Consiste este fenómeno— conocido técnicamente con el nombre de osmogenesia— en cierto perfume de exquisita suavidad y fragancia que se escapa a veces del cuerpo mortal de los santos o de los sepulcros donde reposan sus reliquias. Acaso permite Dios este segundo aspecto del fenómeno como símbolo del “buen olor” de las virtudes heroicas que practicaron sus fieles servidores.
Casos históricos. —Se han dado multitud de casos entre los santos. Los más notables son los de Santa Ludwina, Santa Catalina de Ricci, San Felipe Neri, San Gerardo María Mayela, San Juan de la Cruz, San Francisco de Paula, Santa Rosa de Viterbo, Santa Gema Galganiy, sobre todo, San José de Cupertino, que en este fenómeno —lo mismo que en el de la levitación— va a la cabeza de todos.
Vamos a describir un poco el caso de este último tal como lo resume el doctor Bon en su obra citada:
“El P. Francisco de Angelis —uno de los testigos del proceso de beatificación— declara que no podía comparar el perfume que exhalaban su cuerpo y sus vestidos más que al del relicario que contenía los restos de San Antonio de Padua. El P. Francisco de Levanto lo comparaba al del breviario de Santa Clara de Asís, conservado en la iglesia de San Damián.
Todas las personas cerca de las cuales pasaba nuestro Santo sentían este olor mucho tiempo después que él se había alejado. Su habitación estaba impregnada; se adhería a los muebles y penetraba en los corredores del convento; de suerte que los que querían visitarle, sin conocer su celda, podían distinguirla fácilmente por este olor, que era de tal modo penetrante, que se comunicaba por mucho tiempo a los que les tocaban o aun a los que les visitaban; así, el P. De Levanto lo conservó durante quince días después de una visita que le hizo en su celda, aunque no dejaba cada día de lavarse.
La celda del Santo conservó este buen olor durante doce o trece años…; se adhería de tal modo a sus hábitos, que ni el jabón ni la lejía podían quitarlo. Se comunicaba a los hábitos sacerdotales que había llevado y a los armarios en que se guardaban. Este olor no producía ningún efecto desagradable incluso a los que no podían sufrir perfume alguno; por el contrario, les parecía suave en extremo”
Entre los santos cuyas reliquias o sepulcros han exhalado suaves olores se citan a San Francisco de Asís, Santo Domingo de Guzmán, Santo Tomás de Aquino, San Raimundo de Peñafort, Santa Rosa de Lima, Santo Tomás de Villanueva, Santa Teresa, Santa Francisca Romana, la Beata Catalina de Raconixio y muchos más.
Naturaleza del perfume. — Generalmente se trata de un aroma singular que no tiene nada de común ni parecido a los perfumes de la tierra. Los testigos que los experimentaron agotan todas las analogías y semejanzas para dar a entender la suavidad y fragancia de este perfume misterioso, y acaban por decir que se trata de un aroma inconfundible, de una suerte de emanación de la bienaventuranza eterna que no tiene nada comparable sobre la tierra.
Hay un hecho histórico a este respecto. El perfumero de la corte de Saboya fué enviado al convento de la Bienaventurada María de los Ángeles para intentar reconocer la naturaleza del olor que exhalaba la sierva de Dios. Hubo de confesar que no se parecía a ninguno de los perfumes de acá abajo. Las religiosas, sus compañeras, solían llamarle “olor de paraíso o de santidad”
Explicación del fenómeno. —Vamos a darla en forma de conclusiones.
Conclusión Primera: El fenómeno de los aromas exhalados por los santos no puede explicarse naturalmente.
El cuerpo humano en estado normal despide de sí un olor que varía según las razas, sexo, pigmentación cutánea y pilosa y clase de alimentación.
Pero, en conjunto, todos estos olores son poco agradables, y por eso se trata de atenuarlos o encubrirlos con los cuidados de la higiene y el empleo de perfumes. En el estado de enfermedad, estos olores se acentúan o modifican —olor de fiebre—, prescindiendo de los olores netamente patológicos: bromidrosis plantar, ocena, etc.
