8. CONCLUSIÓN: LA TESIS DEL PROFESOR RATZINGER, DESGRACIADAMENTE ES NECESARIO DECIRLO, Y DEBE DECIRSE, ES GRAVEMENTE FALSA Y MENTIROSA, Y DEBE SER CONTESTADA Y RECHAZADA IN TOTO, POR TODOS, Y SIN DILACIÓN.
Las tres afirmaciones ratzingerianas llevan después a otras muchas, inaceptables e irrealistas consecuencias: Helas aquí:
– la primera de las consecuencias es la más devastadora, porque, no siendo Dios, para el Teólogo, “el padre biológico” de Cristo, su santa Madre no puede haber conservado la virginidad: fuera, pues, el decimotercer milagro (y con él estará bien rechazar como falso y mentiroso el dogma establecido por el Concilio de Trento visto más arriba, borrar por todas partes el título de “Siempre Virgen”, toda referencia litúrgica a la “Virgen María” y todas las santas y todas las ya absolutamente inapropiadas Letanías Lauretanas);
– en segundo lugar, como es lógico y, en efecto, debería haber sido enumerada como primera consecuencia, pero en orden al grado de devastación no se podía no poner la de la virginidad, fuera el sexto milagro, obviamente, que es precisamente lo que se decía de la operación del Espíritu Santo en el seno inmaculado de su Esposa, operación con la cual, al contrario de lo que dice el profesor Ratzinger, “la divinidad” ha sido sin duda “un poder fecundante, generador”, y Dios es “ ‘padre’ en sentido físico del niño redentor” y “Jesús una nueva creación”;
– en tercer lugar, habiendo perdido el motivo primero de su necesidad, también el milagro de la preservación previa de la Virgen en la incontaminación preadamítica ya no tiene sentido, fuera, por tanto, la Inmaculada Concepción, aquí el tercer milagro;
– en cuarto lugar, y esta es ciertamente la consecuencia más grave, fuera el supermilagro de la asunción de la naturaleza humana de Cristo por parte del Verbo de Dios, séptimo milagro, porque, si para Dios no hubiera sido extremadamente impropio, más aún, indigno asumir a Sí un hombre cualquiera, un hombre concebido como todos, así como hipotetiza el Teólogo de Tubinga, o sea, sin su santa intervención, solamente con la cual el Nascituro habría podido ser protegido del comprometido envenenamiento del pecado original, ¿por qué no asumió a uno de los muchos santísimos profetas que desde hacía siglos Lo magnificaban?
– en quinto y último lugar, fuera el milagro de Cristo “hombre perfecto”, es decir, hombre cuya naturaleza humana, inmaculada del pecado original, no había sufrido la corrupción y, por tanto, siendo en cambio fruto de una normal unión conyugal humana subyacente a la corrupción debida al pecado original, habría debido estar sometida, como la de todos, a todo tipo de agresiones grandes y pequeñas de la naturaleza, además también a ser afín a los caracteres hereditarios paternos y maternos, ambos caracterizados, inmersos como todos en la común corruptela adamítica, por imperfecciones materiales y espirituales que, por leves que pudieran haber sido, habrían sido indignas de la prevista asunción que conocemos de la naturaleza divina y totalmente alejada de la unicidad sobre todo trono y dominación que debía caracterizar al Mesías.
Por tanto, no es verdadera la tesis del profesor Ratzinger, que sostiene que “la doctrina de al divinidad de Jesús no quedaría afectada si Jesús hubiera nacido de un matrimonio humano”, y lo es menos todavía considerando precisamente que el Teólogo habla de “divinidad de Jesús” después de haber connotado el nombre ‘Jesús’ como específico y peculiar vehículo de la naturaleza humana del Nacido de María de Nazaret, porque, “si Jesús hubiera nacido de un matrimonio humano”, ciertamente habría sido alcanzado por la corrupción material y espiritual propagada por el pecado original transmitido a él por el principio activo que estaría desgraciadamente presente en el semen del varón, y basta esto para hacer saltar la verdad de la afirmación ratzingeriana.
