En su artículo más reciente, George Weigel decidió que la Santa Sede no debe ofrecer a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, una prelatura personal. A través de las declaraciones del arzobispo Guido Pozzo, el secretario de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, y del obispo Bernard Fellay, general superior de la Fraternidad, pareciera que la el ofrecimiento actual es el de una prelatura personal. Es más, pareciera que la Santa Sede no está insistiendo en la sumisión de la Fraternidad a cada punto y coma de los documentos del Concilio Vaticano Segundo. Estas son grandes noticias.
Muchos comentaristas informados observaron que las negociaciones del 2012 entre Roma y la Fraternidad se interrumpieron abruptamente por la insistencia de las autoridades romanas sobre esta sumisión. El arzobispo Pozzo admitió en entrevistas públicas que hay niveles de autoridad en los documentos de ese “concilio pastoral” y que puede no ser necesario un asentimiento total.
Por supuesto, se huele desde el principio que Weigel quiere, literalmente, ser más católico que el Papa. La forma del papa Francisco de manejarse sobre el asunto de la Fraternidad demuestra que reconoce a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X como completamente católica y con derecho a un estatus canónico. Casi por iniciativa propia, confirió a los sacerdotes de la Fraternidad la facultad para escuchar confesiones. También otorgó un proceso por el cual los sacerdotes de la Fraternidad pueden atestiguar matrimonios legalmente. Si bien la Fraternidad argumenta que ya había recibido jurisdicción para estos actos, sucede que todavía hay algunas diferencias entre los sacerdotes de la Fraternidad y los sacerdotes parroquiales comunes. (Excepto que por lo general, los sacerdotes de la Fraternidad están mejor preparados y más deseosos de hacer el trabajo pesado de un pastor). Todo esto lo ha decretado el Sumo Pontífice, pero George Weigel sabe más que él.
El argumento de Weigel es este: la FSSPX “disiente” respecto a la enseñanza de la Iglesia sobre la libertad religiosa, la enseñanza expuesta en la Declaración del Concilio Vaticano Segundo sobre la libertad religiosa, Dignitatis humanae. Él asegura que el supuesto disentimiento de la Fraternidad se basa en la política francesa tras la revolución, en lugar del “la responsabilidad de la historia de la doctrina entre la Iglesia Católica y el estado”. Sin embargo, su alegato es completamente autoritario y poco serio. Tenemos el ipse dixit de Wigel y eso es todo. De hecho, es más fácil descifrar lo que Weigel no dice por su prisa en acusar como disidente a la Fraternidad. Por ejemplo, Weigel no habla de la dubia del arzobispo Lefebvre sobre Dignitatis humanae, presentada a la Congregación para la Doctrina de la Fe, la cual no recibió una respuesta justificada, punto por punto, sino una vaga respuesta general de un peritus anónimo. Weigel tampoco menciona a Mirari vos, Quanta cura, Immortale Dei, Libertas praestantissimum, ni ninguno de los pronunciamientos papales sobre la libertad religiosa previos a 1965. Y Weigel tampoco muestra signos de haber considerado los trabajos más recientes sobre Dignitatis humanae de académicos tales como el profesor Thomas Pink.
Por supuesto que no queda claro que la Fraternidad realmente disienta o rechace la enseñanza de la Iglesia. Con el texto y la propia historia de Dignitatis humanae, no está claro lo que Dignitatis humanae significa realmente y, por lo tanto, es imposible decir lo que es disentir con él. Incluso si la Declaración fuera totalmente clara, no resolvería la cuestión. En el 2014, la Comisión Teológica Internacional publicó un documento extenso, “El Sensus fidei en la vida de la Iglesia,” que discutía el sensus fidei, “una especie de instinto espiritual que capacita al creyente para juzgar de manera espontánea si una enseñanza o práctica en particular es o no es conforme con el Evangelio y con la fe apostólica” (par. 49). El documento observa que, “Advertidos por el propio sensus fidei, los simples creyentes pueden llegar a refutar el asentimiento a una enseñanza de los propios pastores legítimos si no reconocen en tal enseñanza la voz de Cristo, el Buen Pasto” (par. 63). Considerando las precisas distinciones entre Dignitatis humanae y las enseñanzas de Gregorio XVI, Pío IX, León XIII, y otros buenos y santos Papas, es decididamente razonable discutir la posición de la Fraternidad en términos de la reacción al auténtico sensus fidei. Con esto en mente, debemos preguntarnos si no es George Weigel quien apuesta a una posición debido a fuertes razones políticas.
