Herejía miserabilista

Alguien afirmó durante los primeros días de la gestión pontificia de Jorge Mario Bergoglio, que en menos de una semana después de su elección el 13 de marzo de 2013, el Papa Francisco I ya había logrado más por el progresismo que lo que se hizo en las últimas décadas. ¡Qué podríamos decir después de más de cinco años de gestión!

Ergo, una vez más, el símbolo escogido por Francisco durante la Misa inaugural del sínodo 2018, es un horripilante báculo sin la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, blasfemo, sacrílego e impío. La mayoría de las férulas del actual Obispo de Roma, son de esa naturaleza, véase aquí:[1]

Aparentes crucifijos sin la imagen de Nuestro Señor Jesucristo, con evidente simbolismo oculto, en el arco de «liturgias» no litúrgicas.

I. La desmantelación del Sacro Santuario

«Siento en mi entorno a los innovadores que quieren desmantelar el Sacro Santuario, destruir la llama universal de la Iglesia, rechazar sus ornamentos, ¡hacerla sentir remordimiento de su pasado heroico! Bien, mi querido amigo, estoy convencido que la Iglesia de Pedro tiene que hacerse cargo de su pasado, o ella cavará su propia tumba (…) Llegará un día en que el mundo civilizado renegará de su Dios, en el que la Iglesia dude como dudó Pedro. Será tentada a creer que el hombre se ha convertido en Dios, que Su Hijo es meramente un símbolo, una filosofía como tantas otras, y en las iglesias, los cristianos buscarán en vano la lámpara roja donde Dios los espera, como la pecadora que gritó ante la tumba vacía: ¿dónde lo han puesto?».[2]

Precisamente el Papa Pío XII, cuyas luminosas palabras preceden este sector del artículo, condenó los crucifijos que exhiben un Cristo resucitado (llamados Resurrexifixes):

uno se estaría alejando del camino recto …si ordenara el crucifijo diseñado de tal manera que el cuerpo del divino Redentor no muestre rastro de Sus crueles sufrimientos.[3]

Recordamos las palabras del «Pontífice» de la Masonería Universal, Albert Pike:

«Los inspiradores, los filósofos y los jefes históricos de la Revolución Francesa habían jurado derrocar la Corona y la Tiara sobre la tumba de Jacques de Molay… Cuando Luis XVI fue ajusticiado, la mitad del trabajo estaba hecha; y desde entonces, el Ejército del templo deberá dirigir todos sus esfuerzos contra el Papado.»

El 13 de noviembre de 1964, Paulo VI¸ en presencia de 2000 Obispos, depuso definitivamente la Tiara sobre el altar. Este era el gran objetivo de la Revolución Francesa, cumplido por manos del que estaba sentado en la silla de Pedro; un resultado más importante que la decapitación de Luis XVI, y también que la «apertura de la Puerta Pía». Con este gesto, Paulo VI rechazaba los tres poderes papales, simbolizados por el Trireino, casi como para significar que no quería gobernar la Iglesia. ¿A qué poderes hizo entonces referencia, durante Su Pontificado, después de aquel gesto?

Posteriormente se modificó el Santo Sacrificio de la Misa, mediante la Constitución Apostólica, «Missale Romanum», quien promulgó y supervisó la elaboración del Novus Ordo Missae (N.O.M), fue el Papa Pablo VI, pero la composición del rito no fue obra directa del Papa, sino de un grupo de expertos nombrados por él: el Consilium ad exequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, y el principal autor del N.O.M. fue el sacerdote masón Annibale Bugnini.

Él mismo admitió que el N.O.M., es una real ruptura con el pasado.[4]

No se trata solamente de retocar una valiosa obra de arte sino, a veces, de dar estructuras nuevas a ritos enteros. Se trata, en realidad, de una restauración fundamental, diría casi de una refundición y, en ciertos puntos, de una verdadera creación nueva.[5]

«La nueva liturgia no fue concebida por santos, homines religiosi, ni por hombres dotados artísticamente, sino que fue construida por los denominados expertos, que no saben que en nuestro tiempo hay una carencia de talento para tales cosas. Hoy es el tiempo de los talentos increíbles para la tecnología y las investigaciones médicas, pero no de una expresión orgánica del mundo religioso. Vivimos en un mundo sin poesía, y eso significa que deberíamos acercarnos a los tesoros que dejaron tiempos más afortunados, con el doble de respeto, y no con la ilusión de que nosotros mismos lo podríamos hacer mucho mejor… La nueva liturgia no tiene esplendor, es opaca e indiferenciada. Ya no ingresamos más a la verdadera experiencia del año litúrgico; estamos privados de esa experiencia a través de la eliminación catastrófica de las fiestas, las octavas, muchas grandes fiestas de santos… Verdaderamente, si a uno de los diablos en Cartas de un diablo a su sobrino de C. S. Lewis se hubieran confiado la ruina de la liturgia, no podría haberlo hecho mejor».[6]

Y acto seguido, toda la desmantelación vino como un torbellino. Nació la Iglesia miserabilista.