Pero además de esto, se seguirían de ello después todas las consecuencias vistas, no nos repetiremos. Pero se desearía que todos, disputantes y no disputantes, sopesaran la gravedad de la lógica modernista, que en realidad funda todo su recorrido en una perversión: no se puede, en efecto, intentar defender una tesis verdadera – la filiación divina de Cristo es dada por la filiación eterna y consustancial al Padre del Verbo de Dios, su único Hijo – negando, u “olvidando”, o de todos modos eludiendo una segunda verdad, que sin embargo es precisamente la que, absolutamente decisiva, causa con determinante necesidad la transmisión de dicha primera verdad desde el plano eterno y divino al histórico y humano, porque, si se llega al humano, se vuelve absolutamente necesario verificar el estado de bien y de mal presentes en él, y en este asunto la presencia precisamente del pecado original, que es precisamente el mal, o piedra, o cadena, o prisión que lo divino debe vencer y con el cual no puede de ninguna manera y ni siquiera por un momento cohabitar, y que es el estado del cual debe liberar al hombre y del cual no puede mancharse en absoluto, bajo pena de la anulación total de la intervención misma.
9. HE AQUÍ, PUES, EL CUADRO HERETICAL COMPLETO EN EL QUE DEBE INSERTARSE LA ERRÓNEA ENSEÑANZA DEL PROFESOR RATZINGER SOBRE LA CONCEPCIÓN DE JESUCRISTO NUESTRO SEÑOR.
En este punto, para permitir comprender a fondo la gravedad de las afirmaciones del Profesor de Tubinga sobre el tema del nacimiento de Cristo, transcribo aquí en once puntos (el considerado en el actual debate es el décimo) el cuadro heretical completo de la enseñanza del Teólogo en su real conformación, además de en sus causas y en sus graves resultados doctrinales, morales, espirituales, no sólo religiosos, sino también culturales, sociales y comportamentales a los que conduce, examinado por primera vez en toda la Iglesia en mi Al cuore di Ratzinger. Al cuore del mondo: esas páginas erróneas y confusas, como se dijo, fueron confirmadas por él en el 2000 y en sus líneas dorsales reiteradas en la entrevista al p. Servais s.j. publicada en L’Osservatore Romano en 2016.
Subrayo que después, no habiendo el eximio Sujeto jamás corregido, eliminado, repudiado o de algún modo públicamente desautorizado el texto de aquel libro ni en su conjunto ni en partes individuales, y habiendo dejado que se difundiera en toda la Iglesia, como lo está hoy, es como si lo hubiese escrito, reiterado, confirmado y firmado en el presente: no debe considerarse, por tanto, un texto de cincuenta años de antigüedad, como sostiene mons. Georg Gäswein en su carta de respuesta a mi ruego de dar a conocer a su Superior las graves observaciones que hacía a ese su texto; no es un texto superado, sino actual, vivo y presente para todos, precisamente porque, con su difusión en acto, está y permanece en acto también su confirmación, su “no repudio”, su aprecio por parte de su Autor, y eso basta.
Además, es evidente cuánto su Autor esté a día de hoy cimentado en su pensamiento de hace cincuenta años incluso por la inaceptable, y no se tema deber definirla monstruosa autodefinición que él mismo quiso dar a su status actual, de “Papa emérito”, que refleja, como señalo en el cuarto punto del florilegio puesto seguidamente, la huella hegeliana del Profesor. He aquí la lista en síntesis:
1) la desviación más original e inicial: adopción del modelo fideísta kierkegaardiano, según el cual es imposible el conocimiento metafísico de Dios (v., en Al cuore, los §§ 11-21);
2) la más cataclismática: consiguiente recurso a los postulados de la razón práctica: sustitución de las razones para creer por la voluntad de creer. Remplazada de tal manera la teoría por la práxis, que, sin embargo, como se sabe, no es idónea para el razonamiento, sino que constituye su tropiezo, es decir, el error (v., en Al cuore, los §§ 7-10);
3) la más modernista: adopción de la duda escéptica fideísta, es decir, precisamente de aquello que constituye el más seguro vehículo de incertidumbre cognoscitiva, como base del conocimiento, en primer lugar del conocimiento que nos es enseñado por la Iglesia: el conocimiento sobrenatural, o testimonial, o por fe (v., en Al cuore, los §§ 11-6);
4) la más hegeliana: duplicación del papel papal en “Papado activo” y “Papado pasivo” en el ámbito de un “Papado sinodal”, según el más clásico e irracional, o sea, irrealista y anticatólico esquema idealista hegeliano de “tesis-antítesis-síntesis” (v., en Al cuore, el § 22);
