“Hoy en día, los perros que Cristo nos dio para cuidar las ovejas hacen las paces con los demonios del infierno” (San Vicente Ferrer)

Homilía para el segundo domingo de Pascua, domingo del Buen Pastor

San Vicente Ferrer O.P.

“Pero el asalariado, el que no es pastor dueño de las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata y dispersa las ovejas, porque es asalariado y no le da cuidado de las ovejas. Yo soy el buen pastor y conozco a las mías, y las mías me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco a mi Padre, y pongo mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este aprisco, y es preciso que yo las traiga, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor” (Jn. 10, 12-16).

Nuestro sermón va a versar sobre el Santo Evangelio de este domingo. Y recibiremos muchas y buenas enseñanzas para iluminación de la mente y reforma de la vida. Pero primero saludemos a la Santísima Virgen María.

La palabra propuesta como tema y la base de nuestro sermón es la palabra de Nuestro Señor Jesucristo hablando de sí mismo cuando dice: “Yo soy el Buen Pastor”. La bondad de este Divino Pastor hacia sus ovejas, es decir hacia los fieles cristianos, se muestra en el Santo Evangelio de hoy de cuatro maneras:

  • Primera razón: porque compra caras las ovejas
  • Segunda: porque es cuidadoso con ellas
  • Tercera: porque las alimenta con abundancia
  • Cuarta: porque las guarda con seguridad

Primera razón: Cristo compra caras sus ovejas

Digo primero que Cristo, como buen pastor, compra sus ovejas a un gran precio, es decir al precio de su sangre. No las consigue por artificio ni robo, ni por engaño, sino que las compra por un precio justo y aún más que justo. De esto habla al principio del evangelio: “Yo soy el buen pastor” (Jn. 10, 14). La razón, porque “el buen pastor da su vida”, es decir su vida corporal, “por sus ovejas” (v. 11). La razón por que da un precio tan caro es el valor incomparable de un alma, porque ninguna criatura corporal es comparable en valor al alma. De ello, en la balanza de la justicia divina, que es justa y razonable, si de un lado se colocan todas las criaturas corporales, principalmente el oro y la plata, las perlas y los elementos, el sol, la luna y todas las estrellas, y del otro lado un alma racional, el alma racional pesaría más en valor que todas las criaturas. Autoridad: “Porque ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? ¿O qué podrá dar el hombre a cambio de su alma?” (Mt. 16, 26), como si no dijera bastante. Aprovecha poco al que pierde su alma. Si, por lo tanto, para la redención de una sola alma no es suficiente el mundo entero, ¿cuánto más por todas las almas? Por ende, no había un precio suficiente sino la sangre de Cristo, de valor infinito, por su unión con la divinidad. De aquí que, si en la balanza de la divina justicia, de un lado estuvieran todas las almas y del otro la menor gota de la sangre de Cristo, la sangre de Cristo pesaría más en valor que todas las almas, por su unión con la divinidad, ni ningún otro precio que se pudiera pagar sería suficiente. Sobre esto la escritura dice: “Considerando que habéis sido rescatados de vuestro vano vivir según la tradición de vuestros padres, no con plata y oro, corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha” (1 Pe. 1, 18-19). Nótese: “tradición de vuestros padres”, eso tiene miga. Digamos cómo nuestro padre Adán se vendió a sí mismo y a toda la humanidad por el precio de una manzana, aunque no estaba sujeto de lo que era a su especie, y se hizo a sí mismo cautivo del demonio, a su esposa y, en consecuencia, a todos sus hijos. Autoridad: “puesto que cada cual es esclavo de quien triunfó de él” (2 Pe. 2, 19), por ejemplo, como en un duelo. De este modo Adán y Eva, consintiendo en el pecado, se entregaron al demonio. Y así, si los esclavos engendran hijos, los hijos son también esclavos.

Pero viene Cristo, el mejor comerciante, del cielo a la tierra, conociendo el valor de las almas, y no da una manzana, ni oro, etc. sino solamente su preciosa sangre de inestimable valor, que nos redime. Y, por tanto, dice “Habéis sido redimidos” (1 Pe. 1, 18). Nótese que “redimidos” quiere decir vueltos a comprar. Es así una conclusión de la teología que la más pequeña gota de la sangre de Cristo fue un precio suficiente y aún alto para redimir mil mundos por la virtud de su divinidad e infinita caridad.

