El sinodalismo, culminación del pontificado de Francisco

Al cabo de diez años de pontificado, el punto de llegada del reinado del papa Francisco parecer ser el sínodo de los obispos que se celebrará en octubre de este año con el tema  Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. Para entender el embrollo semántico de un sínodo sobre la sinodalidad, es preciso ante todo distinguir entre los dos términos. El sínodo es un acto histórico limitado, mientras que la sinodalidad es un camino, un proceso que, en el horizonte ideológico del papa Francisco se traduce en la primacía de la praxis sobre la doctrina.

La palabra sínodo, que deriva del griego σύνοδος, análogo al latín concilium, significa en realidad asamblea o reunión, y forma parte de la Tradición de la Iglesia, mientras que sinodalidad es un neologismo impreciso que admite diversas lecturas e interpretaciones. El origen del vocablo está en el de colegialidad, que introdujo en el argot teológico el padre Yves-Marie Congar como equivalente del concepto de sobornost, acuñado por teólogos rusos del siglo XIX (Le peuple fidèle et la fonction prophétique de l’Eglise, in “Irenikon”, n. 24 (1951), pp. 440-466). En las lenguas eslavas, sobor significa asamblea o consejo. Sobornost, por su parte, expresa la realidad de una iglesia universal que se cimenta sobre sínodos o concilios que no están presididos por una autoridad común sino por el Espíritu Santo. Congar hizo del concepto de sobornost el eje en torno al que giraba una reforma de la Iglesia que tenía por adversario directo al Primado Romano defendido por la escuela teológica ultramontana.

En los años del Concilio, el dogma del primado de Roma era la principal piedra de tropiezo para el diálogo ecuménico. A fin de facilitar el diálogo, era necesario poner de relieve la dimensión colegiada del gobierno de la Iglesia. De esa manera sería posible la  convergencia con la praxis sinodal de la Iglesia Ortodoxa y con la de la protestante. Al interior de la teología progresista volvían a aflorar por otra parte tendencias como el conciliarismo del siglo XV, el febronianismo del siglo XVIII y el antiinfabilismo del XIX, que en momentos y maneras diversas habían intentado fijar límites a la autoridad e influencia del Papado. Había además un motivo político: en los ambientes progresistas, el modelo de la Iglesia como monarquía absoluta parecía chocar con el proceso de modernización de la sociedad. La colegialidad o sinodalidad expresa las exigencias democráticas de la sociedad moderna.

La orden del día era liberar a la Iglesia del envoltorio jurídico que la sofocaba y transformar su estructura vertical en democrática e igualitaria. «Desde hace mil años todo se entiende y construye desde la perspectiva del Papado en lugar del episcopado y su colegialidad. Ha llegado el momento de hacer esta historia, esta teología, este derecho canónico», escribía el 25 de septiembre de 1964 Congar, que consideraba una misión su combate a la miserable eclesiología ultramontana (Diario del Concilio, San Paolo, Cinisello Balsamo (Milán) 2005, vol. II, pp. 136, 20).

En 1972 el jesuita alemán Karl Rahner publicó por su parte un explosivo texto titulado Cambio estructural de la Iglesia (PPC Editorial, Madrid 2014), en el que afirmaba que la Iglesia del futuro tenía que ser desclericalizada, abierta, ecuménica, pluralista, democrática en su gobierno y crítica de la sociedad. En la misma dirección apunta el teólogo dominico Jean-Marie Tillard (Iglesia de iglesias: eclesiología de comunión, Libros Alcaná, Madrid 1991), discípulo de Congar, que contrapone la sinodalidad de las iglesias locales al poder vertical de la Iglesia central, en tanto que el historiador jesuita John O’Malley ha tratado de desmontar los orígenes ultramontanos de la Iglesia anteriores al Concilio (El Vaticano I: el Concilio y la formación de la Iglesia ultramontana, Sal Terrae, Santander 2019).

