Eliminar el sacerdocio: estrategia del enemigo para destruir la Iglesia

Una de las virtudes de un buen militar es su capacidad para la estrategia. La historia siempre resaltó a grandes estrategas como Alejandro Magno, Napoleón, Julio César y muchos otros.

Un elemento muy importante para poder ganar una batalla es planificarla bien desde todos los frentes posibles que entran en juego: las fuerzas con que uno cuenta, el poder del enemigo, la época del año, el lugar de la batalla, las armas más adecuadas, etc…

Ahora bien, esta estrategia, que bien utilizada puede darnos muchas victorias en todos los campos de la ciencia humana y de la vida espiritual, también puede ser usada por el enemigo para debilitar, atacar y destruirnos a nosotros. Para descubrir la estrategia del enemigo es muy importante conocer qué es lo que pretende conquistar, pues nos ayudará a fortalecer aquello que busca destruir.

Objetivo final

Como en toda guerra, la victoria final es el resultado de muchas victorias escalonadas. El proceso suele ser gradual y continuo. Una victoria final está precedida de muchas escaramuzas y victorias parciales. Un buen estratega sabe que para conseguir la victoria, es mejor debilitar al enemigo en diferentes frentes, de tal modo que una vez que lo hemos dejado sin defensas, la batalla final será más fácil y la victoria segura.

Para destruir un edificio, lo más efectivo es echar abajo lo pilares. Si queremos destruir la Iglesia, lo más sencillo es atacar los pilares maestros que la sustentan. Uno de los pilares fundamentales de la Iglesia fundada por Cristo son los sacerdotes. Por eso, destruir el sacerdocio católico será una de las primeras cosas que atacará el enemigo.

Tener buenos sacerdotes es un obstáculo que impide al enemigo conquistar las conciencias, destruir la familia, apoderarse de la sociedad. Como nuestro Señor nos dijo: “Herirán al Pastor y las ovejas se dispersarán” (Mt 26:31).

Recogida y análisis de datos

Conocer cuál es el objetivo final del enemigo, los frentes que pretende atacar y las estrategias que va a usar, nos ayudarán a saber qué frentes hemos de revisar y proteger. De ese modo, preparar unas adecuadas defensas será más fácil y efectivo.

Apliquemos lo dicho hasta este momento para analizar un problema muy grave en el interior de la Iglesia: la crisis vocacional.

Cualquier persona que tenga ya algunos años y se haya preocupado de hacer un estudio de las vocaciones religiosas en los últimos 60 años tendrá que concluir que se ha producido:

  • Un abandono de más del 70 % de sacerdotes y religiosos.
  • La desaparición casi total de nuevas vocaciones.
  • Una disminución de la calidad de las nuevas vocaciones.
  • Una infiltración en los seminarios de personas indeseables con el único propósito de confundir y destruir.

La vocación la da Dios pero necesita un ambiente apropiado para poder ser escuchada, crecer y perseverar. Dada cuenta que el enemigo es muy consciente del daño que le pueden hacer las auténticas vocaciones, será muy importante para él acabar con ellas. Como le dijo Satanás al Santo Cura de Ars: “Si en el mundo hubiesen tres curas como tú, mi reino se acabaría…”

Permítanme ahora valerme de un recurso literario para adentrarnos en las filas del enemigo, y desde detrás de la puerta donde ellos están reunidos, escuchar atentamente lo que están diciendo. Así que ahora, mantengamos absoluto silencio y pongámonos a la escucha.

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Presentación del plan maestro para acabar con las vocaciones

1. Ataquemos la institución familiar, lugar donde suelen surgir las nuevas vocaciones: Fomentemos los matrimonios civiles, las uniones libres, las uniones entre personas del mismo sexo. Favorezcamos la adopción de niños por matrimonios irregulares. Introduzcamos una mentalidad hedonista en los padres para que reduzcan el número de hijos. Hablémosles de la “paternidad responsable”, favorezcamos el aborto y al mismo tiempo tengamos un espíritu misericordioso y “ayudemos” a los que no pueden tener hijos con técnicas de reproducción artificial. ¡Ojo con la televisión e internet! Aprovechaos de estos medios para confundirles, ensuciar sus corazones y hacerlos esclavos de las cosas materiales y del placer.

(Estaba este demonio en lo más encendido de su discurso cuando le sonó el móvil (celular). Se pasó un buen rato hablando en un idioma que no sabría reconocer. Una vez que acabó, siguió su discurso.) Por cierto, se me había olvidado hablar de este artilugio, aunque me imagino que estará en la mente de todos. Ya conocéis qué buenos resultados nos está dando. Vosotros lo único que tenéis que hacer es conseguir que los más jóvenes les insistan a sus padres hasta que éstos se los compren. Una vez que tengan uno en la mano, el joven se pasará todo el día apretando teclas y ya no hará otra cosa. Nunca la victoria había sido tan fácil.

2. Ataquemos los colegios, para que luego esas vocaciones que pudieran surgir no tengan la formación adecuada. Introduzcamos en ellos la ideología de género y la educación sexual desde la más tierna infancia; repitámosles con insistencia: “probadlo todo y quedaos con lo que más os guste”. Eliminemos cualquier tipo de evaluación de los alumnos para que puedan pasar de año sin la formación adecuada. Cambiemos el temario que se enseña en los colegios, fomentando la enseñanza de materias prácticas (ciencias, matemáticas, biología…) y manipulando todo aquello que les pueda ayudar a pensar por ellos mismos (filosofía, latín, historia). La religión no conviene eliminarla, pues se nos vería el plumero, pero hay que reducirla a enseñar cosas superficiales y manipuladas. En este tema concreto aprended de algunos jesuitas, pues son mis mejores servidores.

