El coronavirus y el declive moral del hombre moderno

Hay un virus acechándonos, pero ese virus no acecha solo. 

La segunda batalla de Aisne, 1917…  En una semana, treinta mil soldados franceses son muertos.

La Batalla de Iwo Jima, 1945… más de veinte mil muertos americanos.

Estos hombres se sacrificaron con coraje. Sabiendo lo que había delante, los soldados formaron filas y avanzaron.

Avance rápido a 2020. La gente está perdiendo control sobre la realidad por el coronavirus. ¿Dónde se ha ido nuestro coraje?

La gente está acurrucada en el búnker de su sala, preocupados de salir y contagiarse del virus, preocupados por contagiar a alguien. Pero tal vez esta manera de pensar es sutilmente más egoista que desinteresada, más consciente de uno mismo que del bien común. Después de todo, no somos responsables  de cómo el virus se reproduce, se difunde o muta. Cuando “aplanamos la curva” inflamos el sentido de nuestra propia importancia. Acobardados en casa, salvamos el mundo.

Si Usted esta detrás de sus puertas, entonces ha refutado el objetivo central del globalismo

Jesús nos habla, al contrario, de dedicar nuestras vidas a nuestros hermanos y hermanas, a realizar trabajos corporales de misericordia—visitar a los enfermos, alimentar a los hambrientos, enterrar a los muertos. No podemos controlar lo que haga el virus, pero sí podemos asumir responsabilidad por nuestros corazones y almas. Los ancianos estan más sólos que nunca, las Misas vacías, el Santísimo Sacramento sin compañía. Oímos y escuchamos a los “expertos y burócratas”, pero no a Cristo. Cristo no dijo: “cada quien por su cuenta”, sino: “no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.

El coronavirus nos ha mostrado el declive moral del hombre moderno. Nuestras sociedades esconden la muerte. La repliegan lejos, en las sombras. Los enfermizos o mentalmente inestables son “eutanizados”, los no nacidos son abortados si son considerados inconvenientes. Estas personas no tienen nombre en los periódicos y aún en el caso de los santos inocentes, frente a Dios.  Nadie en la prensa convencional discute la muerte,  a la que hemos sido entrenados para no ver.

Pero cuando la sociedad moderna niega la realidad de la muerte, tambien oculta a Dios y hace más difícil ganar la salvación. Habiendo rechazado la Santa Fe Católica, la sociedad moderna se acobarda ante el terror del fallecimiento del cuerpo. La muerte debe ser evitada a toda costa. Cuando no pueda ser evitada, debe ser ocultada. Y cuando no pueda ser ocultada, hay que cambiar de tema. Es racista hablar del virus, nos dijeron los medios. Los secularistas silban para disimular su miedo; sólo ha cambiado la melodía en tiempos modernos.  

Aquí esta la libertad del mundo moderno: el búnker, el sótano y la sala de enfermos

Estas cuarentenas están mostrando qué tan absolutamente poco efectivo es el régimen moderno, qué impotente para comprender el significado de la vida humana o la muerte. Nosotros asumimos ser individuos soberanos; entonces nos retiramos a nuestros castillos y levantamos el puente levadizo, retando al virus a desfiar nuestra voluntad política. Pero el virus se mofa de nosotros. Gritamos “Iguadad para todos”, pero el virus también pone eso en duda.  Algunas personas que se infectan mueren rapidamente. Algunas otras personas ni siquiera se dan cuenta que se han contagiado. “Big Brother” nos dice que la igualdad se traducirá en seguridad. Quédate en casa, aplana la curva, todos somos iguales, en promedio  no morirás. 

En promedio no morirás. Este es el sustituto moderno para la inmortalidad. El “Gran Algoritmo” ha determinado que la mayoría de ustedes vivirá. Actúa en consonacia, confirma tu igualdad, mantén tu defensa soberana. La sociedad moderna no tiene curaciones y no tiene respuestas reales, pero sí tiene estrategia y probabilidades. Dios no existe—porque Dios, por definición, sería más poderoso que el estado moderno secular. Sin embargo, el virus existe, porque el virus confirma la necesidad del estado. Escudos arriba, almas abajo, los expertos están trabajando. Encienda su televisión, espere órdenes del Partido Central.

Ésta es la libertad del mundo moderno: el bunker, el sótano y la sala de enfermos.

¿Es ésta la Nueva Evangelización—la huida?

Aquí están el liberalismo y el globalismo: virus ilimitados y pecados también.  Estamos blindados e instalados, pero vulnerables como nadie antes lo ha estado. Las visitas a redes de pornografía están marcando nuevos records de asistencia, millones de soberanos modernos se sientan solos en sus casas. Podemos acceder al vicio desde casi cualquier parte, podemos propagar la enfermedad alrededor del mundo a más de quinientos nudos de velocidad, pero esta libertad sin fronteras, nos tiene prisioneros en casa, patéticamente solos frente a una brillante pantalla. Estamos globalmente conectados, nos dicen. Mientras tanto, aún antes de la pandemia del coronavirus ya había una pandemia de soledad, la pandemia de la pornografía y el odio descarado hacia el prójimo y uno mismo.

