¿Por qué se ha borrado el nombre de María?, ¿acaso es una vergüenza pronunciarse en pro de la Madre del Señor? -se preguntaba Monseñor Rudolf Graber, Obispo de Ratisbona, a raíz de la decisión que habían asumido las Congregaciones marianas alemanas de llamarse Comunidades de vida cristiana. «Esta decisión es un nuevo eslabón en la cadena de continuadas transigencias desde la debilidad frente a las corrientes de la época, y es el resultado de la universal relajación observable en todos los terrenos» (Landshut, 23-4-1968).
Relajación utilizada por el marxismo apoyado en la Teología de la Liberación, en su afán de servirse de cuanto le sea útil para los fines de su revolución, que ha buscado, y busca instrumentalizar también el culto mariano.
Leonardo Boff se refirió a la devoción mariana señalando que a lo largo de la historia de la Iglesia, ésta es nada más que instrumentalización del cristianismo por la burguesía. En su nueva mariología, la Santísima Virgen es despojada no solamente de todos sus títulos tradicionales –que para todo cristiano expresan la profundidad de los dogmas- sino que incluso rechaza todas sus virtudes naturales y sobrenaturales, de las cuales Ella es acabado modelo para todo cristiano. Los teólogos de la liberación y sus ejecutores, en consonancia con las ideologías de género y feminista, hablan de la virginidad de María Santísima, como un estado de opresión.
A los marxistas se plegaron en una triple tarea de instrumentalización, falsificación, y desconstrucción de la devoción mariana, los propulsores de la ideología de la Nueva Era cuya penetración en América Latina comenzó con una arrolladora pujanza entre 1989 y 1990, a raíz del V Centenario del Descubrimiento de América, con el objetivo especial de socavar los cimientos católicos en estos países, en un rumbo indianista-tribalista muy bien calculado. Últimamente las propulsoras de la ideología de género, con la consigna de romper con la Virgen María elucubraron una teología ecofeminista, basadas en la sospecha de que no está puesto todo sobre la mesa y de que hay algunas cosas que no se han dicho por controlarnos en vez de liberarnos.
Un tránsito hábil, consistente y agresivamente elaborado, un contubernio diabólico entre el marxismo, la teología de la liberación, el nuevaerismo, el indigenismo, el eco-feminismo, el falso ecumenismo, operadores de una desconstrucción de la mariología, que buscan en definitiva sacar de escena a la Santísima Virgen.
Meta deliberadamente construida también para desconstruir la devoción mariana hacia el «bien Común supremo y universal, condición para todos los demás bienes, es la misma Tierra que, por ser nuestra Gran Madre, debe ser amada, cuidada, regenerada y venerada como nuestras madres. El Bien Común de la Tierra y de la Humanidad pide que entendamos la Tierra como viva y sujeto de dignidad. No puede ser apropiada de forma individual por nadie, ni hecha mercancía, ni sufrir agresión sistemática por ningún modo de producción. Pertenece comunitariamente a todos los que la habitan y al conjunto de los ecosistemas» (Declaración del bien común de la tierra).
Relajación que ahora busca convertir los santuarios marianos en santuarios interreligiosos, en los que se verifique una cohabitación interconfesional, incluso con expresiones naturalistas y hasta paganas. Así lo esperaba, el anterior Rector del Santuario de Fátima, Padre Luciano Guerra: «El futuro de Fátima debe pasar por la creación de un santuario donde las religiones diferentes puedan mezclarse. El diálogo interreligioso en Portugal y en la Iglesia Católica está todavía en una fase embriónica, pero el Santuario de Fátima no es indiferente a este hecho y ya está abierto a ser un lugar de vocación universalista”, y añadía “el mismo hecho que Fátima sea un nombre musulmán y de la hija de Mahoma, es indicativo que el Santuario debe estar abierto a la coexistencia de distintos tipos de fe y creencias».
Lo avizoraba el Papa Pío XI: «Con tal fin suelen estos mismos organizar congresos, reuniones y conferencias, con no escaso número de oyentes e invitar a discutir allí promiscuamente a todos, a infieles de todo género, de cristianos y hasta a aquellos que apostataron miserablemente de Cristo o con obstinada pertinacia niegan la divinidad de su Persona o misión» (Encíclica Mortalium animos, 2).
Si la Verdadera Fe se destruye por su cohabitación con las falsas religiones, el falso ecumenismo y la interreligiosidad, instrumentalizando la mariología, la pulverizan.
«En nombre del Evangelio, y a la luz de las encíclicas de los últimos Papas Gregorio XVI, Pío IX, León XIII y Pío X, no dudo en afirmar que esta indiferencia hacia las religiones que pone en el mismo nivel la religión de origen divino y las religiones inventadas por los hombres para inducirlos al escepticismo, es una blasfemia que clama el castigo sobre la sociedad, lejos más que los pecados de los individuos y de las familias» (Carta Pastoral del cardenal Mercier, 1918).
Pues bien, en vez de profesarse rendidamente a María, a la vista de estas tendencias destructoras para la fe y la honestidad, lo que se hace es abandonar su nombre. Esto roza con la traición a la Iglesia, al pueblo y al futuro. En verdad, son éstas «hora di tenebre et lampi» (horas de tinieblas y relámpagos) (Obispo Graber).
Germán Mazuelo-Leytón