“Sí, soy un fundamentalista”, dice el cardenal Burke

“Estoy abierto al mundo, pero insisto en las cosas fundamentales. Como la Eucaristía”. “La Iglesia debe ser clara sobre la identidad”, dice al Foglio el canonista

El cardenal Raymond Leo Burke, hoy capellán de la Soberana Orden Militar de Malta, fue prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura apostólica del 2008 al 2014.

Si por fundamentalista se entiende alguno que insiste en las cosas fundamentales, soy un fundamentalista. Como sacerdote, no enseño ni actúo para mí mismo. Pertenezco a Cristo. Actúo en su persona enseño solo lo que Él enseña en la Iglesia, porque esta enseñanza salvará las almas. El cardenal Raymond Leo Burke, canonista y desde hace casi un año capellán de la Soberana Orden Militar de Malta, responde así a la pregunta de el Foglio si su notable y repetida oposición a cada cambio de la praxis pastoral en discusión durante estas semanas en el sínodo sea tachada de fundamentalismo. Burke dice que hay que olvidar las etiquetas, cuyo uso “es un modo para descontar una persona y para no considerar la verdad de lo que enseña o hace. Yo soy católico romano, espero siempre serlo, y, al final de mi vida terrena, morir en los brazos de la Iglesia”. Desde hoy está en librería Divino Amor encarnado – La santa Eucaristía sacramento de Caridad (Cantagalli), su último libro todo dedicado al sacramento de la comunión. Escribe Burke que la Eucaristía “es un misterio de fe, que edifica la Iglesia”. Un libro que, explica, “fue inspirado en los últimos años del pontificado de san Juan Pablo II. En los últimos dos años de su ministerio petrino, el santo Pontífice mostró una extraordinaria preocupación por la pérdida de fe eucarística en la Iglesia, una situación gravísima que afrontó desde el inicio de su ministerio petrino. Está claro que al final de su estación en el trono de Pedro quiso afrontar una vez más y con gran fuerza la situación, inspirando una nueva evangelización sobre la Eucaristía como fuente y la más alta expresión de nuestra vida en Cristo.

De la Eucaristía se discute y se debate ardientemente, en libros y diarios y asambleas episcopales. Darla o no darla a los divorciados vueltos a casar es el dilema sobre el cual se desarrolla el confrontamiento sinodal, con los bandos opuestos empeñados en individualizar un compromiso capaz de evitar sucesivas laceraciones. Walter Kasper, teólogo y cardenal alemán al que el pontífice asignó el honor de sostener la relación consistorial sobre la familia, en febrero de 2014, ha confirmado recientemente que no se puede negar la comunión a los divorciados vueltos a casar, desde el momento en que la Eucaristía “es siempre para los pecadores”. Burke tiene las ideas claras: “la proposición del cardenal Walter Kasper no es conciliable con la doctrina de la Iglesia sobre la santa comunión y sobre la indisolubilidad del matrimonio. Ciertamente, el Santísimo Sacramento es para los pecadores – que somos todos nosotros- pero para pecadores arrepentidos. La persona que vive en unión irregular es relacionada a otro matrimonio, y por eso vive públicamente en estado de adulterio, según la clara enseñanza del Señor en el evangelio. Hasta que la persona en unión irregular, o sea, en un contexto contrario a la verdad de Cristo sobre el matrimonio, no corrija  la propia situación, no puede disponerse a recibir los sacramentos, porque no ha manifestado el arrepentimiento necesario para la reconciliación con Dios”. Y aunque si discute, y no son pocos los que quisieran abrirse a tal posibilidad, también en el nombre de la divina misericordia que no deja atrás a ninguno. Dice Burke: “Si la Iglesia permitiera la recepción de los sacramentos (al menos en un solo caso) a una persona que se encuentra en unión irregular, significaría que o el matrimonio es indisoluble y así la persona no está viviendo en un estado de adulterio, o que la santa comunión no es comunión en el cuerpo y sangre de Cristo, que en cambio necesita la recta disposición de la persona, o sea, el arrepentimiento de grave pecado y el sólido propósito de no volver a pecar”.

“Tristemente –agrega el purpurado- toda la discusión que ha seguido la presentación de la tesis del cardenal Kasper, sea antes o después de la asamblea del sínodo de los obispos en octubre de 2014, creó una gran confusión entre muchos fieles. Muchos sacerdotes y obispos me dicen que tantas personas que viven en unión irregular están convencidas que la Iglesia haya cambiado su enseñanza y por eso pueden recibir los sacramentos. En una gran ciudad que visité el pasado mayo, sobre el portón de una iglesia parroquial había un aviso en el que se advertía que en esa iglesia los divorciados vueltos a casar accederían a los sacramentos. En ciertos países, parece que diversos obispos hayan simplemente tomado la decisión de administrar los sacramentos a cuantos se encuentran en unión irregular”. Raymond Burke ve confusión: “no hay duda que la confusión sea ya grande, y que la Iglesia, para el bien de las almas y para su fiel testimonio a Cristo en el mundo debe afirmar claramente su perenne enseñanza sobre la indisolubilidad del matrimonio y sobre la santa comunión”.

