Se llamaba Lizeth Izguirre Torres, tenía 41 años, era madre de seis hijos y vivía en la villa de Corralitos, en el distrito central de Honduras: ella es, en orden cronológico, la última víctima (por lo menos conocida) del satanismo. Fue encontrada sin vida en una cabaña abandonada, en el pasado con frecuencia un refugio para muchos vagabundos.
Estaba de rodillas frente a una suerte de altar, con un puñal clavado en el pecho y el cuerpo rodeado de cruces al revés, junto con otros símbolos inequívocos. Un ritual, según los expertos, ejecutado por personas extremadamente “competentes” en la materia, quizás para obtener poderes sobrenaturales o en cualquier caso para obtener “favores” del demonio. Junto a ella estaban las cartas del tarot, varias velas negras y una nota escrita en inglés: «Con el poder que los espíritus de las tinieblas me concedieron y por todo cuanto me han dado, ofrezco mi alma a Satanás».
Algunos testigos habrían declarado haber observado, además de la señora, otros cinco individuos entrando al lugar del delito: presumiblemente habrían tomado parte en el sacrificio y habrían usado hábitos y capuchas negras, pero no fueron suministrados ulteriores detalles al respecto. Según los familiares, la víctima habría sido secuestrada por seis personas, que la habrían cargado a la fuerza en una camioneta, ya identificada por las fuerzas del orden: el secuestro habría tenido lugar en el barrio Smith, una fracción de El Carrizal, en Comayagüela, cuando la mujer salía de un negocio de alimentos.
Los habitantes del pueblo se mostraron bastantes preocupados por lo ocurrido, también porque no lejos de esa cabaña se encuentran diversas escuelas frecuentadas por sus hijos y también hoteles, restaurantes y centros educativos. Temen que se repitan similares delitos. Solicitaron por tanto a la autoridad de demoler el edificio donde se consumó el ritual satánico: hace tiempo fue sede de un centro educativo bilingüe y aún hoy es propiedad de Inprema, Instituto Nacional de Formación para Personal Docente.
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