La mentira estalló en la Iglesia y a través de la misma se persiguen objetivos contrarios al Cristianismo, fundado por la segunda Persona de la Santísima Trinidad. En estos días, un logo va a representar lo expresado. Es lo que señala el próximo viaje del Papa Francisco a Marruecos, país de mayoría musulmana, del 30 al 31 de marzo próximo, cuando visitará las ciudades de Rabat y de Casablanca.
No será una peregrinación ni tampoco un viaje apostólico, sino un viaje interreligioso, que será realizado para “celebrar” los 800 años del viaje, solo y exclusivamente con carácter de misión, de San Francisco a Damietta. La intención es clara: establecer una engañosa y falsa continuidad de intenciones entre el santo estigmatizado de Asís y el actual Pontífice de Roma. En el logo, elegido entre 50 bocetos de artistas participantes en un concurso, que muestra una cruz estilizada y una medialuna musulmana, están presentes los colores de los dos Estados: verde y rojo para Marruecos, amarillo y blanco, como fondo, para el Vaticano. Abajo está escrito: Pape François – Serviteur d’espérance (Servidor de esperanza) – Marruecos 2019» y, al lado, Marruecos escrito en árabe.
Hablando al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede el 7 de enero ppdo., el Papa Francisco afirmó que tanto el viaje a los Emiratos Árabes Unidos (3-5 febrero) como el de Marruecos van a ser «dos importantes oportunidades para desarrollar posteriormente el diálogo interreligioso y el recíproco conocimiento entre los fieles de ambas religiones, en el octavo centenario del histórico encuentro entre San Francisco de Asís y el sultán al-Malik al-Kāmil».
Basta conocer un poco de historia reciente y menos reciente para comprender que el Papa, que se encontrará con el jefe de los musulmanes de Marruecos, no se inspirará en el evangelizador San Francisco de Asís, sino más bien en el «espíritu de Asís» del 27 de octubre de 1986, cuando, por iniciativa del Papa Juan Pablo II, se realizó el encuentro mundial interreligioso, en el cual participaron los máximos representantes de las iglesias cristianas, así como sesenta representantes de otras religiones. Vinculado a aquel evento, Juan Pablo II acuñó, hace más de 30 años, el término «espíritu de Asís». El «espíritu de Asís» caracteriza también el magisterio de Francisco, lejos de las enseñanzas y del fuerte y riguroso testimonio de San Francisco, para quien «Nada debe preferirse a la salvación de las almas, aduciendo como prueba suprema de que el Unigénito de Dios se dignó morir por ellas colgado en el leño de la cruz. De ahí su esfuerzo en la oración, de ahí sus correrías apostólicas y su celo por dar buen ejemplo. Por eso, cuando se le reprendía por la excesiva austeridad que usaba consigo mismo, respondía que había sido puesto como ejemplo para los demás» (San Bonaventura da Bagnoregio, Legenda maggiore, cap. IX, §1168).
Veamos, entonces, como se manifestó el «espíritu de San Francisco de Asís » en sus viajes misioneros entre los musulmanes. La Iglesia de Roma, bajo el Pontificado de Inocencio III, se proclamó única y verdadera Esposa de Cristo y, como tal, suprema y santa, y, gracias a la intervención de Santo Domingo y de San Francisco, se reconoció necesitada de purificación, a través de la pobreza, el sacrificio, el apostolado y la verdadera evangelización frente a la herejía cátara que imperaba en Europa. San Francisco encontró en Damieta, en septiembre del 1219, al sultán de Egipto al-Malik al-Kāmil, intentando, en vano, de llevar a Cristo a tierras islámicas. Allí estaba en agosto del 1219, donde desde hacía dos años estaba en curso la quinta cruzada, para liberar a Jerusalén de Saladino. Francisco, junto con el fraile iluminado, obtiene del Legado Pontificio el permiso de pasar al campo sarraceno para encontrar al mismo sultán a efector de predicarle -¡predicarle a él!- el Evangelio a fin de convertirlo u obtener la rendición. Pero el empeño fue infructuoso.
En la documentada biografía del año mil doscientos de San Buenaventura de Bagnoregio, se lee que el santo predicó al sultán «la verdad de Dios uno y trino y de Jesús Salvador de todos con mucha firmeza y mucho fervor de espíritu». El biógrafo Tommaso da Celano describe muy bien el anhelo de San Francisco no solo por la evangelización, sino por el verdadero y propio martirio: «En el sexto año de su conversión, ardiendo de un irreprimible deseo del martirio, decide trasladarse a Siria para predicar la fe y la penitencia a los Sarracenos», pero hubo un naufragio; entonces, en el décimotercer año de su conversión (ocurrida en el 1205) «no consigue aún alcanzar la paz, en tanto no ponga aún en práctica, con intentos aún más audaces su ardiente sueño […] parte hacia Siria y mientras se producían ardientes batallas entre cristianos y paganos, tomó consigo a un compañero y no dudó en presentarse ante el Sultán. ¿Quién podrá describir la seguridad y el coraje con los cuales se puso frente a él y le hablaba, y la decisión y elocuencia con la cual respondía a quienes injuriaban la ley cristiana? Antes de llegar al Sultán, sus sicarios lo detuvieron, lo insultaron, azotaron, y él no temió nada: ni amenazas, ni torturas, ni muerte; y aunque golpeado por el odio brutal de muchos, ¡ahí está acogido por el Sultán con gran honor! Éste lo rodeaba de regalos espléndidos y, ofreciéndole muchos dones, intentaba convertirlo a las riquezas del mundo; pero, viéndolo resueltamente despreciar todo como desperdicios, quedó profundamente asombrado, y lo miraba como a un hombre diferente de todos los otros. Estaba muy conmovido por sus palabras y lo escuchaba con muchísimo gusto» (T. da Celano, Vita prima, cap. XX, §§ 418-422).