5) la más absurda (pero ideológicamente necesaria para el Ratzingerismo): connotar a Dios como “Dios Libertad”, cargándolo de tres aspectos transmitidos después, por analogía, al mundo por Él creado: incomprensibilidad, inaferrabilidad e imprevisibilidad: precisamente como la noción de Dios elaborada antes por Mahoma (¡adviértase!) y, novecientos años después, por los Iluministas (v., en Al cuore, los §§ 24b-6);
6) LA MÁS GRAVE: rechazo y anulación de la Redención como ‘Sacrificio de Holocausto de Dios Hijo, en Jesucristo, a Dios Padre’, confirmado en 2016 – en la entrevista que se daba a Jacques Servais s.j. – como hecho “inaceptable por el hombre moderno”, es decir, en realidad, por el mismo Ratzinger (v., en Al cuore, los §§ 39-43 y los §§ 62-5);
7) la más reductiva: la convicción de que la Redención es “la consecución, en Cristo ‘Omega’, del hombre perfecto” de impronta teilhardiana (v., en Al cuore, los §§ 44-7);
8) la más devastadora: eliminación del pecado original, del concepto de pecado como “ofensa a Dios”, del Infierno, del diablo, del Purgatorio, del Paraíso, además de la de la separación final y definitiva de las “personas piadosas” de las “impías”, porque sería también ella “inaceptable por el hombre moderno”, o sea, siempre por el mismo e idéntico Ratzinger (v., en Al cuore, los §§ 50-3);
9) la más anticatólica: la convicción de que las tres Personas de la Santísima Trinidad “dialogan” entre ellas, dando así lugar a la patente e incontrolada profesión de politeísmo del papa Francisco (v., en Al cuore, los §§ 55-60 y 66);
10) la más repugnante: la convicción de que “la doctrina de la divinidad de Jesús no quedaría afectada si Jesús hubiera nacido de un matrimonio humano” (v., en Al cuore, el § 71);
11) la más ecumenista: la convicción de que la Iglesia, con las escisiones producidas por las desobediencias y por las rebeliones de los herejes, ha sido “fraccionada en múltiples iglesias” (v., en Al cuore, el § 72).
10. CONCLUSIÓN GENERAL: EL RATZINGERISMO ES UNA HEREJÍA, LA MÁS GRAVE HEREJÍA CONCEBIBLE CONTRA LA REDENCIÓN. HE AQUÍ TODOS LOS MOTIVOS PARA HABLAR DE ELLO EN TODA LA IGLESIA.
En este punto, es necesario atar los cabos de la discusión. Resumo: Al cuore di Ratzinger. Al cuore del mondo fue puesto en circulación hace más de un año: el 20 de noviembre de 2017. Ese día envié la copia n. 1 al Teólogo de Tubinga, Su Eminencia mons. Joseph Ratzinger, y la n. 2 a su Secretario particular, Su Excelencia mons. Georg Gäswein. Me preocupé después de que muchas personalidades de la Iglesia de todo nivel, orden y grado, eclesiásticas o no, tuvieran muchas copias. Otras muchas han sido más tarde distribuidas y vendidas en tres importantes librerías católicas de Roma, todas ellas limítrofes al Vaticano, y en otras dos librerías también importantes del centro de Milán, v. la nota a pie de página.
Debe recordarse que además, sobre los temas concernientes a la fe, las respuestas que se deben dar, si quieren tener una validez de fe frente a Dios, deben ser públicas, porque está en juego la fe y la moral de todos, es decir, está en juego la salvación de las almas y, como sabemos bien, Dios enseña que “con el corazón se cree para obtener la justicia y con la boca se hace la profesión de fe para obtener la salvación” (Rm 10, 10).
Por esto, quien escribe se expone siempre en primera persona, con la única preocupación de intentar mantener en el discurso un tono en el que se transparente siempre una caritas de fondo, la preocupación por la salvación de las almas, que deben convencerse con las solas fuerzas de la más mansa pero firme y rigurosa razón.
Como he dicho al principio, la única personalidad que, leído mi trabajo, ha querido dar su plena adhesión a mis observaciones críticas al respecto de la que no se tema definir la más grave herejía que se pueda concebir contra la Redención ha sido el profesor mons. Livi, que en enero hizo una recensión de mi trabajo con el artículo titulado Eresia al potere.
En algunas webs han aparecido también dos o tres opiniones contrarias; pero sus autores, sin hacer ni siquiera una citación del libro que querían contrastar, no dan ninguna prueba ni siquiera de haberlo leído, por tanto, tampoco se les tendrá en cuenta aquí. Todos nosotros estamos, en efecto, ante una realidad que no se puede tomar a la ligera: o nos situamos todos en un clima de respeto, estimando la cientificidad, la prudencia y la caridad de los ánimos, o no se aferra el alcance epocal de la cosa.
