El pasado 15 de diciembre entregó su alma a Dios en Montauban el historiador francés Jean de Viguerie. Dos semanas después, el 30 de diciembre, se cumplieron treinta años del fallecimiento del filósofo italiano Augusto del Noce. ¿Qué tenían en común estas dos personalidades de la cultura católica del siglo XX?
Jean de Viguerie nació en Roma en 1935. Tuvo una espléndida trayectoria académica y llegó a ser profesor emérito de la Universidad de Lille-III, sin transigir en ningún momento con la cultura imperante. «La fe irrigó de principio a fin la existencia de Jean de Viguerie y nutrió su vida docente», escribió su alumno Philippe Pichot Bravard.
Viguerie fue un profundo y escrupuloso conocedor del siglo XVIII. A mi juicio, su obra fundamental es Cristianismo y revolución (Rialp, 1991). La lectura de este libro, junto a La Revolución Francesa de Pierre Gaxotte (Áltera, 2008), nos brinda un cuadro sintético pero esclarecedor de cuanto sucedió en Francia entre 1789 y 1795. No obstante, la obra más original de Viguerie es Les deux patries. Essai historique sur l’idée de patrie en France (Dominique Martin Morin, 1998). El historiador galo demuestra que el concepto tradicional de patria, arraigado en un lugar concreto y una precisa memoria histórica, fue sustituido en el siglo XVIII por otro más novedoso: la patria abstracta de los derechos del hombre proclamada por los iluministas y por la Revolución Francesa. En nombre de dicha ideología Francia participó en la Primera Guerra Mundial. La Union Sacrée de 1914 entre la izquierda y la derecha fue una continuación del llamado a las armas lanzado en 1792 cuando la Asamblea Nacional declaró que la Patria estaba en peligro. Con la Revolución Francesa nació la consigna de aniquilar al enemigo, ya sea interno o externo, como se hizo con las columnas infernales que entre 1793 y 1794 exterminaron a los insurgentes de la Vandea. El conflicto mundial costó a Francia un millón trescientos mil muertos. Nada más la ofensiva del 16 de abril de 1917 entre Soissons y Compiégne, recuerda Viguerie, pagó el precio de ciento diecisiete mil muertos para avanzar cinco kilómetros; las víctimas de la batalla de Verdún en octubre del año anterior fueron trescientas sesenta mil. Víctimas ofrecidas al Moloc revolucionario en pago por la destrucción del Imperio Austro-húngaro, último bastión católico contra la labor de devastación política y cultural que supuso la Revolución Francesa.
Viguerie biografió a Luis XVI y a su hermana Isabel de Francia, a la cual dedicó el estudio El sacrificio de la tarde (San Román, 2018), que indudablemente contribuirá a avanzar el proceso de beatificación de la princesa francesa. Es autor asimismo de muchas otras obras, alguna autobiográfica, como L’Itinéraire d’un
historien (Dominique Martin Morin, 2000) y Le passé ne meurt pas (Via Romana 2016), los cuales abundan en episodios y anécdotas que no sólo nos ayudan a entender su vida privada, sino también la Francia del siglo XX.
Augusto del Noce, de familia piamontesa, nació en Pistoya en 1910, pero realizó sus estudios en Turín en los primeros años de entreguerras. Su producción intelectual puede entenderse como especularmente opuesta a la línea de pensamiento progresista que se desarrolló en Turín y tuvo como más destacados exponentes a Norberto Bobbio y a Umberto Eco.
Cuando estalló la revolución del 68, Augusto del Noce, a la sazón catedrático de la Universidad de Trieste, tenía en su haber obras importantísimas de historia de la filosofía, como Il problema dell’ateismo (Il Mulino, 1964) y Riforma cattolica e filosofia moderna (Il Mulino, 1965), pero como pensador comenzó a partir de entonces a concentrarse en estudiar desde un punto de vista filosófico la época contemporánea.