El Sultán quedó admirado por el fervor de espíritu y por la virtud del fraile, por ello le pidió quedarse cerca de él. Respuesta de San Francisco: «Si, tú con tu pueblo, quieren convertirse a Cristo, yo me quedaré con muchísimo gusto contigo. Si, por el contrario, dudas en abandonar la ley de Mahoma por la fe de Cristo, ordena encender un fuego el más grande posible: yo, con tus sacerdotes, entraré en el fuego, y así, al menos, podrás conocer cual fe, con toda razón, se debe considerar más segura y más santa“. Pero el Sultán le respondió: “No creo que ninguno de mis sacerdotes tenga voluntad de exponerse al fuego o de enfrentar la tortura para defender su fe. (Él si había visto, de hecho, desaparecer inmediatamente de su vista, a uno de sus sacerdotes, famoso y de edad avanzada, apenas oyó las palabras del desafío)» (B. da Bagnoregio, op. cit., cap. IX, § 1174.)
El Sultán no aceptó el desafío, sin embargo le ofreció muchos regalos preciosos, «pero el hombre de Dios, ávido no de cosas mundanas sino de la salvación de las almas, los despreció a todos como barro […].Viendo, por otra parte, que no había progresos en la conversión de aquella gente y que no podía realizar su sueño, advertido por una revelación divina, volvió a los países cristianos» (ib. id., § 1174-1175). Aún en aquel año de 1219, fray Francisco organizó una audaz expedición misionera de sus frailes entre los islamitas.
Para llevar la Buena Nueva fueron elegidos Berardo, Ottone, Pietro, Accursio, Adiuto, los tres primeros eran sacerdotes, los otros dos hermanos laicos. Umbros, originarios del Terni, estuvieron entre los primeros miembros de la Orden de los Frailes Menores, pero fueron también los protomártires de la Orden franciscana. Su obra de predicación se desarrolló en las mezquitas de Sevilla, en España. Entraron capturados, golpeados y llevados ante el sultán Almohade Muhammad al-Nasir (Miramolino); en seguida fueron transferidos a Marruecos con la orden de no predicar más en nombre de Cristo. No obstante esta prohibición continuaron difundiendo la Verdad y el Evangelio, y por esta razón fueron nuevamente aprisionados. Después de haber sido sometidos repetidamente a la flagelación, fueron decapitados en la tierra de la Media Luna el 16 de enero de 1220.
Sus restos mortales fueron transferidos a Coimbra. Fue entonces que Fernando Martins de Bulhões, que había anteriormente conocido a los mártires, durante su paso por Portugal rumbo a Marruecos, tomó la decisión de entrar a los Franciscanos. Pasó a ser Fray Antonio, futuro San Antonio de Padua. La mentira de un San Francisco precursor del diálogo ecuménico es una fake-news (noticia falsa). Todas las fuentes históricas relativas a San Francisco, sin interpretaciones de ese estilo, hablan de la voluntad de Fray Francisco de encontrar muchas veces a los islámicos «por sed de martirio».
También Dante, cercano a los acontecimientos, así escribe en la Divina Comedia: « Por la sed del martirio, en la soberbia presencia del Sultán (de Egipto) predicó a Cristo, y los otros que lo siguieron.» (Paraíso XI, 100-102). La dramaticidad de aquel evento, que no fue un paseo de conversaciones empalagosas, sino una expedición misionera, está admirablemente representada en la Prueba del fuego de Giotto, undécima de las veintiocho escenas del ciclo de frescos de la Historia de San Francisco en la Basílica superior de Asís. Aquí se ve a San Francisco invitando a los jefes musulmanes presentes en la corte del Sultán a entrar, pero ellos huyen, con él en el fuego, para demostrar que Cristo es verdadero Dios, mientras que el dios islámico es una impostura.
La predicación de San Francisco se fundamentó siempre, dirigiéndose a todos (creyentes, musulmanes, herejes, paganos….), sobre Dios uno y trino, sobre la Verdad Revelada, sobre la Salvación a través de la conversión, el bautismo y la fe en Cristo. Y su valiente prédica era precisa, fuerte, determinada.
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