No se puede proceder más allá, en resumen, de estas dos maneras tan poco racionales, tan poco católicas, por parte de todas aquellas personalidades, repito: que serían también católicas, que, por los papeles que tienen en el ágora religioso, normalmente señalan, o hacen recensiones, o discuten, o de todas maneras evidencian lo que vibra y se mueve en la Iglesia, pero que ante “el problema Ratzinger”, así como es puesto a la luz en Al cuore deciden una de las dos siguientes muy injustas y desagradables opciones:
– 1) contestan genéricamente las supuestas perspectivas ideológicas adversarias (es decir, del que suscribe) como si se encontraran en una guerra entre bloques contrapuestos no movidos por una mentalidad católica, tendente por tanto a la verdad en el más atento espíritu de caridad, sino inmovilizados en predeterminadas cimentaciones masivas: “tradicionalista”, “progresista”, “conservador”, “reformista”, etcétera, guardándose bien de entrar en el asunto, de argumentar con rigor, de citar conceptos, palabras, líneas, páginas, quizá incluso contextualizando las cosas como se debe;
– 2) silenciando todo, es decir, actúan con la más draconiana barrera censora que se puede imponer a un trabajo que quizá se considera sólo demasiado poco en línea con los tiempos, o demasiado severo y duro hacia el anciano y eminente Autor de las nociones criticadas, o que muy sencillamente no se comparte en sus líneas principales, pero que no se sabe cómo contraargumentar.
Ambos son homicidas: los primeros utilizando cuchillos que deben alcanzar órganos ficticios, no vitales – los vitales, acostumbrados como están a la irrealidad de la propaganda, no sabrían ni siquiera cómo reconocerlos –, matando así el objeto de su aversión por desangramiento; los segundos excavándoles una vorágine de vacío sideral alrededor, de manera que muera de silencio: un silencio lento, lento y largo, y vasto: un silencio total.
Que no se ilusionen: ellos, miserabilillos, siguen siendo “homicidas”, porque el resultado no alcanzado no quita la intención. Pero en ambos casos, como se sabe, la suya es una batalla perdida de partida.
Algunos – p. ej., como se ha dicho, el mismo mons. Gäswein –, sostienen que no es el momento de elevar estas críticas al texto de Ratzinger, porque sería un texto superado, como si fuera algo semejante a un error de juventud de una personalidad que se ha vuelto para todo el mundo ya tan respetable y alta que se le debería sin duda perdonar, como se le perdonaría también a un Homero, alguna antigua y ligera “licencia poética”.
He argumentado ya ampliamente que no es así.
– Un segundo argumento es dado después por quien, como se dijo, se preocupa de la edad veneranda del Sujeto, pero he señalado varias veces que mis análisis críticos relativos a él datan de 2014 con la publicación de La Chiesa ribaltata, de modo que desde hace al menos cuatro años alguna autoridad de la Iglesia podría haber considerado y propuesto argumentos para resolver cada objeción; por otro lado es convicción mía, expresada varias veces (y también en Al cuore), que es todavía hoy válido el precedente del papa Juan XXII, que pudo recibir la poderosa ayuda de su afeccionado cardenal sobrino, para su extrema retractación de convicciones muy poco ortodoxas, sólo el día antes de su subida, descontada ya, al Reino del Padre. El día antes, digo.
¿Queremos actuar siempre sobre el filo de la navaja?
– Un tercer argumento es que hoy, con la elección al Trono más alto del papa Francisco, ha descendido al campo de batalla en la Iglesia una fuerza tan revolucionaria, antidogmática y doctrinalmente perturbadora que, en comparación, aun si se debiera observar en Ratzinger algo poco ortodoxo o incluso herético, la situación se ha vuelto demasiado grave para retirar incluso la más pequeña energía de los estragos de un Papa que deja ir a lo largo y a lo ancho sus propias enseñanzas aproximativas y remendadas por la viña de la Iglesia, para dirigirla a doctrinas de una Personalidad desde siempre y cada día más circundada de un aura de sabiduría y de estima cultural, y a enseñanzas tan remotas que resultan ya francamente cuando menos inofensivas.
