modernos, que se han apoderado de una nación que no merece los abusos e injusticias que padece.

El mundo actual tiene múltiples sistemas de presión, de intimidación, e inclusive de fuerza, si es necesario, para derrocar a Maduro y a todos sus secuaces, y llevarlos ante un tribunal de justicia internacional para que sean juzgados por todos sus crímenes, sus robos, sus injusticias, y sus  escandalosas violaciones de los derechos humanos.  ¡Y esta respuesta de la comunidad internacional no permite ninguna espera! Debería ser aplicada en forma inmediata, sin dilaciones, para evitar en Venezuela una tragedia humanitaria aún más espantosa de la que ya existe.

Casi tres millones de personas han huido del opresor régimen chavista. Más de un millón de ellos  han sido acogidos en Colombia y el resto está disperso por las naciones vecinas. Si no se toman medidas inmediatas, esa diáspora se podrá duplicar o triplicar durante este año 2019, lo cual será de gran alivio para Maduro. Pues, en su absoluta incapacidad para resolver los problemas del País, los millones de venezolanos que emigran dejarán de ser una carga para el Estado socialista, que teóricamente les proporciona todo. Entonces, la obligación de atender a esta población enorme se traslada a las naciones vecinas, que han acogido a los migrantes con espíritu de caridad cristiana, al verlos llegar en condiciones de absoluta miseria.

En medio de esta inmensa tragedia, nos preguntamos si el Papa Francisco nos pide orar a la Providencia por la continuidad de Nicolás Maduro en el poder, o por el contrario, esas oraciones deben estar orientadas a la solución verdadera del problema, que consiste en sacarlo de allí a como dé lugar y cuanto antes.

Al conocer su saludo de Navidad, pareciera que el Papa prefiere ignorar la gigantesca miseria que generó el chavismo, con todos sus abusos de poder, y que ha llevado a Venezuela al abismo donde hoy se encuentra. Pues, solicitar “concordia y reconciliación” hacia Venezuela en estos momentos, parece más un gesto de amistad con los sátrapas, que un acto de caridad con los millones de víctimas de Maduro.

Los miles de millones de dólares saqueados por los ladrones chavistas, deberían ser recuperados en forma sumaria e implacable, y devueltos a su legítimo dueño que es el Estado venezolano. Y con ese dinero, que está depositado en las arcas de los más importantes bancos del mundo, perfectamente se puede comenzar la reconstrucción de esa nación, pues analistas serios consideran que su monto es mayor a us $400.000 millones de dólares. Son el fruto de la insaciable cleptomanía marxista, que no reconoce valor moral alguno, y para la cual las oraciones de la gente buena siempre serán inútiles. 

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