El declive y la caída de la teología moral católica

La Iglesia católica tiene una enseñanza moral. Todo el mundo lo sabe. Y por razón de su enseñanza moral, los que no quieren creer que en la Iglesia católica está la religión verdadera y no desean creer que tienen el deber de pertenecer a ella se ven abocados a inventar los más extraordinarios argumentos de orden moral, a fin de revolverse fuera de sus obligaciones. Dirán que el negro es blanco y el blanco, negro, que lo de arriba está abajo y lo de abajo, arriba, antes de admitir que ellos mismo son pecadores necesitados de arrepentimiento.

Por desgracia esto mismo es lo que muchos moralistas llamados católicos han hecho.

El Concilio Vaticano II, en uno de sus documentos[1], llama a una renovación de la teología moral. Parece improbable que los teólogos morales profesionales no sepan leer, pero sin embargo la mayor parte de ellos haya leído esto como una llamada a “una nueva teología moral”. Mientras buscaba en Google el otro día sobre el tema, descubrí que hay un libro de un tal James F. Keenan titulado Historia de la teología moral católica en el siglo XX: de confesar los pecados a liberar las conciencias. ¿Para qué se cree que servía (y sirve) confesar los pecados?

Los teólogos morales que escribieron antes del Vaticano II eran cegadoramente claros. Es posible que estas obras parezcan más brillantes de lo que en realidad eran por la oscuridad de tanta literatura postconciliar. Pero la literatura anterior al Vaticano II de este aspecto de la teología era muy vasta; y no sólo vasta, sino clara, informativa y edificante. Las obras se escribían no primariamente para edificar, sino para dirigir al confesor en la escucha de las confesiones. Eran para que el seminarista o el sacerdote, o en realidad para que cualquiera supiera claramente lo que está bien y lo que está mal, en sí mismo y en las varias circunstancias de la vida, a la luz de la Revelación.

Desde el Vaticano II, mucha de esta tradición ha sido condenada como “manualista” y, por lo tanto, mala. Los manuales estaban dispuestos como libros de texto y con la intención de servir a los fines de estudio y consulta; estaban organizados de tal modo que el estudiante podía confiar los principios a la memoria.

El más famoso de los teólogos morales (sin contar a santo Tomás de Aquino, de cuya Summa una larga sección está dedicada a la teología moral) es san Alfonso María de Ligorio (1696-1787). Se dispuso a anotar la Medulla de Busembaum y acabó escribiendo una completa magnum opus. Encontró el justo medio entre los extremos del rigorismo y el laxismo. San Alfonso cita a miles de autores de su tiempo o anteriores. Parece haber leído todo lo que se había escrito sobre el tema y la composición de la obra le llevó quince años. Se ha acusado a los teólogos morales católicos de después de simplemente ser eco o traducción suyos. Pero, aunque unos pocos hayan podido hacer esto, con dificultad se puede decir de todos.

Otros teólogos morales católicos importantes de los siglos XIX y XX (anteriores al concilio) son el arzobispo Kenrick, el padre Thomas Slater S.J., Henry Davis, Callan y McHugh, Vermeersch, Jone y Prümmer. Ninguno de estos autores es infalible, pero todos son de peso considerable y me atrevo a decir que todos ellos son considerablemente más claros y útiles que mucho de lo que se ha escrito desde el Concilio.

Acabo de mencionar a Prümmer. Tiene una extensa bibliografía al principio de los tres volúmenes de su obra en latín Manuale theologiae moralis. Esta bibliografía comprende un gran número de autores y obras sobre el tema, todos sólidos teólogos morales a lo largo de varios siglos. No incluye a todos los autores que menciono en el párrafo anterior, pero sí a Santo Tomás, San Alfonso, Gury, Vermeersch, Slater, los salmantinos, el catecismo romano, Vázquez, Tournely, Tanquerey (más conocido por una obra de teología ascética llamada La vida espiritual), Soto, Suárez, Scoto, la Summa confessorum, San Raimundo de Peñafort, Francisco y Juan Lugo, Lehkmuhl, Lacroix, Laymann, San Francisco de Sales (“qui in suis operibus asceticis utilissima tradidit pro praxi confessariorum”, “que dejó en sus obras ascéticas cosas utilísimas para la praxis de confesores”), Escobar y Mendoza, Cajetan, Melchor Cano, Báñez, Benedicto XIV, Alexander Natalis y San Alberto Magno. No necesito multiplicar los nombres. Pero creo que puedo recomendarlos con seguridad.

