Europa será musulmana si Alá quiere

El presidente turco Recep Tayyip Erdoğan conmemora oficialmente desde hace varios años la fecha del 29 de mayo de 1453, es decir, la conquista de Constantinopla por Mohamed II, así como el 26 de agosto de 1071, cuando los seljucidas de Alp Arslān derrotaron en Manzinkert al ejército bizantino y fundaron el primer estado turco en Anatolia.Supongamos que la Unión Europea propusiera conmemorar con toda solemnidad la victoria de Lepanto en 1571 o la liberación en 1683 de la Viena ocupada por los turcos. Los medios informativos de todo el mundo, en manos de los poderes fácticos que dirigen la política internacional, pondrían el grito en el cielo contra semejante acto provocativo e islamófobo. Claro que la Unión Europea jamás tomaría una iniciativa semejante, dado que en su documento fundacional, el Tratado de Lisboa del 13 de diciembre de 2007, renunció definitivamente a toda alusión a sus raíces históricas.

Y mientras Erdogan reivindica con orgullo una identidad otomana, que por definición se opone a la Europa cristiana, la Unión Europea sustituye la evocación de las raíces cristianas por la ideología del multiculturalismo y la acogida al inmigrante. A lo largo de los siglos, la ofensiva del islam contra Europa se ha llevado a cabo siguiendo dos líneas directrices, por parte de dos pueblos: los árabes al sudoeste y Turquía al sudeste.

Los árabes, tras haber conquistado el norte de África, invadido España y traspasado los Pirineos, fueron detenidos por Carlos Martel en Poitiers en el año 732. A partir de entonces fueron retrocediendo progresivamente, hasta su expulsión definitiva de la Península Ibérica en 1492. Por lo que se refiere a los turcos, después de subyugar el Imperio Bizantino y parte de los territorios de la Casa de Habsburgo, fueron detenidos en Viena en 1683 por Juan Sobieski y en Belgrado en 1717 por Eugenio de Saboya.

En la actualidad, el islam prosigue su incursión en las mismas direcciones. Al sudoeste la promueven países como Arabia Saudita y Quatar, que financian a los Hermanos Musulmanes, así como la construcción de una tupida red de mezquitas por todo el continente europeo. Al sudeste, Turquía exige su ingreso en la Unión Europea, amenazando en caso contrario con inundar nuestro continente con millones de inmigrantes.

El proyecto más peligroso es el de Erdogan, que aspira a convertirse en sultán de un nuevo imperio otomano que despliega todas fuerzas entre Oriente Medio y Asia Central.

Entre 1299 y 1923 el Imperio Turco llegó a abarcar un inmenso territorio que se extendía desde las costas del norte de África hasta el Cáucaso, alcanzando las puertas de Italia y de Austria. Lo que se propone Erdogan es poner a Turquía a la cabeza de una zona más extensa todavía, que abarque hasta el este del Mar Caspio, donde cinco nuevas repúblicas que nacieron con la disolución de la Unión Soviética (Azerbaiyán, Turkmenistán, Uzbekistán, Kazajistán y Kirguistán) constituyen el núcleo de una comunidad en que la religión islámica se funde con una identidad étnico-lingüística turcófona.

A partir de los años noventa los turcos han empezado a plantear a sus «200 millones de compatriotas» de los estados turcófonos del este la necesidad de construir una comunidad de estados «que se extienda del Adriático a la Gran Muralla china», según la fórmula del entonces presidente Halil Turgut Özal (1927-1993), a quien le gustaba hablar de la llegada del siglo turco. Erdogan ha retomado estas ideas, que fueron elaboradas a lo largo del último decenio por su ministro de exteriores Davutoğlu antes de su destitución en 2016.

Mustafá Kemal Atatürk, fundador de la Turquía moderna, laica y secularizada, veía un factor de desestabilización en el islam. Sus sucesores, desde Özal hasta Erdogan, sostienen por el contrario que el islam puede ser un elemento aglutinador y de cohesión social. El sistema educativo es una piedra angular del proyecto de Erdogan, ya sea para extender la sharía, incluso más allá de los límites de Turquía, por medio de la Diyanet, ministerio de asuntos religiosos; ya sea para imponer a través del Ministerio de Educación la identidad lingüística que eliminó la revolución kemalista.

