El 26 de junio de 2015 se ha producido la primera decapitación islamista en suelo europeo desde la batalla de Viena (1683), mientras el “campeón” de Occidente, Barack Obama, celebraba triunfalmente la legalización del «matrimonio» homosexual impuesta por el Tribunal Supremo de los Estados Unidos en todos los estados de la Unión.
Hacía exactamente veinte años, el 21 de junio de 1995, se había inaugurado oficialmente la mezquita de Roma, la mayor de Europa, presentándola como centro de diálogo ecuménico y paz religiosa. La única voz de protesta que se alzó en Italia fue la del Centro Cultural Lepanto, que organizó un rosario de reparación en la iglesia de San Luis Gonzaga, contigua a la mezquita, y definió en un comunicado la construcción del centro islámico en el corazón de la Ciudad Eterna como «un acto simbólico de gravedad inaudita. Roma es el centro de la Fe católica: el islam niega las raíces y las verdades fundamentales de nuestra fe y se propone implantar su dominio universal en lo que fue la Civilización Cristiana occidental».
En aquella misma época, entre 1992 y 1995, tenía lugar la guerra étnica y religiosa de Bosnia, primera contienda mediática de los tiempos modernos, y también la más malinterpretada por los medios informativos. La versión políticamente correcta del conflicto presentaba la imagen de un gobierno predominantemente musulmán — en realidad multicultural– asediado por nacionalistas radicales croatas y serbios decididos a aniquilar musulmanes en Bosnia.
La verdad ignorada era que Bosnia fue el primer frente de la yihad mundial de Al Qaeda, el primer suceso internacional del que obtuvo el islam un enorme beneficio. John R. Schindler, analista estadounidense que recorrió durante casi un decenio la zona de los Balcanes, ha hecho un agudo análisis de aquella guerra (Unholy Terror: Bosnia, Al-Qa’ida, and the Rise of Global Jihad, Zenith Press, St Paul, Minnesota 2007), que coincide en muchos puntos con el realizado por el estudioso de la geopolítica Alexandre Del Valle (Guerres contre l’Europe, Edition des Syrtes, Paris 2000).
En los años noventa, en Bosnia, Al Qaeda se convirtió en la multinacional de la Yihad bajo la dirección de Osama Bin Laden y sus muyahidines. Arabia Saudita, que había costeado con treinta y cinco millones dólares la construcción de la mezquita de Roma, aportó centenares de millones para sostener a los guerrilleros islamistas, alentando a los jóvenes musulmanes de todo el mundo a emprender la guerra santa en Europa. El primer acto de la Bosnia independiente, que seguía siendo un país de mayoría cristiana, fue adherirse a la Organización para la Cooperación Islámica (OCI), que agrupa a 57 países de religión mahometana con miras a difundir la sharía por el mondo.
Desde entonces estaba claro que el islam seguía dos líneas estratégicas: la línea «suave» aspiraba a la islamización de la sociedad mediante una red de mezquitas, que constituyen un centro de propaganda política y religiosa, pero también de reclutamiento militar, como la de Milán, en la avenida Jenner, que servía de base operativa para reunir hombres, dinero y armas en Bosnia. Esta estrategia gramsciana de expansión está representada por los Hermanos Musulmanes, fundados por Hasan al-Banna en 1928, movimiento –como recuerda Magdi Allam– que «promueve la islamización de la sociedad desde abajo, apoderándose de las mezquitas, centros culturales islámicos, escuelas coránicas, entidades benéficas y organismos financieros» (Kamikaze made in Europe, Mondadori, Milano 2005, p. 22).
Junto a esta línea estratégica “suave” se sitúa, sin contraponerse, la línea leninista del islamismo radical, que aspira a alcanzar la hegemonía mundial por medio de la guerra y el terrorismo. Esta línea dura ha pasado en los últimos años de Al Qaeda al Estado Islamico, que se extiende desde las afueras de Alepo, en Siria, a las de Bagdad, en Iraq, y tiene por meta declarada la reconstitución del califato universal que, como ha explicado desde los años noventa la principal estudiosa del islam, Bat Ye’Or, no es el sueño de los fundamentalistas, sino el objetivo de todo verdadero musulmán.
