No me asombro si, la plaza de San Pedro, está semivacía, o no se llena como estaba previsto; me asombraría de lo contrario. Y no creo que toda la culpa sea el miedo, el temor a caer en manos de un mahometano apasionado por los explosivos. Es verdad que, en los últimos años, neo-catecumenales aparte, se han eclipsado los movimientos católicos que eran capaces de llevar a la juventud a la plaza, reduciéndose a los risibles ritos veraniegos (sí, estoy pensando, sobre todo, en el grupo Comunión y Liberación); y es verdad que, el catolicismo parroquial, es un catolicismo senil y, por lo tanto, temeroso (los viejos temen morir infinitamente más que los jóvenes, para ellos la muerte es una realidad concreta, no una idea). Pero no es sólo eso: es, ante todo, que, al igual que la naturaleza, el corazón del hombre aborrece el vacío.
Si el centro del cristianismo se percibe abandonado, he ahí el por qué deja de ser atractivo, he ahí que los volubles se dirigen hacia cultos nuevos, en apariencia, como el ambientalismo y el animalismo que son variaciones del paganismo. De todas formas, el hombre es un ser religioso y esto lo sabe también el Papa Francisco que en, la homilía del 14 de marzo de 2013, citó de manera bastante sorprendente al apocalíptico León Bloy: “Quien no le reza al Señor le reza al diablo”. Las iglesias, si no se abarrotan de fieles, tarde o temprano, se convertirán en mezquitas o, en el mejor de los casos, en museos: lamentarse es inútil, más útil sería ir a misa, no hacer como aquella amiga mía que, el domingo, en vez de participar en la Eucaristía, lee a Santa Catalina pensando así ya está bien cuando, en realidad, está participando en el colapso de una religión que, progresivamente, es reducida a espiritualidad, subjetivismo, onanismo intelectual. Quien no reza al Señor como Él ha pedido (“Hagan esto en memoria mía…”) no reza ni siquiera a Santa Catalina; sin querer, reza a alguna otra cosa. Otra amiga se convirtió en directora de un museo y me ha invitado a ir a verla en su oficina; le respondí que no lo haría, que desde el edificio me llegaban malas vibraciones; y ella me miró indecisa de si considerarme loco. Efectivamente, puede parecer de maniáticos, con el clero mundanizado que nos encontramos, insistir en lo Sacro como hago yo, pero no tengo alternativa: “La sensibilidad es el genio de cada uno” dice Baudelaire; y mi genio es el celo por la casa de Dios.
El muy contemporáneo museo dirigido por mi amiga, llena una antigua abadía desmantelada por Napoleón y esto ya me suena aniquilador. Jean Clair ha escrito volúmenes enteros sobre el museo como sustituto del templo, y yo no tengo necesidad de reabrirlos para saber cuan verdadero es. Que el vacío tiende siempre a llenarse es una ley psicológica. Las mujeres sin un niño que abrazar, fácilmente se dan al perrito, le hablan, lo besuquean, le compran exquisiteces. El Padre Rosario Struscio, misionero en India que fue padre espiritual de la Madre Teresa, a su regreso a Italia tras muchos años quedó asombrado al ver “tantas mujeres paseando con el gato en brazos, como si fueran hijos. Un país que ha sustituido a los niños por gatos es un país sin mañana”. Es, incluso, una ley urbanística: los campanarios de Milán, en los cuales ya no creían ni siquiera los arzobispos (como demuestran las nuevas iglesias sin campanarios), ahora son sustituidos por rascacielos.
“En el desierto de su abandono, el pueblo se resigna a hacerse becerros de oro”, ha escrito el teólogo Pierangelo Sequeri. O bien, ídolos verdes. Si ya no se cree en la Virgen Madre de Dios, se sucumbe a la fascinación de Gea, diosa de la tierra. Del clero no deben asustar las caídas en la lujuria, en los sentidos humanos, sino la apostasía de quien, como sostiene el filósofo de la religión Marco Vannini, “perdió la fe en la divinidad de Cristo y, por esto, anuló la novedad del Evangelio, postrándose para adorar al mundo y a su señor”. Inmensamente más peligrosa que Francesca Chaouqui [1] es la Sociedad Oscura, que ha proyectado bestias en la fachada de San Pedro el mismo día de la Inmaculada Concepción, transformando el papado en una sucursal de Greenpeace. ¡Qué pecado que la casa madre, en estas asunto, tenga mucha más credibilidad y ya, al otro día, haya vuelto a dictar la agenda proyectando sobre los monumentos de Milán imágenes contra la pesca de atún!
Camillo Langone
[Traducido por O.D.Q.A. Artículo original.]
[1] Se refiere a Francesca Chaouqui, llamada “la Mata-Hari del Vaticano”. Asesora del Papa Francisco fue detenida por el nuevo Vatileaks, sospechosa de traición al papa. (N. de la C.).