Entre fines de los años sesenta y principios de los setenta vieron la luz Il problema politico dei cattolici (Unione Italiana per il Progresso della Cultura, 1967), L’epoca della secolarizzazione (Giuffrè, 1970), Tramonto o eclissi dei valori tradizionali (Rusconi, 1972) Il suicidio della Rivoluzione (Rusconi, 1978) y, a título póstumo, Giovanni Gentile. Per una interpretazione filosofica della storia contemporanea (Il Mulino, 1990).
En los libros mencionados, Del Noce muestra la continuidad cultural entre los diversos regímenes políticos que se han sucedido en Italia a lo largo de un siglo: liberalismo, fascismo y antifascismo. El pensamiento de Francesco de Sanctis, ministro de cultura de la Italia del Risorgimento, el de Giovanni Gentile, ministro de cultura e ideólogo del fascismo, y el de Antonio Gramsci, principal teórico del antifascismo en la democracia italiana de la segunda posguerra, se nutren del inmanentismo de Hegel y siguen un derrotero de progresivo abandono de los valores tradicionales. Para Del Noce, la época de la Revolución es la época de la negación de dichos valores en nombre de la secularización, que es presentada como un proceso histórico positivo y necesario.
Del Noce clasificó el mal que aqueja a la cultura italiana contemporánea dentro de la categoría de progresismo, que es un concepto de la historia fundado en la idea de que el fascismo, y no el comunismo, habría supuesto el mal radical del siglo. Esto traía como consecuencia la necesidad del ocaso, junto con el fascismo, de todo ideal que pudiese en modo alguno estar relacionado con éste, empezando por los valores tradicionales que durante siglos habían constituido el cimiento de la civilización cristiana occidental.
A la idea de revolución y a espíritu de modernidad, basados en la primacía del devenir, y por tanto en el mito de la irreversibilidad del progreso, Del Noce contraponía el concepto de Tradición, fundado sobre la filosofía de la primacía del Ser o de la contemplación e inevitablemente destinada, según él, a redescubrir a Platón, a la filosofía revolucionaria basada en el devenir, que encuentra su conclusión más coherente en Marx.
A diferencia de Jean de Viguerie, que se adscribe a la escuela contrarrevolucionaria, Augusto del Noce no se apoyaba en los grandes pensadores de la Restauración francesa, sino en la escuela italiana de Rosmini y de Vico, el pensador al que le habría gustado dedicar su último libro, que la muerte le impidió escribir. Con todo, al igual que Viguerie, Del Noce también veía en la Revolución Francesa una divisoria de aguas cultural que había señalado la decadencia política y cultural del Occidente cristiano (cf. R. de Mattei, La critica alla Rivoluzione nel pensiero di Augusto Del Noce, Le Lettere 2019).
En la última entrevista que concedió días antes de fallecer, el cardenal Carlo Maria Martini afirmó que la Iglesia se había quedado doscientos años de atraso. Citando estas palabras el pasado 21 de diciembre, el papa Francisco concluyó su discurso de Navidad ante la Curia romana. La tesis del cardenal Martini era que la Iglesia arrastra un retraso de dos siglos porque no ha tenido su revolución francesa, y el papa Francisco, heredero del cardenal Martini, se propone salvar ese desfase consumando el Concilio Vaticano II. Tanto el historiador francés como el filósofo italiano estaban por el contrario convencidos de que el abrazo al mundo moderno que proclamaba el Concilio era la causa principal del proceso de autodemolición de la Iglesia.
El 13 de mayo de 1989 tuvo lugar en el palacio Pallavicini de Roma un importante encuentro sobre la Revolución Francesa, en el que se encontraron personalmente Augusto del Noce y Jean de Viguerie. A ambos los unía el rechazo de la utopía revolucionaria, el amor a la Tradición y la preocupación por la crisis de la Iglesia, sobre cuyas repercusiones advertían.
Augusto del Noce moriría a los pocos meses mientras se desmoronaba el Muro de Berlín. Jean de Viguerie le ha sobrevivido treinta años, en los que ha asistido al desmoronamiento de Occidente y de la propia Iglesia. Los dos pertenecen a nuestra memoria histórica, aquella a la Viguerié llamó el pasado que no muere.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)