Como vemos, el concepto de sinodalidad no es una ocurrencia del papa Francisco, si bien con él se convirtió en un paradigma oficial que corresponde a «una Iglesia en salida», «con las puertas abiertas» (encíclica Evangelii gaudium del 24 de noviembre de 2013, nº 46). Francisco ha sustituido el concepto de Iglesia piramidal por el de Iglesia poliédrica. «El poliedro –afirmó– es una unidad, pero con todas las partes distintas; cada una tiene su peculiaridad, su carisma. Esta es la unidad en la diversidad. Es por este camino que nosotros cristianos realizamos lo que llamamos con el nombre teológico de ecumenismo: tratamos de que esta diversidad esté más armonizada por el Espíritu Santo y se convierta en unidad»(Discurso a la Iglesia Pentecostal de la Reconciliación, Caserta, 28 de julio de 2014).

Desde 2015, cuando se cumplieron cincuenta años de la institución del Sínodo de los Obispos, el papa Francisco ha afirmado que el camino de la sinodalidad es «la dimensión constitutiva de la Iglesia» (discurso del 17 de octubre de 2015), sin llegar a aclarar en qué consiste dicha dimensión. Pero el camino ya está abierto, y la Conferencia Episcopal Alemana tiene pensado en recorrerlo. En una Carta a los fieles firmada por el cardenal Reinhard Marx y el presidente del Comité Central de Católicos Alemanes Thomas Sternberg, anunció que se había autoconvocado para ponerse a la cabeza de un camino sinodal que tenía por objeto extender a la Iglesia universal las decisiones vinculantes de su sínodo permanente. Un estudio reciente de Diego Benedetto Panetta muestra a las claras que tras el camino sinodal alemán se oculta un proyecto de reforma de la Iglesia universal destinado a democratizarla y a redefinir el Papado  (Il cammino sinodale tedesco e il progetto di una nuova chiesa, Tradizione Famiglia Proprietà, Roma 2020). La última etapa del proceso tuvo lugar el 11 de marzo pasado en Frankfurt cuando, en medio de clamorosos aplausos, se solicitaron a la Iglesia universal la supresión del celibato, el diaconado sacramental femenino, la comunión para los divorciados y la bendición de parejas homosexuales.

Sea o no la Iglesia sinodal de Francisco la misma que piden los prelados alemanes, es indudable que acoge sus peticiones y que el modelo que sigue está a años luz del tradicional. Por otra parte, la dimensión sinodal de la Iglesia es una evidente utopía, y como todas las utopías tiene una devastadora capacidad destructiva, y está privada además de toda capacidad constructiva. Para que se cumpla ese sueño deformado  hace falta un poder autoritario y tiránico. La iglesia sinodal es una iglesia igualitaria y acéfala que se concretiza mediante la dictadura de la sinodalidad. Pero intentar combatir los abusos de autoridad ante los que nos encontramos negando o limitando el principio de autoridad sería catastrófico. Es algo que pueden hacer con coherencia los católicos liberales, galicanos y modernistas, pero desde luego no los que son fieles a la Tradición de la Iglesia.

La doctrina católica afirma que la potestad de jurisdicción compete iure divino al Papa y a los obispos. Pero la plenitud de autoridad jurisdiccional sólo la tiene el Papa, sobre quien se cimenta todo el edificio eclesiástico. El Romano Pontífice es la autoridad soberana de toda la Iglesia, y en virtud de su primacía de gobierno universal, no deja de ser su legislador supremo. Esta doctrina, que ya se expuso en el Concilio de Florencia en 1439 y en la profesión de fe tridentina, fue definida solemnemente por el Concilio Vaticano I en la constitución dogmática Pastor aeternus (18 de julio de 1870), que corrobora que el Sumo Pontífice no sólo tiene prioridad de honor en la Iglesia universal, sino auténtica jurisdicción además de infalibilidad cuando se dan unas condiciones determinadas. En estos dogmas, providencialmente promulgados por el beato Pío IX, se deben basar los católicos para enfrentarse al sinodalismo. Es más, esa es la única vía –no hay ninguna otra– que permitirá a la Iglesia, siempre viva e indefectible, renacer en todo su esplendor y su poder.

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

Del mismo autor

La Mafia de San Galo. Reseña de un libro de Julia Meloni

Quien quiera saber que pasa tras las bambalinas del Sínodo sobre...

Últimos Artículos

¿Religiosidad popular o nuevo becerro de oro?

Desde el concilio vaticano II se promueve y hasta...

Reformar la Iglesia, no desfigurarla

Ante el deterioro de la situación eclesiástica contemporánea, no...