Jorgito y la globalización de la indiferencia

La parroquia de Jorgito está revolucionada con la iniciativa 24 horas para el Señor, propiciada por el Santo Padre en su mensaje de Cuaresma. Don Antonio ha convocado a los equipos pastorales con objeto de estudiar su difusión, la organización de turnos, la música ambiental para evitar aburrimientos… El sacerdote lleva varias homilías desglosando el mensaje cuaresmal, entusiasmado como está con la “globalización de la indiferencia”. Tanto es así, que se ha propuesto acabar con ella en su parroquia. ¡Faltaría más! Por ello, ha vuelto a incidir en la recaudación de alimentos para Caritas, muy necesitada en esta época de crisis.

Ajena a todo este barullo, la madre de Jorgito, que había sufrido una corazonada mientras rezaba el Santo Rosario, se decidió a llamar a Isabel, diagnosticada con cáncer de pulmón hacía unos meses. Al principio, Isabel contó con el apoyo de todos a su alrededor: llamadas, ánimos, canguro para sus hijos durante las sesiones de quimioterapia… Mas, conforme avanzó el cáncer (y se desvaneció la esperanza), comenzaron a llegar las excusas:

 

A ver qué le dices”. “Pobrecilla; es que no soporto verla sufrir”. “No quiero recordarla con ese aspecto”. “Es tan duro”

Y así, Isabel sintió la soledad propia del enfermo terminal.

Jorgito, sin quererlo, fue quien saltó las alarmas al advertir que Juan (el hijo de Isabel) ya no iba a casa de los amigos. Las madres argumentaban que si lo invitaban, tendrían entonces que llevar a sus hijos a la suya. Y, claro, cualquiera se arriesgaba a que vieran a Isabel en ese estado.

uncion2Mamá, que no suele prodigarse en traer amigos a casa (por simples cuestiones prácticas: dado el poco espacio que queda, se corre el riesgo de que, en caso de estornudo, alguien salga lanzado por la ventana), se decidió a invitar al chico.

Tras una agradable estancia, lo acompañaron a casa. El padre se extrañó que mamá pidiera ver a Isabel. ¡Hacía tanto tiempo que no recibían visitas! Pero pensó que le vendría bien a su mujer un poco de distracción. La enferma, agradecida, salió a recibirlos con dificultades. Jorgito, aunque se quedó impresionado por su aspecto, la saludó con cortesía. Sabía que estaba muy malita; pedían por ella en el Rosario. En cambio, Juan estaba feliz por tener de nuevo a un amigo en casa y enseguida dirigió al niño hacia su habitación. ¡Qué bien tener de nuevo compañía!

A raíz de aquel encuentro, surgió una amistad entre ambas mujeres. Mamá iba a verla cuando podía y se llevaba consigo a Jorgito. Juan necesitaba un amigo más que nunca.

Enseguida descubrió que la mujer era una católica propia de su tiempo. La última vez que pisó una Iglesia fue para bautizar a su hijo pequeño. No había vuelto desde entonces. Su marido ni siquiera era creyente. Por eso, la terrible enfermedad (y su próximo desenlace) les había supuesto un yugo insoportable de llevar. El aislamiento social tampoco había ayudado. Saber que iba a dejar a sus hijos huérfanos y a su marido viudo era una tortura añadida a su sufrimiento.

Las primeras visitas mamá se dedicó simplemente a escuchar a la enferma. Oía sus preocupaciones, sus miedos, sus sufrimientos… Así hasta que una tarde, mamá la interrumpió para hablarle de Dios, de la muerte y del cielo. Isabel escuchó con una mezcla de atención, tristeza, rechazo e interés. ¡Qué fácil hablar de esas cosas desde la salud! Pero mamá siguió acudiendo e Isabel, cada vez, mostraba mayor interés. Algunas veces, conseguía incluso arrancarle alguna oración. Otras, cuando apenas lograba mantener la respiración, mamá rezaba en voz alta el Rosario mientras se le escapaba a Isabel una lágrima silenciosa de los ojos.