Por no decir que en realidad, aun sin confrontar a Papas Alemanes con Papas Argentinos, la asimetría entre los dos es tan fuerte, desequilibrada casi verticalmente y de manera totalmente terrible a favor del primero, que desde hace ya tiempo quien dirige la mirada hacia el antiguo Profesor no es capaz de no verlo como si estuviera suavizado como por una vaga fragancia de mansedumbre, santidad y finura sobrehumanas: el Hombre vestido de blanco que cada cierto tiempo, de aquellos lejanos jardines Vaticanos, difunde en el mundo su imagen casi virginal se asemeja cada vez más a un simulacro intocable, ultraterreno. Por tanto, que nadie toque a Abel. Sería este tal, en efecto, el malvado que haría de Caín.
He demostrado ya, y varias veces, a partir de La Chiesa ribaltata y de Street Theology, y todavía más, ahora, en Al cuore di Ratzinger, en cambio, lo cierto que es lo contrario, o sea, cómo en este momento nos estamos preocupando de fango y venenos en la desembocadura del gran río modernista que ha inundado la Iglesia llegando hasta e incluso sobre los altares, ocultándose la verdad verdadera de que en realidad, si no se corre a la fuente, no se salvará nadie, porque es la fuente y no la desembocadura la que ha sido envenenada.
Con otras palabras, si hoy el magisterio falso y desacreditado de un Papa que évidemment no conoce la doctrina y todos los días la tira al campo como si fuera un negro jabalí que cada día, precisamente como en el Sal 79, pone la Iglesia patas arriba a lo largo y a lo ancho como no lo haría ni Lutero, es porque hace cincuenta años en la viña de la Iglesia fue abatido sin clamor el gran muro de seguridad que la protege: el Dogma, la Norma normans, la Justicia, y ese muro de seguridad fue así sigilosamente abatido precisamente a partir, entre otros muchos semejantes, por el libro que menciono, elaborado en aquellos años de gran trabajo intelectual, teológico, espiritual surgido tras el Vaticano II, lo sabemos hasta demasiado bien todos, y nos podríamos remontar hasta más atrás en el tiempo, como hizo bien Romano Amerio, y no sólo, pero ahí, en ese libro teorético de gran envergadura, en apariencia tan racional, neutro, esquivo y plano, fueron dadas, con sordina, con una amabilidad teológica de altísimo efecto y de gran alcance psicológico, los golpes más magistrales, fue abierta, en la gran muralla que circundaba toda la Viña, la Porta Pia teorética de los modernistas de la época, aferrados todos a las nuevas esperanzas exegéticas abiertas por los envidiadísimos hermanos/cuchillos protestantes, sin quitar nada a las enormes responsabilidades, aplastantes, catastróficas, de los grandes Maestros tan venerados por el manso Profesor de Tubinga, Nouveaux Théologiens in primis, pero no sólo, lo sabemos bien todos.
Hoy, las doctrinas papales, siguiendo las pistas abiertas por el desgraciadamente más bien herético don Luigi Giussani, inesperadamente apoyadas más tarde por célebres Encíclicas del reverendísimo Benedicto XVI (v. La Chiesa ribaltata, Quinta Parte), enseñan sin pudor la anormal mentira de que “Dios te acoge así como eres” (Homilía en Santa Marta, 8-1-16), eliminando así el pecado y a los pecadores, los cuales pecadores, sumando dos y dos, comprenden que, por tanto, el Infierno no sólo está vacío, à la Balthasar, sino que ni siquiera existe, y esta es la verdadera, bella y gran noticia: desaparecido el Infierno, desaparece también su temor, y con él desaparece, este es el encanto, el temor de Dios.
¿Pero quién ha hecho desaparecer el Infierno para siempre, sus penas, su eternidad, su temor? ¿Y quién ha tenido el descaro de hacerlo incluso desde las páginas de un documento de magisterio oficial, universal y autorizado como una Encíclica papal?
Es esto lo que deberían comprender hoy aquellos que gritan “¡La Iglesia está ardiendo! ¡La Iglesia está ardiendo!” sin admitir que el responsable del incendio no es sólo el que tiene el mechero en la mano, sino quien se lo ha encendido, y especialmente quien le ha dado el combustible para encenderlo: quita la gasolina y quitarás el fuego, porque sólo sin gasolina todos los pirómanos que vendrán no podrán echar al fuego la Iglesia, quemar sus Libros Sagrados, sus Leyes, sus Dogmas.