La reislamización de dichos territorios mediante la construcción de mezquitas y el apoyo brindado al mantenimiento de los imanes, han venido acompañados de inversiones en el ámbito cultural destinadas a reintroducir en las escuelas y universidades el estudio de la cultura otomana. Aludiendo a los tiempos del imperio otomano, Erdogan ha afirmado: «Quien crea que nos hemos olvidado de las tierras de las cuales nos retiramos llorando hace cien años se equivoca. Siempre que se presenta la ocasión decimos que Siria, Iraq y otros puntos del mapa de nuestro corazón no son diferentes de nuestra patria. Luchamos para que no ondee ninguna bandera extranjera en ningún punto donde se proclame la llamada islámica a la oración en una mezquita. Lo que hemos hecho hasta ahora no es nada comparado con los ataques mayores aún que estamos planeando para los próximos días, insha al-lá» [= si Alá quiere; de ahí procede la palabra española ojalá, N. del T.]

El primer objetivo declarado de Erdogan es la reconquista de las islas griegas del Mar Egeo. El mandatario turco ha afirmado que en 1923 Turquía vendió las islas griegas, que eran de ellos, y añadió: «Allí están todavía nuestras mezquitas y santuarios.»

Erdogan ha fijado como fecha tope el año 2023, en el que se cumplen cien años de la República Turca y del Tratado de Lausana, que estableció las fronteras cuya revisión pide ahora. Es algo más que meras palabras.

En 1974 Turquía ocupó manu militari una parte de Chipre y, hoy en día, so pretexto de hacer la guerra al terrorismo, ha conquistado una amplia faja de territorio sirio a lo largo de la frontera que separa ambos países.

Pero lo que corre más peligro es el futuro de Europa, que Erdogan sueña sometida a su imperio: «Europa será musulmana si Alá quiere», ha anunciado el diputado de su partido (AKP) Alparslan Kavaklioglu, reiterando lo mismo que ha declarado abiertamente Erdogan: «Los musulmanes son el futuro de Europa. La fortuna y la riqueza del mundo se desplazan de Occidente a Oriente. Europa atraviesa un periodo que se puede calificar de extraordinario. Su población disminuye y envejece. Tiene una población muy anciana. Por consiguiente, llegan inmigrantes en busca de trabajo. Pero Europa tiene un problema: que todos los recién llegados son musulmanes. Proceden de Marruecos, de Túnez, de Argelia, de Afganistán, de Pakistán, de Irak, de Irán, de Siria y de Turquía. Los que llegan de esos países son musulmanes. Hemos llegado a un punto en que el nombre más común en Bruselas es Mohamed, el segundo más extendido, Melih, y el tercero Aisha.»

Erdogan sabe que Bruselas, capital de la Unión Europea, es la ciudad en que el islam ya es la primera religión, uno de cada tres ciudadanos musulmán y el nombre más frecuente en el registro civil entre los inmigrantes es Mohamed.

Su arma, al igual que los Hermanos Musulmanes, es la conquista demográfica de Europa en los próximos decenios. Pero incluso ahora mismo, si Turquía se integrara en Europa, por su población, sería el primer país de la Unión, incluyendo además los ciudadanos turcos que ya residen en el continente europeo.

De hecho, no debemos olvidar que por lo que se refiere a números representan la segunda comunidad en Alemania, los Países Bajos, Austria, Dinamarca y Bulgaria, y que Erdogan los exhorta a no perder su identidad: «Independientemente de su nacionalidad, los turcos residentes en el extranjero debe seguir siendo turcos», ha proclamado el sultán, llegando al extremo de calificar la asimilación de «crimen contra la humanidad».

Ante la arrogancia de Erdogan, Europa no sólo se mantiene impasible sino que calla. Calla ante la violación de los derechos humanos en Turquía, calla ante la invasión del Kurdistán sirio, calla ante el bloqueo naval impuesto a la   plataforma de ENI en Chipre, calla ante las amenaza contra las islas griegas. Y por lo que se refiere al anuncio de la venidera islamización de nuestro continente, no sólo calla la Unión Europea, sino también la Iglesia. La fuerza de Erdogan está en este silencio culpable.

Roberto de Mattei

Correspondencia Romana
Traducción: Bruno de la Inmaculada
Roberto de Mattei
Roberto de Matteihttp://www.robertodemattei.it/
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

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