Las diversas líneas estratégicas del islam convergen actualmente en un mismo proyecto de conquista mundial. En un sermón predicado en la mezquita de Mosul el 4 de julio de 2014 durante el acto fundacional del califato yihadista, Abu Bakr al Bagdadí convocó a todos los mahometanos para que se unan a su causa. Si lo hacen, ha prometido que el islam llegará a Roma y dominará el planeta. En el video difundido por Estado Islámico aparece la bandera negra del califato ondeando sobre el Vaticano y el Coliseo en llamas sumergiéndose en un mar de sangre. Finalmente, el anuncio del califato líbico (“estamos al sur de Roma”), mientras Abu Muhammed al Adnani, portavoz de Estado Islámico del Iraq y la Gran Siria, anuncia: «Conquistaremos vuestra Roma, haremos pedazos vuestras cruces y reduciremos a esclavitud a vuestras mujeres».
El mismo objetivo es proclamado desde hace más de diez años por el principal portavoz de los Hermanos Musulmanes, el imán Yusuf al Qaradawi, que en una fatua promulgada el 27 de febrero de 2005 declaró: «Al final, el islam se adueñará del mundo entero y lo gobernará. Entre las señales de su victoria estará la conquista de Roma y la ocupación de Europa. Los cristianos serán derrotados mientras los musulmanes proliferarán y se convertirán en una potencia que dominará todo el continente europeo».
Yusuf Qaradawi, que después de haber dirigido la “primavera árabe” egipcia ha sido condenado a muerte en ausencia por el tribunal de lo penal de El Cairo el pasado 16 de junio, es el presidente del Consejo Europeo para la Fatwa y la Investigación, con sede en Dublín, punto de referencia teológico de las organizaciones islámicas ligadas a los Hermanos Musulmanes. Sus ideas, propagadas por el canal satelital Al Yazira, influyen en buena parte del islam contemporáneo. Para los Hermanos Musulmanes, al igual que para Estado Islámico, el objetivo final no es París ni Nueva York, sino la ciudad de Roma, centro de la única religión que el islam se propone eliminar desde su fundación. El verdadero enemigo no son los Estados Unidos ni el estado de Israel, que no existían cuando los mahometanos llegaron a las puertas de Viena en 1683, sino la Iglesia Católica y la civilización cristiana, de la cual la religión de Mahoma es una diabólica parodia.
Hoy, sin embargo, no resuenan en roma las palabras con las que San Pío V y el Bienaventurado Inocencio XI convocaron a la Guerra Santa y contuvieron el avance de la Media Luna en Lepanto y en Viena. Y si el papa Francisco está de acuerdo con del primer ministro inglés David Cameron, según el cual los atentados del pasado 26 de junio no se hicieron en nombre islam porque el islam es una religión de paz, en el plano humano la batalla puede darse por perdida.
Al parecer, la respuesta de Occidente a las proclamas y gestos bélicos del islam ha sido recogida por la red de mensajes #LoveWins, con la que el lobby homosexual inunda twitter e facebook. La inversión de valores que expresa este mensaje está destinada a convertirse en lo contrario de lo que afirma: no la victoria, sino la esclavitud, como destino de un mundo que reniega de su fe y trastorna los principios del orden natural.
No obstante, en la historia nada es irreversible. Valdría la pena difundir en la red social otra frase como una silenciosa pero arrolladora palabra de orden: In hoc Signo vinces, la divisa que figuraba en la bandera de Constantino en Saxa Rubra y que contiene la historia de los siglos futuros, cuando los hombres estaban a la altura de la Gracia divina. La ayuda del Cielo nunca falta cuando hay hombres de buena voluntad que combaten para que la Cruz de Cristo venza y reine en las almas y en toda la sociedad. ¿Quedan hombres así en Occidente?
Roberto de Mattei
[Traducido por J.E.F.]