Antes se ha usado la figura de un jabalí. Pero sabemos bien todos desde hace tiempo que pululando por la Iglesia son muchos los jabalíes, enteras manadas, y no son todos ni siquiera iguales: hay jabalíes negros: espinosos, impulsivos y desenfrenados, pero hay otros que casi no los reconoces como jabalíes: son los jabalíes blancos, los jabalíes amables, los jabalíes que se han mimetizado tan bien que se han ocultado incluso a sí mismos haberse vuelto, trabajando trabajando, poderosos jabalíes, más mortales y devastadores incluso que los verdaderos, que los negros: se han recubierto tan bien de lana blanca, de terciopelos, de cachemir, que se creen mansas y amables ovejas hasta ellos y, una vez más, todo ello lo quieren poner por escrito, lo digo sin la más mínima ironía, sin una pizca de burla: un día veremos juntos cómo nació la cosa, y ahora desgraciadamente no es el momento, pero invito a todos, con la más gran disponibilidad y con el más severo rigor, que acepten el hecho: la figura apropiada es la del jabalí blanco: jabalí porque quien destruye la santa Viña es un jabalí; blanco porque él es el primero que no querría serlo, sino ser manso e inofensivo como un cordero.
Y entonces, nos preguntábamos: ¿quién ha abolido el Infierno? Y especifico: no sólo quién lo ha definido vacío, que ya lo saben todos, sino quien lo ha precisamente abolido, quién ha dicho que no existe en absoluto. Que no existen diablos, que no existe pena, que no existe precisamente y ni siquiera el lugar. Lo ha dicho y la ha reiterado.
Un jabalí blanco lo ha dicho, blanquísimo, de terciopelo y lana, que ni siquiera el más preciado cachemir cuatro hilos, he aquí quién, v. Carta encíclica Spe salvi, nn. 45-6-7. Por tanto, un jabalí blanco cándido, pero siempre de la especie devastadora de los jabalíes, los que tras de sí no dejan derecho ni entero nada de la santa Viña, ni siquiera una fila en pie, aunque sea una. Leer para creer mi Qualcuno nella Chiesa si è accorto que nell’Enciclica Spe salvi Papa Ratzinger ha cancellato l’Inferno?
Es tiempo de elecciones, es tiempo de decisiones, es tiempo de realidad: no podemos ya estar en silencio, no podemos ya escondernos.
Es para todos el tiempo de decir lo que se profesa, en qué se cree, en quién, a qué luz se mira, ayer la Iglesia se encontró improvisamente toda arriana, hoy es toda “ratzingeriana”, y creedme: el arrianismo de ayer, en comparación, para usar la célebre metáfora, era sólo un banal resfriado.
11. ELEGID, PUES: ¿SOIS RATZINGERIANOS O CATÓLICOS?
TÚ, PRECISAMENTE TÚ: ¿ERES RATZINGERIANO O CATÓLICO?
Debemos todos elegir. Los instrumentos existen, existen los argumentos: unos a favor y otros en contra, existen los datos, existe todo.
Y en este punto se hace necesario elegir entre ser católicos o ser ratzingerianos, o sea, técnicamente, a la luz de lo argumentado hasta ahora y para usar las palabras más apropiadas, o santos o herejes, porque una cosa excluye a la otra, se ha visto aquí respecto a la doctrina sobre la virginidad de María, y sería incluso suficiente, pero puede verse también más exhaustivamente en cada uno de los demás diez temas que ofrezco en Al cuore, como, por otro lado, ha hecho el profesor Livi, que Dios le dé mérito.
Y no se diga: “Yo soy Católico y Ratzingeriano”, como todos se querría ser: como se ha visto, desgraciadamente las dos cosas hoy se excluyen absolutamente, existe una contradicción de fondo, planteada por el hegelismo de partida de la segunda opción, que las pone en mutua antítesis, de modo que la tercera vía está excluida.
Pues bien, esta es la página más difícil de todo el escrito, y en ella, por otro lado, se coloca su objetivo final: convencer a todos los fieles presentes en el santo y vivo ágora católico para que realicen, en un momento excepcionalmente delicado de la historia, una elección de fe, una elección verdaderamente inesperada de vida y de fe.
Por tanto, a todos Vosotros, eminencias y excelencias reverendísimas, monseñores, eclesiásticos y clérigos de todo orden y grado, académicos y no, de todos modos a todos vosotros, humildes y perseverantes fieles de la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo, nombrados o no aquí, os dirijo una llamada altísima, que suene como es y quiere ser: el extremo intento en primer lugar para llegar a tocar el borde de la blanca sotana retirada tras los Muros Leoninos, con el cual a mi parecer sería más que oportuno que la persona más apta encuentre las palabras más útiles para un claro, santo y público arrepentimiento suyo; en segundo lugar, dar al mismo tiempo una señal fuerte, convincente y autorizada, por medio de las personalidades que sabrán responder con la presencia de espíritu debida, de su número y de su concordia, a toda la cristiandad para que ella vuelva lo antes posible a mirar con confianza, firmeza y valor a la única estrella Polar a la que siempre ha dirigido la mirada: al Dogma veritativo y eterno, y rechace con atanasiana firmeza y católico heroísmo un camino contrario totalmente a ella – aunque dicha adversidad ha sido hasta ahora dirigida ocultamente y con ambigüedades que podían hacerla pasar como buena –, rechazando públicamente tanto sus peligrosos fundamentos como los todavía más mortales resultados finales.
