El pasado mes de octubre Jaír Bolsonaro fue elegido presidente de Brasil. Su triunfo amplio e incuestionable levanta una serie de interrogantes que son ignorados radicalmente por casi todos los medios de comunicación del mundo. Por esta razón, merecen un análisis profundo. Veamos entonces algunas de las razones que explican su elección.
Bolsonaro fue miembro del parlamento brasileño durante muchos años y allí se dio a conocer al País, pero nunca tuvo un destaque especial, ni un liderazgo significativo. Cuando se lanzó como candidato presidencial, tal como lo explicó él mismo cuando fue elegido, no tenía partido político, no tenía dinero y ningún medio de comunicación de Brasil lo respaldó.
Sin embargo, ésta no fue la mayor dificultad a superar. Mucho peor fue que por causa de sus ideas lo persiguieron, lo difamaron, lo calumniaron, lo ridiculizaron. Sin la menor consideración, fue calificado con los más despectivos términos, como fascista, nazi, extremista, fanático, dictador, y muchas otras acusaciones gratuitas e infundadas. Cuando trataba de explicar los principios de su campaña presidencial, todos los medios, como si hubiesen hecho un pacto secreto de difamación entre ellos, lo desacreditaban acusándolo de ser contra las mujeres, contra los negros, contra los indios, contra los pobres, contra los comunistas, contra los inmigrantes, contra la libertad de expresión, y otros muchos disparates. Los diarios, las cadenas de TV, las emisoras de radio, no solo en Brasil, sino en América Latina, en EEUU y en Europa, repitieron y siguen repitiendo una y otra vez la misma cantaleta mentirosa, con evidente mala fe.
La persecución contra Bolsonaro lo hizo crecer
¿Cómo se puede explicar ante el mundo, que ante semejante persecución, ante tal cantidad de calumnias y de ataques personales difamatorios, Jaír Bolsonaro terminó ganando ampliamente las elecciones de Brasil? Esta es la pregunta que no se atreven a responder todos aquellos que le arrojaron piedras e infamias. Además, para furia y desconcierto de sus detractores de izquierda, fueron precisamente las mujeres, los negros, los pobres, los indios, y además todas las víctimas del socialismo, los que votaron por él.
¿Entonces, cuál fue el motivo que catapultó a Bolsonaro a la presidencia de Brasil?
En primer lugar, la debacle del socialista Partido de los Trabajadores – PT, que durante más de 20 años destruyó la economía brasileña, creando una espiral de corrupción y de saqueo sistemático de los bienes del Estado, que llevaron al Brasil a su más grande crisis económica de toda la historia. Dos periodos presidenciales del socialista Fernando Henrique Cardozo, otros dos de Lula da Silva, y uno de Dilma Roussef, fueron suficientes para
desmontar el aparato productivo del País.
Fieles a los fallidos principios socialistas, los tres ex-presidentes coincidieron en un plan mortífero con el cual pretendían acabar con la pobreza en Brasil: conceder numerosos subsidios a cada familia pobre del país. Esta insensatez, practicada durante 20 años, y que benefició a unas 15 millones de familias y a 50 millones de personas, llevó la economía de
Brasil a la ruina. Los socialistas dirán que esto fue un magnífico ejercicio de solidaridad social, pero el sentido común y las leyes de la economía dicen otra cosa completamente diferente. Quien recibe subsidios generosos, jamás vuelve a buscar empleo y se convierte en una carga muerta para el estado. Y la riqueza de la nación, que es la suma de los ahorros y de los impuestos, se consume en mantener ese sistema improductivo, que algún día, tarde o temprano, termina por colapsar, pues el dinero a despilfarrar no dura para siempre.
A medida que se gastaban los dineros públicos en forma irresponsable, la corrupción socialista se apoderó de todo el aparato estatal. Petrobrás, la empresa petrolera del estado, fue objeto de un saqueo escandaloso; Odebrecht, la corrupta empresa de construcción, repartía sobornos por todas partes entre los funcionarios del gobierno para quedarse con los grandes contratos; los más importantes funcionarios del PT y del gobierno estaban en listas paralelas de sobornos mensuales millonarios (Mensalón); ríos de dinero público salían de Brasil para financiar el socialismo en todas las naciones vecinas, como Cuba, Venezuela y Nicaragua; el Foro de Sao Paulo, esa multinacional del terrorismo de izquierda, recibía millones de dólares para todos sus proyectos subversivos.
Pero la corrupción pasó su factura y el Brasil se escandalizó con todos los pillos que lo gobernaban. Un gran movimiento restaurador inundó las calles de todo el país, exigiendo el castigo y la cárcel para Lula y sus secuaces, responsables de semejante desastre. Entonces, la figura salvadora de Bolsonaro creció como la espuma, pues prometió un cambio radical de
rumbo para salvar al Brasil.
El factor religioso fue fundamental en el cambio de Brasil
Por último, es necesario resaltar que el factor religioso fue el más importante de todos en este giro radical a la derecha. Brasil fue una nación profundamente católica hasta el Concilio Vaticano II, pero desde entonces ha sido devorada por la izquierda católica y la Teología de la Liberación. La casi totalidad de los obispos y del clero decidieron demoler el catolicismo, expulsando de la Iglesia a todos los fieles que no adherían a las corrientes progresistas y socialistas. Fue una acción devastadora, que podría considerarse como la antievangelización más grande la historia, en la cual cerca de 40 millones de fieles católicos
abandonaron la iglesia y adhirieron a los cultos cristianos, expulsados a las patadas por los obispos y los párrocos promotores de la izquierda católica. El clero católico se convirtió en la punta de lanza de la revolución socialista, y el PT de Lula nació, creció y se desarrolló en las sacristías católicas y en los palacios episcopales.
Esos católicos que abdicaron de su fe y ahora pertenecen a las iglesias cristianas, junto con los católicos de verdad que aún permanecen en la Iglesia, se han constituido en un sólido baluarte religioso de la nación. Son ellos los que se han opuesto con valor y determinación a todos los factores de demolición de la familia, como lo son la ideología de género, la politización marxista de la educación, el aborto, la revolución homosexual, el transgenerismo, y otras aberraciones por el estilo. Y también, fue ese Brasil auténtico, profundo, tradicional, el que se volcó a votar por Bolsonaro. Paradójicamente, los cristianos
fueron a votar por él de la mano de sus pastores, mientras que los católicos lo hicieron en contra de los suyos, los obispos y los párrocos, que desde hace años son los más radicales defensores del PT, de la lucha de clases y de la revolución social.
Con horror, tenemos que reconocer que dentro de la Iglesia Católica, la gran mayoría de los pastores se convirtieron en verdaderos lobos, que han diezmado el rebaño confiado a ellos por Nuestro Señor. Las parroquias católicas se vaciaron de fieles, y los obispos de Brasil no representan a casi nadie, en un proceso de auto-demolición espantoso.
Esta batalla contra la izquierda católica fue liderada en Brasil y en todo el mundo católico por el profesor brasileño Plinio Correa de Oliveira. Desde 1950 encendió las alarmas sobre esta tragedia con sus escritos, conferencias, libros y denuncias públicas de alcance mundial. Su obra insigne, las organizaciones Tradición Familia y Propiedad, que se extendieron por todo el mundo, han sido las abanderadas de esta lucha dentro de la Iglesia. Aunque algunos las tildan injustamente de fanáticas y extremistas por sus denuncias, los actuales acontecimientos de Brasil, que se están repitiendo en muchas naciones de occidente, les dan la razón a plenitud.
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