Ahora piensa cuántas gotas de sangre derramó Cristo por nosotros. Primero, mientras aún era niño, en su circuncisión. Con la primera gota ya nos redimió. Otra vez con la segunda, etc. Segundo, en la noche de su pasión cuántas gotas de sangre derramó. En Lucas 22, 44: “y sudó como gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la tierra”. Cada gota habría sido un precio suficiente. Tercero, cuando fue sacado a la casa de Pilato, etc. Cuarto, cuando fue coronado de espinas, de toda su cabeza manaba sangre. Quinto, cuando fue crucificado por las manos y los pies, cuántas gotas de sangre caían sobre la cabeza de la virgen María. También cuántas lágrimas, cuántas gotas de sudor, cuántos trabajos cuando iba predicando. Así, no dice “habéis sido comprados”, sino “habéis sido redimidos”, que quiere decir comprados muchas veces. De ahí el Apóstol (Pablo): “en quien tenemos la redención “ (no dice compra) “por su sangre, la remisión de los pecados, según las riquezas de su gracia, que superabundantemente derramó sobre nosotros” (Ef. 1, 7-8). Ved la primera razón por la que Cristo es el Buen Pastor, porque compra sus ovejas a muy alto precio.

Aquí uno puede considerar que si el alma tiene tan gran valor y Cristo ha pagado tal precio, cómo cada uno debería valorar su propia alma. Qué digno de gran reprensión es el hombre que, por alguna utilidad mundana, o por ganar algún bien terrenal, da su alma al diablo por pecar mortalmente, porque entonces se vende el alma al diablo por un precio barato de orgullo o avaricia. Y lo mismo para los otros pecados. Así se regala por tan vil precio el alma ya comprada por Cristo.

Se cuenta una historia de un mercader extremadamente rico que pone todo su dinero en una transacción y compra una perla preciosa, y se la da a su mujer, que la coloca en su bolsa, y llega una mujer cargada con lechugas y se la da por algunas lechugas. ¿No la juzgarías estúpida o que así se habría vuelto? Del mismo modo estarías tú en esta estupidez o una similar. Este mercader es Cristo, que bajó desde en cielo al mercado y al día a día de este mundo, y compró la más preciosa perla, es decir el alma, por la que dio toda su sangre, y nos la dio a ti y a mí. La anciana que pasa con las lechugas es la tentación y dice “Oh, qué placer, etc.” Y cuando consientes con ella. Le entregas la perla, que es tu alma. Cuando la tentación te tiente a la vanagloria, al orgullo o a los demás pecados, vendes tu alma. O cuando, por un pequeño soborno, juras en falso. Otros la entregan por un pequeño placer, como los lujuriosos. Otros por una comida o un jarro de vino, como los glotones que rompen el ayuno. Otros por un poco de sueño, como los perezosos cuando se pierden la misa, etc. Así dice la escritura (Dt. 4, 9): “Por tanto, cuida de ti mismo y de tu alma con esmero”, o regresarás a la servidumbre del demonio. Cuando regrese el comerciante, es decir Cristo en la muerte, hoy o mañana, ¿qué te dirá? Mira por tanto cómo debe evitarse el pecado. El santo doctor papa León dice en su sermón de la pasión del Señor: “Reconoce, oh cristiano, tu dignidad, etc.”

Segunda razón: Cristo cuida de sus ovejas con esmero

En segundo lugar, digo que Cristo, el Buen Pastor, guarda sus ovejas cuidadosamente. Ya veis cómo todo amo que posee ovejas en la tierra, donde existen los lobos, las guarda bien. Así hace Cristo con los cristianos para que no sean devorados por los lobos del infierno. De esto habla Él mismo en la segunda parte del evangelio: “el asalariado, el que no es pastor” hasta “y las mías me conocen a mí” (Jn. 10, 12), donde afirma la verdadera diferencia entre un pastor de verdad y el asalariado: “el asalariado, el que no es pastor dueño de las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas, y huye, y el lobo arrebata y dispersa las ovejas, porque es asalariado y no le da cuidado de las ovejas. Yo soy el buen pastor y conozco a las mías y las mías me conocen a mí”.