Me gustaría contrastar a estos autores con los de otra bibliografía que he encontrado sobre obras de teología moral (incluida también la “ética fundamental cristiana” por autores católicos o así llamados). Esta bibliografía (la de James Bretzke), por contraste, contiene sólo autores modernos. Comparen estos nombres con los de la lista de Prümmer. Lo que hace tan desnudo este contraste es la extraña moralidad de muchos de los autores de esta lista, comparados con la moralidad evidentemente católica de todos los autores de la otra.

¿Quiénes están en la lista de Bretzke? Joseph Selling, para empezar, de quien nunca había oído hablar antes. ¿Qué nos tiene que decir Joseph Selling? Selling ha escrito algo llamado “¿Es la experiencia vivida una fuente de moralidad?” (Revista INTAMS 20 [2014]: 217-225). Sobre esto él, o quienquiera que escribió el resumen, nos dice:

“Centrándonos en el papel esencial de la experiencia en el análisis de la acción moral, Selling proponer revisar el paradigma moral tradicional del análisis ético que empieza con el “acto” y su “objeto”, que están en gran parte abstraídos del contexto crítico del agente, sus circunstancias, su intención y su motivación”.

Así que Selling desea revisar el paradigma moral tradicional del objeto, el fin y la circunstancia, y sustituirlos por la circunstancia (el “contexto crítico del agente” es una circunstancia si en realidad no es una paráfrasis para todas las circunstancias, tomadas en conjunto), otra vez circunstancia (bajo el epígrafe “circunstancias”), fin (usa la palabra “intención” = finis operantis = “fin” en la moral tradicional católica) y motivación (que presumiblemente significa algo ligeramente diferente del “fin” como tal, es decir la circunstancia “porqué”). De modo que el paradigma tradicional de objeto, fin y circunstancia, para Selling, ha de sustituirse por circunstancia, circunstancia y circunstancia. (O posiblemente circunstancia, circunstancia, fin y fin, suponiendo que “intención” y “motivación” sean sinónimos). ¿Qué falta? Pues el acto mismo: el objeto. ¡Luego la moralidad ha de estar enteramente divorciada de lo que el acto o la omisión son! Esta es la consecuencia de intentar eliminar la categoría de malum in se o intrinsice malum, “malo en sí mismo” o “intrínsecamente perverso”. Si se niega que un acto puede ser intrínsecamente perverso, entonces se aboca a decir que sólo el fin o una o más de las circunstancias pueden hacer a algo malo, lo que hace muy fácil justificar cualquier cosa.

Se describe otro artículo de Selling de este modo:

“Usando la enseñanza evolucionada de la Iglesia sobre la licitud moral de la regulación de la fertilidad por parte de los matrimonios, Selling subraya modos diferentes de razonamiento y análisis morales empleados en las enseñanzas varias, y levanta problemas significantes asociados con un entendimiento insuficientemente matizado de términos como “intrínsecamente perverso o inmoral””.

La enseñanza moral de la Iglesia sobre la licitud moral de un objeto particular, aprendemos aquí, ¡evoluciona! Por lo menos, ese es el significado llano de las palabras que leemos. ¿Quieren decir esas palabras que la enseñanza de la Iglesia sobre si es moralmente lícito usar la contracepción o no, que es lo que parecen querer decir cuando desbrozamos el sinsentido, o quieren decir otra cosa? Es cierto que mucha gente no sabe lo que quiere decir “intrínsecamente perverso”. La palabra “perverso” es mil veces más fuerte que la palabra latina malus, pero el problema no es el de “un entendimiento insuficientemente matizado”, sino el de una falta total de conocimiento sobre lo que significan las palabras.

También aprendemos en esta bibliografía que el benedictino Philip Kaufmann escribió algo en un libro titulado Porqué puedes discrepar y seguir siendo un católico fiel. Su capítulo trata sobre la teoría moral del probabilismo. El probabilismo es un sistema moral que se basa en que, en caso de duda, se puede actuar sobre una opinión sólidamente probable, incluso si la opinión opuesta es más probable, con tal de que la opinión menos probable sea aún sólidamente probable. Yo mismo soy un probabilista –no hay nada malo en el probabilismo en sí–, ¿pero cómo se va a aplicar en un libro titulado Porqué puedes discrepar y seguir siendo un católico fiel? Puedo esperarme que se abuse del principio.