He recordado varias veces aquel célebre pasaje de las Sagradas Escrituras que nos ofrece el criterio de comportamiento para una sana correctio filialis y si aquí ofrezco el texto, en este momento tan decisivo tanto para la Iglesia como para un Pastor particular, para el cual se hace cada vez más próximo el día del redde rationem de Lc 16, 1-2 (“Había un hombre rico que tenía un administrador el cual fue acusado ante él de despilfarrar sus bienes [= la doctrina, ndR]. Llamándolo le dijo: ‘¿Qué es eso que oigo decir de ti? Rinde cuentas de tu administración, porque ya no puedes llevarla’.”), de modo que todos puedan valorar la cosa con la mayor sabiduría y el más apropiado discernimiento.
¿Qué dice el Profeta? A decir verdad, el Profeta usa palabras duras, apropiadas para el Antiguo Testamento, que, por tanto, deben ser modeladas a nuestro caso específico, de modo que allí donde se leía “impío”, o, en un léxico más neotestamentario, “pecador”, se pueda proponer “el manso pero errante Teólogo”, de modo que se tenga el pensamiento más apropiado para la actual circunstancia específica sin quitar nada a la decisiva severidad de las palabras de Ez 33, 7-9:
Si digo al manso pero errante Teólogo: ‘Morirás’ y tú no hablas para que el manso pero errante Teólogo cambie de conducta, él, pecador [la herejía es el más grave de los pecados, ndA], morirá por su iniquidad, pero de su muerte te pediré cuentas a ti. Pero si adviertes al manso pero errante Teólogo de su conducta, para que se convierta, y él no se convierte, él morirá por su buscada desviación. Tú en cambio te salvarás.
A todos Vosotros, pues, nombrados y no nombrados aquí, desde el dr. Francesco Arzillo al card. Angelo Bagnasco; del p. Giuseppe Barzaghin o.f.p. al card. Gualtiero Bassetti; del card. Walter Brandmüller al prof. Massimo Borghesi; del card. Raymond L. Burke a mons. Nicola Bux; de don Massimo Camisasca al dr. Antonio Caragliu; del prof. Julián Carrón al dir. Riccardo Cascioli; del dir. Cesare Cavalleri al prof. Pucci Cipriani; del card. Mario Delpini al dr. Bernard Dumont; del p. Livio Fanzaga s.p. a mons. Bruno Forte; de mons. Nuncio Galantino a mons. Manfred Hauke; del card. Luis Francisco Ladaria Ferrer al prof. Julio Loredo, del dir. Michael J. Matt al prof. Roberto de Mattei; del prof. Alberto Melloni al card. Gerhard Müller, de mons. Luigi Negri a mons. Vincenzo Paglia; del prof. Claudio Pierantoni al prof. John C. Rao; del card. Gianfranco Ravasi al dr. Andrea Riccardi; del prof. Gian Enrico Rusconi a mons. Robert Sarah; de mons. Athanasius Schneider a p. Antonio Spadaro s.j.; del dir. Marco Tarquinio al dr. Aldo Maria Valli; a todos vosotros, por tanto, os dirijo urgentemente una llamada para que os expreséis en una elección pública, argumentada y solícita.
Quede bien claro a todos que quien escribe es el primero que da gustoso acto de que es casi un instinto connatural, en la Iglesia, tener siempre un gran respeto a la autoridad, y por ello, justamente, ser movidos siempre por una gran vacilación antes de manifestar públicamente incluso la mínima perplejidad formal a eclesiásticos de primera magnitud, imaginemos a una personalidad que desde hace cincuenta años ha sido siempre apreciada y reverenciada como aquella de la que estamos hablando, llamada por Papas a ejrecer un papel central para la protección del dogma como el de Prefecto de la sagrada Congregación para la doctrina de la fe, y más tarde incluso llamada ella misma a ocupar el Trono más alto.