Nota como un amo que tiene ovejas en el desierto tiene dos custodios de las ovejas: el pastor y un perro contra el lobo atacante. Así, Cristo, para la custodia de sus ovejas, provee dos custodios, es decir los ministros pastorales. Los pastores son los santos ángeles. De donde extraemos una enseñanza de la sagrada teología, según la cual cada uno, desde el comienzo de su nacimiento, tiene un ángel comisionado para esta protección. Sobre esto, ver Tomás de Aquino I, cuestión 113. En la práctica, cuando una mujer está a punto de dar a luz, Cristo desde el cielo llama a un ángel por su nombre, porque a todos les ha dado un nombre, diciendo; “Te encargo mi hijo o hija, cuídalos”, etc. El niño, según nace, es recibido primero por el ángel, en las manos del ángel que se dedica a su cuidado y protección, y seguidamente por la comadrona. San Jerónimo dice sobre estas palabras: “Sus ángeles (de los hombres) ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 18, 10). Aquí dice el brillo de Jerónimo: “Tan grande es la dignidad de las almas que cada una, desde el momento de su nacimiento, tiene un buen ángel asignado para su cuidado”. Nótese: “cada una”. Ningún amo proporciona un pastor para cada una de sus ovejas, sino que encarga 100 ó 200 a un pastor. Pero Cristo ama a tanto a las almas que le da a cada una su pastor o guardián. Mira cuánto le importan sus ovejas. Piensa en ello, etc. Si un rey tuviera ovejas como David y otros reyes las tuvieron en la antigüedad, y les dijera a sus soldados y barones “os encargo estas ovejas del desierto para que las cuidéis”, cómo estarían estos de indignados, y no tendrían paciencia ninguna. Y los santos ángeles, de los cuales el menor es más grande que este papa, rey o emperador, verían como un honor sobre él que Dios desee encomendarle criaturas a las que hizo a su imagen y semejanza y redimió por su sangre y le darían gracias a Dios. Y ningún ángel abandonaría la criatura encomendada a él hasta la muerte, y en ese momento, si fuera perfecta, la guiaría al paraíso o al purgatorio, o la entregaría en las manos de los demonios, si fuera malvado e impenitente. De esto dice David: “que él dará orden sobre ti a sus ángeles de guardarte en todos tus caminos” (Salmo 91, 11). Nota: universalmente “en todos”, en el mar y en la tierra, etc.

Has oído la enseñanza: cuando tengas alguna tentación u ocasión de pecado, debes pensar con arrepentimiento en el ángel. Ningún ladrón robaría cuando otra persona está mirando, ni una persona lujuriosa cometería un pecado de lujuria. Piensa cómo el ángel te ve siempre, etc. También San Bernardo: “En todo rincón y en toda dirección, da reverencia al ángel y no hagas en su presencia lo que no harías si yo estuviera presente”.

En segundo lugar, Cristo, para cuidar sus ovejas, proporciona perros que cazan los lobos del infierno. Los perros son todos los que tienen el oficio de predicar. Los demonios temen más y se ven más aterrorizados por el clamor y los ladridos de las prédicas que los lobos por los ladridos de los perros. Es mayor dignidad ser tal ministro y perro guardián, porque es el oficio apostólico por el bien del rebaño de Cristo, que ser un patriarca o profeta. Autoridad: Job, en la persona de Cristo crucificado, dijo: “Mas ahora ríense de mí los que son más jóvenes que yo, a cuyos padres no juzgaba yo dignos de mezclar con los perros de mi grey” (Job 30, 1). Nota “mas ahora”, es decir en medio de la pasión, “ríense de mí los que son más jóvenes que yo”, los judíos que estaban entonces ahí, “a cuyos padres”, los patriarcas y profetas, “no juzgaba yo dignos de mezclar con los perros de mi grey”, con los apóstoles, porque los apóstoles y los varones apostólicos tienen mayor dignidad que los patriarcas y los profetas. Date cuenta, por tanto, de lo grande que es el oficio de la predicación y con cuánta vigilancia se ha de ejercer mediante humanos ladridos. Así David, en el Salmo 67, 23-24: “Dijo el Señor: «De Basán haré volver, haré volver de los abismos del mar, para que puedas hundir tu pie en la sangre, y en los enemigos tenga su parte la lengua de tus perros»”. Nota: “Dijo el Señor: «haré volver»”, a los pecadores, “de Basán”, de la confusión, “haré volver de los abismos del mar”, por amarga contrición. ¿Y cómo sucede esto? David responde: “para que puedas hundir tu pie”, el cuerpo, “en la sangre” de la pasión, “y en los enemigos tenga su parte la lengua de tus perros”, la de los predicadores que predican la pasión de Cristo; provee que las ovejas sean liberadas por Él, por Cristo, y no por la virtud de la predicación.

