A pesar de tantos años pasados, tengo bien presente las “Asambleas” de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) que se hicieron en aquellos tiempos del “camporismo” ( Cámpora fue hombre de paja de Perón, que asumió la presidencia del País en 1973 durante sólo 49 días, únicamente para rehabilitar al exiliado General, pero que sin embargo, en ese corto tiempo, el gobierno fue coptado por la izquierda más rabiosa y terrorista).
Las reuniones eran de muy parecida forma a las del Sínodo que se ha efectuado en el Vaticano: una serie de charlas en las que las “bases”, en grupos temáticos, se expresaban con libertad y fuera de toda estructura autoritaria, programática o metodológica. Organizadas por jóvenes adoctrinados para la agitación, la mayor parte de sus componentes – delegados de los colegios secundarios – eran unos pobres muchachos y muchachas ya averiados por las ideas de la zurda romántica, entusiasmados por inaugurar una “anarquía creativa” y, como en toda experiencia anárquica y mixta, la principal aventura no consistió en la lucha de clases sino fundamentalmente en bajarse mutuamente los calzones, asunto mucho más tangible y placentero que la dialéctica marxista. Todo proceso de liberación obtiene su expresión más evidente en la práctica del tiro de lencería.
Hubimos unos pocos de derecha que logramos – mediante fraude por supuesto – ser nombrados delegados y nuestra tarea consistía en impedir toda conclusión o decisión, poni9endo la asamblea en peor anarquía, convencidos de que impediríamos el asunto de las “conclusiones”. Jóvenes al fin, creíamos hacer una valorable faena, como lo creían de buena fe los participantes conservadores del Sínodo, al estilo Müller o Zen.
El engaño de creer haber resultado útiles en no dejar que se plasme en “conclusiones” una reforma destructiva, parece siempre confirmarse por la queja de algún dogmático de la revolución (por ejemplo el jesuita James Martin que sufre desconsolado porque no se ha logrado plasmar el avance en leyes; él hubiera sido feliz con que la homosexualidad hubiera sido declarada condición sine qua non del sacerdocio). Pero ya con cierta experiencia, cuando todo ha terminado, nos damos cuenta que la revolución producía sus efectos sin necesidad de “conclusiones”, con la sola praxis del “asambleísmo”, que logra sus efectos por el sólo ambiente anárquico, exento de la injerencia de las autoridades (autoridades científicas y morales), lo que permite que se produzcan las conversaciones más disparatadas, imbéciles y corruptas, las que se trasladan al todo institucional en el comentario y en el anecdotario, sirviendo de ejemplo, de modelo de conducta disparatada, imbécil y corrupta, minando las verdades y las sabias doctrinas.
En este caso, todo se traslada en la charla a cada parroquia donde se dicen las más increíbles idioteces bajo excusa de teología y, sobre todo, las propuestas sexuales, aprobadas o dilatadas, que encarnan la anomia y la liberación y que del onanismo de la charla, pasan a ejecutarse. Freud no era un tonto y Marcuse (esa m… diría nuestro Diaz Araujo) era un cretino genial. Si los padres de familia hablan chanchadas en la mesa, los jóvenes que escuchan las ejecutan. La palabra tiene el poder de redimir, y tiene, en las bocas de la mentira, un enorme poder de corrupción.
Tanto el Cardenal Zen al decir que “este no es un sínodo de Obispos, sino de partidarios de la homosexualidad” () como el Cardenal Müller al sentenciar: “Las reflexiones sinodales sirven para prepararnos ante la aceptación de la homosexualidad” dan la clara idea de qué se trató el asunto. Nada de conclusiones pero mucho de efectos.
Recibimos todos los días noticias realmente gráficas. Hace unos días un sacerdote polaco organiza una orgía con varios sacerdotes, drogas y un prostituto contratado, al que se le pasa la dosis y termina todo en escándalo. Otra, pocos días después, de un sacerdote que se suicida tirándose a un tren, porque se comprueba su abuso con un menor de edad. Y así podríamos seguir un buen rato y seguiremos mucho más viendo los efectos de esta sinodalidad, pensada y ejecutada para la corrupción del clero. Y no hablamos de efectos “colaterales”, el Mayo del 68 produjo numerosos estudios sociológicos que detallan la estrategia y los efectos de la liberación sexual, docenas de libros la explican y la desarrollan.
Como dijimos antes, deben ser enormes los efectos en lo poco que queda de inteligencia de la doctrina católica, que de todas maneras ya venía siendo oscurecida y tergiversada por el Concilio Vaticano II. Sin embargo, los padres conciliares aún sostenían una cierta moral, sin asidero objetivo y trascendente, montada sobre una conciencia inmanente y una saludable vergüenza de hombres “bien educados”. Debo reconocer que cierta tendencia protestante de la que nos quejábamos, sin embargo suponía un cierto respeto por las escrituras, que aunque escindidas de la tradición, dejaban persistir algo de Cristología y un poquitín de Mariología, aspectos que aún mal llevados, imponen ciertas barreras morales – o estéticas- por la sola consideración de sus Santas Figuras. Pero, una especie de maldición protectora de los sagrado ha sobrevolado todo el Sínodo, en donde los Nombres y los paradigmáticos hechos del relato evangélico, de Cristo y María, ya ni siquiera se recuerdan ni se traen a colación. Todo es abajadamente inmundo. Las conclusiones del Cardenal Müller en el artículo citado son, además de concluyentes, espeluznantes.