Comentaba un sacerdote que ninguno o pocos se confiesan haber blasfemado en una sociedad que emplea un lenguaje sucio, que protesta de los planes de Dios, que le pone por testigo hasta de sus malas acciones, en efecto, cada día se hace más irrespirable el ambiente que tenemos que soportar por el lenguaje grosero y blasfemo contra Dios, la Santísima Virgen, los santos, los ángeles y la Iglesia, y particularmente es la blasfemia contra la Santísima Eucaristía contra la cual se vierten los ataques más virulentos.
Hay muchas maneras de atentar contra la reverencia que debemos a Dios, pero la blasfemia es una de las peores, porque la blasfemia es el lenguaje de los demonios y de los réprobos. La blasfemia es un acto mucho peor que la impiedad, porque el impío no honra a Dios, en cambio la blasfemia lo deshonra;
El Aquinate explana la blasfemia señalando que ésta es, de suyo un pecado mucho más grave que el homicidio, porque va directamente contra el mismo Dios; aunque el homicidio es el mayor pecado que se puede cometer contra el prójimo.[1]
Antes la blasfemia era generalmente propia de ambientes viles, de personas de formación ruda y de lenguaje grosero, de estamentos anti-teos y marxistas, pero actualmente se ha extendido también entre las mujeres, incluso los ancianos y los niños con uso de razón.
El pueblo de Israel odiaba la blasfemia porque suponía ordinariamente una abierta rebelión contra el Creador, y tenía su castigo, ya que en el Libro del Levítico se hallaba el castigo que Dios mismo había señalado a Moisés para los que incurrían en blasfemia.
Quien blasfemare el Nombre de Yahvé muera irremisiblemente; toda la Congregación le apedreará (Lev 25, 16).
¡Cuán enorme delito sea la blasfemia se ve por el hecho de que Dios la hace castigar con la pena de muerte! Y sin embargo, tan arraigado se halla este mal entre los pueblos modernos que hoy se blasfema por costumbre, casi como por diversión [2].
La blasfemia es todo lo contrario de una bendición que alaba la grandeza y la bondad de Dios. El blasfemo desea algún mal a Dios, atenta contra su majestad y quisiera negar su poder y hasta su existencia.
En el Nuevo Testamento la blasfemia adquiere diversas significaciones y actitudes muy importantes para todos. En San Mateo los maestros de la Ley atribuyen blasfemia a Jesús porque ha querido perdonar los pecados que es privilegio exclusivo de Dios.
Blasfemia en este caso sería atribuirse el poder que solamente tiene Dios, o cuando se trata de impedir que se cumplan los planes divinos, Pablo afirma de sí mismo que antes de su conversión, fue blasfemo, perseguidor y contradictor de Cristo. El mismo Pablo dará un sentido más amplio a la blasfemia cuando patentiza que él mismo hizo todo lo posible para que los cristianos que conocían blasfemaran de Jesús, es decir que abandonaran la práctica de la religión de Jesús.
Y aparece también como blasfemia la contradicción a la acción del Espíritu Santo en el alma y en la sociedad. Y aquí tiene lugar el fragmento más difícil cuando Jesús promete que se perdonarán todos los pecados, aún los más horrorosos, excepto el pecado contra el Espíritu Santo, y entonces afirma Cristo: Por eso, os digo, todo pecado y toda blasfemia será perdonada a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada (Mt 12, 31).
Nuestro Señor Jesucristo
«calificó de blasfemia contra el Espíritu Santo la calumnia de los fariseos de que obraba sus milagros por virtud de Belcebú (Mt 12, 24-32). Era un pecado de refinadísima malicia, contra la misma luz, que trataba de destruir en su raíz los motivos de credibilidad en el Mesías».[3]
Es el pecado de cuantos, también hoy, se escandalizan de Él y se resisten a estudiarlo.[4]
La blasfemia sea de palabra o de actitud interna, supone siempre una rebelión contra el poder y la bondad de Dios, se trata de una postura de desafío a Dios. Si de otros pecados se puede afirmar que en la mayoría de los casos son ocasionados por la debilidad humana, la blasfemia comporta además una resolución de no acudir a Dios, de no admitir la liberalidad y la magnificencia de Dios, de despreciar las llamadas de Dios, de alejarse de Dios.
La blasfemia puede constituirse en el pecado principal, tanto por el ejemplo de su castigo en el Antiguo Testamento, como por la negación de su perdón mientras permanezca el sujeto en esa situación voluntaria de huir del perdón de Dios.
El 13 de julio de 1917 Nuestra Señora pronunció unas palabras concisas pero muy ricas en significado:
«Si hacen lo que Yo os diga, muchas almas se salvarán… vendré a pedir… la Comunión Reparadora de los Primeros Sábados del mes».