Aquí, también, está el ecumenismo, el aggiornamiento, las ventanas abiertas al mundo: no hay Misas, no hay sacramentos, no hay Vida Cristiana. ¿Vendrán los budistas a consagrar las Hostias? ¿Pondrán los protestantes el crisma a nuestros seres queridos llamados por Dios? ¿Enviarán el CDC (Centro de Control de Enfermedades-Organización Mundial de la Salud NT) o la OMS a un fraile a orar por las almas de los fieles fallecidos? ¿Tal vez nuestra compañía telefónica haga los arreglos para una misa no denominacional a traves de zoom, una vez que haya pasado el huracán de la pandemia? Con notables excepciones nuestros obispos desde hace mucho han estado (AWOL, absent without official leave, NT) ausentes sin permiso oficial. ¿Es ésta la Nueva evangelización, huir?  

Y, observe la democracia: personas de a pie pidiendo a sus gobiernos que tomen medidas tiránicas que ningún monarca en el pasado se hubiera atrevido a adoptar o aún pensado en poner en práctica, en primer lugar. Arresto domiciliario para naciones enteras. Supervisión masiva, seguimiento, vacunación forzada, arrestos brutales y golpes a personas sorprendidas caminando por ahí. Tome Usted a la gobernadora de Michigan y compárela con Luis XIV—apostaría que el Rey Luis XIV andaría entre los habitantes de Michigan ahora, luchando contra la dictadora y sus matones.  

El gobernador del Nueva York, Andrew Cuomo, uno de los campeones mundiales del infanticidio, diversificó su agenda incluyendo también el geronticidio condenando a muerte a las personas en asilos de ancianos.

 Este caos nos recuerda una cuestión muy importante. La natureleza humana no cambia. La Modernidad, que incluye las paradojas e ironías listadas arriba y muchas más, son enteramente contrarias a la naturaleza humana. La modernidad establece principios que los seres humanos no pueden soportar. Esos principios no sirven porque son ajenos a nuestra humanidad. Entonces la modernidad se doblega, presionandonos aún más, haciéndonos ser al revés de como realmente somos.

He aquí uno de los muchos errores de la modernidad: la libertad como un fin en sí misma. Las personas necesitan orden primero. Con orden puede haber verdadera libertad. Sin orden, nadie es libre. La Modernidad ha privilegiado a la libertad—desenfreno, hedonismo loco, completo desprecio por las consecuencias  o por otros seres humanos—y la falta de orden ha dado vía libre al pandemónium como resultado. Cuando la crisis golpea, vemos que nos vendieron una sarta de mentiras. No tenemos ni libertad ni orden. Tenemos un estado con delirios de omnipotencia y un pueblo con ilusión de control democrático. 

Si Usted quiere saber lo que el estado realmente piensa de sus votantes, trate de visitar alguno de los estados en los que está prohibido pasear por el parque. No tiene libertad, pero hay orden: el orden de la porra del policia y del megáfono. Puede estar parado en la línea de la policia, esperando que le tomen la foto. Puede estar en una celda de detención esperando ser consignado. No debe andar en los parques. No debe jugar en el atardecer. El estado nos receta violencia, pero la llama paz. El estado niega la necesidad de orden, pero la naturaleza humana la requiere, así que al final del día la naturaleza humana gana y usted gana una orden, pero tan dura que aún las civilizaciones paganas antiguas las hubieran temblado y se hubieran rebelado. Los paganos no conocían la caridad, así que la ley tendía a ser taliónica, pero en la misma medida, justa. Al final, los paganos conocían la naturaleza humana, mientras que nosotros la hemos olvidado. Una cuarentena pagana hubiera tomado en cuenta nuestra naturaleza. Hoy, solo tenemos la ley, fría, robótica y absoluta. Dentro de sus casas, ciudadanos. El estado ha hablado. (¡Pero recuerden votar!)

Esta cuarentena ha sido exitosa garantizando la miseria humana

Aquí otro error: el mundo sin fronteras. Si usted está detrás de una puerta, entonces Usted ha refutado el objetivo principal del globalismo. Incluso los globalistas usan candados. Permitir la entrada a cualquiera, a la hora que sea, a cualquier lugar es una locura. Un sociedad justa, una sociedad sana, discrimina: ¿Quién ayudará a construir nuestra sociedad?¿Quién levantará nuestras comunidades en caridad y respeto? No todo mundo es la Madre Teresa. El estado te dice que es malvado aplicar la razón en tu vida diaria. Debes apoyar que la puerta esté abierta para todos. Esa teoría ha sido reventada por el coronavirus. Fronteras, muros, rejas, puertas que al mismo tiempo que cierran, abran: sin esto estamos en el infierno, donde el precio de admisión es exactamente el mismo de la modernidad,  y la vara está puesta a la misma baja altura.

