Una mañana Jorgito se levantó de la cama decidido a ejecutar otra idea: haría la Primera Comunión en cuanto cumpliera siete años. Los ratos de oración que pasaba con Jesús se habían vueltos más íntimos y, en una noche de especial conversación, su gran Amigo le deparó una sorpresa:
—Jorgito, quiero hacerte una petición.
—Dime, Señor. Te escucho —le respondió con expectación.
—Llevo toda la eternidad aguardando el momento en que me recibas en la Sagrada Comunión. ¿Te gustaría complacerme? Estás a punto de cumplir siete años…
A Jorgito, el corazón le dio un vuelco. ¡Recibir a Jesús en la Santa Misa! Llevaba años soñando con ello y ahora, el mismo Señor se lo había pedido.
—¡Pues claro, Señor! —le contestó pletórico.
—Muy bien —indicó Jesús, complacido—. Mañana díselo a tu padre. Él sabrá qué hacer.
Tal como su gran Amigo había predicho, en cuanto Jorgito comentó a sus padres su decisión, obtuvo una aprobación general; ambos coincidieron en que su hijo debía hacer la Comunión cuanto antes. Estaba bien preparado (ya se habían encargado ellos de enseñarle el Catecismo) y eran muy conscientes de la Gracia que recibiría su hijo. Por ello, se tomó la decisión de ir a hablar con el párroco aquella misma tarde.
Papá recogió a Jorgito del colegio y se encaminaron directos a la Iglesia. No había tiempo que perder. Allí se encontraron con el sacerdote, en su moderno despacho, preparando los power points para la homilía de la misa de niños del domingo…
—Buenas tardes, D. Antonio —indicó papá respetuoso.
—Buenas tardes, Jorge. ¿Qué te trae por aquí?
—Quisiera que Jorgito hiciera la Comunión el día de su cumpleaños. Hace meses que terminó de estudiarse el Catecismo y él mismo ha pedido recibir a Jesús…
El párroco tuvo que agarrarse a la silla para evitar marearse del susto. ¡La Comunión! ¿Jorgito? Si apenas tenía seis años recién cumplidos. ¿En qué estarían pensando estos padres?
—A ver, Jorge. Es que no sé si lo he entendido bien. ¿Me estás pidiendo que Jorgito haga la primera Comunión este año? —le repitió muy despacio, como si le costara incluso pronunciar las palabras.
—Sí, eso mismo —le respondió papá con naturalidad.
El sacerdote se secó el sudor frío de la frente con el pañuelo que descansaba sobre la mesa de su despacho. Eso le ganó unos segundos para preparar su discurso:
—No puede ser, Jorge. Me estás pidiendo algo imposible. ¿Cómo iba a dejar que Jorgito se perdiera los tres años de Catequesis en la parroquia? ¡Menudo sacerdote sería!…
Papá se temía una contestación de ese tipo, así que tenía lista la respuesta:
—D. Antonio, Jorgito sabe más que cualquier niño de la parroquia y usted lo sabe. Pregúntele al niño sobre el Catecismo y si no le responde bien, zanjamos aquí la discusión.
El sacerdote se supo perdido. Los meses que llevaba hablando con Jorgito le habían bastado para hacerse una idea. Efectivamente, el chaval estaba mejor preparado que cualquier niño de Catequesis de primer año, de segundo año… y a decir verdad, hasta de Confirmación. Le costaba reconocerlo, pero el padre había sabido llevarlo a su terreno.
—Bueno, bueno… pero la Catequesis no es solo aprenderse el catecismo. Está también la cuestión de la edad. ¿No es muy pronto para un niño de siete años? —preguntó retóricamente—.
—No para San Pío X —contraatacó papá con habilidad.
Nuestro D. Antonio no se esperaba esa contestación y se lamentó haber menospreciado a su rival. Una cosa era discutir con un padre, y otra muy distinta argumentar contra un Papa, que además tenía la molesta condición de haber sido proclamado santo por la Iglesia. “Tendría que haberlo sabido… De tal palo, tal astilla”, se dijo algo enojado con esta familia tan anclada en el pasado.
—Bueno, también está el aspecto social de compartir ratos con los demás niños… —se apresuró a añadir.
El papá de Jorgito no es un hombre al que le guste perder el tiempo, así que decidió ir al grano:
—Está bien, D. Antonio. Si usted no va a dejar que mi hijo haga la Comunión en cuanto cumpla siete años, tendré que buscar otra parroquia.
Aquella idea puso en guardia al sacerdote, a fin de cuentas, a ningún párroco le hace gracia que los feligreses vayan por ahí diciendo que se les ha echado del templo…
—¡No, hombre, no! Tampoco hay que llegar a esos extremos —repuso nervioso—. Hagamos una cosa. Jorgito hará la Comunión esta primavera, pero para ello, tendrá que unirse a un grupo de catequesis de niños durante el curso. ¡Así todos quedamos contentos!
D. Antonio miró al padre con aire triunfal. Sabía que lo había acorralado: no le había dicho que no y lo que le había pedido, era algo razonable. Jorgito tendría que ir a catequesis como el resto de niños normales. Quién sabe, a lo mejor así se dejaba esas ideas raras que sus padres le habían metido en la cabeza…
El padre meditó la propuesta durante unos instantes. No le satisfacía la solución “salomónica” ofrecida por el sacerdote, pero tampoco encontraba grandes razones para oponerse. A Jorgito aún le quedaban unos meses para cumplir siete años… De repente, su cara se iluminó con una enorme sonrisa:
—De acuerdo, pero recuerde, D. Antonio: usted lo ha querido así —contestó enigmáticamente mientras se alejaban por la puerta.
Por la noche, Jorgito le contó a su gran Amigo la conversación de su padre con el cura y, emocionado, le manifestó su ansiedad por empezar la Catequesis junto al resto de niños. Jesús lo escuchaba con cariño, pero no dudó en lanzarle una advertencia:
—Jorgito, hazme un favor—le interrumpió con enorme dulzura.
— ¿Sí, Señor?
—No seas muy duro con aquellos que no saben…
Jorgito se quedó durante unos segundos bastante desconcertado…
—¿Te refieres al resto de niños del grupo? —preguntó extrañado. Después de todo, los otros niños ya llevaban dos años completos de Catequesis, y eso lo ponía muy nervioso. Esperaba estar a la altura.
—No, Jorgito… —respondió Jesús divertido—… me refería a tu catequista.
Y dejó el tema así zanjado, puesto que había llegado la hora del sueño para nuestro niño.
Mónica C. Ars