Hoy en día los perros provistos por Cristo para cuidar de las ovejas hacen las paces con los lobos del infierno. Por ello las ovejas están mal cuidadas. Nótese aquí la fábula de Esopo sobre los perros y los lobos que desean librar una guerra. Un lobo viejo que había visto y oído mucho dijo: “Pido que antes de la guerra me permitáis hablar con los perros”. Y dijo a los perros: “Será de gran daño para vosotros pelear con nosotros, porque o seréis conquistados y eso no es bueno para vosotros, o seréis victoriosos y, si nosotros morimos, perderéis vuestro sustento. Con nosotros muertos, no os necesitarán más”. Oyendo esto, los perros cambiaron de opinión e hicieron la paz. El significado de esta fábula es bueno: los lobos son los demonios; los perros, los predicadores, que deberían luchar pero hacen la paz. Porque ahora los predicadores no ladran contra los demonios con el fin de cuidar el rebaño, sino que el clero se ve así: tienen amantes, riquezas, etc. y predican las enseñanzas de los poetas y no las de Cristo. Por ello es ya verdad lo que dijo Isaías: “Bestias todas del campo, venid a comer, bestias todas del bosque. Sus vigías son ciegos, ninguno sabe nada; todos son perros mudos, no pueden ladrar; ven visiones, se acuestan, amigos de dormir. Son perros voraces, no conocen hartura, y ni los pastores saben entender. Cada uno sigue su propio camino cada cual, hasta el último, busca su provecho” (Is. 56, 9-11). Por ello los lobos, es decir los demonios, devoran tantas ovejas.

Si se dice “es increíble que pueda perecer ninguna oveja, porque todas tienen su ángel guardián, etc.”, replico que Dios, por medio de los ángeles, guarda las ovejas, pero no fuerza la voluntad libre. Cristo manda pero los ángeles, sin embargo, dan consejo y persuaden pero no fuerzan. Cristo, como Señor y pastor principal, ordena la humildad y el ángel te induce a lo mismo, pero eres tan malvado y terco en tu maldad, etc. que no quieres creer el mandato de Cristo ni el consejo del ángel, sino que deseas actuar de manera orgullosa y con vanidad, etc. Lo mismo con las otras virtudes y sus vicios opuestos. Considera por qué se pierden las ovejas de Cristo, porque prefieren no permanecer bajo el cuidado o las normas del pastor. Así David: “Me he descarriado como oveja perdida: ven en busca de tu siervo. No, no me olvido de tus mandamientos” (Salmo 119, 176).

Tercera razón: Cristo alimenta a sus ovejas abundantemente

Digo, en tercer lugar, que la bondad de Cristo el pastor se muestra en que alimenta a sus ovejas generosamente, en el sacramento del altar. Está muy bien cuando un amo permite a sus ovejas pastar en su huerto; mejor aún cuando lo hace a su mesa y de su propio pan. Cristo hace más por sus ovejas, a las que permite pastar en su casa, la iglesia, y a su mesa, el altar, donde las provee, no de pan, sino de su cuerpo como alimento y de su sangre como bebida, y no una pieza sino su cuerpo entero. Sobre esto, dice el evangelio: “como el Padre me conoce y yo conozco a mi Padre, y pongo mi vida por las ovejas” (Jn. 10, 15). Aquí Gregorio comenta que dice esto por el Sacramento del altar. Cristo hizo lo que aconseja, enseña lo que ordena. El Buen Pastor entrega su vida por sus ovejas y para ello cambia su cuerpo y su sangre en nuestro sacramento, y alimenta las ovejas a las que ha redimido con la comida de su carne. Sobre estos pastos profetiza Ezequiel que dice el Señor: “Las pastorearé por los montes de Israel, por los barrancos y por todos los poblados de esta tierra. Las apacentaré en buenos pastos, y su majada estará en los montes de la excelsa Israel. Allí reposarán en buena majada; y pacerán pingües pastos por los montes de Israel” (Es. 34, 13-14), es decir, en las tres altísimas sustancias que están en la hostia consagrada. De ahí el monte más alto, o criatura del mundo corporal, y mejor es el cuerpo de Jesucristo que está en la hostia. Cristo dijo a los apóstoles en la última cena: “Tomad y comed, este es mi cuerpo” (Mt. 24, 26). El segundo monte más alto y más excelente que todas las criaturas espirituales es el alma de Cristo, que también está ahí en la sagrada hostia por concomitancia natural. El tercer monte más alto, por ser el mejor y más excelente de todas las sustancias líquidas, es la sangre de Cristo, que está ahí por concomitancia natural. Por eso no se te da en el cáliz. También, por encima de todas las criaturas corporales, espirituales y líquidas, está la divinidad, que está enteramente en la hostia consagrada. Date cuenta de qué ganancia. ¿Ves porqué dijo “Apacentaré mis ovejas” (Es. 34, 15)?

