Además de los 500.000 muertos, del millón y medio de heridos, del 35% de las viviendas destruidas y del 54% de los hospitales en las mismas
condiciones, de las escuelas devastadas o inutilizables (un tercio del total) y del 70% de la población obligada a vivir en condiciones de extrema pobreza, existe también un dramático balance de la guerra civil en Siria que es posible trazar casi ocho años después del inicio del conflicto: la caída de la presencia cristiana en esta región del mundo, una presencia que corre el riesgo de desaparecer en breve.
Si al fin de la Segunda Guerra Mundial representaba el 25% de la población, en el 2011 los cristianos se habían ya precipitado a un porcentaje del 6%,
ahora son solamente el 2% del total. Quien lo declaró, con una voz quebrada por la emoción, fue el Cardenal Mario Zenari, Nuncio Apostólico en Damasco, con ocasión del evento promovido el último 21 de enero en Budapest, Hungría, por la Universidad Católica «Péter Pázmány».
No se trata únicamente de un fenómeno social o de una evaluación geopolítica: la que se está extinguiendo es una parte importante del Cristianismo de los orígenes. Se lee en las Actas de los Apóstoles: «Pareció entonces bien, a los apóstoles y a los presbíteros, con toda la Iglesia, elegir a
algunos de entre ellos y enviarlos con Pablo y Bernabé a Antioquia. Hemos enviado, pues, a Judas y a Silas, los cuales también de palabra os anunciarán lo mismo». Y entregaron a ellos la siguiente carta:«Los apóstoles y los presbíteros hermanos a los hermanos de la gentilidad, que están en Antioquia, Siria y Cicilia, salud» (Act. 15, 22-23). En Antioquia comenzó el primero y tercer viaje de San Pablo y la misma fue visitada también en el segundo. Allí, en el año 43, los discípulos de Jesús, que hablaban el arameo, comenzaron a ser llamados, por primera vez, «cristianos».
Damasco es la ciudad de San Ananías, como está afirmado también en las Actas (Act. 9, 10-19), como aquel que bautizó a San Pablo, como aquel que sufrió el martirio y fue azotado y lapidado el 10 de octubre del año 70 d.C. por orden del emperador Licinio. Y también en Damasco, cerca de la puerta oriental, existe una capilla subterránea, parte de una basílica bizantina ahora destruida: dicha capilla es venerada como la casa de San Ananías. Pero siempre aquí, en Damasco, se encuentra también la tumba de San Juan Bautista; de Siria son “hijos” Nestorio, pero también Padres de la Iglesia como San Juan Damasceno, San Efrén el Sirio, San Teófilo de Antioquia, San Eustaquio de Antioquia y muchos otros. En suma , la desaparición de la Iglesia en esta región del mundo representa un cataclismo espiritual, cultural e histórico.
Hoy, entre las causas del imponente éxodo de los cristianos de Siria, obviamente debe consignarse el conflicto en curso, que ha obligado a decenas
de miles de familias a dejar el País y a emigrar al exterior, pero también a la baja tasa de natalidad alcanzada por los matrimonios cristianos. Todo esto, de hecho, impide un natural recambio generacional, lo cual coloca en riesgo la misma presencia de la Iglesia en Siria. No solamento eso. Aumenta el número de las parejas mixtas, constituidas por un cónyuge cristiano y un cónyuge musulmán, con el primero sometido al segundo, por tanto familias destinadas a seguir únicamente la religión islámica.
El Cardenal Zenari quiso también recordar a los numerosos sacerdotes asesinados, como también a los dos metropolitas ortodoxos y a los tres
sacerdotes raptados. De ellos, hasta hoy, no se tiene noticia. A lo largo del congreso, promovido en colaboración con el programa, Hungary Helps promovido por el gobierno húngaro, Tristan Azbej de la Secretaría de Estado para la Ayuda a los cristianos perseguidos, definió insatisfactoriamente
la respuesta de las naciones occidentales a las graves desafíos de nuestra época: «Hemos decidido dar nuestro apoyo a la migración -afirmó- invitando a las personas a dejar sus propios países; por el contrario, Hungría considera fundamental para todos poder permanecer en su propia casa, en su propia Patria»; y también: «Antes que importar sus problemas a Europa, es necesario ayudarlos allí donde es necesario».
El gobierno húngaro sustenta cinco escuelas en Siria y es hasta ahora el único Estado que financia con fondos públicos que ascienden a 1,5 millones de
euros el programa «Open Hospitals», que contribuyen a sustentar el costo de la atención médica de cerca de 4500 pacientes por año. Dicho programa
comenzó cuando la mitad del Sistema de Asistencia Sanitaria de Siria fue destruido y, frente a la creciente necesidad, ya era débil la capacidad de
responder por parte de los tres hospitales católicos -el italiano, el francés y el llamado San Luis, fundado en Aleppo por la Congregación de las Hermanas de San José-, todas instituciones que tienen una historia que supera los cien años en el País. La Iglesia puede y debe quedarse. Hacer algo es posible.
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