El modo para reafirmar tal enseñanza, observa, es el de volver con la memoria al 2003, cuando Juan Pablo II escribió “una bellísima carta encíclica sobre la Eucaristía, firmada el Jueves Santo”. En aquel texto, “transmitió una instrucción de la congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, en colaboración con la congregación para la doctrina de la fe, para tratar de corregir los múltiples abusos en la celebración de la santa misa”. Pero no solo, fue visto que “también convocó la asamblea del Sínodo de los obispos sobre la Eucaristía”, evento que fue celebrado “después de la muerte, bajo la presidencia del papa Benedicto XVI. También inauguró el año de la Eucaristía para favorecer una catequesis más adecuada sobre la comunión, una participación más viva en el sacrificio eucarístico, y una devoción más ardiente al Santísimo Sacramento. El papa Benedicto XVI prosiguió en este camino de atención al sacramento ya tomada por su predecesor, conduciendo el sínodo sobre la Eucaristía y escribiendo una extraordinaria exhortación postsinodal, la Sacramentum Caritatis”. Y justo esta última fue la inspiración, para la obra del purpurado americano. Quizá el riesgo de hoy es de degradar el sentido, casi haciendo aparecer la comunión una rutina o menos: “No hay duda que por varios motivos, el supremo bien con el que el Señor ha dotado su cuerpo místico, la Iglesia, es decir, el sacramento de la Eucaristía, dé mucho para que en la Iglesia no sea visto en su tremenda realidad. Cuando uno considera la verdad enunciada de santo Tomas de Aquino, según el cual la Eucaristía contiene todo el bien de nuestra salvación, es difícil comprender cómo tantos se ausentan de la misa dominical y tantos no retienen que la sagrada hostia sea el verdadero cuerpo de Cristo”.

Pero también hay otras cosas, por ejemplo, la difícil comprensión por el “modo de ofrecer la santa misa centrado en el sacerdote y la congregación, y no en la presencia real de Cristo, sentado a la derecha del Padre celeste, que baja al altar para hacer presente su sacrificio, para ofrecernos de nuevo el don de sí mismo, como lo hizo por primera vez en la última cena, anticipando su Pasión y muerte para nuestra salvación. Si uno cree verdaderamente en el sacramento de la Eucaristía, no renunciará a presenciar la asamblea eucarística y querrá demostrar en modos concretos de fe a través de la dignidad de la celebración de la santa misa y las devociones eucarísticas, la exposición del Santísimo con la bendición, las procesiones eucarísticas, las visitas al Santísimo Sacramento, actos de comunión espiritual durante el día, etc.”. Hace muchos años Joseph Ratzinger veía la creciente participación de los fieles a la comunión, una tendencia que se ha consolidado en el curso de las décadas. En ciertas realidades, como en los Estados Unidos, casi ninguno se queda sentado en su lugar viendo el rito. El problema, quizá sea del modo en el que enseña el catecismo? “En mi opinión dice el cardenal Burke – la principal causa de la pérdida de fe eucarística y de todas las ofensas ofrecidas al Señor en su presencia real en el Santísimo Sacramento es una catequesis vacua y hasta casi errónea que han abajado la Iglesia en los Estados Unidos por lo menos en los últimos 40 años. No puedo pronunciarme sobre la situación de la catequesis en otros países. Ya en el tiempo de mi ordenación, en 1975, descubrí que los textos de catequesis sobre la Eucaristía estaban muy incompletos. Enseñé a los niños, preparándolos para la primera comunión y tuve –afrontando la resistencia de ciertos catequistas- que trabajar mucho para enseñarles la doctrina esencial sobre la Eucaristía y el debido comportamiento en el momento de la santa comunión, y frente al Santísimo Sacramento. Me recuerdo que en el primer año, cuando pregunté a los candidatos para la primera comunión qué era la sagrada hostia, la respuesta común (enseñada de los textos de la catequesis) fue que es un ‘pan especial’. Cuando intenté precisar que, aunque la sagrada hostia tiene forma de pan, no es más pan sino el cuerpo de Cristo, los niños se quedaban estupefactos: era una cosa que nunca habían oído”.

El hecho –agrega el purpurado americano- “que algunos, y quizá muchos, padres no enseñaran en casa la verdad sobre la Eucaristía y no fueran regularmente a la misa dominical, agravó más la ignorancia de la fe eucarística. En los Estados Unidos se dice con cierta frecuencia que más del 50 por ciento de los católicos no cree más en la presencia real. Sin embargo, esto es el corazón de la fe católica. Quien ya no cree en la presencia real ya no es católico. La situación es grave y no puede ser corregida sino por una catequesis completa y repetida –a lo largo de los años de infancia y juventud, y también para los adultos con la homilía dominical- sobre la riqueza de la doctrina de la Eucaristía, sobre el modo de celebrar la santa misa que evidencia la acción de Cristo a través de la persona del sacerdote que guía los fieles en el sacrificio eucarístico. Una catequesis necesaria también en referencia a la devoción eucarística que fue desarrollada en modo extraordinario a lo largo de los siglos cristianos, como el papa Benedicto XVI subraya en la exhortación postsinodal Sacramentum Caritatis”.

