Maldito sea el Concilio
Vaticano Segundo
que quiso conciliar
a la Iglesia con el mundo.
Sus frutos envenenados
no tardó en propagar:
la católica doctrina
sumida en la ambigüedad.
Roma a la herejía
abierta de par en par
y el Santo Sacrificio
de la Misa tradicional
en banquete transformado.
“Primavera de la Iglesia”
ese tiempo fue llamado
con cinismo sin igual,
tenebrosa primavera
que adulteró la verdadera
religión poniéndola en manos
de masones y falsos cristianos.
Maldito, mil veces maldito sea
el Concilio Vaticano Segundo
que por querer conciliar
a la Iglesia con el mundo,
al mundo desamparado
lo dejó y a la Iglesia
le hurtó su magisterio fecundo.
El gélido y cruel invierno
que atravesamos se fraguó
durante aquel contubernio.
Andrés García-Carro