¿Cómo, pues, el cuerpo humano podrá producir por su virtud natural los suaves efluvios que exhalan los cuerpos de los santos a veces en plena enfermedad y aun después de muertos? El gran pontífice Benedicto XIV, con su profunda sabiduría y buen sentido, escribe en su obra tantas veces citada: “Que el cuerpo humano pueda naturalmente no oler mal, es muy posible; pero que huela bien está por encima de sus fuerzas naturales, como enseña la experiencia. Por consiguiente, si el cuerpo humano, corrompido o incorrupto, en putrefacción o sin ella…, exhala un olor suave, persistente, que no moleste a nadie, sino que parezca agradable a todos, hay que atribuirlo a una causa superior y hay que pensar en un milagro”.
Si a esto añadimos los efectos sobrenaturales que suele producir el fenómeno en el alma de los que lo perciben —devoción, paz, impulsos de santificación, etc.—, habremos puesto fuera de duda la sobrenaturalidad del mismo.
Pero, no obstante, hay que asegurarse bien antes de dar el fallo definitivo, porque, como vamos a ver, el demonio podría engañarnos fácilmente.
Conclusión segunda: El fenómeno puede tener a veces una causa preternatural diabólica.
La razón es la misma que hemos dado al explicar el fenómeno de las luces o resplandores. El olor, bueno o malo, es una cosa entitativamente natural, que puede ser producida por el demonio, ya provocando directamente el perfume con su acción invisible sobre la materia corporal, ya por lo menos excitando en la mucosa pituitaria la sensación subjetiva de ese olor.
Aunque de hecho los suaves olores son raros en el mundo de la abyección, no falta algún ejemplo histórico para ponernos en guardia. Entre las numerosas artimañas que el demonio hizo entrar en juego para inspirar al Bienaventurado Jordán de Sajonia pensamientos de vanagloria, fué una la de provocar una emanación deliciosa que se escapaba de sus manos y embalsamaba todo el convento. Pero, habiendo rogado el santo religioso al Señor que le hiciera conocer de dónde venía aquel olor, supo por revelación que se trataba de un ardid de Satanás para tentarle de vanidad y complacencia en sí mismo. A partir de aquel momento, el olor desapareció completamente.
Conclusión tercera: Los suaves aromas que exhalan los santos son una consecuencia espontánea del estado de divinización del alma o una comunicación anticipada de las perfecciones del cuerpo glorioso.
Sería preciso cerrar los ojos a la luz —advierte Ribet— para desconocer el carácter sobrenatural de tales maravillas. La gracia íntima, sin duda, es la razón de esas emanaciones deliciosas, como observan las actas de la canonización de Santa Teresa. Cuando Dios penetra y reina en un alma, no solamente la purifica, la ilumina, la enciende y embalsama, sino que tiende a irradiar al exterior estas bienhechoras influencias. Y como el hombre no se eleva al mundo invisible sino con ayuda de las impresiones sensibles, Dios impresiona los sentidos para advertir al hombre su presencia. El olor de santidad que exhalan de sí los santos no es más que una de esas advertencias divinas.
En cuanto a que esta suavidad y fragancia sea una participación anticipada de las cualidades del cuerpo glorioso, no puede probarse apodícticamente, pero es muy probable y racional que así sea. En este punto hacemos nuestra las siguientes palabras del R. P. Menéndez – Reigada:
“Los teólogos no consignan como dote del cuerpo glorificado el exhalar suavísimo perfume; mas es de creer que así suceda, pues en el cielo, después de la resurrección de la carne, todos los sentidos gozarán por participación de la gloria del alma; y el olfato no podrá recrearse sino con suaves olores, que emanarán de los mismos cuerpos bienaventurados. No es extraño, pues, que ya en esta vida los que ya viven más en el cielo que en la tierra participen un poco de esa propiedad por irradiación del alma semiglorificada”.
P. Antonio Royo Marín O.P.