“La libertad es un derecho de toda persona: todos disfrutan de la libertad de credo, de pensamiento, de expresión y de acción…. Por esto se condena el hecho de que se obligue a la gente a adherir a una religión o cultura determinada, como también de que se imponga un estilo de civilización que los demás no aceptan”.
Este párrafo citado forma parte del Documento sobre la Fraternidad Humana y por la Paz Mundial y la Convivencia Común firmado ayer con gran fanfarria en Abu Dabi por el Papa con quien está considerado máxima autoridad del Islam suní, el Gran Imán de la mezquita egipcia de Al Azhar. Pero es difícil que un musulmán pueda aceptar estas palabras y pretender que los suyos le sigan en esto.
Lo escribíamos ayer: el Islam es una religión real, con textos sagrados, una doctrina concreta y una historia que contradicen lo que está escrito en esa elevada declaración de intenciones, y es poco menos que imposible que semejante documento tenga eco entre los seguidores de Mahoma en el mundo real.
Pero parece que ni siquiera el signatario musulmán está de acuerdo con lo que ha firmado, salvo que haya cambiado de opinión sin decírselo a nadie. ¿Puede creer una autoridad islámica juzgar ilícito que se ejecute a los fieles que se convierten al cristianismo (o a cualquier otra religión)?
El Tayeb tiene fama de moderado, y Su Santidad mantiene con él una amistad de años que se ha concretado en varios encuentros. Es para Francisco una pieza fundamental en su estrategia de acercamiento entre el cristianismo y el Islam en la que lleva trabajando desde el inicio de su pontificado. Se ha posicionado contra la violencia del terrorismo yahidista y a favor de los derechos humanos en varias ocasiones, e incluso a principios de 2016 declaró ante el Bundestag alemán que el Corán garantiza la libertad religiosa.
Pero según el especialista en el Islam y Oriente Medio Raymond Ibrahim, El Tayeb tiene una larga historia de jugar con dos barajas, empleando un lenguaje cuando se dirige a los ‘kafirun’ de Occidente y otro muy distinto cuando habla para su parroquia. Durante el Ramadán de ese mismo año en que tranquilizaba a los legisladores occidentales, en su propio programa de televisión, confirmó la nunca disputada doctrina islámica de la obligación de matar a los apóstatas:
“Los doctores del Islam y los imanes de las cuatro escuelas de jurisprudencia consideran la apostasía un crimen y coinciden en que el apóstata debe renuncia a su apostasía o ser ejecutado”, afirma en un segmento que no se tradujo a ningún idioma occidental en la web del programa.
Nada que reprochar aquí al imán, ni significa esto que El Tayeb tenga un especial deseo de matar a nadie: sencillamente, una autoridad musulmana no puede contradecir por su cuenta lo que afirma la palabra de Dios increada, el Corán, los ahadith, las cuatro escuelas coránicas y toda la historia del Islam. Por otra parte, las grandes demoscópicas confirman que en el mundo islámico el respaldo popular a la ejecución de los apóstatas es abrumador.
Pero si la ejecución de los musulmanes que se convierten a otra religión es obligada, también le es lícito al fiel seguidor de Mahoma ocultar al infiel la verdad en provecho de la comunidad musulmana, la ‘taqiyya’. El dilema es evidente: o El Tayeb miente ahora, o miente cuando defiende lo que la doctrina musulmana deja meridianamente claro, en cuyo caso su firma no vale nada porque no representa a nadie más que a sí mismo. En cualquier de los dos casos, el documento es papel mojado.
Por la parte católica, el documento sorprende en un Papa por su total ausencia de referencia a Cristo, comprensible pero ignoramos si justificable, y por, al menos, una afirmación que ha provocado la perplejidad de muchos comentaristas: “El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos”.
Ahora bien, Dios no creó al ser humano con toda esa diversidad, al menos no en religión y lengua. Pero asombra aún más la idea de que la ‘diversidad de religiones’ sea algo activamente querido por Dios. Las religiones reales se contradicen, de modo que no pueden ser todas verdaderas; de hecho, solo podría serlo una de ellas. ¿Puede querer Dios que amplios grupos humanos vivan en el error? Una humanidad finalmente convertida a Cristo y formando una sola Iglesia, ¿estaría contradiciendo la Voluntad Divina?
Carlos Esteban, Info Vaticana – 05 febrero 2019
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