Domingo II de Adviento
(Mt 11: 2-10)
El evangelio de hoy pone a nuestra consideración un fragmento de San Mateo en el que vemos la situación de confusión en la que se encontraba Juan el Bautista, encerrado en la fortaleza de Maqueronte, y la respuesta que le da Cristo a los discípulos de Juan.
Ante esta confusión de Juan nosotros nos podemos preguntar, ¿cómo puede ser eso? ¿No era Juan quien había dado testimonio del Mesías e incluso había estado presente ante la confesión del mismo Padre de la divinidad de su Hijo? Entenderemos a Juan si analizamos cómo también nosotros en muchas ocasiones también nos hemos sentido escandalizados y dudosos cuando hemos tenido que enfrentar situaciones similares. La situación de apostasía y desolación de la jerarquía y de la Iglesia actual también puede conducir a muchos a la confusión.
Juan, encarcelado y condenado a muerte, tuvo en cambio valor para denunciar públicamente a Herodes por la situación de pecado en la que vivía.
Jesús recibió a los discípulos de Juan y les dijo: “Id y decirle a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan… y los pobres son evangelizados; y bienaventurado aquél que no se escandalice de mí”
¿Cómo no sentirse escandalizado ante este Hombre aparentemente fracasado? Desde el punto de vista humano, sobran razones para sentirse escandalizados de Cristo. Pero tenía que ser así. Ese aparente fracaso de Cristo no es otra cosa sino una prueba de su amor. A través del fracaso, de la cruz, es como nos redimió y nos volvió a la situación de hijos de Dios.
Hoy día, ante la situación de apostasía de los pastores, las ovejas andan confundidas y abandonadas, pero es el momento de confiar en el amor de Cristo. ¿Quién nos podrá separar del amor de Cristo? Ahora es cuando tenemos que demostrar nuestra fe y nuestro amor a Cristo. En medio de tantas preocupaciones y persecuciones, que todavía aumentarán más, es cuando yo me siento más feliz por mi amor a Jesús.
Aprendamos pues, de este episodio tan actual del evangelio.