El ocaso de la fe de una civilización

Como especie en extinción, que debe ser echada a una reserva para cristianos conservadores, preconciliares y contrarrevolucionarios, me dirijo para un momento de adoración Eucarística a una iglesia de la ciudad.

¡Lo hago en compañía de un antiguo best seller escrito por un amigo mío hace muchos años: “Visita al Santísimo Sacramento y a María Santísima” de San Alfonso María de Ligorio!

Estoy apenas a 20 km de distancia y, cuando puedo, hago auténticas fugas de mis compromisos: ¡hago novillos de la casa, el trabajo y los encuentros!

¡No! ¡No hay sacerdotes adorando, ellos están en el mundo! ¡Pertenecen – ¡y no de ahora! – a la “iglesia en salida”; la que se ha quitado la sotana porque huele a moho y se pone vaqueros y camisetas; la iglesia que viste como el mundo y habla como el mundo; la iglesia que – ¡ay de nosotros! – en vez de convertir al mundo se ha dejado convertir por el mundo!

En la soledad de Cristo en el altar, que se ha hecho Pan para nosotros, me dejo guiar por las oraciones del vetusto best seller de mi amigo, para imponer también un poco de disciplina a mi fantasía, ferviente y vanidosa.

El número máximo de orantes que he contado siempre, incluyéndome a mí, “aspirante”, ha sido tres; los otros dos habituales son un señor anciano y una mujer, también ella de avanzada edad.

Las iglesias con sus sagrarios han sido siempre oasis de paz para el mundo, a los que el hombre, pecador como yo, podía ir y llamar, según la invitación del Maestro: “Venid a mí, vosotros todos que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11. 28).

¡Desgraciadamente anteayer no me fue bien!

Encontré la iglesia invadida por un enjambre de estudiantes del prestigioso instituto de la ciudad. Todos esparcidos por aquí y por allá en grupos con las cabezas inclinadas sobre su smartphone.

Era la jornada del F.A.I.[1] y un joven guía con muchos distintivos debía explicar la belleza de esa antigua iglesia. Pero tanto él como los estudiantes, incluida la profesora de historia y filosofía que les acompañaba, ignoraban la presencia de Jesús Eucarístico en el altar, aunque estaba señalado con un potente foco de luz (como si fuera necesario).

¡He intentado inmediatamente reclamar a la profesora de la clase que hiciera callar a sus estudiantes o les invitase a un comportamiento más apropiado y respetuoso hacia Jesús en el altar!

¡Esta solicitud mía ha sido considerada extraña por aquellas mentes, incluida la profesora!

“¿Jesús, quién?”

“¿Dónde?”

“¿En la Eucaristía?”

“¡Ah, aquel es Jesús!”

¡Y tuve como retorno una solemne respuesta cultural!

“¡Hoy es la jornada del F.A.I. y debemos hacer descubrir a nuestros chicos las bellezas de nuestra ciudad, partiendo de esta iglesia!”

Me costaba contenerme, la sangre pulsaba fuerte en mi corazón y la profesora debe haberlo notado también por el rojo que inflamaba mi rostro.

Pregunté inmediatamente quién era el profesor de religión de los estudiantes, visto que ella, con su título de historia y filosofía, no podía conocer la institución de la Eucaristía y, limitándose probablemente al plan de estudio universitario, no había leído nada de San Agustín y de Santo Tomás.

¡La profesora me dio un nombre que conozco, un sacerdote culto y preparadísimo que estimo mucho! Lástima – pensé – que no haya explicado nunca a sus estudiantes el sentido de la Eucaristía, que es la fuente del cristianismo y, por tanto, de nuestra civilización, de aquellas obras de arte que el guía intentaba explicar.

¡En resumen, todos ignoraban (incluidos la profesora y el guía) que aquella Hostia en el altar era Cristo!

¡Incluso si lo hubieran sabido!

¡“¿Y entonces?”, “¿Qué pasa entre nosotros y Él?”, parecían decir aquellas mentes ausentes!

O, mejor, ¿qué necesidad tenían de Cristo?

En efecto, la profesora estaba presa de impaciencia por aquella jornada burocrática impuesta por la escuela, el joven guía preso de su presentación “FAI-da-te”[2] y los estudiantes estaban presos de su red.

Desanimado intenté concentrarme en la oración, pero el anciano orante delante de mí llamó a la profesora y le dijo que ayer, durante la visita de otras clases de las futuras generaciones del F.A.I., había advertido, disgustado, a algunos estudiantes flirteando en la iglesia…

“¡Vamos! ¡Besos inocentes! Abuelo, ¿qué se te pasa por la cabeza?” ¡Eras tú el que estabas ayer en el lugar equivocado!

¡Me levanté y salí despidiéndome triste y confusamente de Cristo en el altar! ¡Nos veremos en otra ocasión! ¡Ahora la iglesia era el museo del F.A.I. y Él no era ni siquiera una obra de arte sobre la que el guía podía detenerse para llamar la atención de los chicos!

Durante mi retorno en coche, en el que tramaba acciones de justiciero ante el obispo, el director y el profesor de religión, me acordé de la oración que el Ángel recomendó a los tres pastorcitos de Fátima, oración que ningún profesor de religión, aunque sea sacerdote, soñaría hoy hacer aprender de memoria a sus estudiantes.

¡Sin embargo, aquella oración hablaba de ellos y de esta época, en la que se ofende con la frialdad y la ignorancia a Cristo en los sagrarios y en los altares!

¡Entre tanto he presentado mis quejas a quien es debido!

¡Pero es más fácil que yo sea liquidado como un loco que el obispo y el profesor de religión impartan como castigo una vigilia eucarística a estos chicos FAIDATE!

AB

(Traducido por Marianues el eremita/Adelante la Fe)


[1] Fondo Ambiente Italiano, fundación sin ánimo de lucro que se dedica a la tutela, la salvaguardia y la valoración del patrimonio artístico y natural de Italia, ndt.

[2] Juego de palabras. “Hazlo tú mismo” en español, ndt.

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Mateo 5,37: "Que vuestro modo de hablar sea sí sí no no, porque todo lo demás viene del maligno". Artículos del quincenal italiano sí sí no no, publicación pionera antimodernista italiana muy conocida en círculos vaticanos. Por política editorial no se permiten comentarios y los artículos van bajo pseudónimo: "No mires quién lo dice, sino atiende a lo que dice" (Kempis, imitación de Cristo)

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