Domingo XIII después de Pentecostés
Lc 17: 11-19
A pesar de haber sido todos curados de la lepra sólo uno volvió a agradecer al Señor. Esa actitud de desagradecimiento la conocemos muy bien.
¿Pero qué podemos darle nosotros a Dios si Él lo tiene todo y nosotros no tenemos nada? Él nos ha dado la existencia, su vida, la capacidad de amar, su propio corazón, su propio amor. Nos ha hecho partícipe de su propia vida, amistad con Él, hijos de Dios. Dios nos ha dado a Cristo para que nos enseñara el camino. Le debemos tantas cosas a Dios que nunca terminaríamos de enumerarlas.
¿Qué le podemos dar nosotros a Él si Él lo tiene todo y nosotros no tenemos nada? Él es todo, en cambio nosotros no somos sino un pozo de miseria y de pecado. ¿Qué le puedo dar para ponerme a su altura? Jesús nos diría: eso es precisamente lo que tienes que darme, tu miseria y tu pecado.
Jesús nos diría: Si yo te doy lo que tengo y tú me das lo que tienes entonces ya estamos equilibrados, pues nos hemos entregado el uno al otro todo lo que tenemos.
Jesús quiere tener con nosotros relaciones íntimas de amor; pero el modernismo actual nos ha robado a Jesús, y con ello impide que lo conozcamos y amemos.
Es ese modernismo el que nos ha hecho no creer en las palabras de Jesús que dijo: “El que me coma vivirá por mí”.
Lo primero que tendríamos que agradecer a Dios es habernos dado a Jesucristo. Tendríamos que estar locos de amor por Jesucristo; del mismo modo que Él lo está por nosotros.
La idea que tenemos de Dios es a veces tan abstracta. Dios es para muchos un juez, un ser abstracto. En cambio lo que Él quiere tener con nosotros es tener intimidad. Él no quiere ser nuestro señor sino nuestro amigo… (sigue)