En 1925 Sor Lucía vio a Nuestra Señora con el Corazón cercado de espinas quien le dijo:
«Mira hija mía mi Corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan continuamente con blasfemias e ingratitudes, tú al menos procura consolarme y di que todos aquellos que durante cinco meses seguidos en el primer sábado se confiesen y recibieren la sagrada comunión, rezaren una parte del rosario y me hicieren compañía meditando en los 15 misterios del rosario, con el fin de desagraviarme, yo prometo asistirles en la hora de la muerte, con todas las gracias necesarias para su salvación».
Posteriormente en 1930, dijo Lucía que durante su hora santa, se sintió de repente poseída más íntimamente por la Divina Presencia, y, «si no me engaño, me reveló lo siguiente»:
«Hija Mía, el motivo es sencillo. Cinco son las clases de ofensas y blasfemias proferidas contra el Inmaculado Corazón de María».
La primera ofensa contra el Corazón Inmaculado de María es la negación de su Inmaculada Concepción, «en primer lugar y en general, las sectas protestantes que rehúsan recibir el dogma definido por el Papa Pío IX y que han continuado sosteniendo que la Santísima Virgen fue concebida con la mancha del pecado original y aún de pecados personales. Lo mismo podría decirse de los cristianos orientales (disidentes), puesto que a pesar de su gran devoción mariana, ellos también rehúsan este dogma».[5]
La segunda ofensa la constituyen las blasfemias contra su Virginidad Perpetua, rechazada también por la mayoría de los protestantes.
La tercera es negar a la Santísima Virgen María como la Madre de Dios, y como Madre espiritual de toda la humanidad. Negación que hiere su Corazón Inmaculado. Nuestra Señora continúa sufriendo místicamente, para mediar las gracias al corazón humano. Mientras que muchos de sus hijos rechazan el don de su corazón maternal dado por su Hijo en el Calvario, aun así, en su amor maternal, nuestra Madre es la mediadora de las gracias para estos cristianos que la rechazan, porque los ama sin condiciones. Ese es el amor del corazón de una madre.
La cuarta ofensa la constituyen las blasfemias de aquellos que públicamente tratan de inculcar en los corazones de los niños, la indiferencia y el desprecio y hasta el odio hacia nuestra Inmaculada Madre. Siempre que le negamos a un niño su madre, causamos un detrimento en el niño y horadamos el corazón de la madre.
La quinta ofensa contra el Corazón Inmaculado es la profanación de sus estatuas y sagradas imágenes, que son una manifestación de su presencia maternal.
Tres de las cinco ofensas versan sobre la negación de la verdad doctrinal y dogmática sobre Ella. El negar los dogmas y doctrinas marianas es la negación de su misma persona, de su mismo Corazón.[6]
El famoso experto de Fátima, el sacerdote claretiano, P. Joaquín Alonso fallecido en 1981 escribió al respecto: cegados por un ecumenismo engañador, hemos tenido la tendencia de olvidar que existe una verdad evidente, recordada aquí por el Mensaje de Fátima: Aquellos que obstinadamente y con pleno conocimiento abiertamente niegan las prerrogativas de la Santísima Virgen María, cometen las blasfemias más odiosas en cuanto a Ella.
Cada vez con mayor frecuencia se da un latitudinarismo -actitud adoptada por teólogos anglicanos del siglo XVII que, interpretando de forma laxa la doctrina, defendían que hay salvación fuera de la Iglesia Católica, rechazaban los dogmas, y defendían una amplia tolerancia en materias religiosas.
Igualitarismo religioso[7] que denunciaba ya el cardenal Mercier:
«Poner la religión de origen divino en el mismo nivel con las religiones inventadas por los hombres es la blasfemia que atrae los castigos de Dios en la sociedad mucho más que los pecados de las personas y las familias».
Debemos unirnos en oraciones de reparación por las blasfemias pronunciadas contra la única verdadera Iglesia Católica de Jesucristo, cuya Madre fue a Fátima con un mensaje para la humanidad, una Madre hoy traicionada por dignatarios de alto rango.[8]
Germán Mazuelo-Leytón
[1] DE AQUINO, Santo TOMÁS DE, Suma Teológica, II-II. q. 13, a. 3, ad 1.
[2] STRAUBINGER, Mons. JUAN, La Sagrada Biblia, comentario a Lev 25, 16.
[3] ROYO MARÍN OP, P. ANTONIO, Teología moral para seglares, I, 268.
[4] Ibid.: comentario a Mt 12, 31.
[5] P. ALONSO, JOAQUÍN, La Gran Promesa del Corazón de María en Pontevedra.
[6] MIRAVALLE MARK, En orden de batalla con la Corredentora.
[7] MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN: Igualitarismo religioso, https://adelantelafe.com/igualitarismo-religioso/
Ecumenismo sin conversión, https://adelantelafe.com/la-conversion-del-mundo/
Horas de tinieblas y relámpagos https://adelantelafe.com/horas-de-tinieblas-y-relampagos/
[8] GRUNER S.T.L., S.T.D. (Cand), P. NICHOLAS, Preludio al Anticristo.