San Pablo menciona a Timoteo la fe de su abuela Loide y de su madre Eunice. El Apóstol está seguro de que dicha fe es la misma que se ha enraizado en la vida de su discípulo. Del mismo modo que la fe de los padres, de nuestros antepasados, puso su raíz en nuestra vida cotidiana. Por este motivo es útil conocer nuestro árbol genealógico. No es indispensable, pero ciertamente útil, saber los nombres de “aquellos que nos han precedido en el signo de la Fe y duermen el sueño de la paz”.
No por nada los Evangelios nos ofrecen la genealogía de Jesús. Cada generación es como un anillo que nos une a nuestros orígenes. Las generaciones del pasado señalan a las generaciones del futuro. El bien y el mal son de algún modo heredados. En nosotros queda una marca de los que han vivido antes de nosotros. Por lo cual, nuestros antepasados reciben un gran beneficio de nuestras oraciones de sufragio por ellos y, a su vez, están agradecidos a nosotros y nos devuelven nuestras oraciones.
En los difíciles y peligrosos tiempos de nuestra era necesitamos ser sostenidos en el grandioso misterio de la Comunión de los Santos por aquellos que han vivido con tenacidad y determinación dificultades y peligros de tiempos pasados. Crecen dichas dificultades y peligros, pero fundamentalmente son los mismos, aunque cambien las situaciones. En muchas cosas ya no es como antes, aunque no hay nada nuevo bajo el sol.
* * *
El Apóstol da gracias a Dios, sirviéndole con conciencia pura, y dice que recuerda a su discípulo en sus continuas oraciones, de noche y de día. San Pablo recuerda las lágrimas de su discípulo Timoteo y desea verlo. Los sentimientos expresados por el Apóstol deben inspirar nuestros sentimientos, mientras que las lágrimas de tantos hermanos y hermanas en la Fe son copiosas por sus sufrimientos, agudizados por los tiempos, que se hacen cada vez más difíciles y peligrosos.
El terrorismo que está haciendo estragos siembra por todas partes una sensación de inseguridad y genera una verdadera turbación. Obedientes al mandato del Señor, que nos pide orar incesantemente, y formados por las Sagradas Escrituras, recitando la oración que Jesús nos enseñó, pedimos también ser liberados de los males pasados, presentes y futuros. La Iglesia de siempre nos lo recuerda admirablemente en el Vetus Ordo Missae.
Los males pasados nos los describe la Sagrada Biblia en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Y los castigos conmutados por la Divina Justicia son innumerables, porque el pecado se paga siempre. Los males presentes, de una gravedad inaudita, los estamos viviendo en nuestros días en este valle de lágrimas. Los males futuros los entrevemos todos y dan mucho miedo, nos vuelven insomnes y nos preocupan.
Si no existiera la Fe, sería para desesperarse y para estar ansiosos. Pero por fortuna somos cristianos y católicos, por fortuna el Evangelio que Jesús anunció a los Apóstoles lo han llevado por el mundo y ha llegado hasta nosotros, y es un gozoso anuncio que nos devuelve la alegría.
¡Alabado sea Jesucristo!
inomnipatientia
(Traducido por Marianus el eremita/Adelante la Fe)