Se menciona a Charles Curran, Bernard Häring y Franz Böckle. Curran es quizás el teólogo moral más famoso de la Iglesia en este momento, un disidente notorio de Humanae Vitae. Todavía vive. Por el contrario, Bernard Häring ya no vive, pero fue otro disidente del mismo documento. Leemos en el New York Times que Bernard Häring “hizo hincapié en una teología moral de amor cristiano más que en catalogar los pecados”. Esto me recuerda el subtítulo de la Historia de la teología moral de antes, con su falsa yuxtaposición entre confesar los pecados y liberar las conciencias, solo que aquí hay una falsa yuxtaposición entre el amor cristiano y la confesión de nuestros pecados. Esta gente no parece entender que la confesión de los pecados puede estar relacionada con el amor cristiano o con la liberación de las conciencias. ¿Para qué se creen que está el sacramento?

El Santo Padre, papa Francisco, ha dicho públicamente de Häring que fue el primero que “empezó a buscar un nuevo camino para ayudar a la teología moral a volver a florecer”. Häring ha defendido tanto la esterilización como la contracepción. Creo que es razonable alarmarse cuando el papa canta los elogios de heréticos de este tipo. Quizás es más alarmante que verle cometiendo una idolatría.

Pedí prestado un libro de Franz Bröckle hace algún tiempo, pero nunca me di cuenta de lo malo que era hasta que el papa emérito, Benedicto XVI lo mencionó en su carta sobre los abusos sexuales. Bröckle iba a oponerse al papa Juan Pablo II (qué pretendía hacer, no lo sé) si ese papa alguna vez dijera que un acto podía ser intrínsecamente perverso. Bröckle nunca lo hizo porque murió antes de que se publicara Veritatis Splendor.

No todos los de la lista de Bretzke son malos. Su lista tiene que incluir estos autores para dar una muestra representativa del estado actual de la teología moral. También incluye algunos autores sólidos como Germain Grisez, Romanus Cessario, Cafarra (que añadió su nombre a las dubbia de los cuatro cardenales) y Alasdair MacIntyre. ¿Pero no se inclina la balanza demasiado del otro lado?

El momento crítico fue 1968, con el rechazo de la Humanae Vitae por parte de tantos “teólogos”. Se dio la impresión de que el asunto de la contracepción estaba de algún modo abierto a discusión a causa de la Comisión para el Control de la Natalidad organizada por el papa Juan XXIII. Me permito ser lo suficientemente atrevido para hacer esta crítica: la Comisión nunca debería haberse organizado. Ninguno de los dos papas que acabo de mencionar quería que se levantara esta cuestión moral particular en tiempo del Concilio; ni tampoco se pretendió que la Comisión, hasta donde yo sé, ejerciera ninguna función magisterial. Esa fue, sin embargo, la impresión que se dio, particularmente por parte de los medios de comunicación. Sea como fuere, la crisis moral de la Iglesia de los últimos sesenta años o así me parece localizada precisamente aquí, en este asunto. Las consecuencias de la aceptación de este vicio por parte del mundo son exactamente las que presentó el papa Pablo VI en Humanae Vitae. Y nuestros moralistas trataron de justificar este pecado porque quisieron justificarlo. ¿Qué otra razón es posible? Está claro que la contracepción está mal si uno piensa seriamente sobre ello.

En realidad, hay otra posible razón para su justificación de este pecado, y es que intentaron justificarlo porque, si puedes justificar la contracepción, puedes justificar muchos otros pecados: por lo menos, puedes justificar todos los pecados que separan los aspectos unitivo y procreativo del intercambio sexual. Pero si se puede justificar eso, puede darse el caso asimismo de que los argumentos se estiren hasta la justificación de todas las otras clases de mal.

Así, pues, hay una crisis de teología moral. Todos sabíamos que había una crisis moral, todos conocemos católicos que viven abiertamente vidas objetivamente inmorales y que dicen que no ven contradicción entre su conducta y su fe. Pero, sin saberlo en la mayoría de los casos, sólo están siguiendo a teólogos que han ido más lejos que ellos, que han intentado alterar la moral católica para que pueda haber una moralidad católica sin moral. Lo repito: esta nueva moralidad, ajena a la moral que siempre mantuvo y enseñó la Iglesia católica de Dios, puede justificar y de hecho justifica cualquier cosa, literalmente cualquier cosa. ¿Y para qué querría nadie hacer eso?

David Mitchell

Artículo original: https://onepeterfive.com/decline-moral-theology/

Traducido por Natalia Martín


[1] Optatam Totius, 16. “Debe cuidarse especialmente de perfeccionar la teología moral”.

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