El mundo moderno ha rechazado el orden Católico, pero no consiguió libertad completa a cambio. Consiguió, a cambio, ordenes duras, la orden del puño de hierro. La Caridad Católica, la mirada tierna para el débil y el sufriente—esas se han ido. Tenemos ahora el catecismo de Malthus: cuenta los vivos, cuenta los muertos, haz la resta, solo los fuertes sobrevivirán. El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, uno de los campeones mundiales del infanticidio, diversificó su portafolio incluyendo el geronticidio también. Él deliberadamente condenó a las personas en los asilos de ancianos a muerte. Muy probablemente ellos no iban a votar por él, de todas formas. Y, después de todo, eran viejos y débiles. Esparta necesita guerreros, los viejos comen lo que los jovenes necesitan para la batalla. Esa es una orden. No la orden de Cristo, pero sí una orden de cierta procedencia. 

Es una ironía que esta cuarentena, que es el máximo honor otorgado a Malthus, haya tenido éxito en garantizar la miseria humana.  Todos corremos el riesgo de morir si salimos mientras el virus está en el extranjero. Una cuarentena, sin embargo, destruye absolutamente la sociedad.  Las probabilidades de una economía colapsando y de personas cayendo en depresión y desesperación si son forzadas a permanecer encerradas, es de un ciento por ciento.

El gobierno no puede admitir su impotencia intrínseca en controlar la enfermedad, así que controla a las personas en su lugar

Y tenemos que pasar por todo este teatro malthusiano sólo para hacer el juego al sentimiento del gobierno de que todo esta bajo control. Todos estamos esencialmente esperando el Momento de Dios/Gobierno, el momento en que el gobierno anuncie que ha desarrollado una vacuna y que todos estamos bien. El gobierno no puede admitir su impotencia intrínseca para controlar la enfermedad, así que entonces controla al pueblo. El pueblo paga el precio por las peligrosas ilusiones del gobierno. Las democracias forzan a su propio pueblo a pedir las medidas autoritarias que son propuestas como únicos remedios para los que la democracia fue forjada. Empieza con la Bastilla, sigue con Robespierre y luego traen a Napoleon a que nos patee. Cada vez.

Existe una clasificación incorporada en los seres humanos. Tenemos capas de vida en nosotros. Nuestro espíritu sobrepasa nuestra carne. Nuestras almas son más grandes que nuestros cuerpos. Si sólo miramos la vida de las células, perderemos aquello que nos hace humanos en primer lugar. Nosotros no somos procesos biológicos. Somos los hijos de Dios Todopoderoso. Estamos en este mundo sólo por un rato. Somos como las flores en el campo. Los monjes solían tener una calavera en sus tablas de escritura para que les recordaran esto. Aquel que tenga sus tesoros en el cielo, será feliz con Dios por toda la eternidad. Aquel que tenga sus tesoros en la tierra sólo conocerá al ladrón, la herrumbe y los gusanos. ¿Hacia dónde están nuestros tesoros?

Ahora hay un virus acechándonos, pero no es lo único que nos acecha. Nuestros falsos principios nos han estado matando, cuerpo y alma, desde mucho antes que el horror de Wuhan. Individualismo, ateísmo, democracia, liberalismo, globalismo –estos son nuestra verdadera muerte y no nos golpearon por primera vez en 2019. Antes de que estuviéramos preocupados por el virus chino, ¿estuvimos preocupados por el comunismo chino?  No es éste el principal entre los “errores de Rusia” acerca de los que Nuestra señora nos previno hace 103 años?  ¿Por qué nos ha tomado más de un siglo y todas las pesadillas que en él han sucedido,  para despertar a lo que Nuestra señora nos dijo amorosa y gentilmente?

Nuestros falsos principios nos han estado matando, cuerpo y alma, desde mucho antes del horror de Wuhan

Veamos este momento como lo que seguramente es: castigo de Dios a un pueblo de dura cerviz. Mis hermanos y hermanas, prestemos atención y arrepintámonos, creyendo en el Evangelio. Oremos, hagamos sacrificios, ofrezcamos los sufrimientos que a Dios le plazca enviarnos.  El virus pronto disminuirá, pero los pecados del mundo aumentarán. Se hará justicia, tarde o temprano. No sabemos la hora, pero sí sabemos la necesidad de conversión, penitencia y Jesucristo.  

Paul de Lacvivier

Paul de Lacvivier es el Presidente de Ōken Gakkai in Tokyo, Japan

Traducido por Enrique Nungaray

Artículo original: https://remnantnewspaper.com/web/index.php/articles/item/4907-the-coronavirus-and-the-moral-decline-of-modern-man

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