3.Ataquemos las parroquias, lugar donde las nuevas vocaciones suelen tener los primeros contactos con los sacerdotes. Para ello, demos una imagen superficial de los pastores. Introduzcamos las “monaguillas”. Convirtamos las ceremonias religiosas en atractivos y divertidos shows para que la gente pierda el sentido de lo sagrado. Inventemos los ministros extraordinarios de la Eucaristía para que pierdan la fe en la presencia real de Jesucristo. Favorezcamos la comunión en la mano, la comunión de aquellos que están en pecado e incluso de los que no son católicos. Eliminemos la música gregoriana que eleva a Dios y sustituyámosla por música melódica y pegadiza, que sirve mejor para nuestros planes. Una parte muy importante es que toméis control de la catequesis y de los libros que se usan. En el mercado hay buenos catecismos hechos por hermanos nuestros que les harán ver que todo lo que la Biblia y la Iglesia siempre ha dicho no son más que invenciones del hombre: Adán y Eva, el Paraíso terrenal, el arca de Noé, la torre de Babel, las plagas de Egipto. Cuando os toque hablar de Jesucristo, presentadlo como un chico bueno a quien le gustaba mucho ayudar a los demás; pero en ningún momento lo presentéis como Hijo de Dios. ¡Ojo con los milagros! Tenéis que presentarlos como curaciones o como hechos simbólicos. Eliminad las imágenes de los santos de las iglesias, no sea que alguien les coja cariño; pero por otro lado tenéis que potenciar a los “nuevos santos” que nosotros mismos hemos fabricado. Éstos no son peligrosos, pues sirven muy bien a nuestra causa. Favoreced las ceremonias entre las diferentes religiones y enseñad a los hombres que la “tolerancia” es un progreso. Hacerles creer que todas alaban al mismo Ser Supremo y que entre ellas no hay tantas diferencias. Evitad a toda costa usar el término “caridad” que tanto le gustaba al Enemigo; mejor usar la palabra “solidaridad” que tantos buenos resultados nos está dando.

Si así lo hacéis, será bastante raro que salga algún joven con vocación, pues aunque Él se la hubiera dado, ya nos habríamos encargado nosotros de destrozarla con todas nuestras tretas. No obstante, como el Enemigo es muy poderoso, puede que alguno siga adelante. La estrategia de deberéis tener con los más contumaces y que después de todo quieran seguir con su vocación será ya en el seminario.

4. Ataquemos los seminarios. Primero de todo, no caigáis en el error de vaciarlos. Esa fue una política que nos vino bien hace sesenta años, pero que ahora hemos de cambiar. Lo mejor es tenerlos bajo nuestro control. Ahora me explico.

Ya sabéis que casi hemos conseguido acabar con ellos, pero hay algunos malditos que se han hecho resistentes a nuestras insinuaciones, por lo que tenéis que introducir gente nuestra en ellos para que difundan la tolerancia, los vicios, la superficialidad… Deberéis controlar todos los frentes: los libros de enseñanza y los profesores. Acusad de tomista al profesor que todavía siga el Magisterio del Enemigo, ya veréis qué pronto se acobarda y ya no supone ningún peligro. Eliminad por supuesto el latín; así nunca se acercarán a la Misa Tridentina que tanto daño nos hace. Respecto a las devociones personales, favoreced todas aquellas que sean en común, pues así las podemos controlar mejor; evitando que los chicos hagan oración personal, sacrificios… Es muy importante que controléis también a los rectores de los seminarios y a los formadores espirituales, éstos son los cerebros, y si los tenemos a ellos, los chicos serán nuestros. Una parte también importante es que los chicos no vivan la castidad, por lo que es bueno introducir en los seminarios chicos que no tengan una orientación sexual clara, estos son para nosotros fuente de muchos éxitos, pues hemos comprobado que esa forma de ser se extiende como el humo. Y para aquellos que sean más reluctantes, favoreced la entrada de chicas en los seminarios. Chicas, ya me entendéis, que no sean muy descocadas, pero que les hagan a los chicos replantearse su vocación.

Si seguimos esta estrategia los seminarios seguirán siendo nuestros y las vocaciones que salgan las tendremos perfectamente controladas y trabajarán a nuestro servicio.

5. Otra área que no podemos olvidar, y que es realmente importante, es controlar a los de la mitra. La verdad es que con la estrategia que hemos seguido los últimos sesenta años, muchos de los que la portan son de los nuestros, o al menos no interfieren para que nuestra labor pueda ser realizada. No olvidéis que para poderlos controlar bien tenemos que valernos de una de nuestras mejores armas: las Conferencias episcopales. Algunos han dicho que fueron un invento del demonio, y en eso no se equivocan. Gracias a ellas, si todavía queda alguno de la mitra que sea díscolo, conseguiremos controlarlo, acallarlo y hacerlo desaparecer.

Hay muchos otros frentes, como eso del «celibato» o las «mujeres curas», pero de eso ya hablaremos más adelante cuando lo tengamos todo un poco más maduro. Si seguís estas recomendaciones, acabaremos con las vocaciones y con ello, habremos eliminado uno de los pilares fundamentales que dan estabilidad a la Iglesia del Enemigo: los sacerdotes.

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Creo que ya es bastante por hoy. Hemos tomado nota de toda esta estrategia y me da la impresión que hemos dado con el Cuartel Central del enemigo. Así que ahora, escuchados sus planes, intentemos no caer en sus trampas y prepararnos para defender todos los frentes que están bajo el ataque.

Encomendémonos de modo especial a nuestra Madre Santísima, para que ella nos acompañe en esta lucha a muerte.

 

 

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Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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