Y se entiende también que para muchos de nosotros, más aún, para todos, parece incluso verdaderamente imposible que dicha personalidad de la Iglesia pueda ser rea de errores tan anormales, tan devastadores, tan centrales, como los ilustrados en Al cuore y aquí sintetizados en el § 9.
Pues bien, aun recogiendo todas estas observaciones, y toda otra referida al desconcierto que podría haber surgido al nacer toda perplejidad incluso a los Pastores y a los Académicos más rigurosos, o de todos modos a fieles de todo orden y grado comprometidos en difundir la santa doctrina, dirijo a todos esta llamada:
– A vosotros que, progresistas o conservadores, todos de igual modo “ratzingerianos”, en cincuenta años no habéis elevado ni siquiera una objeción a ni siquiera una de las al menos once graves y evidentes hereticalidades contenidas en Introducción al cristianismo;
– a vosotros que actuando así las habéis sin querer apoyado, sostenido, si no precisamente, al menos indirectamente, aprobado;
– a vosotros que con vuestro silencio, repito: aunque debido por motivos más que respetables, habéis permitido de todos modos su difusión en todo el mundo como si fueran santas y profundas verdades de la Iglesia;
– a vosotros que no habéis elevado una objeción, ni una sola, sobre un magisterio papal – es necesario sin embargo decirlo y es suma caridad decirlo – gravemente heretical como el que se encuentra en los nn. 45-6-7 de la Carta encíclica Spe salvi, dejando así que toda la cristiandad se convenciera de que el mismo Papa le había quitado para siempre, junto al Infierno, el miedo de pecar;
– mirad, a todos vosotros, aun tan inmersos como parecéis todos en la irreal y engañosa perspectiva del Gran Vigía, así como parece que lo esté toda la Iglesia, como si no le hubiera bastado el desconcierto de san Jerónimo, que una mañana, de un plumazo, se la vio a su alrededor toda completamente arrianizada; pero sabiendo que estáis dispuestos a moveros con a más santa y leal honestidad de fondo, seguros de que vuestro acto será recordado por Dios y por la historia, nuevos Atanasios, santos, heroicos, beneméritos;
– a vosotros os digo: elegid, y elegid públicamente, salid a descubierto, no os ocultéis ya en el silencio tras el cual de todos modos el Señor siempre nos encontrará, y elegid con la claridad y firmeza de las elecciones irrepetibles y vitales, por el triple fin de caridad visto aquí varias veces: ¿sois Ratzingerianos o sois Católicos?
El católico se impone el aut aut, no el et et: no es posible ser ambas cosas, lo habéis visto todos, porque lo uno excluye a lo otro, y pretender ser un “ratzingeriano católico” es sólo una terrible y desgraciada contradicción en los términos, Dios os libre.
Y considerad todos bien que quien elegirá seguir no eligiendo, mantener su silencio, no expresar públicamente y con firmeza su opción de Católico, y con ello de rechazo de toda aun mínima aproximación al Ratzingerismo, seguirá siendo a todos los efectos, como hoy, “Ratzingeriano”, cosa sobre la cual quien escribe ruega que pronto el magisterio más alto se pronuncie par definir con firmeza y rigor su peligrosidad, porque su silencio avala, aprueba y permite que siga siendo difundida la muy mortífera y, por tanto, más que antiveritativa, totalmente anticaritativa doctrina del Ratzingerismo.
Deseamos de corazón que la elección, aunque dramática, que todos debemos hacer, impuesta a pesar y más allá de pensamientos e indicaciones loables y elevados realizados por el mismo eximio Sujeto (citados también por mí varias veces con convicción en mis escritos y libros más importantes), pueda ser pensada por cada uno de manera que comprenda que el único camino correcto que recorrer para salvar al mismo tiempo a Su Eminencia Reverendísima, a sí mismos y a toda la Iglesia, es precisa y solamente el que, poniendo al Gran Vigía ante la verdadera verdad de las cosas, alcance ambos supercaritativos y superveritativos fines.
Que Dios, por las oraciones y la impetración de gracias de la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, os y nos asista a todos: que cada elección sea, como ciertamente será, una elección santa.
Enrico Maria Radaelli
(fin)
Al cuore di Ratzinger. Al cuore del mondo, pro manuscripto, Aurea Domus, Milano 2017, pp. 370, está disponible en las librerías Àncora (Milano y Roma), Coletti (Roma), Hoepli (Milano), Leoniana (Roma). O bien puede solicitarse al autor:
http://enricomariaradaelli.it/emr/aureadomus/aureadomus.html
(Traducido por Marianus el eremita)