Las cosa van de mal en peor cuando Weigel explica por qué el supuesto disentimiento de la Fraternidad es un problema. A Weigel le preocupa que reconocer a la Fraternidad y darle una prelatura personal aliente a los disidentes liberales. Dado que la Fraternidad identifica inconsistencias entre Dignitatis humanae y la enseñanza tradicional de la Iglesia—nacidas de todas esas polvorientas encíclicas que Weigel ignora—los modernistas elaborarían un caso para “disentir fielmente” con Humanae vitae y Ordinatio sacerdotalis. La declaración de Weigel es tan extraña como ridícula. En primer lugar, los modernistas no tuvieron problema en asegurarse el derecho al disenso fiel, incluso durante los años en que absolutamente todos pensaban que la Fraternidad era “cismática”. San Pío X nos advirtió en Pascendi que el disenso y la tensión están entre los métodos más preferidos por los modernistas.
Ese gran Papa demostró estar en lo cierto una y otra vez, independientemente de la cuestión de la Fraternidad que lleva su nombre. No hay razones para creer que otorgar a la Fraternidad el reconocimiento jurídico que le corresponde, envalentonaría a los modernistas, solo porque es imposible creer que en el 2017 los modernistas podrían ser más osados. El argumento de Weigel es más que ridículo en tanto que intenta decir que las preguntas permanentes de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X sobre Dignitatis humanae (entre otras cosas) equivalen a las herejías modernistas. Consideremos esto: los sacerdotes de la Fraternidad sostienen que Dignitatis humanae es difícil de reconciliar con las enseñanzas de Gregorio XVI, Pío IX, León XIII y otros buenos y santos Papas. Ellos siguen su propio sensus fidei, apelan al magisterio universal, incluyendo las enseñanzas de esos Papas, y piden clarificación a las autoridades romanas. Después de largas décadas de hostilidad y silencio de las autoridades romanas, el arzobispo Pozzo se anima a tomar una posición en pos de clarificar la situación, una clarificación adicional que podría desarrollarse tras un cuidadoso análisis. Equiparar este proceso—un proceso que refleja verdadera sumisión al magisterio universal—con el clamor modernista a favor de la ordenación de mujeres y la bendición de uniones sodomíticas es de no creer, pero parece que Weigel quiere hacer justamente eso.
Weigel nunca va al punto. Él sugiere que darle a la Fraternidad el reconocimiento jurídico que merece desde hace tiempo, dañaría la divulgación ecuménica y la nueva evangelización. Aparentemente, Weigel no sabe que la nueva evangelización es letra muerta desde el 13 de marzo del 2013, cuando se anunció la elección del papa Francisco. Y es imposible imaginar cómo la Fraternidad podría dañar la divulgación ecuménica, cuando el papa Francisco se lo pasa haciendo gestos ecuménicos a cada rato. La única explicación posible para el argumento incoherente de Weigel es que se ha adherido a la visión de que el Concilio Vaticano Segundo es el momento más significativo en la vida de la Iglesia, después de Pentecostés. A decir verdad, una facción de la Iglesia cree justamente eso. Y es una facción con un considerable poder. Por lo tanto, según Weigel, negarle reconocimiento jurídico a la Fraternidad—a pesar de su catolicismo evidente y el infatigable trabajo pastoral de sus buenos y santos sacerdotes—“reforzaría la noción de que la doctrina no tiene que ver con la verdad, sino con el poder.”
P.J. Smith
[Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original.]