El libro testamento de Benedicto XVI: una confirmación

La publicación de algunos libros aparecidos tras el fallecimiento de Benedicto XVI ha estado acompañada de gran resonancia mediática. Al libro-entrevista de monseñor Georg Gänswein (Nada más que la verdad: mi vida junto a Benedicto XVI) y el del cardenal Gerhard Müller (In buona fede. La religione nel XXI secolo) se ha sumado en los últimos días ¿Qué es el cristianismo?, editado por Elio Guerriero y Georg Gänswein, en el que se recogen textos, unos publicados y otros inéditos, redactados por Benedicto XVI a lo largo de sus diez años de pontificado.

Sin duda, estos libros resultan útiles para entender la personalidad de sus autores, todos ellos protagonistas directos de lo que sucede en la Iglesia, y en ese sentido son un aporte histórico útil, pero es dudoso que sirvan para orientar en la confusión actual. En particular, la figura de Benedicto está envuelta en un halo de ambigüedad, pues es presentado como punto de referencia de un frente conservador que se opondría a la deriva doctrinal de los obispos progresistas alemanes. A pesar de ello, es sabido que Benedicto procede de ese mismo ambiente. ¿Cómo y cuándo fue su conversión?

En una entrevista concedida en 1993, el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe Josef Ratzinger afirmó: «No veo que a lo largo de los años haya cambiado de perspectiva teológica» (Richard N. Ostling, John Moody y Nomi Morris, Keeper of the Straight and Narrow, en Time, 6 de diciembre de 1993). No hubo cambio de mentalidad entre el doctorando, acusado de peligroso modernismo por su profesor Michael Schmaus, y el audaz asesor teológico del cardenal Josef Frings durante el Concilio (1962-1965). Como tampoco lo hubo entre el cofundador de Communio (1972) y el catedrático de las universidades de Tubinga y Ratisbona (1966-1977). Ni entre el arzobispo de Múnich (1977-1981) y el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1981-2005)  Ni entre el papa nº 265 de la Iglesia Católica (2005-2013) y el papa emérito que siguió trabajando hasta su muerte en el monasterio de Santa Marta (2013-2022). Aunque su pensamiento teológico se enriquece y perfecciona, el hilo conductor mantiene la tentativa de encontrar una vía media entre las posturas de la teología tradicional, a las cuales nunca se adhirió, y el modernismo radical del que siempre se distanció. Lo que ha cambiado en la larga vida de Benedicto no son las ideas, sino su juicio sobre la situación de la Iglesia, sobre todo después del Concilio y de la revolución del 68.

A Josef Ratzinger lo afectó mucho, casi lo traumatizó, el colapso moral de la sociedad occidental y de la Iglesia postconciliar. En su último libro recuerda: «En diversos seminarios se organizaron clubes homosexuales que actuaban más o menos abiertamente y transformaban de forma patente  el ambiente en dichos centros docentes. En un seminario de Alemania meridional, los aspirantes al sacerdocio y los aspirantes al cargo laico de pastoral vivían juntos. Durante las comidas, los seminaristas estaban con los laicos casados. Algunos de estos estaban acompañados de sus esposas, y en algunos casos de sus novias». En Estados Unidos, «un obispo que había sido rector tenía autorización para proyectar películas pornográficas a los seminaristas, presumiblemente con el fin de hacerlos capaces de resistir un comportamiento tan contrario a la fe».

Cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Benedicto habría podido intervenir con mano dura para poner fin a tal fenómeno. Si no lo hizo, ¿fue sólo porque siempre fue más profesor que gobernante, o por la debilidad que suponía una postura teológica incapaz de identificar los errores del Concilio y del postconcilio?

La nueva moral que se difundió por los seminarios y universidades católicas era fruto de la constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, documento que evidencia ser un manifiesto de conversión de la Iglesia al mundo moderno. Pero si la Iglesia renuncia a evangelizar el mundo será inevitable que el mundo mundanice a la Iglesia. El debate sobre la correcta interpretación de Gaudium et Spes no tiene mucha importancia, porque para contener un proceso revolucionario no bastan los meros instrumentos de la hermenéutica si ese proceso de disolución no se contrarresta con un proyecto de reconquista y recristianización de la sociedad.

Los diez años de pontificado emérito de Josef Ratzinger han coincidido con los diez del pontificado de Francisco, que han estado marcados por la exhortación apostólica Amoris laetitia del 19 de marzo de 2016, pero también por las controversias suscitadas por ésta, entre ellas los dubia del 16 de septiembre del mismo año, suscritos por cuatro eminentes cardenales (Walter Brandmüller, Raymond Leo Burke, Carlo Caffarra, Joachim Meisner) y la Corrección filial del 11 de agosto de 2017, firmada por más de doscientos teólogos y especialistas de diversas disciplinas. Benedicto no podía desconocer estos documentos han pasado a la historia por la importancia teológica y moral de los temas tratados y la autoridad de los firmantes, y sin embargo no hay constancia de ello en las reflexiones contenidas en su libro. Y sobre todo, el papa emérito nunca consideró importante explicar los motivos de su abdicación; se limitó a señalar en su último libro: «El 11 de febrero de 2013, cuando anuncié mi dimisión del ministerio de la sucesión petrina, no tenía pensado qué iba a hacer en mi nueva situación. Estaba demasiado agotado para planificar otras tareas».

Diríase que ha llegado la hora de que se dejen de buscar tantas razones ocultas. La abdicación del Pontífice no se debió a misteriosas presiones, sino al agotamiento físico y mental, como explica con todo lujo de detalles monseñor Gänswein en las páginas que en su libro dedica a lo que llama histórica renuncia. Ese agotamiento fue además una confesión de impotencia ante una crisis moral que habría encontrado una nueva expresión en la Amoris laetitia del papa Francisco. En dicho documento, la moral queda reducida a depender de las circunstancias históricas y las intenciones subjetivas de quien realiza un acto humano. Ese relativismo tiene su raíz primigenia en el abandono de la metafísica que tiene lugar cuando se sustituye la tradicional categoría filosófica de sustancia por la moderna de relación. Esto dice el papa Benedicto en su último libro: «A medida que se desarrollaban el pensamiento filosófico y las ciencias naturales, el concepto de sustancia se alteró radicalmente, y lo mismo pasó con el concepto de lo que en la filosofía aristotélica se denominaban accidentes. El concepto de sustancia, que antes se había aplicado a toda realidad en sí consistente, se fue aplicando cada vez más a lo que es físicamente inasible, como las moléculas, los átomos y partículas elementales. Actualmente se sabe que tampoco estas cosas son sustancias últimas, sino una estructura de relaciones. Ello ha traído consigo un nuevo cometido para la filosofía cristiana. La categoría fundamental de todo lo real ya no es en general la sustancia, sino la relación. En este sentido, los cristianos sólo podemos decir que, para nuestra fe, Dios es una relación, relatio subsistens». Tiene razón Benedicto cuando afirma que «una sociedad en la que Dios está ausente –es decir, que no lo conoce y lo trata como si no existiese– es una sociedad que pierde su criterio. (…) En la sociedad occidental Dios está ausente en la esfera pública y ya no tiene nada que decir». Pero Dios no es una relación; es el Ser perfectísimo, y por tanto el Sumo Bien y la Verdad Infinita. Se llama precisamente Ser, el que es (Éx. 3,14). Todo desciende de Dios, y todo conduce a Él. Él y nadie más que Él, Ser por esencia, podrá resolver la crisis religiosa y moral de nuestro tiempo.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

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