Si, en consecuencia, deseas estar con los ángeles en los pastos del paraíso, recibe la comunión cada año por Pascua, bien preparada para ti, de otro modo no serás recibido en el paraíso. Una gran razón es que el que no desea recibir a Cristo en su casa no será recibido por Cristo en el paraíso. “En verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn. 6, 53). Pero el que recibe la comunión es recibido por Cristo, que dice: “Es justo que, ya que me habéis recibido, yo os reciba en mi casa”. “Muy bien, siervo bueno y fiel” (Mt. 25, 21). Toma nota de que, así como Cristo debería ser recibido sacramentalmente cada año, así debe ser recibido espiritualmente cada domingo en misa. El sacerdote lo recibe sacramentalmente y todo el pueblo debería recibirlo espiritualmente. Por eso dice el sacerdote en la comunión: “Confortado por el alimento y la bebida celestiales”, etc.

Debes recibir a Cristo espiritualmente en misa observando cuatro condiciones. El domingo, primero, no debes beber: “Cuando os juntéis para comer, os esperéis unos a otros” (1 Cor. 11, 33), es decir no debéis beber cuando etc. En segundo lugar, debes haberte confesado, porque cuando uno es invitado, debe tener las manos limpias. David: «Sabed que Yahveh es Dios, él nos ha hecho y suyos somos, su pueblo y el rebaño de su pasto. ¡Entrad en sus pórticos con acciones de gracias, con alabanzas…!” (Sal 100, 3-4). No lo dice en las epístolas ni en el evangelio. Tercero, no debes hablar en la iglesia. “Porque así dice el Señor Yahveh, el Santo de Israel: Si os volvéis con calma seréis liberados, en el sosiego y seguridad estará vuestra fuerza” (Is. 30, 15). Nota “si os volvéis”, de vuestras labores y negocios temporales. Y cuarto, no debes marcharte hasta que se haya dado la bendición, según lo que dice el Deuteronomio 32: “Dad magnificencia a nuestro Dios. Las obras de Dios son perfectas”.

Cuarta razón: Cristo mantiene sus ovejas a seguro

En cuarto lugar, digo que Cristo, como Buen Pastor, mantiene seguras sus ovejas. Como el pastor guarda sus ovejas en un lugar seguro etc., así lo hace Cristo. Sobre esto es la cuarta parte del evangelio: “Tengo otras ovejas que no son de este aprisco” (Jn. 10, 16), hasta el final. Así os veo, gente buena, que los que tenéis ovejas en los pastos del monte, cuando llega la noche, las ponéis en un aprisco, para que no las coman los lobos. De este modo hace Jesús con nosotros. Cuando llega la tarde, el día de nuestra muerte, Jesús reúne las almas en el paraíso si han vivido bien, para que el lobo, el demonio, no las devore. Y cristo habla a los ángeles diciéndoles: “Tengo otras ovejas”, hombres y mujeres, y es necesario guiarlas hasta mí, por medio de la inocencia, o por medio de la obediencia, o por medio de la penitencia. El aprisco, o el lugar donde estas ovejas pueden descansar con más seguridad en la noche de la muerte, es el cielo empíreo, es decir la sociedad de los ángeles, y hacen “un solo rebaño y un solo pastor”.

Artículo original: https://rorate-caeli.blogspot.com/2019/05/sermon-for-good-shepherd-sunday-by.html

Traducido por Natalia Martín

RORATE CÆLI
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