¿Está Tamerlán a las puertas?

Tal vez el personaje más terrible del siglo XIV fuera Tamerlán, el feroz e implacable conquistador conocido como el terror del mundo, que arrasó Asia desde Siria y Turquía hasta los confines de la China, Moscú y Delhi. Provenía de una tribu turco-mongola de Uzbekistán, y se proclamó heredero y continuador de Gengis Kan. Está sepultado en Samarcanda, capital de su imperio, en plena Ruta de la Seda, antigua vía comercial que conectaba China con el Mediterráneo.

Según narra el historiador Paolo Giovio en su Elogia virorum bellica virtute illustrium (Petri Pernae Typhographi, 1575, pp. 105-106), cuando Tarmelán sometía a asedio una ciudad hacía desplegar durante los primeros días una bandera blanca para hacer ver que si todos se entregaban les perdonaría la vida. En caso contrario, durante los días sucesivos hacía ondear una bandera roja que significaba la muerte, no de todos los habitantes de la ciudad, sino de los jefes y los soldados. Si la ciudad se negaba obstinadamente a rendirse, Tamerlán daba órdenes de desplegar la bandera negra en señal de exterminio total sin distinguir entre culpables e inocentes, y pasaba a hierro y fuego a  toda la población.

La epidemia del coronavirus que se ha propagado por el mundo en el curso de escasas semanas evoca la bandera blanca de Tamerlán. Pareciera ser el primer aviso de un temible castigo que se cierne sobre la humanidad, y que todavía podría evitarse. Los expertos estudian las cifras y hacen muy diversas conjeturas. La curva de la epidemia puede disminuir o agrandarse. Pasado el verano, el virus se manifestará según algunos de forma más mitigada, o según otros de modo más violento, como la gripe de 1918. Nadie está en situación de preverlo. Con todo, ya se entrevé el panorama que nos aguarda. La economía mundial se desploma mientras, como escribió Massimo Giannini en La Reppublica este 17 de marzo, «la Europa de las Luces y de los padres fundadores de Ventotene*, justa, libre y solidaria, es derrotada por un enemigo invisible e inasible». «Estamos en guerra», ha repetido hasta seis veces el presidente francés Emmanuel Macron, convocando a las armas contra «un enemigo invisible e inasible que nos ataca» (Le Monde, 16 de marzo de 2020).

La debacle económica mundial la reconocen con preocupación todos los observadores. Según Federico Fubini, «el desplome en picado de los mercados indica que el Covid-19 trae consigo una recesión mundial» (Corriere della sera, 17 de marzo). Por su parte, Federico Rampini escribe en La Reppublica de la misma fecha: «La banca central más poderosa del mundo está impotente. Las medidas extremas de la Reserva Federal para contener el pánico bursátil han caído en saco roto. La economía mundial se desmorona. Nos espera una violenta recesión».

¿Nos hallamos en vísperas de un crac económico? Suponiendo que en algún país europeo la crisis del sistema de salud estuviese relacionado con el colapso de la Eurozona, ¿cuáles serían las consecuencias en las ciudades europeas? Lo que pueda suceder en los próximos meses es inquietante. Parece que hubiera llegado la hora de lo que Stefan Zweig (1881-1942) llama momentos estelares de la humanidad, «horas saturadas de potencialidad dramática y preñadas de fatalidad», en las que «una avalancha incontenible de sucesos se concentra en un brevísimo lapso de tiempo, como la electricidad de toda la atmósfera en la punta del pararrayos» (Momentos estelares de la humanidad).

Dios es paciente y siempre advierte antes de infligir sus castigos definitivos. Diríase que el coronavirus es una amonestación de la Divina Providencia para que humanidad se haga consciente de sus errores. Ha llegado la hora del arrepentimiento para los pecados del mundo, porque pecando colectivamente nos hemos hecho acreedores a castigos públicos como epidemias, hambres y guerras, que podrían sucederse con gran celeridad. Dios es infinitamente misericordioso, pero la misericordia está condicionada al reconocimiento del pecado y la petición de perdón. Seguirán otros avisos dolorosos, y después ondeará la bandera negra de Tamerlán.

*Ventotene: Isla italiana que sirvió de colonia penal desde finales del siglo XVIII y en la que se recluía a presos políticos y a condenados a cadena perpetua. Durante el fascismo estuvieron internados allí numerosos opositores al régimen, algunos de los cuales redactaron durante la Segunda Guerra Mundial un manifiesto en el que pedían la unión de todos los países del continente, el cual inspiró el proceso de integración que culminó en la Unión Europea.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

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