Tercer Domingo de Cuaresma (Rito Extraordinario)
(Lc 11: 14-28) – «La curación del endemoniado mudo»
¿Qué hacer ante una Iglesia debilitada en su fe y en su amor a Cristo?
Después de curar al endemoniado mudo, Jesús tiene que enfrentarse con quienes le acusan de hacerlo con el poder de Satanás, y les dice que “todo reino dividido consigo mismo quedará desolado”.
Este texto se podría también interpretar así: la Iglesia católica muestra signo de debilidad, ha perdido su confianza en su Señor, ha abandonado la enseñanza de las virtudes evangélicas, entonces llega un enemigo con más fuerza y se apodera de ella.
“Cuando un espíritu impuro sale de un hombre, recorre los lugares áridos buscando reposo, y, no hallándolo, se dice: “Volveré a la casa de donde salí”; y viniendo la encuentra barrida y aderezada. Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él y, entrando, habitan allí, y vienen a ser las postrimerías de aquel hombre peores que los principios.”
La Iglesia se ha vuelto tibia y ha dado de lado a las enseñanzas de Cristo. Entonces, el demonio, que había abandonado la Iglesia, vuelve a ella, y la pone en una situación que es peor que la primitiva.
¡Hay tantos que no quieren ver la verdad! La Iglesia está invadida de modernismo. Los vemos por ejemplo en que la Sagrada Escritura y la Tradición son cuestionadas e incluso invalidadas. Esta nueva iglesia dice que ya no hay dogmas, pues no hay verdades fijas. Una verdad sólo es válida para el momento histórico en la que fue formulada. Es por ello, pues, que no hay nada seguro. Como consecuencia hemos caído en el escepticismo. Ya no se habla de una Tradición fija y cerrada con el último de los Apóstoles; ahora se habla de una “tradición viviente”. Destruyen lo que dijo S. Vicente de Lerins. También se cambia la ética y la moral. Conductas que antes eran buenas o malas, ahora se cuestionan. Y no hablemos de la apostasía de parte de la jerarquía que ahora enseña verdades contrarias a la fe.
Algunos me acusarán de extremista; pero examinemos la realidad con sinceridad. Acudamos a la Pascendi de S. Pio X. Sus enseñanzas son claras y sus acusaciones también. Tendremos que acusarle también a él de extremista.
Esta situación similar a le que ocurrió en el S. IV con la herejía arriana.
Alguno podría preguntar, ¿y por qué Dios permite toda esta confusión? Si Dios permite el mal es porque de ahí puede sacar el bien. Dios permitió cosas peores, como por ejemplo la muerte de su propio Hijo.
Ante esta Iglesia débil en su fe y en su amor a Jesús, donde Cristo ya no es el centro ¿qué cabe hacer? Jesús nos lo dice: “quien no recoge conmigo, desparrama”, “el que no está conmigo, está contra mí”. Dios no permite actitudes neutrales: o con Él o contra Él. Es por ello que tenemos que tomarnos a Cristo seriamente.
Y digo todo esto a pesar de que sé que no seré escuchado, pero también Cristo predicaba sabiendo que no era escuchado (“Si no hubiera hablado no tendrían pecado; pero he venido, he hablado pero me han rechazado”).
Y ahora llegamos al punto más delicado de esta charla. Yo soy sacerdote pecador, pero renuevo mi fidelidad a la Iglesia y a la Jerarquía. Seré fiel siempre que la Jerarquía no me imponga actitudes y creencias contrarias a la fe de la Iglesia. Sí he oído cosas contrarias, pero nunca me han sido impuestas.
A los sacerdotes jóvenes de buena voluntad y laicos que se han formado con Juan Pablo II y Benedicto XVI y no han conocido otra teología; yo les diría: he visto los dos mundos, el anterior y el actual; puesto que el Vaticano II dice que no quiere ser dogmático e imponer doctrinas distintas, entonces deberíamos estudiar la teología anteriores al Vaticano II. Quien sólo conoce las nuevas teologías, por muy buena voluntad que tenga, no conoce el auténtico Magisterio de la Iglesia.
Ante esta situación, yo insisto en que seamos fieles a las palabras de Jesucristo: “El que no está conmigo está contra mí”. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Si queremos saber la verdad, acudamos a sus enseñanzas y a sus palabras.
Frente a las palabras de tantos “profetas” que hay en la Iglesia de hoy, yo me quedo con las de Cristo, pues son más seguras.
En el fondo lo que tenemos que hacer es amar más a Cristo. Como nos dice San Pablo en 1 Cor 16: “El que no ama al Señor, sea anatema”. Se trata de auténtico amor y no de una mera devoción. Hemos de adaptar nuestra vida a la de Cristo. Lo que tenemos que hacer es “recapitular” todas las cosas en Cristo, las del cielo y las de la tierra. Hasta el Vaticano II el Estado no se podía considerar ajeno a la Iglesia. Ahora se han separado totalmente la Iglesia y el Estado.