Un ejemplo puede venir de África, donde la Iglesia es joven y dinámica y los números de las conversiones son extraordinarios si se parangonan a los del Occidente cansado y siempre más secularizado. A juicio del cardenal Burke, “como ya el beato Pablo VI insistió y como san Juan Pablo II repitió durante todo su largo pontificado, la Iglesia en los países del ‘primer mundo’ tiene urgente necesidad de una nueva evangelización, es decir, enseñar, celebrar y vivir la fe católica con el entusiasmo y la alegría de los primeros cristianos y misioneros. La Iglesia joven y vivaz en África, por ejemplo, nos enseña tal entusiasmo y energía fundados seguramente en la enseñanza apostólica y en la disciplina que lo refugia y promueve”. Burke vuelve al Sínodo de hace un año, donde “se insiste en la admisión a los sacramentos a personas que viven en unión irregular y en la necesidad para la Iglesia de modificar su acercamiento a las parejas que conviven –que no están casadas pero que viven en modo conyugal- y a las personas del mismo sexo que viven en uniones homosexuales. Esta insistencia –según el cardenal- fundamentalmente errónea está inspirada por una falsa comprensión de la relación entre la fe y la cultura. Si la Iglesia debe ir al encuentro de la cultura, andar a las periferias, como el papa Francisco nos ha frecuentemente exhortado, este encuentro con la cultura puede ser saludable y fructífero si la Iglesia actúa y habla con la claridad y limpieza congruentes a su dignidad divina y humana. Si la Iglesia no es clara en su propia identidad y sobre lo que tiene para ofrecer a la cultura, se arriesga a contribuir solo confusión”, y este es “el error que está destruyendo la cultura en muchos países”. En cambio – dice Burke- “su encuentro con la cultura debe ser la ocasión para la reforma de la misma cultura. Cristo, cuando encontró a la samaritana en el pozo de Jacob, sí fue acogedor, pero le habló claramente de su grave desorden por sus tantos matrimonios y de los requisitos inherentes al culto de Dios ‘en espíritu y verdad’”. Nuestro interlocutor recorre los recientes viajes a África y Asia, incluido el más reciente a Sri Lanka: “que muy golpeado por las manifestaciones de fe profundamente católica, especialmente de fe eucarística. Era evidente como los fieles no tenían los ojos cegados de la secularización, que no tiene nada que ver con la fe porque es fundamentalmente –como afirmó el papa Juan Pablo II- un modo de vivir ‘como si Dios no existiera’. En cambio, la fe vivida con claridad y limpieza ilumina las sombras de la secularización e inspira una transformación”.

Hace unos días, el Foglio invitó a una entrevista al filósofo Stanislaw Grygiel, consejero y por muchos años consejero de Juan Pablo II. Grygiel sostenía que en el sínodo está en juego la naturaleza sacramental de la Iglesia. Burke observa que “cuando los fariseos intentaron engañar a Jesús con la pregunta de la posibilidad para los esposos de divorciarse, Él respondió insistiendo que Dios al inicio (de la creación) hizo hombre y mujer para participar, a través de su unión fiel, duradera y procreativa, una sola carne, su amor divino que es fiel, duradero y generativo de nueva vida humana. Cristo dejó claro que no vino al mundo para cambiar la realidad matrimonial como Dios Padre la constituyó al inicio del mundo, sino para restituirla a su verdad, belleza y bondad original. Por su Pasión, Muerte, Resurrección y Asunción, Cristo elevó el sacramento natural, la participación al amor divino, al sacramento sobrenatural, concediendo a los esposos la gracia de vivir fielmente, hasta el final, la verdad de su estado matrimonial”. “Si la Iglesia cambiara la enseñanza sobre la indisolubilidad del matrimonio sacramental”, dice Burke, “significaría atacar el matrimonio como sacramento natural; el matrimonio como Dios lo ha creado desde el inicio.

En cuanto a las críticas que le vienen a diario, de ser indisponible a la apertura hacia la realidad concreta que trasciende la abstracta doctrina, Raymond Burke sonríe: “estoy totalmente abierto al mundo y estoy lleno de compasión para la situación de nuestro mundo, que está confundido y en error sobre las verdades más fundamentales: la inviolabilidad de la vida humana, la integridad del matrimonio y su fruto incomparable, la familia, y la libertad religiosa como expresión de la relación insustituible del hombre con Dios. Por este motivo, voy al encuentro del mundo con la verdadera compasión que ofrece al mundo la verdad en la caridad. He descubierto, durante los cuarenta años de mi sacerdocio, que lo que el hombre (también el secular) espera de un sacerdote es Cristo, su verdad, su amor. Un sacerdote que –frente a la situación de la cultura actual- no anuncia con claridad la verdad, no practica la caridad pastoral y falta al testimonio inherente a su oficio”.

[Traducción H.A. Artículo original]

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