Para los promotores de la «nueva misa», ésta -entre otros formatos- queda reducida a una especie de mitin que consiste en la «celebración de las luchas del pueblo», «celebrar la esperanza repartiendo luchas… pues las luchas de hoy son señales de que el Reino está próximo», luchas «para vencer el sistema que causa la marginalización, que no permite que el pan sea repartido».  Visión reduccionista de la Misa que se concretiza en «las luchas de nuestras comunidades, sus conquistas y sus dolores; la vida de nuestros mártires: San Dias da Silva, Don Oscar Romero, etc., las luchas de la liberación de nuestros hermanos latinoamericanos».

«Queda claro que para nosotros la celebración de la Eucaristía, antes que nada es la celebración de los iguales en la lucha, en la donación de la vida toda».[7]

II. Pobreza y esplendor

Algunos defensores de la Nueva Iglesia han tratado de referirse a las pseudo liturgias de Francisco como poseedoras de una noble simplicidad.

Sin embargo, como en muchos de estos temas, hay una confusión casi generalizada al respecto, insuflada por el neo modernismo post Vaticano II.

La pobreza y el esplendor son dos aspectos armónicos en el firmamento de la Iglesia, así lo expone el Cruzado del siglo XX, [8]Don Plinio Correa de Oliveira:

Lo que en uno de los dos aspectos de la Santa Iglesia, es gravedad recogida (la celda de un cartujo), noble simplicidad, pobreza material, en fin, iluminada por los reflejos sobrenaturales de la más alta riqueza espiritual, en el otro cuadro (la Basílica de San Pedro) es gloria radiante. Lo que en uno es pobreza, en el otro es fausto. Lo que en uno es simplicidad, en el otro es esplendor. Lo que en uno es renuncia a las creaturas, en el otro es la superabundancia de las más espléndidas entre ellas.

¿Contradicción? Es lo que muchos dirían: ¿se puede entonces amar a un tiempo la riqueza y la pobreza, la simplicidad y la pompa, la ostentación y el recogimiento? ¿Se puede a un tiempo amar el abandono de todas las cosas de la tierra, y la reunión de todas ellas para la constitución de un cuadro en que relucen los más altos valores terrenos?

No, entre uno y otro orden de valores no existe contradicción, sino en la mente de los igualitarios, siervos de la Revolución.

III. Iglesia miserabilista

Al renunciar al uso de la Tiara, Pablo VI afirmó que era necesario que la Iglesia Católica abandonara sus símbolos de sacralidad para no escandalizar a la gente. Sugirió que la Ciudad del Vaticano, con la magnífica Basílica de San Pedro, su historia invaluable, sus extraordinarios palacios y sus invaluables obras de arte, deberían abandonarse. De hecho, Montini afirmó que el Papa debería abandonar el Vaticano, junto con los que lo habitan, y debería irse a vivir por algún tiempo con sus seminaristas, con su gente en San Juan de Letrán… En San Juan, su catedral, debería inaugurar una nueva forma de gobernar la Iglesia a la manera de Pedro que era pobre.[9]

Después del Vaticano II y la desmantelación de la Misa de siempre, por doquier se escuchó al clero progresista condenar el uso de cruces preciosas: gastan millones para adquirir el símbolo sagrado del cristianismo y, al mismo tiempo, olvidan, de una manera no muy cristiana, que muchos sufren hambre en el mundo.

La época de los cálices en oro pesado y cruces adornado con piedras preciosas y diamantes ha terminado.

Por cierto, como recuerda D. Plinio Correa de Oliveira, esta Iglesia pobre, fue también el ideal de Judas Iscariote, quien, cuando vio a Santa María Magdalena lavando los pies de Nuestro Señor con un perfume costoso, propuso que se vendiera para dar dinero a los pobres. ¿Era realmente un amor a los pobres?

No obstante, Nuestro Señor refutó a Judas, diciendo que los pobres siempre estarán con nosotros, y Él defendió la posición de María Magdalena.

El modernismo considera la pobreza como una especie de ideal, así los progresistas crearon el término «Iglesia constantiniana» y del adjetivo «constantiniana» salieron otras palabras como «constantinización», «des-constantinización», e incluso el verbo «constantinizar», llamamos a su ideal miserabilismo o Iglesia miserabilista, concepto según el cual, la Iglesia de Cristo es la Iglesia de los pobres, una Iglesia hecha para los pobres, a los que nuestra pompa y solemnidad ofende.

El punto central de la teología liberacionista fue y es, la deificación de los pobres. La concepción marxista de la teología de la liberación, ve en el «pobre» al verdadero «mesías» y «redentor» de la humanidad. El crucifijo que acompaña este texto, está enteramente de acuerdo con tal concepción.