—No caigas en la desesperanza, Isabel. Ponte en manos de Dios y piensa que, a donde vas, podrás interceder por tu familia.

Isabel volvía a derramar una lágrima, pero no tan agria como antes. El marido no compartía esas “ideas”, pero la dejaba volver porque lograba dar paz a su mujer…

Fruto de una corazonada, mientras rezaba el Rosario, llamó al móvil de su amiga. No fue ella quien lo cogió, sino su marido. Isabel estaba en el hospital. No duraría mucho. Mamá pidió permiso para enviar un sacerdote a darle la Extrema Unción. Tras un largo silencio, el marido accedió: respetaría las creencias de su mujer.

La madre de Jorgito, nada más colgar, llamó a la parroquia. No cogió nadie el teléfono, así que dejó un mensaje en el contestador. Pero permaneció intranquila y comenzó a rezar al Padre Pío para que don Antonio recibiera el mensaje. Pasaron unas horas hasta que llegó su marido a casa. Sin dejarle tiempo para saludar a los hijos, le pidió con urgencia que acudiera a la parroquia para comprobar que se había administrado el Sacramento.

El padre de Jorgito se presentó en el despacho de don Antonio, quien estaba ocupado mirando la pantalla del ordenador.

—Perdone, don Antonio. ¿Ha recibido el mensaje de mi mujer?

Don Antonio alzó la vista y exclamó:

—Ah… sí. Esa mujer enferma. Isabel, ¿no? Aún no he podido ir. He estado ocupado con reuniones. En cuanto me desocupe me acerco al Hospital.

Ya hemos contado en otra ocasión que el papá de Jorgito es un auténtico león. Y ese día, don Antonio lo comprobó en persona. No hicieron falta las palabras. La expresión de su rostro bastó para hacer entender al sacerdote el error de su conducta. Avergonzado, se levantó deprisa y cogió su abrigo.

—Voy ahora mismo.

Al cabo de una hora, la madre de Jorgito recibió un mensaje en su móvil. Isabel acababa de morir. Don Antonio había conseguido llegar a tiempo. Isabel se había mantenido milagrosamente con vida hasta que don Antonio le administró el Sacramento.

La misa funeral, celebrada en el tanatorio, se llenó de familiares, amigos y parroquianos. Todos lloraban la tragedia. No acudieron niños, salvo Jorgito y su hermano mayor, quienes pidieron acompañar a Juan. En la homilía, don Antonio alabó la labor de madre de Isabel, su buen hacer, lo mucho que había tocado los corazones de todos a su alrededor… También aseguró que ahora descansaba en el cielo, después de tan terrible enfermedad. Gracias a Dios, había muerto en Gracia.

Jorgito, mientras tanto, se preguntaba cómo sabía tanto don Antonio de ella. Nunca había hablado con Isabel. También se preguntaba cómo sabía que estaba en el cielo. Sus padres siempre rezaban por las almas del Purgatorio, así que, por si acaso, aprovechó para ofrecer la Santa Misa por ella. Jorgito era muy consciente de la necesidad de rezar por las ánimas.

Al terminar la misa, los parroquianos volvieron a la Iglesia. Aquélla tarde habían quedado para recoger la colecta de alimentos destinado a Cáritas. Fue todo un éxito. Recaudaron cientos de kilos y don Antonio no pudo estar más orgulloso de sus feligreses. ¿Globalización de la indiferencia? ¡No en su parroquia!

Mónica C. Ars.

Mónica C. Ars
Mónica C. Ars
Madre de cinco hijos, ocupada en la lucha diaria por llevar a sus hijos a la santidad. Se decidió a escribir como terapia para mantener la cordura en medio de un mundo enloquecido y, desde entonces, va plasmando sus experiencias en los escritos. Católica, esposa, madre y mujer trabajadora, da gracias a Dios por las enormes gracias concedidas en su vida.

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