«El Misterio de Iniquidad es el odio a Dios y la adoración del hombre».[10]

Debe presentarse en la miseria más miserable. Los templos deben ser como las casas de los más pobres para que ellos se sientan en su ambiente. Jesucristo odia el lujo. Las cosas hechas para el fausto de los ricos que pusieron en la Iglesia no deben usarse en la casa de Dios ni fuera de ella. La Iglesia no debe ser oficial, debe ser humilde, debe ser una sociedad particular como otra cualquiera, no debe gozar de honras ni de protección.

Es la mentalidad de Judas Iscariote juzgando que como los pobres no pueden tener eso nadie lo debe tener, ni Dios.

Es el igualitarismo en su aspecto más monstruoso -porque va más allá de exigir la igualdad entre los pobres y ricos- pide la igualdad entre los pobres y Dios, lo cual es diabólico, ya que Dios es infinitamente más grande que todos los hombres, incluidos los ricos. Esa consecuentemente, es la forma de pensar de los progresistas, que es el mismo que el de Judas Iscariote.

«Hemos conocido “experiencias” de este género. Nada de cálices o copones: vasos comunes, o latas de Coca-Cola. Nada de “templos”: la Misa se puede celebrar en cualquier parte, en casas particulares, en el comité, en un club o sala de baile. Total… Dios está en todas partes. Y consiguientemente la iglesia podrá ser utilizada para cualquier fin: para cine, para huelguistas, etc. Vemos asimismo con tristeza cómo no pocos templos recientemente edificados están como perdidos entre los edificios de la ciudad, con lo que Dios queda, a los ojos del común, disminuido o diluido en el anonimato de la urbe, a diferencia de lo que ocurría siglos atrás con esas grandes iglesias cuya imponencia material constituía todo un signo del primado de Dios sobre el mundo».[11]

La aplicación de esta forma de pensar de la Iglesia, conduce a la auto-destrucción de la Iglesia Católica que la priva de todo el prestigio que merece, para arrancar de los ojos del pueblo la fe que le lleva a tributar a la Iglesia todas esas honras. Elimina todo tipo de arte y de belleza, no solo de la Iglesia sino también de la vida social, lo cual equivale a reducir el culto y la sociedad temporal al estado salvaje porque quien habita en los antros es un salvaje. Es una forma de extrema decadencia.[12]

Mientras las empresas de alta costura utilizan mediante sus mejores modelos cruces valiosas, promoviendo un mensaje subversivo, y se mofan de los ornamentos litúrgicos como en la Met Gala de mayo pasado, donde se utilizaron incluso vestiduras sacras llevadas desde el Vaticano con aquiescencia de sus más altos responsables, los miserabilistas desprecian de manera sistemática la iconografía y los ornamentos católicos: los frutos del comunismo en la Iglesia.

La teología de la liberación no ha librado a nadie de la pobreza, ha apartado a la gente de la fe y ha blasfemado a Dios.

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[1] https://liturgiapapal.org/index.php/celebraciones-liturgicas/ornamentos-del-papa-francisco/ferulas.html

[2] ROCHE, Mons. GEORGES, Pius XII devant l’histoire.

[3] Cf.: PAPA PIO XII, Encíclica Mediator Dei.

[4] BUGNINI, P. ANNIBALE, La Ri-forma Liturgica [1948-1975], CLV Edizioni Liturgiche, 1983.

[5] BUGNINI, P. ANNIBALE, Declaración de la Congregación de ritos y del Consilium de liturgia del 4 de enero de 1967, citado por Louis Salleron en La Misa Nueva, Iction (1978), p. 217.

[6] VON HILDEBRANDT, DIETRICH. Citado por Michael Davies en La nueva misa del Papa Pablo.

[7] FALCONI, ANTONIO FRANCISCO y ZACCARDI ADELINA, La Eucaristía en las CEBs.

[8] https://www.accionfamilia.org/publicaciones/libros/el-cruzado-del-siglo-xx-libro-gratuito/

[9] Cf.: SINKE GUIMARAES, ATILA, Animus delendi I, pp. 399-400.

[10] CASTELLANI, P. LEONARDO, El Reinado de un Antipapa y el Misterio de Iniquidad.

[11] SÁENZ, P. ALFREDO, Desacralización de la liturgia.

[12] Cf.: CORREA DE OLIVEIRA, Prof. PLINIO, Iglesia Constantiniana vs. Miserabilismo.

Germán Mazuelo-Leytón
Germán Mazuelo-Leytón
Es conocido por su defensa enérgica de los valores católicos e incansable actividad de servicio. Ha sido desde los 9 años miembro de la Legión de María, movimiento que en 1981 lo nombró «Extensionista» en Bolivia, y posteriormente «Enviado» a Chile. Ha sido también catequista de Comunión y Confirmación y profesor de Religión y Moral. Desde 1994 es Pionero de Abstinencia Total, Director Nacional en Bolivia de esa asociación eclesial, actualmente delegado de Central y Sud América ante el Consejo Central Pionero. Difunde la consagración a Jesús por las manos de María de Montfort, y otros apostolados afines

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